viernes, 20 de mayo de 2016

Decimoquinto capítulo: Pastel de manzana y té

- Sabes que Gilbert y yo vamos a ir a esquiar en año nuevo, ¿verdad? - claro que lo sabía - Pues ocurre que me tengo que inscribir a los exámenes orales de Enero vía internet, pero en la estación no hay wifi ni cobertura lo suficientemente fuerte como para poder conectarme. Las opciones se abren el uno de Enero y las buenas horas se llenan enseguida. ¿Crees que te podrías conectar a mi cuenta e inscribirte por mí? Por favor. 

Y aquí estaba yo, resolviendo problema tras problema. ¿Vampiros sin soberano? Ya me ocupo. ¿Moteros que se pasan de la raya? Ya los controlo. ¿Súcubos acusados falsamente? Tranquilizo la cosa con un pastel de manzana que se mueve solo. ¿Hermanas descerebradas por culpa del novio idiota? Controlo mis ansias asesinas. Duramente, lo tengo que admitir. Gilbert... en serio, después decían que mi tío había sido sádico conmigo, pero algunos padres se merecían aparecer en un libro de récords. Pues lo que decía, Gilbert era el idiota que estaba con mi hermana y que habríamos todos enviado a freír espárragos. Lo malo es que esta vez no podía acusarlo a él, había sido un conjunto de circunstancias que me iban a fastidiar el año nuevo. Pero la cosa era tan sencilla que no podía decirle nada. 

- No tengo problemas para conectarme. Me dices la hora a la que se abre todo y te apunto. Espero no tener que trabajar ese día, pero te inscribo en cuanto pueda - esta se iba a comer la hora más temprana que encontrase como que me llamaba John Hades Hellson. Aunque algo me olía mal - Hay algo más, ¿verdad? 

Me miró con ojitos de niña pequeña.

- Necesito encontrar un perro para un examen práctico - ya sabía por dónde iba - ¿crees que....?

- Eso se lo preguntas tú a la dueña - le interrumpí - Aunque no sé si es buena idea. Cerbero es un cachorro de apenas cuatro meses de edad - exageraba, tenía que rondar los seis ya, pero eso mi hermana no tenía por qué saberlo - no va a estar tranquilo para que lo muestres a un montón de gente y encima lo manoseen. 

Sobre todo me preocupaba el hecho de que se pusiese nervioso y se transformase en un bicho de seis metros y medio de alto con tres cabezas. A ver cómo explicaba eso Ariadna, y lo peor, ¿cómo se lo explicábamos nosotros a ella? Era una joven de veinticinco años que estaba en último curso de veterinaria. Había repetido alguna vez, pero es que la carera no era fácil, se lo admitía. Era aplicada y quería salir de allí con buenas notas. Nosotros no le decíamos nada porque le gustaban los animales y más aún cuidarlos. Y de paso, era veterinario gratis para todo el mundo. Nos venía de perlas. Aunque la verdad, prefería que se acercase a Cerbero lo menos posible. ¿Qué pasaría si el pobre animalito no tenía todo lo que tenía que tener la supuesta raza por la que se hacía pasar?

- Elysa podrá estar con él en todo momento. Pero es que tenemos que tener la posibilidad de traer un cachorro en clase y mostrar cómo nos las arreglamos. Los que no pueden, los llevarán a refugios para que los examinen allí, y sabes lo que me pasa allí.

Lamentablemente tenía razón. Ariadna no podía ir a un refugio sin que se le saltasen las lágrimas y quisiese adoptar a todo animal que se encontrase allí. En su casa ya había tres gatos refugiados. No quería que la familia continuase aumentando. Le dije que haría lo que pudiese, pero Cerbero no era el típico cachorrito que se deja acercar por el primero que pasa. 

Justo cuando acababa de decir eso, otro tipo cachorro se me estampó contra la pierna. Una sonrisa radiante, unos ojazos grises enmarcados entre una melena negra como la noche aguantada como se podía por un lazo verde y un vestidito del mismo color eran los distintivos de esa niña tan adorable que corría por todas partes. 

- Hola Winiefred - la saludé -  ¿Qué haces por aquí?

- Hola - me respondió la hija del Jefe del Departamento de Mitología - Estaba jugando sola. Papá me ha dicho que esperase con Marie, pero no está. Al verte aquí he pensado que era buena idea pasar a decirte hola.

Había hecho bastante amistad con Winnie un día que su padre no había podido controlarla jugando y había acabado chocando conmigo. Tengo manos con los niños y acabé cuidado de ella unas horas. Como era de noche, habíamos jugado un poco, le había hecho algo de comer y luego la había estirado en la cafetería de mi Departamento, en un sofá que hay allí para descansar un poco. Un par de agentes habían protestado, pero un gruñido de mi parte les había callado. Desde entonces, a veces la niña salía huyendo de sus padres para venir a jugar conmigo si se quedaba hasta tarde. Yo la llevaba sin contemplaciones de vuelta con ellos, pero mientras, reía un poco. 

Mi hermana me miró inquisitivamente así que tuve que presentarlas.

- Ariadna, esta es Winniefred Taylor. Tiene cinco años y es la hija de un jefe de Departamento. Se pasa más tiempo aquí que en su casa, pero es buena. Winnie, esta es mi hermana pequeña, Ariadna.

- ¿Tiene un segundo nombre como tú?

- Si, pero no es tan chulo. Se llama Ariadna Martha Hellson. 

- ¿Algún problema con mi nombre? - mi hermana me acribilló con la mirada.

- Que el suyo mola más - Winnie no tenía problemas de decirle a la gente lo que pensaba. Yo no le contradije. 

Mi hermana iba a decirme alguna cosa cuando un ladrido sonó a través el hall de entrada. Me giré y pude ver cómo Cerbero jugaba con Lilian. Detrás de ellos, Marie y Lily se dirigían hacia nosotros. Winnie salió corriendo hacia el perro y el niño para jugar con ellos, pero Lilian se asustó y se fue deprisa detrás de las piernas de su hermana.

- ¿Lilian? ¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo? – Winnie se acercó con el perro. Ambos tenían la misma cara de extrañados – No te va a pasar nada – se puso a su altura – En algún momento tendrás que ir a jugar con niños que no conoces. Además, esta niña parece tener tu edad, ¿no? – Winnie se lo confirmó - ¡Mira qué bien! Los mismos años que tú. Va, ves a jugar un poco con ella y luego nos vamos a casa, ¿vale?

Lilian dudó un poco más pero la niña no dejó que lo hiciera mucho rato. Lo cogió de la mano y se lo llevó. Al poco estaban jugando los tres como locos. Mientras, Ariadna había ido a hablar con Elysa. No quería decir nada, pero me parecía que las negociaciones iban a ser muy duras. 

- Me preocupa un poco este niño – todos nos giramos hacía Lily extrañados – Ya tiene cinco años y es incapaz de hablar con nadie que no conoce. Yo a su edad ya tenía siete novios – no quise preguntar si todos a la vez, pero era lo más probable – No parece mostrar ninguna de las cualidad típicas de un íncubo – la versión masculina de los súcubos – Me preocupa. Igual tendría que hablar con Madre a ver si eso es normal.

- Igual es simplemente que tarda un poco más que los demás en crecer, pero luego ya alcanzará o incluso superará a cualquier otro de vuestros hermanastros – dije con intención de tranquilizarla – Mírame a mí, cuando era pequeño era gordito y bajito. Ahora soy un bicho-palo de casi dos metros.

Lily se giró hacia mí y sonrió.

- Oh, y tanto que te miro – su tono de voz varió a seductor y sus ojos me recorrieron por lugares un poco incómodos – De hecho, sólo pude hacer eso ayer – se apoyó en mi hombro, demasiado sensualmente – ¿Qué te parece si dejo a mi hermanito en casa, luego me paso por la tuya y…. concluimos lo que empezamos ayer?

- Sabes que ya no tienes efecto en mí, ¿verdad? – ni nunca lo tuvo, pero eso me lo callé.

- Eso no hace la cosa si no más divertida – se apoyó incluso más – Puedo traer una botella de vino, unas velas, corremos las cortinas, hacemos que nos traigan la comida y podemos ver qué ocurre luego.

Todo eso lo decía utilizando cada artimaña que tenía bajo la manga: miradas intensas, pestañeos lentos, cuerpo muy cercano al mío, voz grave y lenta, detallando cada aspecto de la velada, pasándose los dedos por los labios y mordiéndoselos para que mi mirada se quedara en ellos. Un hombre normal habría caído la noche anterior, pero yo me había quedado de hielo. No me afectó ninguno de sus trucos. Marie no podía intervenir porqué había quedado claro que la mujer no era peligrosa. Era cosa mía el quitármela de encima, si quería. Cuando iba a ser lo más educado posible, una voz, que lo fue mucho menos, intervino.

- Quítale tus zarpas de encima si no quieres que te estrangule.

Los dos nos giramos hacia la persona que había hablado. Obviamente yo ya sabía quién era sin verla. Elysa estaba extremadamente tensa y su mirada decía que lo del estrangulamiento era su idea más suave de exterminio. Si Lily no había conseguido ni que me ruborizase, esa mirada asesina, a ella sola, había logrado que todo mi ser casi temblase de la emoción. Había algo en esa forma de hablar que me había gustado muchísimo. Lo que quería a continuación era que todos nos dejasen solos. Quería llevármela de vuelta a mi apartamento para poder explorar ese cuerpo cabreado con todo lujo de detalles y con la parsimonia que esos ojazos oscuros, llenos de instinto asesino, pedían a gritos que lo hiciese…

………………… ¡¿PERO YO EN QUÉ ESTABA PENSANDO?! Tenía que refrenar esos pensamientos con mucha más fuerza de la que lo había estado haciendo hasta ese momento. 

Corrijo algo dicho con anterioridad. No era cierto que Lily no me afectase. Sí que lo hacía, pero no para saltarle encima a ella, si no para quitarle la ropa lo mejor posible a Elysa. Tenía que alejarla de mí YA.

- Eres un hombre muy extraño John. 

Sus palabras me desconcentraron. Estaba perdido en mi mundo, tanto que no me acordaba que estaba rodeado de personas. Cuando la miré, pude ver como sus ojos estaban dilatados en extremo y como su respiración estaba muy alterada. Ella había percibido lo que yo estaba sintiendo y reaccionaba a ello. Y no era el único que había visto su reacción, aunque si que lo era en relación al porqué de ello. Elysa estaba a dos segundos de saltarle encima.

- Creo que ya está pensando dónde enterrar tu cadáver – le dije para destensar un poco el ambiente.

- Oh no, no te equivoques – rió ella suavemente - Si dejase sueltos sus instintos, no quedaría nada que enterrar – me dio un beso en la mejilla. Yo aquí ya declinaba cualquier tipo de responsabilidad: la estaba provocando adrede – Espero poder verte de nuevo. Mi proposición de la botella de vino y la comida encargada sigue en pie. Cuando quieras pregúntale mi número a Iván - me dijo guiñándome un ojo.

Yo no quería saber como ni cuando había conseguido Iván su número, pero de lo que sí estaba seguro es que no me iba a arriesgar por nada del mundo a pedírselo. Además, la cena acabaría con ella saliendo de casa en cuanto acabásemos el primer plato. Cuando se fue, llamó a su hermano pequeño para que se fuese con ella. Lilian pasó por nuestro lado corriendo y sonriendo. Parecía que había hecho buena amistad con Winiefred. Aunque siendo él lo que era, no sabía si era buena idea.

- Eso, eso, que se largue – mi amiga estaba aún cabreada – Que más idiota y no nace.

- Elysa, ¿quieres calmarte? – le dije sonriendo – Es un súcubo. Está en su naturaleza intentar seducir todo lo que se le ponga por delante. Es normal. Y no te preocupes, no me ha afectado. 

Le di un abrazo y un beso en la cabeza para calmarla. Oí un pequeño gruñido que salía de su garganta mostrando que aceptaba esa evidencia pero no por ello iba a aceptar que se me acercase otra vez con las mismas intenciones. Yo a veces me preguntaba cuál de los dos era el monstruo capaz de asesinar de entre mi amiga y su cánido. 

La respuesta era evidente: ella.

- Además, no tiene ni idea de cómo pedirte una cita – la recepcionista se extrañó – A Hades le gusta cocinar, ¿tú de verdad crees que va a dejar en manos de otro algo tan delicado y que puede influenciar tanto una cita como la comida? Es él el que prepara la comida y el que las seduce con las mejores combinaciones - a mí, el que supiese tanto de cómo me las arreglaba en mis citas casi me preocupaba. Pero lo que me inquietaba más era dónde se había metido mi hermana pequeña, un problema con patas andante – Está hablando con su profesor – me tranquilizó Elysa. Ya conocía mis centros de preocupación - He accedido a que lleve a Cerbero. Voy a estar con él todo el rato. Seguro que los dos se portan bien – “los dos” eran el animal y mi hermana. Del primero estaba seguro, de la segunda…

- Oye John – los ojitos de Winnie me miraron interrogantes desde sus sesenta centímetros de alto a mi lado. 

- ¿Qué quieres, cariño? – le dije acariciando su cabecita con la mano libre que me quedaba de controlar a la Medusa Gorgona de mi amiga.

- ¿Crees que va a volver Lilian a jugar más veces aquí? – sus ojos se iluminaros – Es muy divertido, a Cerbero también le ha caído bien, y además… es muy guapo.

Eso último lo dijo ruborizándose un poco. Como Ezequiel Taylor descubriese que su hijita pequeña, su muñequita, su tesoro, había hecho amistad con un íncubo por mi culpa y que encima lo encontraba a su gusto, cualquier amenaza que pudiese esgrimir Elysa contra la hermana mayor del muchacho habría parecido inocua frente a lo que me esperaría. Yo quería esconderme en un pozo profundo y no volver a salir hasta el siglo siguiente.


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Unos días más tarde, recibí una visita que me molestó un poco. Empezaba a entender lo que sentía Marie cada vez que tenía que enfrentarse a Wilhelm. Lily me estaba esperando sentada encima de mi despacho. Para lo que era ella, iba vestida bastante discretamente: unos tejanos, unos tacones de infarto y un top negro que no dejaba espacio a la imaginación. Estaba sentada sobre una de sus piernas mientras balanceaba la otra. Yo me senté en mi sitio sin siquiera mirarla.

- ¿Qué ocurre? ¿Los súcubos nunca sentís frío?

- Déjame un jersey tuyo y así no lo parecerá – su voz era la misma seductora que siempre.

- Mis jerséis son territorio exclusivo de Elysa – le dije mientras guardaba un documento que había hecho firmar al jefe – Así que a menos que te quieras enfrentar a ella, olvídalo. 

Pareció pensárselo un segundo. Durante ese tiempo pude observarla de cerca. Sus cabellos dorados estaban recogidos con unas pinzas para formar un intrincado peinado. Veía trenzas que se entrecruzaban y mechones de pelo que iban por todos los lados para formar un conjunto armonioso. Eso debía de haberle costado horas a ella y como mínimo a dos ayudantas más. Yo era de gustos más sencillos: una coleta alta, una trenza, el pelo suelto, algo sencillito. Nada de todo eso me impresionaba. Esperaba que lo hubiese hecho para ella misma y no para impresionar a cualquiera que se le cruzase. No tenía muchas esperanzas, pero esta mujer se había revelado una caja de sorpresas.

- Lily – le pregunté - ¿qué haces aquí? De verdad.

Esta me miró. Aquellos ojos verdes que habían empezado todo el problema la noche de mi cumpleaños se volvieron a clavar en mí. Eran profundos, y mucho más sinceros de lo que habrían parecido a primera vista. Noté un dolor silencioso, una tristeza escondida muy dentro de ella. Algo que clamaba salir a gritos. Pero no sabía qué podía ser. Tampoco conocía tanto a la mujer cómo para podérmelo imaginar. 

- John… yo… - la alenté a que continuase. Su tristeza se vio más clara aún – He hablado con Madre y me ha pedido que te trajese a verla. Pero sin que nadie de arriba se entere, y mucho menos tu amiga la loca. 

No era lo que la atormentaba, pero yo me quedé sin aliento. Lilith, la de verdad, la señora de los súcubos e íncubos quería verme a mí en persona. Eso podía ser extremadamente peligroso. Pero otra cosa me preocupaba mucho más: los ojos tristes de Lily. Había algo que no estaba bien. Quería preguntarle qué pasaba. No era porque había intentado alimentarse de mí que no iba a querer saber qué le pasaba. Pero antes de que pudiese decirle nada me cogió del brazo y se me llevó.

- Vamos, es la hora de comer, nadie sospechará con que no estés aquí.

Siguió sin hacer caso de cualquier cosa que pudiese decir y me llevó fuera. Pero no lo hizo por el ascensor, se fue directa a uno de los agujeros que había en la pared-gruyere que teníamos a uno de los cuatro lados del Departamento. Subimos un piso, pasamos tres agujeros, subimos cuatro más y el segundo a la derecha entramos recto. Anduvimos durante un rato. Todo estaba oscuro y ni yo podía detectar qué era. Eso sólo podía significar una cosa: la oscuridad que reinaba en ese momento no era debida a una falta de luz. Eso me inquietó bastante. Me acerqué un poco más a Lily. Por puro instinto de protección, que conste. 

Cuando salimos del túnel, me costó entender que estábamos al otro extremo de algo tan lúgubre como lo que habíamos pasado. Delante de mí se extendía una pradera enorme, llena de flores por doquier. Había árboles esparcidos por todas partes. No supe reconocer el tipo. ¿Castaños quizás? El cielo era azul como en pleno verano. Unas pocas nubes se movían lentamente mecidas por una brisa suave que anunciaba la nueva estación cálida. Un suave olor de tarta de manzana me llegaba desde lejos y se confundía con el de las flores. Pero para mí, era como si estuviese en la cocina, extrayendo la pastelería del horno. 

Me quité el abrigo y sin prestar más atención a Lily, me dirigí hacia esa fragancia que me invitaba a descubrir el pastel que se había hecho. No tardé mucho en ver una pequeña casa en medio del campo. No parecía muy grande. Sólo se elevaba un piso en las alturas. Era una casita casi típica de cuento de hadas: un techo inclinado, un par de ventanas a cada lado en cada piso, un pequeño ojo de buey en lo que debía de ser el trastero de arriba, unos geranios colgaban de unas de las ventanas y la puerta era de madera. Había conservado su color original: marrón claro con veteados oscuros. Las paredes eran blancas pero debajo se intuía el material con el que estaban hechas. Estaban decoradas con apenas una fina capa de estuco. Detrás de la vivienda se divisaba un huerto lleno de verduras y algunos árboles frutales: perales, higueras, melocotoneros, limoneros, pero sobretodo manzanos. Tenían que haber como diez de ese tipo. Sin duda alguna, en esa casa la manzana era la reina.

Me aventuré hasta la puerta y llamé. De adentro se oyó una voz que nos dejaba el paso. Abrí la puerta, estaba sin cerrar. En nuestra época actual dejar tu casa abierta para que cualquiera pueda entrar es tan peligroso que ese simple gesto me pareció extraño. El interior parecía una máquina del tiempo. Había muebles de madera, de metal, incluso de fieltro. Plantas y flores en cada esquina. El ambiente era un poco oscuro pero te hacía sentir... en casa. De entre todas las cosas que habían allí, algo atraía inmediatamente la atención: los centenares de retratos. Había hombres y mujeres de todas las edades y épocas. Pude reconocer vestidos del renacimiento italiano, de la cultura amerindia, del Japón, de América del Sur, de África, de la época colonial. No entendí quienes eran hasta que vi un retrato de una familia encima de la chimenea. Se veía a tres personas: un hombre entrado en años, una mujer joven y un niño pequeño. Se notaba enseguida que eran familia. Lo más lógico hubiese sido pensar que eran abuelo, madre y nieto, pero no era el caso. El hombre tenía el pelo blanco. Unas arrugas en los ojos mostraban que había sido feliz gran parte de su vida. Sus manos fuertes atestiguaban que su trabajo no era de oficinista y unas ojeras enormes me decían que trabajaba de sol a sol. Pero era feliz con lo que hacía y se veía enseguida. El niño tenía el pelo como el oro cálido y la misma sonrisa feliz que el hombre mayor. Estaban sentados en unas escaleras y él tenía cogidos de las manos a las otras dos personas. Parecía que nada le faltase con lo que tenía allí. La joven tenía el pelo dorado como el sol y unos ojos verdes difíciles de ignorar. Me giré hacia mi acompañante y me los volví a encontrar. 

- Esta foto la hicimos el año pasado cuando fuimos a visitar Rouen. Estamos a los pies de la catedral.

- Todos esos retratos son hermanastros tuyos, ¿verdad?

- Si - sonrió Lily - Los que más cercanos han sido a Madre. O al menos los que más han significado para ella. Estar aquí es todo un privilegio.

- Y el vuestro lo es aún más - no pareció entenderme - estáis encima de la chimenea. Es el centro del hogar. Y tu familia está aquí ahora...

Quise continuar con mi explicación, pero algo me atrajo la atención. Detrás de Lily, junto a un sillón decorado con flores en cuyo regazo descansaba una bolsa con dos agujas, una bola de lana y algo a medio tejer, había otro retrato de una familia. Esta parecía datar de mediados del siglo pasado. Una mujer sostenía a su bebé en brazos y su marido les abrazaba pasando un brazo por encima de los hombros acariciando la cabeza del pequeño. Los tres sonreían. La mujer miraba a su hijo cálidamente y este le devolvía la mirada con una risa que parecía que pudiese oír. El hombre los observaba a los dos con ternura, como si fuesen las cosas más importantes del mundo para él. Si me fijaba más en la foto, podía oír el ruido de los coches de caballos que pasaban detrás, los animales relinchar, los niños que vendían periódicos anunciando lo ocurrido aquel día, podía oler el olor de la ciudad, tan diferente a la actual, con sus diferentes tonalidades. Allí estaba la panadería, enfrente la perfumería, un poco más abajo la sastrería y delante de mí estaba la mujer que nos hacía la foto. Sostenía una cámara enorme con mucho cuidado. Su elegante vestido morado no desentonaba con su piel pálida y sus cabellos dorados, recogidos en bucle en un moño. Nos decía que no nos moviésemos. Pero era muy difícil, el pequeño era un verdadero demonio. Levanté un segundo la mirada de las dos personas que tenía entre mis brazos y vi cómo ella me sonreía.

- Ten cuidado con esa fotografía, me es muy preciada.

Al principio no la entendí. No sostenía una foto, era mi familia, pero enseguida me di cuenta que lo que había visto no era real, o al menos no era el momento en el que estaba. Me había metido tanto en la fotografía que me había sentido transportado en ella. Se la di a la mujer con mucho cuidado. En mi interior, seguía queriendo sostener esas dos personas con mucho cuidado. Cuando me tuve que separar del retrato, algo se me rompió, como si los hubiese perdido de nuevo… Ni yo mismo me entendía.

- No te preocupes, a veces pasa – la miré desconcertado – Siéntate, enseguida se te pasará – me obligó a sentarme gentilmente y ella se sentó en el sillón de flores, dejando el retrato en dónde lo había cogido – Lily, cariño, ¿nos podrías hacer un té? – la interpelada movió afirmativamente la cabeza y se fue. Lilith me miró de nuevo a los ojos - ¿Mejor?

- Eso creo.

No podía darle mejor respuesta. No la tenía. No sabía cómo me encontraba y lo peor de todo es que estaba en la casita de campo de Lilith, la señora de los súcubos. De verdad, que no era como me la imaginaba, ni ella ni la casa. La mujer era realmente impresionante. Preciosa cabellera dorada como la de Lily y grandes ojos azules, brillantes como dos zafiros. Llevaba un vestido verde demasiado sencillo para ser real, pero se podía intuir quién era la que lo llevaba. Era de una sola pieza, con aberturas a los lados que hacían que el cuerpo se insinuase pero no se mostrase. El corte era sencillo pero fresco. De inmediato me vino a la memoria una frase que me había dicho Elysa hacía mucho tiempo: “Cuanto hay que seducir, es mucho mejor dejarlo todo a la imaginación. Hay que enseñar lo mínimo para que capte el interés y luego dejarlo todo a la víctima. La mente de una persona puede ser mucho más peligrosa que la realidad.” Parecía que Lilith pensaba lo mismo que mi amiga: era mucho más seductor la insinuación que no el mostrar. Y hasta yo tenía que reconocer que la madre de Lily era muy guapa.

- No te esperabas encontrar esto cuando mi hija te dijo que ibas a venir a verme, ¿verdad? – Tuve que admitírselo – Es normal, no te preocupes. Mis hijos me representan de tal manera que puedo ser yo misma sin desvirtuar la imagen de mis principios. Cuando era una joven alocada, era idéntica a ellos, ahora me he serenado un poco, aunque no descarto que vuelva a las andadas en unos cincuenta años - una risa cristalina salió de su garganta, la voz era suave y almizclada. 

Pero yo aún estaba aterrado por lo que había sentido cuando había sostenido aquella fotografía. Quería saber más a propósito de eso. Lilith me había dicho que era normal, lo que quería decir que ya lo había visto con anterioridad. Quería preguntarle qué sabía sobre eso. Ella igual me podría decir qué era lo que me pasaba. Pero antes, los buenos modales.

- Gracias por invitarme a su casa hoy – dije tímidamente. Me sentía como el adolescente que visitaba por primera vez los padres de su novia.

- No hay de qué. Conociendo a Lily tampoco es que tuvieses otra opción – sonreí a ello. Empezaba a conocer a la hija – Actuaba bajo mis órdenes. Quería conocer al hombre que había resistido todos sus encantos. No es algo que pase muy a menudo.

- No es que lo hiciese queriendo, entiéndame - me defendí.

- No te preocupes – se rió – Lily no se va a sentir ofendida por qué lo hagas. Es más, querría pedirte un favor. Si no te importa, claro. 

Me quedé extrañado. No sabía qué favor podía yo prestarle a ella. Tenía suficiente descendencia para que hiciesen cualquier cosa que ella quisiese. Obviamente no le dije que no. La verdad es que me moría de curiosidad.

- Verás. Lily me va a matar en cuanto se entere de que te he pedido esto, pero eres el único hombre a quién se lo puedo rogar.

Esperó un poco antes de volver a empezar. Los cálidos rayos del sol de principios de tarde se colaban entre los ventanales y acariciaban su cara dulcemente. Eso la hacía entrecerrar los ojos. Se había puesto en una posición que me era conocida: sentada sobre un pie. Lily estaba de la misma manera cuando me había esperado en mi despacho. Su vestido, de algodón creo, adoptaba todas las formas de su cuerpo invitando a la tentación. Era mucho más peligrosa que no su hija. Era sencillo y eficaz. A ella no le hacía falta vestir de cuero enseñándolo todo para ser seductora. Su mirada se dirigía a la cocina. Allí se podía oír cómo el agua que serviría para el té estaba hirviendo. El dulce olor del pastel de manzana estaba por toda la casa. Tenía que admitir que era embriagador. Tenía que pedir la receta de eso porque a mí jamás me había salido algo con tan buen olor. Si prestaba atención, podía oír como Lily trasteaba en la cocina tarareando. Uno se daba cuenta enseguida de que se parecía mucho a su madre, sobre todo cuando se las tenía una al lado de la otra. 

Entonces se volvió de nuevo hacia mí y me hizo su pedido:

- Verás, mi pequeña es bastante más poderosa de lo que se imagina. Por esa razón no le cuesta tanto como a sus hermanos seguir mi regla de oro de no matar al alimentarse – tenía que decirle que posiblemente ella era la única que lo hacía – Obviamente, tiene a su padre y a su hermano que la quieren con locura sin importarle qué es. Pero son familia. En realidad no tiene a nadie externo con quién hablar o desahogarse. Todos los hombres se tiran a sus pies y las mujeres tienen tendencia a odiarla bastante – ¡Y que lo dijese! La conocía por una de esas. Yo ya me estaba imaginando a dónde quería llegar y Elysa iba a colgarme de los pulgares – Así que, por favor, ¿querrías ser amigo suyo? Simplemente su amigo, nada más. Ya habrás notado que está algo decaída y no me quiere decir el porqué. Igual podrías sonsacárselo tú. 

Lo dicho, colgadito de los pulgares me iba a quedar.
- Señora, no me malinterprete, pero ¿Lily no es suficientemente mayor cómo para escoger a sus propios amigos?

- ¿Qué amigos? – Me dijo seriamente – Mi hija no conoce ese concepto. Desde que tiene cinco años que tienes novios. No recuerda ni lo que es hablar con alguien sin intentar nada. John, eres mi única esperanza. 

Vale, llamadme débil, pero acepté.

- Señora, ¿podría pedirle un favor? – dos zafiros se me clavaron - No es a cambio de que me haga amigo de su hija, quiero que quede claro. Simplemente es que me acabo de acordar que quería comentárselo si un día la veía - ella me dijo de continuar. Ya que estaba de buenas, quería probar mi suerte - Mire, antes de conocer a Lily, nadie en el Centro conocía esa Regla de Oro suya según la cual no se tiene que matar a nadie debido a la alimentación. Según nuestros archivos, los súcubos e íncubos son unos seres extremadamente peligrosos, a los que no hay que acercarse bajo ningún concepto porque es la muerte asegurada. 

Mientras hablaba, Lily nos trajo té y un trozo de pastel de manzana. Tengo que admitir que en cuanto lo vi, mis ojos se iluminaron. La joven nos sirvió perfectamente. Cuando se hubo sentado, fue ella la que me respondió.

- Vuestros archivos tampoco están tan mal. Es cierto que si queremos podemos matar alimentándonos. Pero, como ya se lo dije a tu amiga la loca, es totalmente idiota hacerlo. ¿Porqué atraer las sospechas hacia ti pudiendo alimentarte y haciendo que la presa vuelva de su propia iniciativa incluso cuando tu influencia ya se ha disipado en ella? No tiene sentido.

- Si eso ya lo sé Lily - le dije - Si estoy de acuerdo contigo. Pero según Selim Ibn Haka, alguien que es un experto en búsqueda de información, no hay registros de ningún tipo sobre lo que me estás diciendo. Según los archivos del Centro, esa Regla de Oro no existe.

La joven miró extrañada a Lilith. Esta mostraba una expresión seria. Creo que sabía a dónde quería llegar yo. Ella era la única que podía impartir un poco de autoridad en una comunidad que no respetaba a nada ni nadie. Iba por libre, y parecía que hacía mucho que nadie les había recordado esa Regla fundamental. Quería saber sí el ancestro mayor de la familia podía hacer algo para que al menos las muertes disminuyesen en número.

- Veré lo que puedo hacer.

Esa fue su única respuesta. Ya era mejor que nada. Se había enterado que sus descendientes hacían lo que querían sin importarles lo que ella hubiese dicho. Un buen líder JAMÁS permitiría algo así. Y ella lo era, si no era imposible que hubiese vivido tanto tiempo, algún advenedizo la habría matado antes. Contaba con eso para que actuase. 

Después de eso continuamos hablando de trivialidades. Le presenté un poco mi familia. Se quedó atónita cuando le dije que era el cuarto de cinco hermanos. Es verdad que las familias son cada vez menos numerosas, pero sabiendo que este pobre diablo fue un accidente que llegó años después de la última, se entiende. Me despedí de ella amigablemente, no sin antes haberle suplicado a Lilith la receta del pastel de manzana. Cuando me lo dio, guardé el papel como si fuese de oro puro. Me había caído bien la señora. Como no tenía ese aspecto de líder inalcanzable que lo dirige todo, era fácil hablar con ella. Le agradecí a Lily que me la hubiese presentado. Iba a tener un punto de vista muy diferente sobre ellas dos a partir de entonces. 

- Pero no creas que Elysa te dejará acercarte más de la cuenta - le dije bromeando.

- Es más divertido ver cómo os defendéis el uno al otro. Soltáis unas feromonas que casi me podríais alimentar con una mirada - no sabía si ella también bromeaba.

Mientras volvía me extrañé de la cantidad de plantas que había allí. Parecía casi que estuviese en el último piso del Centro, el del Aire.

- Es porque ese Departamento lo construyó una hermanastra mía. Madre es la única que tiene el secreto de cómo tanta planta puede vivir aquí. Lo transmite a algunos de mis hermanastros y uno de ellos se encargó de trasplantarlo allí - hasta yo tuve que admitir que su broma tenía algo de gracia - A este lugar le llama su "Pequeño Jardín del Edén". Ten en cuenta que ella vio el real. Me pregunto cómo tuvo que ser.

- Supongo que el doble de espléndido y con animales por todas partes. O al menos esa es la imagen que yo tengo - de repente me fijé en unas rocas - ¿Eso de allí no es...? - Me acerqué corriendo. Lo era - ¡Siemprevivas! - exclamé - Este tipo de plantas sólo vive en las zonas montañosas secas del Mediterráneo. Hacía mucho que nos las veía. ¿Sabías que antiguamente eran usadas para combatir el resfriado?

- Pareces un niño pequeño - se rió - ¿Porqué no coges unas pocas? - No me atreví, era el jardín de su madre - Va, Madre estará encantada que cojas alguna de sus plantas, sobre todo si sabes qué son y para qué servían. Si pudiese, creo te adoptaba.

- Tendría que combatir con mi propia madre - dije cogiendo unas cuantas flores - Si Elysa te parece peligrosa, no es nada en comparación con ella.

Mi interlocutora se quedó blanca.

- Recuérdame que jamás la enfade. 

Me reí.

- Es pequeña pero matona. Gracias por las flores. ¿Sabes por qué tienen ese nombre? - negó con la cabeza - Porque cuando se secan, parecen que siguen igual de frescas.

- Normal - se rió ella - Si estando frescas parecen que estén secas.

Tenía razón. Las siemprevivas son unas pequeñas flores amarillas, de tallo leñoso, que incluso aún enganchadas al arbusto del que salen, parece que estén secas. Cualquiera las hubiese encontrado poco atractivas. Eran pequeñas, nada brillantes, no hacían olor y era difícil ponerlas en un ramo. Pero a mí me encantaban desde bien pequeño. Eran muy prácticas para regalar. Se secaban y quedaban igual de bonitas. No sabía por qué a la gente les gustaban tanto las rosas. Encuentro las siemprevivas mucho mejor: cuando las rosas se marchitan a la semana, las siemprevivas siguen igual meses e incluso años. Además, que son útiles en caso de constipado. Lo tienen todo.

Cuando terminé, me quedé con un pequeño ramo muy bonito. Estaba realmente feliz. Ya podíamos volver tranquilamente. Pero conforme avanzábamos de vuelta al agujero del que habíamos salido, recordé la mirada triste que le había visto al principio. La agarré del brazo y la paré.

- Lily, cuando llegaste a mi despacho tenías una mirada muy triste. ¿Qué era?

Ella intentó negarlo todo y quiso continuar el camino. Obviamente no la dejé. Ella se sentó en el suelo, no sin que antes le pusiese mi abrigo. Lo llevaba en la mano y mi madre me había enseñado a ser galante con las mujeres, fuesen cuales fuesen. Yo me senté a su lado.

- Le pregunté a Madre cómo es que mi hermano no tenía aún interés en las chicas o en los chicos – se veía que le costaba hablarlo conmigo – Ella me ha contado algo. Por lo visto, Lilian nació de una forma un poco diferente a la mayoría de nosotros. Madre no es una mujer que se enamore fácilmente. Pero a veces le pasa, como a todo el mundo. Yo nací como un súcubo normal, pero cuando vino Lilian, ya estaba enamorada de Padre. Esos casos son muy raros, normalmente es cuestión de un devaneo de una noche. Pero él, es diferente…

- Es un íncubo, pero sin la necesidad de alimentarse como tal – acabé su frase – Puede hacerlo, como todos tus  hermanos, pero no morirá si no lo hace. Por eso pasa de las chicas.

Lily me miró extrañada. Empezaba a estar acostumbrado a ese tipo de miradas. Las que me decían “pero, ¿cómo es posible que lo sepas?”. Mira, a mí también me gustaría saberlo pero no tengo respuestas y se me había olvidado preguntárselo a Lilith. Estuvimos un rato en silencio. No supe qué decirle hasta que me di cuenta de cuál era el problema. Era su hermano pequeño. Cuando él nació ella tenía que tener unos veinte años. Lo tenía que querer muchísimo. Mi lado hermano mayor supo cuál era el problema.

- Lily, no te tienes que preocupar. Lilian estará bien - le mostré mi sonrisa más confiada - Creo que lo suyo es más una ventaja que un peligro. Tiene la fuerza de cualquiera de vosotros pero sin esa necesidad apremiante de alimentarse a cada tanto. Creo que el peligroso podría ser él si tuviese malas intenciones, que no las tiene. Parece un niño listo, pero es bueno. Al menos eso opinan Cerbero y Winie Taylor, y yo me fío de su punto de vista.

Lily levantó una ceja medio sonriendo. Puede que a su hermano no le interesasen las chicas, pero podía estar segura que alguna influencia en ellas ya tenía.

Al poco nos levantamos y me llevó de vuelta a mi despacho. Después me despedí de mi invitada y me fui corriendo a por un bocata al paquistaní que teníamos al lado que se hacía de oro con nuestro turno de noche. Tanto hablar y tanto hablar me había quedado sin mi comida.



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Año nuevo pasó tranquilamente. Cuando Ariadna volvió de esquiar se encontró con la hora que le había escogido para el examen. Sufrí sus maldiciones y refunfuñes durante días. Había sido ella misma la que me había pedido un horario bueno. Pues yo consideraba que cuanto más pronto pasases un examen, mejor era.

- ¡Pero no a las siete de la mañana! - me dijo ella.

Haberme especificado los horarios. Tengo que admitir que disfruté bastante. Definitivamente, te go un lado sádico. El otro examen, el que tenía que traer un cachorro de perro, le fue magníficamente bien. De paso descubrimos que Cerbero era de raza. Por lo visto era un perro de aguas español. Yo miré en internet y podría haber sido portugués o italiano, me parecían todos iguales. Por lo visto eran perros pastores de las marismas y resistían al frío y a la lluvia. Cuando Ariadna me explicó eso, tenía a la bestiezuelilla estirada, panza arriba, delante del fuego de mi casa. Ese seguro que no iba a tener problemas de vivir en la intemperie. Su dueña tampoco lo habría permitido. 

La primera mitad de Enero pasó tranquilamente. Ya estaba empezando mi tercer mes como agente en prácticas cuando Helena, la madre de Elysa, cayó enferma. Al principio solo fue un poco de fiebre, pero a la mañana siguiente se levantó con cuarenta grados. La llevaron al hospital, pero ningún médico parecía saber qué le pasaba. Buscaron y rebuscaron en sus antecedentes familiares, en su propio historial, incluso en lo que había hecho cuarenta y ocho horas antes. Nada se veía sospechoso. Tampoco parecía que sufriese ninguna enfermedad de ningún tipo. Nada. Estaban perplejos.

Pasaron dos semanas sin mejoría. Al menos no empeoraba, eso era bueno. Elysa se quedaba a su lado en cuanto acababa su turno. Yo la relevaba a la mañana. Helena se despertaba de vez en cuando y hablábamos un rato. Pero se pasaba la mayor parte del día durmiendo. Nadie sabía qué hacer porqué nadie tenía el más mínimo indicio de lo que le pasaba. Incluso nos acercamos al Departamento Médico por si algo de nuestro mundo lo había provocado. Sólo obtuvimos negativas y caras extrañadas. No conocían nada que provocase los síntomas que la achacaban.

Un día, ya en Febrero, iba a cambiar mi turno con Elysa cuando vi algo que de que poco me provoca un infarto. Mi amiga estaba hablando con un hombre que sólo había visto una vez, pero me había bastado para querer dejar mis instintos asesinos libres la próxima vez que lo viese. Le había crecido un poco ese pelo oscuro que tenía, ahora había un mechón que le cubría el ojo derecho. Delgado, vestía una gabardina larga que llevaba abierta que dejaba al descubierto unos tejanos y una camisa blanca. La cosa era muy diferente de cuando nos había atacado con cuchillos la primera noche que habíamos visto el Centro de Departamentos, pero eso no quería significar que él podía ser me os peligroso. Elysa estaba hablando tranquilamente con Arthur Hinekan, pero algo había que me molestaba. No parecía desprender ese aire de suficiencia que habíamos visto aquella noche. Yo le notaba más como si una extraña melancolía se fuese desgranando de él poco a poco. No terminaba de entender bien lo que estaba viendo. 

Pero de repente, no me lo pude pensar más. Él me vio. Sus ojos negros penetraron en los míos profundamente. Pude notarlo enseguida: me analizaba, intentaba saber quién era y si era una amenaza potencial. Algo definitivamente no encajaba allí. Para disipar cualquier duda, entré en la sala.

- Elysa, ¿cómo está tu madre? – lo primero era lo primero obviamente, pero eso no quitaba el hecho de que no le quitase los ojos de encima a ese hombre.

- Igual que siempre, pero ahora mejorará un poco.

Se la veía muy desvalida. Eso de que su madre, siempre animada y siempre alegre, estuviese tirada en una cama de hospital pudiendo apenas abrir los ojos la tenía desmoralizada. Yo seguí mi instinto. No presté atención a ese doble de Arthur Hinekan y fui a abrazar a mi amiga. Sentía como lo necesitaba. También sentía como, por primera vez en mi vida, este enorme cuerpo servía para algo. Parecía que podía cubrirla entera. Si no hubiese estado ese delante, incluso habría activado mis poderes y la habría rodeado con un manto de sombras. Siempre le encantaba quedarse más en la cama porque se envolvía casi en las mantas. Mis poderes podían proporcionarle esa seguridad, pero ahora no podía hacerlo, no con visitas que vete tú a saber quién eran.

- Elysa, pequeña – le acarició la cabeza. Poco me faltó para gruñirle. Tuve que acordarme de quedarme quietecito, pero no pude evitar la mirada negra. No se podía tener todo - ¿Qué tal si nos presentas?

- ¡Es verdad! – Se separó de mí, no porque yo quisiese – Se me había olvidado que nunca os habíais visto - ¿Seguro? – Hades, te presento a Príamo Eosgios, el hermano gemelo de mi madre. 


.............................................................. ¡¿PERDÓN?!

viernes, 22 de abril de 2016

Decimocuarto capítulo : Lily

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Cómo en ese momento a uno que yo me sé se le desconectó el cerebro, voy a continuar yo. Y no te atrevas a protestar, que bastante la montaste esa noche.

E.

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Tenía que admitir que yo también me había olvidado la razón por la que habíamos venido. No llegaba a venir con nosotros Alatir y las consecuencias habrían podido ser terribles.

Acababa de explicar la vez en la que habíamos querido hacer un pastel de chocolate en casa de Hades y habíamos dejado la cocina en un estado tan desastroso que si no nos llega a salir de rechupete, la madre de este nos habría colgado del palo mayor. Eso sí, nos hizo limpiar la escena del crimen hasta que brilló como los chorros del oro. Nunca más hemos cocinado sin ir limpiando poco lo que íbamos ensuciando. Bastante que nos cayó una vez la bronca, no queríamos volver a sufrir aquello. Pero en medio de las risas, Alatir se quedó fijo y con mala cara. Selim le preguntó que qué le pasaba.

- Nos hemos distraído demasiado. El súcubo ya está aquí - no pudimos evitar el preguntarle cómo lo sabía - ¿Sabéis esa sensación que tenéis en el estómago cuando estáis mintiéndole a alguien a la cara, y sabéis que estáis haciendo lo incorrecto? Pues es eso. Sé que está aquí. Se acabó la juerga... Por cierto, ¿dónde está John? Lo necesitamos.

Yo había visto dónde estaba: ocupado ligando con una chica muy guapa. Me costaba reconocerlo, pero había tenido buen gusto. Pelo rubio sedoso y ondulado, cuerpo esvelto, sonrisa dulce. No quería molestarlo, por una vez que le iba a dar una alegría al cuerpo, ya le podíamos dejar tranquilo. Además, era su cumpleaños. Les mostré, discretamente a nuestros amigos dónde estaba el chico y qué hacía. Cuando lo vio, Alatir se puso pálido.

- Pues esta vez más nos vale cortarle el rollo o será la última vez que ligue. ¡La rubia es el súcubo!

Entendí lo enorme que era el problema. Mucho más grande de lo que habíamos previsto. En ningún momento me imaginé que mi amigo podría caer en la trampa del objetivo. Poniendo aparte a Wilhelm, era posiblemente la persona más fuerte del grupo. Y eso era un problema mayúsculo porque en cuanto quisiésemos atacar al súcubo, su presa lo defendería incluso dando su vida para ello. No sabía qué podíamos hacer. No quería que mi amigo sufriese daño alguno, pero iba a ser imposible separarlo de ella. Además, a Hades le encantaban las rubias. No habíamos podido caer más mal. Lo comenté en voz baja, e Iván me oyó.

- Allí te equivocas, Elysa. A John no le gustan las rubias, son las morenas las que le hacen perder la cabeza.

Por mi mente pasaron un montón de insultos que preferí ahorrarle al camarero. No tenía la culpa de no haberse fijado nunca. De las diez novias serias que había tenido mi amigo, siete habían sido rubias y tres pelirrojas. Le informé, un poco enfadada, que no había salido nunca con ninguna morena, así que era bastante difícil que le gustasen.

Protesta lo que quieras - me dijo -  pero fue él mismo el que me lo contó. El que nunca haya salido con ninguna no quiere decir que en realidad, su preferencia, no vaya hacia ellas.

- Entonces igual podremos hacer algo sin tener que hacerle daño - dijo Wilhelm - Tenemos dos morenas bajo la manga.

Marie y yo, las personas en cuestión, quisimos clavarle el pica-hielos en sitios dónde hacía mucho daño, sólo por esa insinuación. Creo además, que la recepcionista, tenía algún arma escondida en las ropas, y no habría dudado en utilizarla contra él. Se estaba empezando a hartar y se notaba.

- No quiero ofender a nadie, pero no creo que funcionase - dijo Alatir - Para que la atención sea atraída, tiene que ser una persona que encuentre mucho más seductora que no el súcubo que tiene delante. Yo estoy enamorado como un idiota de Selim - a eso le llamaba yo una declaración de las gordas. Pude ver de reojo como su novio se ponía colorado - y ni lo reconocí cuando se acercó a salvarme. Para una víctima, no hay nadie excepto el súcubo. Selim, para mí, en ese momento, era simplemente alguien que me pareció increíblemente sexy. Creo que una parte de mi subconsciente recordaba que tenía novio, que se parecía mucho a esa persona que le hablaba mal a mi señora, y que me encantaba cuando se ponía agresivo. En ese momento sólo era instinto sexual. Pero aquí no tenemos esa ventaja. John está soltero, ninguna chica puede ejercer mayor influencia que la rubia con la que está. Creo que la única manera de salvarlo será por la fuerza. Y si es así, no auguro que lo conseguiremos, John puede que sea el humano más fuerte que conozco.

Alguien iba a decir algo, no recuerdo qué porque dejé de prestar atención al momento. El grupo de gente que teníamos entre mi amigo y nosotros nos empujó con risas. Oí un "iros a un hotel" seguido de una respuesta afirmativa por parte de Hades. Si dejábamos que se fuesen, mi amigo moriría y eso no lo iba a permitir bajo ningún concepto. Sin pensármelo un segundo, me incliné sobre la barra y le cogí a Iván una llave de un casillero que tenía allí, dónde guardaba ropa por si acaso me ensuciaba. Con la de gente que había y los empujones que solían hacerse, no era raro que alguna cerveza se te cayese encima.

- Si esa rubia quiere guerra, la va a tener - y me fui.

Tuve tiempo de escuchar cómo Marie le preguntaba al camarero qué había querido decir, así como la respuesta de este.

- Se va a por su Arma de Destrucción Masiva.

¿En qué consistía? Pues en un vestido negro, de lino fino, entallado, con la falda en caída libre hasta un poco más arriba de las rodillas, unos tirantes gruesos que se amoldaban perfectamente a la forma de mis hombros y el escote en U permitía ver algo, pero sobre todo esconderlo todo. A eso se le añadían unas medias de las que llegaban a medio muslo y que gracias a la forma del vestido no se veían cuando andaban pero sí se intuían al sentarse. Unos sencillos zapatos de tacón negros terminaban alzando mi figura. Para el maquillaje, la cosa era sencilla, pero terriblemente efectiva. Hades tenía razón en pensar que el exceso de pintura en mis ojos no me quedaba bien. Pero es que no iba a revelar uno de mis mayores atributos sólo porque saliese de fiesta. Reina había descubierto, hacía tiempo, que era enmarcando mis ojos con dos rayas negras, una arriba y otra abajo, que mi mirada se volvía más profunda y fuerte. La mayor ventaja de ese atuendo, y sobre todo con lo que de verdad iba a jugar esa noche, era que mostraba lo justo y dejaba a la imaginación de los demás el resto. Y esa última parte era una arma extremadamente peligrosa. La mente de una persona es mucho más inventiva que la realidad. Tenía que jugar esa carta si quería salvar a mi amigo de una muerte segura.

Me solté el cabello y guardé la ropa que me había traído antes de salir. Cerré la puerta de la sala con violencia para atraer las miradas. Aunque en realidad sólo una me interesaba, y del rabillo del ojo pude ver que lo había conseguido. Estaba contenta de que aún estuviesen allí. Tenía miedo que el tiempo que había tardado en cambiarme hubiese bastado para que se fuesen. Ahora a quién no se le iba a escapar era a mí. No me fui directamente hacia ellos, di un rodeo por la sala. En un momento, me dirigí directamente hacía Hades para que me viese encaminarme hacia él decidida, pero cuando estaba seguro que le iba a hablar, giré radicalmente de dirección, sin mirarle un segundo más, di la vuelta al grupo de borrachos que habían entre él y nuestro grupo y me senté apoyándome en la barra para pedir una copa.

- Iván, un Vodka Martini - y le guiñé un ojo claramente para que todo el mundo lo viese.

La reacción de mi amigo no se hizo esperar. Actuó tal y como esperaba que lo hiciese. Se llevó a su conquista hasta dónde estaba yo y me habló.

- ¿Su Martini que será, agitado y no removido, como James Bond?

Ya me giré en mi taburete y crucé las piernas apoyando mi espalda en la barra para estar completamente en frente de él.

- Eso a usted no le importa - le dije con mi tono más seductor pero despectivo a la vez - tiene una rubia a la que entretener. No me moleste - y me volví a poner cara a la barra.

Mi plan era sencillo, pero arriesgado. Pretendía seducirlo lo suficiente para que se despegase unos momentos del súcubo, y así darles a Alatir y Selim la oportunidad de capturarlo. Esperaba que mis compañeros hubiesen entendido la idea. Por ahora el plan había funcionado a medias. Tenía su atención pero seguía pegado a ella. Por eso había usado el método de ser despectiva: o atraía más su atención o lo perdería para siempre. Aquella parte de mí que le había dado una patada a la princesa de la Villa de los vampiros estaba en mi fondo hirviendo de rabia. Le habría hecho lo mismo a esta. Pero tenía que calmarla, Hades habría intervenido y yo no podía contra él. Por suerte para mí, mi indiferencia le picó.

- Podría ser un poco más amable, ¿no cree?

Apoye mi codo en la barra y sostuve mi cabeza con la punta de los dedos lo justo para que mi pelo cayese cómo una cascada marrón.

- No he venido aquí a hacer amigos. Mi propósito es completamente distinto.

En sus ojos, brilló una pizca de malicia. Sabía a lo que me refería. Por ahora había conseguido que no le prestase atención al súcubo, pero lo seguía teniendo de la mano. Así que preferí atacar a lo duro. En ese mismo instante, Iván me trajo el Martini. Bebí un sorbo sin apartar mi mirada de los ojos de Hades y luego deposité la copa sobre el bar. Me incliné hacía él, apoyándome en sus muslos y le susurré al oído.

- Quítate de encima a la rubia que te acompaña e igual puedo compartir contigo mi propósito de esta noche tan larga.

Para incrementar el efecto, le di un suave mordisqueo en la oreja. En mi experiencia, eso jamás había fallado. La gente parece que lo ignora, pero las orejas son una de las zonas más erógenas del cuerpo. Esta vez tampoco lo había hecho. Vi como mi amigo tembló un poco con ese gesto atrevido y se decidió por algo. Se apartó de mí con una sonrisa maliciosa y yo hice como que volvía a prestar atención a la copa. Él cogió a la rubia y la apretó fuertemente contra él. La chica, tuvo que pensar que sus encantos habían sido superiores a los míos, pero se equivocó. Por el espejo de detrás de la barra, pude observar cómo le daba un beso en la mejilla y se separaba de ella. Antes de que pudiese hacer ningún movimiento, la chica se vio rodeada de Alatir y Selim. Creo que le instaron a acompañarlos de manera discreta. Al principio ella no quiso pero Selim le dijo algo que la dejó pálida y los siguió tranquilamente.

Habíamos resuelto un problema, pero no el otro. ¿Qué íbamos a hacer ahora con Hades? Este se me volvió a acercar. Tuve que sonreír maliciosamente. En mi interior, mi parte más bestia le habría dado un golpe en la cabeza y lo habría abandonado en su casa con todas las salidas cerradas. No obstante, otra versión de mí, que cogía las riendas de mi cuerpo, se habría dejado llevar por esos ojos negros hasta lo más profundo del infierno. Hades se apoyó en la barra con un brazo. No estaba cerca de mí, pero tampoco lejos. Estaba jugando conmigo tanto como yo lo había hecho con él. Eso me hacía sospechar que los efectos del súcubo no lo habían dejado tan atontado cómo me habían dicho que lo harían. Puede que mi amigo fuese más fuerte de lo que pensase, pero no lo suficiente como para resistirse a la rubia.

- Bueno, ¿y ahora? - me preguntó él mostrando una sonrisa Colgate®.

- Ahora me termino la copa - dije llevando mi copa a mis labios y bebiendo lentamente deliberadamente - y vemos qué se puede sacar de ti.

Cuando dejé la copa para prestarle atención, él me la cogió y bebió un poco. Cuando la dejó me dijo a oreja que allí poco podría descubrir. Utilizó el mismo truco que había usado yo antes. Esto iba a ser más difícil de manejar de lo que me había imaginado. No se iba a dejar manipular tan simplemente. Sabía qué hacer y cómo conseguir que yo le siguiese el juego como una idiota. Me di cuenta que su estilo era peligroso.

- ¡Eres un cazador! - esa afirmación me había golpeado como una maza y su sonrisa maquiavélica detrás de la copa me lo confirmó.

- Tú también - me dijo - pero de otro estilo. Yo atacó sin compasión y directamente a la yugular. Tú, en cambio, juegas con la presa. La mareas de tal forma que tiene que acabar rendida a tus pies - se me acercó aún más. Podía sentir su respiración demasiado cerca de mí como para que fuese sano - Sin embargo - me cogió un mechón de pelo y lo besó - te aburres. Buscas a quién se revele un desafío, quién te patee y masacre de tal forma que sólo puedas acabar cómo tus presas habituales. Si siempre ganas no tiene gracia. Pero jamás te han vencido. Acaban como meros esclavos a tus deseos.

Su sonrisa malvada hizo que se me acelerase la respiración. Lo conocía desde que tenía ocho años y jamás había visto esa versión dark de él. ¡Quería más! Una parte de mi cerebro se había desconectado y se había quedado babeando mirándole. De repente, en mi cabeza, alguien cerró la puerta de la babosa descerebrada. Era una versión de mí más refinada, mas lista, más diabólica. Me miró con una sonrisita apoyada en la puerta que había cerrado.

- No hagas caso a esta idiota. Resístete. Tiene razón él, si no lo haces, no es divertido.

La misma sonrisa se había dibujado en mi cara y lo alejé de mí.

- ¿Qué te hace pensar eso? ¿Qué te hace creer que soy una damisela en apuros que sólo quiere un caballero de blanca armadura la salve?

- Oh no, no eres una damisela - dijo él, volviéndose a acercar más cerca aún - eres el Lobo Feroz que se quiere comer a Caperucita, la abuelita y el leñador. Y prefieres los caballeros de negra armadura.

Eso último me lo dijo mordiéndome el cuello suavemente. Una cosa se podía decir, era honesto. Iba en plan bulldozer y arrollaba a su víctima con su impresionante constitución. Yo intentaba resistirle, pero la cosa no era nada sencilla. Pero antes de que mi cerebro se acabase de desconectar del todo, y la versión mía que había dicho que me resistiese me diese una patada en el culo por idiota, un brazo se me cruzó. Subí con la mirada a ver a quién pertenecía y vi a Wilhelm. Este me habló en el oído para no tener que gritar demasiado por encima del ruido ambiente.

- Alatir y Selim se han llevado al súcubo sin problemas. Yo me voy a llevar a Marie a su casa, poco más podemos hacer aquí. ¿Podrás con él?

Le pedí un segundo a Hades poniendo un dedo en mi boca y giñándole un ojo. Luego me giré hacia el vampiro y le dije:

- Ya me ocupo yo de nuestro espárrago gigante. Lo voy a llevar a casa sano y salvo. Ya puedes tranquilizar a todo el mundo, no se va a hacer comer por nadie. Ah, y antes de que se me olvide, dile a la belleza que te acompaña, que nada de apuestas.

Wilhelm se fue riendo casi a carcajada limpia. No podrían decir que no lo hubiese intentado. Me volví a centrar en mi amigo y me lo encontré con cara de pocos amigos.

- ¿Quién era ese payaso? - para mi interior, sonreí malévolamente.

- Nadie que a ti te interese - me acabé la copa de un trago y hable como para mí - me pregunto si los vampiros pueden curar heridas.

Hades me retiró el pelo de la cara y me puso el mechón detrás de mi oreja.

Algunos pueden hacerlo - su sonrisa ya no era la del cazador, se parecía más al amigo que siempre había conocido. Y así estaba mucho más guapo. Era más él - pero es un poder de Arcano y sólo pueden curar cosas como huesos rotos o heridas de arma blanca. Ninguna enfermedad o infección. ¿Resuelve esto tu duda?

- Más o menos - le sonreí tranquilamente - el vampiro que me curó no es ningún Arcano, pero supongo que no está lejos de conseguirlo.

- Puedes apostar por ello. Aunque es un poder raro, se suele desarrollar más en aquellos que supieron controlar sus más bajos instintos durante el periodo previo - yo ya me empezaba a preguntar cómo sabía todo eso, pero él cambió de tema - bueno, ¿qué te parece si nos tomamos una última copa en mi casa?

- No pido más que eso - le dije sonriendo.

Era verdad, sólo quería que este Hades que intentaba ligar conmigo se fuese. Me hacía sentir incómoda. No era el amigo de siempre, y a mí me gustaba más ese. Recogimos nuestras cosas, nos despedimos de Iván y llamamos a un taxi. En el camino de vuelta, procuré estar lo más lejos posible de él. Quería que se aguantase lo más posible. Lo difícil iba a ser cuando llegásemos a su casa. Allí no habría nada que lo retuviese. Por suerte para mí, haciendo limpieza, había descubierto algo que podría serme muy útil. Nos bajamos del taxi y me presentó su brazo para que lo cogiese. Si no hubiese sido él, habría dejado llevarme con mucho gusto. Subiendo en el ascensor, tengo que admitir que la tensión estuvo al rojo vivo. Su mirada ardía como la lava y parecía recorrerme toda entera, disfrutando. No me desvestía, se me comía con los ojos tal y como estaba. Era mucho más atractivo que no cualquier otro movimiento. Pero en ningún momento se me acercó. Al llegar a su piso, me abrió la puerta y me guió hasta su casa. Entramos tranquilamente. Colgamos los abrigos y él se dirigió hacia la cocina. Yo me entretuve mirando los libros. Lo oí trastear unos segundos, pero de repente nada. Me giré preocupada y me lo encontré bloqueándome contra la estantería. Se había remangado las mangas y se había pasado la mano por el pelo como muchas veces hacía cuando cocinaba. Su persona era mucho más impresionante desde ese punto de vista. Sin dejarme un momento para decir nada me acarició la mejilla y me besó. Fue un beso sencillo, sin la pasión que se esperaría en ese tipo de encuentros, pero a mí me dejó sin aliento. Fue mucho más dulce de lo que me había imaginado y me había dejado pidiendo más pero sin obtenerlo.

- Llevaba toda la noche queriendo hacer esto - me dijo con una sonrisa malvada y se volvió a la esquina dónde estaba la cocina.

Yo me quedé en el mismo sitio dónde me había dejado intentando recordar cómo me llamaba. Al poco volvió con dos copas en la mano. No sabía qué era, pero conociéndolo, las había hecho él. Tenía bastante buena mano, aunque su hermana Ariadna era toda una artista. Me tendió una copa diciendo:

- Ya sé que beso bien, pero cierra la boca mujer - y con un dedo le me levantó la mandíbula.

Yo decidí que hasta allí habíamos llegado y que el juego tenía que parar ya. Le cogí la mano, y me lo llevé hacía la puerta del pasillo octogonal, no sin antes pasar por las encimeras que había en mitad del salón y que usaba para cocinar, en dónde dejé las copas. Le di un beso largo y lleno de intenciones.

- Dejémonos de preliminares y tanteos.

Él sonrió golosamente y se me llevó a su cuarto casi en volandas sin dejarme de besar ni un momento.



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E: Y hasta aquí puedo leer.
H: ¡Serás guarra! No te pares aquí, ¡continúa!
E: Aprende de tus errores, guapo.
H: Vale, vale, ya retomo yo.

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A la mañana siguiente me desperté con un horrible dolor de cabeza que combinaba con el de mi hombro derecho. No tenía los ojos aún abiertos pero sabía que la habitación estaba en la penumbra, con la luz que ilumina lo justo para que supieses que es por la mañana, pero sin que eso te ciegue. Era ese tipo de luminosidad que te invitaba a quedarte en la cama un rato más, acurrucado entre tus sábanas, abrazado a lo que tuvieses más a mano, una novia, la almohada, tu perro, tu gato, la botella de vodka de la noche anterior..... ¿? Sigamos.

Sabía que no tenía que querer recordar lo que había pasado pero lo intenté. Los primeros momentos aún estaban claros. Nos habíamos reído y habíamos bebido más de la cuenta. Había sido el cruzarme con esos ojazos verdes que había sido mi perdición. ¿Cómo no había podido darme cuenta de que esa chica era el súcubo? Las mujeres espectaculares no se fijaban en mí ni para pedirme la hora, como para querer ligar conmigo. Había para darme una hostia detrás de otra. Pero de eso ya se encargaba el martillo que había en mi cráneo.

Abrí los ojos y lo primero que vi fue una mata de pelo marrón acurrucada en mi pecho. Durante un segundo tuve un escalofrío hasta que levanté un poco la sábana y vi que Elysa aún llevaba su vestido negro. El suspiro que di fue enorme. Después, se me pasó por la cabeza mirarme a mí mismo. Ya no llevaba mi camisa pero si los pantalones. No estaba seguro de querer saber qué había pasado esa noche. Con mis movimientos mi amiga se despertó. Casi temía el momento en el que me hablase.

- Que no te voy a comer - me dijo suavemente como saludo.

- Ya lo sé.

Me preguntó si recordaba lo que había pasado la noche anterior. Le dije que sí. Recordaba perfectamente haber estado ligando con ella de la manera más brutal y desvergonzada posible, algo que normalmente jamás habría hecho. Pero también recordaba cosas que no pensaba admitirle ni borracho. Contrariamente a lo que cualquiera podría pensar, podía rememorarme cada detalle de lo que había pasado, cada pensamiento que había tenido, cada sensación que había sentido, y todo eso con mucha más claridad que otros eventos de mi pasado. Por ejemplo, aún podía ver el momento en el que Elysa se inclinaba debajo de mi cama y sacaba el par de esposas que aún me ataban al dosel de mi cama. Ese había sido el punto de inflexión de la noche. Era como si algo dentro mí hubiera hecho sonar una alarma de desastre sobrenatural y me hubiera hecho reaccionar. En cuanto me vi atado, dejé de querer saltarle encima. Volvía a ser yo mismo. Se lo hice saber sonriéndole dulcemente y haciendo que se acurrucase simplemente entre mis brazos. Ella se dejó. La tapé, la rodeé con el brazo que tenía libre y nos dormimos. Por si acaso, no me quité las esposas hasta ese momento de la mañana.

Estuve mirando a Elysa mucho rato. Ninguno de los dos habló, sólo nos observamos. De vez en cuando sonreímos, sin que ninguno de los supiese bien porque. Era extraño, pero me sentía bien a su lado. Estaba tranquilo, reposado, como si estar allí fuese lo más normal del mundo. En un momento ella hizo una mueca hinchando las mejillas y poniéndose bizca que nos hizo saltar de risa a los dos. Estuvimos riéndonos un buen rato, volviendo a ser los dos de siempre.

Yo me levanté y le propuse un té, cosa que aceptó aunque primero quiso ducharse. Yo le dije que tenía ropa y que sabía dónde estaba cada cosa. Se lavó velozmente, el tiempo de que yo calentase el agua y dispusiese la caja de infusiones para que se escogiese una. Al salir, llevaba una vieja camiseta mía que secuestraba para estar por mi casa tranquilamente y unos pantalones que sospechaba que tenían el mismo origen, pero como le gustaban los pijamas amplios no podía estar seguro. La dejé dudando entre qué escogerse y me fui yo bajo el agua. Sentir esa tibieza recorrer todo mi cuerpo y luego quedarme un poco húmedo para no perder la frescura me encantaba. Salí del baño secándome el pelo con una toalla.

- Como tu madre te vea así, te transforma en paté para perros - me dijo mi amiga desde detrás de una taza.

- Por suerte para los dos - dije poniéndome la toalla en un hombro - vivo solo, ella no está aquí y puedo hacer lo que me dé la gana.

Me dirigí a prepararme mi té y luego a cogí unas galletas que había hecho tres días antes y le propuse a mi amiga. Parecía que hubiese soltado al Monstruo de las Galletas de la forma en que se tiró a por ellas. Aún me estaba riendo cuando sonaron a la puerta. Eran Selim y Marie. Los dejé pasar. Como mi madre me había bien educado, les propuse una bebida caliente y algo para comer. Aceptaron. Cuando nos hubimos instalado en la mesa de madera que usaba cuando venía a comer mi familia numerosa, les pregunté qué hacían en mi casa a esas de la mañana. Tenían que ser las nueve, y un veintidós de Diciembre no se tenía que visitar la gente tan temprano, y menos después de una noche de fiesta. Los dos se miraron y Marie sonrió.

- Antes de nada, ¿cómo os fue la noche en cuanto nos fuimos?

En mi cerebro empezó a sonar una alarma. Miré a Elysa y deduje que le sonaba la misma que a mi. Ella miró a la recepcionista sospechosamente y luego sus ojos se encontraron con los oscuros del sirio, que no sabía dónde ponerse.

- ¿Qué habéis apostado?

El chico se resistió, pero ella era un as de los interrogatorios. Habría hecho admitir al psicópata más maquiavélico cualquier cosa, Selim no tenía escapatoria. Ventajas de ser la hija de un inspector de policía, aprendes rápidamente cómo detectar una mentira y cómo sonsacar la verdad.

- Si habéis pasado la noche juntos, Marie deja de dar la lata durante un año, sino... tenemos que sufrir un interrogatorio - la recepcionista protestó diciendo que era una entrevista - ¡Es lo mismo! Decidme que no he metido a Alatir en un lío.

Mi amiga y yo nos miramos, casi me sabía mal por ellos.

- Lo siento Selim - dije yo - técnicamente sí que hemos pasado la noche juntos, pero si la apuesta era sobre si nos habíamos acostado o no, creo que tu chico te va a matar...

Marie pegó un bote de alegría y una exclamación que me hizo pensar que jamás tenía que aceptar una apuesta con ella sobre una entrevista, y sobretodo avisar a Elysa que tampoco la hiciese. Dejemos que la recepcionista jubilase un rato más y que el sirio se hundiese más en la miseria. Yo aproveché para poner todos las cosas sucias en el lavaplatos y dejar la toalla en la lavadora. Volví al comedor cuando Marie estaba proponiéndole algo a mi amiga. Corrí para intentar evitar el desastre, pero no era tan gordo como pensaba.

- Necesitamos a gente que hubiese estado en la misión y que no se pueda ver afectado por ella. Alatir y el espárrago aquí presente - protesté, bastante acomplejado me sentía ya con ser alto y no tener un gramo de músculo para que metiesen el dedo en la llaga - quedan descartado desde un principio: el inglés está sólo con un hombre porqué está enamorado de Selim, y este ya se vio la actuación de anoche. Yo no puedo y Wilhelm tampoco. Sólo quedáis vosotros dos. Va, por favor, si te vas a divertir.

- Pero si no he interrogado a nadie en mi vida - protestó mi amiga.

Mentira podrida. Había hecho escupir a mi hermana mayor Clara que estaba embarazada cuando sólo tenía veinte años, el súcubo tenía cero posibilidades con ella. Mi mirada tuvo que hacerle deducir la verdad a Selim porque la tranquilizó diciendo que iba a estar con ella todo el rato y que no tenía por qué preocuparse. Elysa acabó aceptando. Yo los quise acompañar, digamos por el morbo de ver de nuevo a esa mujer sin el peligro de que me afectase.

Nos fuimos a vestir y Marie nos llevó al Centro. Yo estaba que me moría de sueño. Estaba perturbando mis horarios de tal manera que en Navidades iba a dormir como un lirón durante una semana entera. Cuando llegamos, fuimos acogidos por un ladrido que ya empezaba a ser familiar. Cerbero corrió hacia su dueña y le saltó encima extremadamente contento. Detrás vino Andrew, el abuelo de Elysa. Parecía de mal humor, no quise investigar, quería tener un perfil bajo con él. Si se enteraba de lo ocurrido la noche anterior, no me dejaría salir de fiesta con mi amiga nunca más. El perro me dio un golpe con el morro, como diciendo que estaba allí y que le diese una caricia. Eso mismo hice.

Después de los saludos y de dejar a Marie en su puesto de trabajo, Andrew nos llevó a su departamento, el decimonoveno. Bueno de hecho iba del piso diecinueve al veintidós. El hombre era el dueño y señor de ese lugar y era horrible lo que se parecía a una comisaría de policía. Mesas de despacho esparcidas por doquier, carteles de buscados en las paredes, tablones de casos cada pocos metros, caras preocupadas y concentradas en enigmas. El café malo que estaba en cada esquina me mareaba. A mi me habían enseñado desde pequeño cada paso del buen café, encontrarme con uno malo hacía que me diesen ganar de abrir una cafetería allí y hacerles probar lo que era de verdad un café. Refrené mis instintos.

Conforme avanzábamos, este lugar me recordaba cada vez que había ido al trabajo de Hugo, el padre de Elysa, cuando era pequeño. El hombre me caía muy bien pero aquel lugar me hacía sentir fatal, como si no fuese mi sitio. Por el contrario, el despacho de Helena, la madre, me encantaba. Era hasta divertido mirar los casos con ella.

Atravesamos varias salas grandes llenas de personal. Andrew nos iba explicando que habían secciones, como en las comisarías. Yo apreciaba mucho al abuelo de mi amiga, pero a la cuarta sala, mi cerebro se desconectó. Hice que de perdiera en el vacío de mi mente sin pensar en nada, no quería recordar lo que había pasado la noche anterior y menos saber qué estaban explicando ahora. Anduvimos cerca de diez minutos a través de pasillos y salas. Era increíble lo que se podía hacer con un sala e imaginación. Cada Departamento era distinto al anterior, cada uno tenía su particularidad y fuerza propia. Estaba impresionado.

Acabamos en un pasillo un poco oscuro, de paneles que imitaban la madera y suelo de piedra. Andrew nos hizo entrar en una sala. Tenía una mesa con tres sillas, una cafetera a la que ni me atreví a acercarme, unas estanterías y una pared entera que era una ventana hacia otra sala. Se veía al súcubo esperando, con cara de cansada, en una silla barata delante de una mesa de metal. Eran las salas de interrogatorios. Selim se llevó a Elysa fuera, supongo que para preparar el interrogatorio. Yo observé un rato a la joven sentada. La recordaba perfectamente de la noche anterior. Aquellos ojos verdes que me habían hipnotizado, esos finos labios que recordaba besando, ese pelo sedoso que aún podía sentir deslizarse entre mis dedos. Toda ella estaba hecha para seducir, sin embargo...

- Marie me ha contado lo que pasó ayer.

Andrew me sacó de mi escrutinio. Bajé un poco la cabeza algo avergonzado y me giré hacia él.

Lo lamento mucho.

- No te preocupes hombre - me sonrió - nadie puede resistirse a un súcubo la primera vez que lo ve. Tu tranquilo hombre, no te voy a disparar por ello.

- No es eso - intenté protestar pero él no me dejaba. Tuve que alzar la voz para admitir algo que no había podido hacer ni a mí mismo esa mañana - ¡El súcubo jamás me interesó! Fue un medio para conseguir un fin. Si, me afectó, pero fue cómo si me liberase de mis ataduras. En realidad fui yo quién la seducí a ella para atraer la atención de otra persona... y lo conseguí.

Esperé a que las palabras hicieran efecto en mi interlocutor. No tardó nada en darse cuenta de lo que había pasado. En el momento en que había cruzado mi mirada con aquella belleza y que había visto que yo era su objetivo, mi mente ideó un plan del que jamás me había pensado capaz. Era cómo si otra persona, sin problemas morales de ningún tipo, cogiese posesión de mi cuerpo e hiciese cosas que apenas me había imaginado haciendo. Él tenía mucha más confianza en sí mismo y tenía un solo objetivo. No sabía cómo reaccionar. Sabía que la opción más fácil era esconderse detrás del echo que había sido el súcubo que había hecho el primer paso y hacer pasar todo por su influencia. Pero eso no era honesto, no me sentía bien conmigo mismo y tenía que explicárselo a alguien. No sabía porqué, un abuelo armado con una 9mm me había parecido la mejor opción. Este tardó un poco en decirme algo.

- Vas a tener que presentar disculpas a la joven que hay en esa sala - estaba de acuerdo, iba a hacerlo en cuanto acabasen - En cuanto a mi nieta, lo mejor será que no le digas nada - yo estaba atónito, ¿quería que no le mintiese a mi mejor amiga? - ¿Cómo crees que se va a sentir cuando le expliques la verdad? ¿Cómo te habrías sentido tú? Ahora es una misión de rescate. Te ha salvado de las garras de una muerte segura. Si le dices la verdad, habrá un montón de consecuencias que puede que no mesures aún. Si de verdad quieres simplemente continuar como un amigo, mi consejo es que no digas nada. Por el contrario, si piensas que puedes sentir algo por ella, como dicen en inglés "be my guest", pero recuerda que tengo siempre encima una Colt Python.

- No hace falta que me amenaces, Andrew.

Ya me había quitado cualquier gana de ser honesto con mi amiga, prefería evitarme agujeros de bala de una pistola de ese calibre, sabía demasiado bien lo que podía hacer. Él intentó decir algo pero en ese momento entraron Selim y Elysa en la sala y yo prefería no escucharlo ya. Se sentaron enfrente de ella y mi amiga le tendió una botella de agua.

- Buenos días - saludó Selim. El súcubo les miró con malos ojos - antes de empezar, por favor, díganos su nombre, edad, fecha y lugar de nacimiento, y ocupación.

- Lily Barch Lilith - Elysa y yo nos extrañamos muchísimos, al mismo tiempo. Esperaba que lo comentase después - Nacida en Bordeau un quince de Octubre hace veinticinco años. Soy pastelera como mi padre.

- ¿Eres una hija de Lilith?

Mi amiga lo pregunto de una manera mucho más respetuosa de lo que me imaginaba que podría hacer. Su interlocutora pareció tan sorprendida como yo.

- Si, y esta marca lo demuestra. Nos la tatúan a todos al llegar a la adolescencia - mostró un símbolo en su mejilla izquierda. Parecía una M mayúscula barrada verticalmente. Era algo sencillo que se podría haber escondido en cualquier lado, pero ella prefería mostrarlo en su cara - pero lo que no me habéis dicho es la razón por la que me habéis arrestado. Que yo sepa, ligar en un bar no es ilegal, por mucho que el hombre sea del Centro de Departamentos.

- A menos que seas un súcubo - dijo Selim - cuando os alimentáis no dejáis ni hueso.

- ¡No digas disparates! Una ley de mi madre nos prohibe matar al alimentarnos - parecía realmente ofendida por lo que habían dicho - Los casos que se alimentan en exceso son perseguidos por nosotros mismos. Además, es idiota lo que dices. ¿Qué es más listo? ¿Matar a tu presa y no poder volver al coto de caza o hacerle pasar una noche inolvidable a un hombre, que corra el rumor y que tú puedas alimentarte las veces que quieras? ¡Es de sentido común!

Selim empezó a argumentar con ella sobre el hecho de que sólo se hubiesen visto súcubos del primer tipo. Yo observé como Elysa parecía pensar una razón para este follón. Yo ya tenía mi idea, pero no podía hacérsela pasar, tenía que llegar por ella misma. Después de cerca de diez minutos de discusión ella intervino.

- Señorita Barch Lilith... - ella le dijo que la llamase Lily, que de señoritas Barch Lilith habían ya demasiadas - Lily, ¿alguna vez le has quitado un ligue a una joven vampiresa que estuviese en ese bar? Una rubia despampanante, subida en unos tacones y con un ego sobredimensionado.

- ¿Cómo lo ha sabido?

¡Esa era mi chica! Había llegado a la misma conclusión que yo. Barbie Princesa de los Vampiros había usado la influencia de mamá para quitarse de en medio a una competidora demasiado seria cómo para hacerlo ella misma. La pobre chica era sólo una víctima. Elysa se lo explicó. El súcubo casi explota.

- ¿Cómo se atreve? No tiene las narices para enfrentarse a mí pero si para pedir que hagan su trabajo sucio. ¿Qué tipo de persona hace eso? - de repente se sentó exhausta - Bueno, eso da igual. Me muero de hambre. Me privasteis de mi comida. No iba a hacerle nada, aparte de hacerle pasar una noche inolvidable - casi prefería que se quedasen con esa versión - ahora me tengo que caer por los suelos sin nada que comer.

- Puedo mirar si en la cafetería del edificio tienen una manzana o un zumo, si quiere - dijo mi amiga.

Tanto Selim, como el súcubo se quedaron atónitos, deduje que la razones diferentes. El chico parecía no saber por qué le proponía esa fruta específica, y ella era cómo si no se creyese lo que oía. De mi lado, Andrew estaba igual que Lily. Le oí preguntarse cómo sabía ese detalle. Por mi parte, no acaba de entender la razón, pero sabía que había hecho bien proponiéndole aquello.

- ¿Cómo sabes que las manzanas son los únicos sustitutivos que podemos permitirnos los hijos de Lilith? - el sirio no entendía ya nada, era casi divertido - ¿Conoces la historia de Lilith, no? Fue la primera mujer de Adán, pero se independizó de él. Después, cuando Eva se comió la Manzana de la Sabiduría, esta se volvió la representación del Fruto Prohibido para los hombres. Sin embargo, a nosotros los súcubos es lo único que nos permite resistir en caso de emergencia y cuando somos pequeños, que crecemos alimentándonos de eso. Es muy raro que alguien externo a nuestro mundo lo sepa.

Me giré sospechoso hacía Andrew. Que Elysa y yo supiésemos cosas que no tendríamos que saber empezaba a ser normal, pero que él lo hiciese era ya muy raro. El abuelo me miró muy sonriente.

- Mi mejor amigo es un súcubo. Mi nieta te habrá hablado de él: Louis.

Me quedé a cuadros. Claro que había oído hablar de Louis. Después del tío Príamo, era el segundo famoso de la familia a quién, en casi veinte años, aún no había conseguido ver ni una vez. Según había oído, los dos eran como dos polos opuestos. Si Príamo era alguien reservado que pocas veces se mostraba, Louis era un encanto de hombre que siempre aparecía en el momento más extraño y pasaba cual huracán. Ahora entendía mejor porque todo el mundo parecía adorarle en cuanto venía. Pero a mí siempre me había atraído mucho más el segundo hombre. Al ser tan cerrado, lo único que querías era conocerlo. La familia de Hugo, el padre de Elysa, sólo lo conoció cuando era un adolescente. Por lo visto, a los dieciocho años se fue de casa para vivir su vida solo. Si de un lado siempre lo han tachado de antisocial y gruñón, por el otro parecía que fuese el niño prodigio que todo el mundo quiere pero no puede estar siempre allí. Por lo que había oído, era un escritor de cuentos para niños que tenían cierto éxito. No veo cómo eso se puede asociar con un carácter cerrado. Pero, ¿qué podía decir yo? Jamás lo había visto.

De repente un hombre de Andrew entró corriendo y nos informó de algo extraño. Yo decidí ir a informar a los que estaban en la sala de interrogatorios mientras el jefe del Departamento se iba a intentar arreglar alboroto que se había montado. Definitivamente, ese sitio parecía más un corral de gallinas que no un lugar serio. Entré en la sala y vi como a Lily se le iluminaba la cara.

- Hombre, si no es nuestro hombre de anoche. ¿Cómo estamos?

- Ocupados por ahora. Y antes de que digas nada, casi te traigo un pastel de manzana antes de que te me acerques de nuevo – preferí cortarla rápidamente. Si la noche anterior sus encantos habían tenido poco efecto en mí, ahora es que me era totalmente indiferente – Pero no he venido por eso. Lily, ¿no tendrás un hermano pequeño por casualidad? Un niño de unos cinco años de edad rubito y de ojos verdes como tu.

La joven se levantó de un golpe muy asustada.

- ¡Lilian! – en esa familia iban a ganar el premio a la originalidad. La madre se llamaba Lilith, la hija Lily y el hijo Lilian. No quería saber cuál era el nombre del padre - ¿Qué hace aquí? ¿Cómo es que ha venido? ¡Tengo que ir a hablar con él!

- Lamento decirle que eso no puede ser – dije yo, peor la corté antes de que me interrumpiese de nuevo – vamos a ir a ver qué quiere y si podemos lo traemos con usted, ¿de acuerdo?

- ¡Lilian es un niño pequeño! Se quiere hacer el mayor para cuidar de nuestro padre y de mí, pero aún no tiene la fuerza necesaria. La tendrá, pero cómo mínimo dentro de diez años. No le hagan nada, se lo suplico.

Tranquilicé a la joven. Me llevé a Elysa y sobretodo a Cerbero, tenía un plan. Bajamos rápidamente hacía el hall de la entrada, que es dónde se había producido el follón. Mientras íbamos de camino, le fui explicando lo que el hombre nos había ducho. El chiquillo había entrado en el edificio, con un arma en una mano y en la otra una bolsa. Nadie sabía qué había en ella pero preferían no hacer nada por si era una bomba. Viendo cómo era la hermana mayor, lo más probable es que lo que llevase fuese algo completamente inofensivo.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, casi me dieron pena los agentes del Departamento de Seguridad. Andrew estaba pegando gritos sobre cómo habían tratado a un niño de cinco años. Los hombres estaban encogidos. Cualquiera habría visto que la criatura no era una amenaza y la habían tratado como tal. Mi amiga fue a echar una mano, a su abuelo, y entre los dos los pusieron más rectos que una estacas.

Aprovechando que estaban todos entretenidos, yo cogí a Cerbero y me lo llevé a dónde estaba el niño. Se había acurrucado en los brazos de Marie. Era una cosita bastante mona, muy asustado y que lloraba a moco tendido. Tenía los mismos ojos verdes que su hermana, pero el color de su pelo era más como el oro cálido. Contrariamente al de Lily, que era de un amarillo cómo el trigo.

Me acerqué al niño lo más tranquilamente posible. Tener cuatro sobrinos de aproximadamente la misma edad me facilitaba mucho a la cosa. Eso y tener una bola de rizos que estaba un 90% del tiempo más feliz que una perdiz a mi lado. El chiquillo no le quitó el ojo conforme nos acercábamos. Estaba sentado en las rodillas de Marie. Yo me puse a su altura. Sabía que mi altura podía impresionar a quien no estuviese acostumbrado y el pequeño ya había visto suficiente en una mañana.

- Hola - le sonreí - me llamo John, ¿y tu?

- Lilian - su voz era muy tímida. Ese niño era la monería personificada. Si Elysa se acercaba a él, no lo iba a soltar en la vida. Tenía que evitarle el trauma.

- Este pequeñín se llama Cerbero, ¿quieres acariciarlo? - parecía que tuviese miedo, así que lo fui acariciando poco a poco para que viese que al perro le gustaba y que podía hacer lo mismo. Al poco se atrevió y lo acarició. El bicho pareció gustarle mucho. Esperé un ratito más y le hice una pregunta - ¿qué es lo que llevas en esa bolsa?

- Un pastel de manzana de papá para Lily - el niño iba acariciando al perro tranquilamente. Ya no lloraba, lo que era un logro - si mi hermana no ha comido, podemos desayunar lo mismo juntos - su cara se entristeció - Lily me llama cada mañana a las 7:15 para desearme un buen día en el cola. Incluso aunque no tenga, me llama. Hoy no me ha llamado. Estaba muy preocupado - las lágrimas empezaron a caer de nuevo por sus mejillas - así que seguí su olor hasta aquí. En la entrada, un señor raro me dijo que sólo la podría sacar con el arma que me daba. ¡Pero sigo sin estar con ella!

El niño se puso a llorar de nuevo a lágrima viva. Marie lo acunó en sus brazos dulcemente. No sabía quién había sido el sádico que había dado un arma a una criatura de cinco años, pero como me lo encontrase delante, iba a lamentar amargamente el día que se había cruzado en mi camino. Pero ahora habían cosas más importantes que hacer. Me acerqué a él y le sequé una lágrima dándole un pañuelo haciendo que me mirase.

- No llores, va. Mira, Marie te va a acompañar al lavabo para que te laves esa cara tan roja que tienes y después te llevará a dónde está tu hermana. No te preocupes, Lily ha sido acusada falsamente de un delito que no ha cometido. La exculparemos y podréis salir los dos juntos. ¿Qué te parece?

Lilian movió rápidamente la cabeza muy contento. Pero luego pareció pensárselo un momento. No entendía el porqué hasta que vi hacia dónde iba su mirada furtiva. No pude sino sonreír.
- ¿Sabías que el Cerbero original, el perro de tres cabezas del que este tiene el nombre, era un guardián? - le ahorré el hecho de que vigilaba los Infiernos. Ya había pasado por uno hoy - así que, ¿porqué no te llevas a Cerbero para que os cuide a ti y a tu hermana hasta la salida de este edificio?

Sus ojillos verdes se iluminaron de ilusión. Si volvía a ver a Lily, le iba a proponer que le comprasen un perro. Parecían encantarles. Despedí al pequeño y a Marie. Mientras iba preparando mi discurso hacía Elysa para explicarle porque no tenía conmigo su cachorro que me había confiado.

Fue entonces cuando, por la puerta, apareció una beldad pelirroja. Una sonrisa se iluminó en mis labios. Una sonrisa que duró el tiempo que viese que llevaba una chaqueta que le había prohibido terminantemente coger sin mi permiso. Cosa que, obviamente, ahora no tenía. Corrí hacía ella y la abracé fuertemente antes de darle un coscorrón enorme en la cabeza.

- ¡Bruto animal!

- ¡Ladrona!

- Estáis en medio.

La voz alegre de Alatir sonó detrás nuestro. Nos apartamos y le iba a presentar a la chica con la que estaba cuando vi como la recorría con la mirada con segundas intenciones. Con el paso de los años me había vuelto un experto en detectar ese tipo de miradas, así que lo paré.

- Desconecta la función de rayos X de tu ojos si no quieres que te los arranque a bocados - mi agresividad le sorprendió - lo siento, es un automatismo - que no había funcionado la última vez, para mi desgracia - Te presento a Ariadna Hellson. Es mi hermana pequeña.

Tuvo la misma reacción que todo el mundo había siempre tenido: se quedó a cuadros. Mi hermana medía un metro sesenta y seis escaso, tenía los ojos azules, era pelirroja y era extremadamente delgada, aunque fuese su constitución natural. Se podía decir que éramos completos opuestos.

- ¡Lo sabía! - dijo Alatir - ¡Eres adoptado!

- Vuelve a decir una jilipollez del estilo y te mando volando a tu departamento de una hostia.

- John, no seas tan agresivo - Ariadna se lo tomaba bien - No es eso. Es que yo he cogido todo de la rama de nuestra madre y él es una fotocopia del tío Malcolm, hermano de nuestro padre. De hecho, todas las hermanas somos iguales y el único chico es así de rarito. Pero se le quiere igual.

- Gracias, yo también te quiero. Pero vayamos al grano, ¿qué haces aquí?

- Bueno, a ver, ¿cómo te lo puedo explicar?

Eso auguraban mucho problemas que tendría que resolver.

- ¿Empezando desde el principio?