- Sabes que Gilbert y yo vamos a ir a esquiar en año nuevo, ¿verdad? - claro que lo sabía - Pues ocurre que me tengo que inscribir a los exámenes orales de Enero vía internet, pero en la estación no hay wifi ni cobertura lo suficientemente fuerte como para poder conectarme. Las opciones se abren el uno de Enero y las buenas horas se llenan enseguida. ¿Crees que te podrías conectar a mi cuenta e inscribirte por mí? Por favor.
Y aquí estaba yo, resolviendo problema tras problema. ¿Vampiros sin soberano? Ya me ocupo. ¿Moteros que se pasan de la raya? Ya los controlo. ¿Súcubos acusados falsamente? Tranquilizo la cosa con un pastel de manzana que se mueve solo. ¿Hermanas descerebradas por culpa del novio idiota? Controlo mis ansias asesinas. Duramente, lo tengo que admitir. Gilbert... en serio, después decían que mi tío había sido sádico conmigo, pero algunos padres se merecían aparecer en un libro de récords. Pues lo que decía, Gilbert era el idiota que estaba con mi hermana y que habríamos todos enviado a freír espárragos. Lo malo es que esta vez no podía acusarlo a él, había sido un conjunto de circunstancias que me iban a fastidiar el año nuevo. Pero la cosa era tan sencilla que no podía decirle nada.
- No tengo problemas para conectarme. Me dices la hora a la que se abre todo y te apunto. Espero no tener que trabajar ese día, pero te inscribo en cuanto pueda - esta se iba a comer la hora más temprana que encontrase como que me llamaba John Hades Hellson. Aunque algo me olía mal - Hay algo más, ¿verdad?
Me miró con ojitos de niña pequeña.
- Necesito encontrar un perro para un examen práctico - ya sabía por dónde iba - ¿crees que....?
- Eso se lo preguntas tú a la dueña - le interrumpí - Aunque no sé si es buena idea. Cerbero es un cachorro de apenas cuatro meses de edad - exageraba, tenía que rondar los seis ya, pero eso mi hermana no tenía por qué saberlo - no va a estar tranquilo para que lo muestres a un montón de gente y encima lo manoseen.
Sobre todo me preocupaba el hecho de que se pusiese nervioso y se transformase en un bicho de seis metros y medio de alto con tres cabezas. A ver cómo explicaba eso Ariadna, y lo peor, ¿cómo se lo explicábamos nosotros a ella? Era una joven de veinticinco años que estaba en último curso de veterinaria. Había repetido alguna vez, pero es que la carera no era fácil, se lo admitía. Era aplicada y quería salir de allí con buenas notas. Nosotros no le decíamos nada porque le gustaban los animales y más aún cuidarlos. Y de paso, era veterinario gratis para todo el mundo. Nos venía de perlas. Aunque la verdad, prefería que se acercase a Cerbero lo menos posible. ¿Qué pasaría si el pobre animalito no tenía todo lo que tenía que tener la supuesta raza por la que se hacía pasar?
- Elysa podrá estar con él en todo momento. Pero es que tenemos que tener la posibilidad de traer un cachorro en clase y mostrar cómo nos las arreglamos. Los que no pueden, los llevarán a refugios para que los examinen allí, y sabes lo que me pasa allí.
Lamentablemente tenía razón. Ariadna no podía ir a un refugio sin que se le saltasen las lágrimas y quisiese adoptar a todo animal que se encontrase allí. En su casa ya había tres gatos refugiados. No quería que la familia continuase aumentando. Le dije que haría lo que pudiese, pero Cerbero no era el típico cachorrito que se deja acercar por el primero que pasa.
Justo cuando acababa de decir eso, otro tipo cachorro se me estampó contra la pierna. Una sonrisa radiante, unos ojazos grises enmarcados entre una melena negra como la noche aguantada como se podía por un lazo verde y un vestidito del mismo color eran los distintivos de esa niña tan adorable que corría por todas partes.
- Hola Winiefred - la saludé - ¿Qué haces por aquí?
- Hola - me respondió la hija del Jefe del Departamento de Mitología - Estaba jugando sola. Papá me ha dicho que esperase con Marie, pero no está. Al verte aquí he pensado que era buena idea pasar a decirte hola.
Había hecho bastante amistad con Winnie un día que su padre no había podido controlarla jugando y había acabado chocando conmigo. Tengo manos con los niños y acabé cuidado de ella unas horas. Como era de noche, habíamos jugado un poco, le había hecho algo de comer y luego la había estirado en la cafetería de mi Departamento, en un sofá que hay allí para descansar un poco. Un par de agentes habían protestado, pero un gruñido de mi parte les había callado. Desde entonces, a veces la niña salía huyendo de sus padres para venir a jugar conmigo si se quedaba hasta tarde. Yo la llevaba sin contemplaciones de vuelta con ellos, pero mientras, reía un poco.
Mi hermana me miró inquisitivamente así que tuve que presentarlas.
- Ariadna, esta es Winniefred Taylor. Tiene cinco años y es la hija de un jefe de Departamento. Se pasa más tiempo aquí que en su casa, pero es buena. Winnie, esta es mi hermana pequeña, Ariadna.
- ¿Tiene un segundo nombre como tú?
- Si, pero no es tan chulo. Se llama Ariadna Martha Hellson.
- ¿Algún problema con mi nombre? - mi hermana me acribilló con la mirada.
- Que el suyo mola más - Winnie no tenía problemas de decirle a la gente lo que pensaba. Yo no le contradije.
Mi hermana iba a decirme alguna cosa cuando un ladrido sonó a través el hall de entrada. Me giré y pude ver cómo Cerbero jugaba con Lilian. Detrás de ellos, Marie y Lily se dirigían hacia nosotros. Winnie salió corriendo hacia el perro y el niño para jugar con ellos, pero Lilian se asustó y se fue deprisa detrás de las piernas de su hermana.
- ¿Lilian? ¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo? – Winnie se acercó con el perro. Ambos tenían la misma cara de extrañados – No te va a pasar nada – se puso a su altura – En algún momento tendrás que ir a jugar con niños que no conoces. Además, esta niña parece tener tu edad, ¿no? – Winnie se lo confirmó - ¡Mira qué bien! Los mismos años que tú. Va, ves a jugar un poco con ella y luego nos vamos a casa, ¿vale?
Lilian dudó un poco más pero la niña no dejó que lo hiciera mucho rato. Lo cogió de la mano y se lo llevó. Al poco estaban jugando los tres como locos. Mientras, Ariadna había ido a hablar con Elysa. No quería decir nada, pero me parecía que las negociaciones iban a ser muy duras.
- Me preocupa un poco este niño – todos nos giramos hacía Lily extrañados – Ya tiene cinco años y es incapaz de hablar con nadie que no conoce. Yo a su edad ya tenía siete novios – no quise preguntar si todos a la vez, pero era lo más probable – No parece mostrar ninguna de las cualidad típicas de un íncubo – la versión masculina de los súcubos – Me preocupa. Igual tendría que hablar con Madre a ver si eso es normal.
- Igual es simplemente que tarda un poco más que los demás en crecer, pero luego ya alcanzará o incluso superará a cualquier otro de vuestros hermanastros – dije con intención de tranquilizarla – Mírame a mí, cuando era pequeño era gordito y bajito. Ahora soy un bicho-palo de casi dos metros.
Lily se giró hacia mí y sonrió.
- Oh, y tanto que te miro – su tono de voz varió a seductor y sus ojos me recorrieron por lugares un poco incómodos – De hecho, sólo pude hacer eso ayer – se apoyó en mi hombro, demasiado sensualmente – ¿Qué te parece si dejo a mi hermanito en casa, luego me paso por la tuya y…. concluimos lo que empezamos ayer?
- Sabes que ya no tienes efecto en mí, ¿verdad? – ni nunca lo tuvo, pero eso me lo callé.
- Eso no hace la cosa si no más divertida – se apoyó incluso más – Puedo traer una botella de vino, unas velas, corremos las cortinas, hacemos que nos traigan la comida y podemos ver qué ocurre luego.
Todo eso lo decía utilizando cada artimaña que tenía bajo la manga: miradas intensas, pestañeos lentos, cuerpo muy cercano al mío, voz grave y lenta, detallando cada aspecto de la velada, pasándose los dedos por los labios y mordiéndoselos para que mi mirada se quedara en ellos. Un hombre normal habría caído la noche anterior, pero yo me había quedado de hielo. No me afectó ninguno de sus trucos. Marie no podía intervenir porqué había quedado claro que la mujer no era peligrosa. Era cosa mía el quitármela de encima, si quería. Cuando iba a ser lo más educado posible, una voz, que lo fue mucho menos, intervino.
- Quítale tus zarpas de encima si no quieres que te estrangule.
Los dos nos giramos hacia la persona que había hablado. Obviamente yo ya sabía quién era sin verla. Elysa estaba extremadamente tensa y su mirada decía que lo del estrangulamiento era su idea más suave de exterminio. Si Lily no había conseguido ni que me ruborizase, esa mirada asesina, a ella sola, había logrado que todo mi ser casi temblase de la emoción. Había algo en esa forma de hablar que me había gustado muchísimo. Lo que quería a continuación era que todos nos dejasen solos. Quería llevármela de vuelta a mi apartamento para poder explorar ese cuerpo cabreado con todo lujo de detalles y con la parsimonia que esos ojazos oscuros, llenos de instinto asesino, pedían a gritos que lo hiciese…
………………… ¡¿PERO YO EN QUÉ ESTABA PENSANDO?! Tenía que refrenar esos pensamientos con mucha más fuerza de la que lo había estado haciendo hasta ese momento.
Corrijo algo dicho con anterioridad. No era cierto que Lily no me afectase. Sí que lo hacía, pero no para saltarle encima a ella, si no para quitarle la ropa lo mejor posible a Elysa. Tenía que alejarla de mí YA.
- Eres un hombre muy extraño John.
Sus palabras me desconcentraron. Estaba perdido en mi mundo, tanto que no me acordaba que estaba rodeado de personas. Cuando la miré, pude ver como sus ojos estaban dilatados en extremo y como su respiración estaba muy alterada. Ella había percibido lo que yo estaba sintiendo y reaccionaba a ello. Y no era el único que había visto su reacción, aunque si que lo era en relación al porqué de ello. Elysa estaba a dos segundos de saltarle encima.
- Creo que ya está pensando dónde enterrar tu cadáver – le dije para destensar un poco el ambiente.
- Oh no, no te equivoques – rió ella suavemente - Si dejase sueltos sus instintos, no quedaría nada que enterrar – me dio un beso en la mejilla. Yo aquí ya declinaba cualquier tipo de responsabilidad: la estaba provocando adrede – Espero poder verte de nuevo. Mi proposición de la botella de vino y la comida encargada sigue en pie. Cuando quieras pregúntale mi número a Iván - me dijo guiñándome un ojo.
Yo no quería saber como ni cuando había conseguido Iván su número, pero de lo que sí estaba seguro es que no me iba a arriesgar por nada del mundo a pedírselo. Además, la cena acabaría con ella saliendo de casa en cuanto acabásemos el primer plato. Cuando se fue, llamó a su hermano pequeño para que se fuese con ella. Lilian pasó por nuestro lado corriendo y sonriendo. Parecía que había hecho buena amistad con Winiefred. Aunque siendo él lo que era, no sabía si era buena idea.
- Eso, eso, que se largue – mi amiga estaba aún cabreada – Que más idiota y no nace.
- Elysa, ¿quieres calmarte? – le dije sonriendo – Es un súcubo. Está en su naturaleza intentar seducir todo lo que se le ponga por delante. Es normal. Y no te preocupes, no me ha afectado.
Le di un abrazo y un beso en la cabeza para calmarla. Oí un pequeño gruñido que salía de su garganta mostrando que aceptaba esa evidencia pero no por ello iba a aceptar que se me acercase otra vez con las mismas intenciones. Yo a veces me preguntaba cuál de los dos era el monstruo capaz de asesinar de entre mi amiga y su cánido.
La respuesta era evidente: ella.
- Además, no tiene ni idea de cómo pedirte una cita – la recepcionista se extrañó – A Hades le gusta cocinar, ¿tú de verdad crees que va a dejar en manos de otro algo tan delicado y que puede influenciar tanto una cita como la comida? Es él el que prepara la comida y el que las seduce con las mejores combinaciones - a mí, el que supiese tanto de cómo me las arreglaba en mis citas casi me preocupaba. Pero lo que me inquietaba más era dónde se había metido mi hermana pequeña, un problema con patas andante – Está hablando con su profesor – me tranquilizó Elysa. Ya conocía mis centros de preocupación - He accedido a que lleve a Cerbero. Voy a estar con él todo el rato. Seguro que los dos se portan bien – “los dos” eran el animal y mi hermana. Del primero estaba seguro, de la segunda…
- Oye John – los ojitos de Winnie me miraron interrogantes desde sus sesenta centímetros de alto a mi lado.
- ¿Qué quieres, cariño? – le dije acariciando su cabecita con la mano libre que me quedaba de controlar a la Medusa Gorgona de mi amiga.
- ¿Crees que va a volver Lilian a jugar más veces aquí? – sus ojos se iluminaros – Es muy divertido, a Cerbero también le ha caído bien, y además… es muy guapo.
Eso último lo dijo ruborizándose un poco. Como Ezequiel Taylor descubriese que su hijita pequeña, su muñequita, su tesoro, había hecho amistad con un íncubo por mi culpa y que encima lo encontraba a su gusto, cualquier amenaza que pudiese esgrimir Elysa contra la hermana mayor del muchacho habría parecido inocua frente a lo que me esperaría. Yo quería esconderme en un pozo profundo y no volver a salir hasta el siglo siguiente.
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Unos días más tarde, recibí una visita que me molestó un poco. Empezaba a entender lo que sentía Marie cada vez que tenía que enfrentarse a Wilhelm. Lily me estaba esperando sentada encima de mi despacho. Para lo que era ella, iba vestida bastante discretamente: unos tejanos, unos tacones de infarto y un top negro que no dejaba espacio a la imaginación. Estaba sentada sobre una de sus piernas mientras balanceaba la otra. Yo me senté en mi sitio sin siquiera mirarla.
- ¿Qué ocurre? ¿Los súcubos nunca sentís frío?
- Déjame un jersey tuyo y así no lo parecerá – su voz era la misma seductora que siempre.
- Mis jerséis son territorio exclusivo de Elysa – le dije mientras guardaba un documento que había hecho firmar al jefe – Así que a menos que te quieras enfrentar a ella, olvídalo.
Pareció pensárselo un segundo. Durante ese tiempo pude observarla de cerca. Sus cabellos dorados estaban recogidos con unas pinzas para formar un intrincado peinado. Veía trenzas que se entrecruzaban y mechones de pelo que iban por todos los lados para formar un conjunto armonioso. Eso debía de haberle costado horas a ella y como mínimo a dos ayudantas más. Yo era de gustos más sencillos: una coleta alta, una trenza, el pelo suelto, algo sencillito. Nada de todo eso me impresionaba. Esperaba que lo hubiese hecho para ella misma y no para impresionar a cualquiera que se le cruzase. No tenía muchas esperanzas, pero esta mujer se había revelado una caja de sorpresas.
- Lily – le pregunté - ¿qué haces aquí? De verdad.
Esta me miró. Aquellos ojos verdes que habían empezado todo el problema la noche de mi cumpleaños se volvieron a clavar en mí. Eran profundos, y mucho más sinceros de lo que habrían parecido a primera vista. Noté un dolor silencioso, una tristeza escondida muy dentro de ella. Algo que clamaba salir a gritos. Pero no sabía qué podía ser. Tampoco conocía tanto a la mujer cómo para podérmelo imaginar.
- John… yo… - la alenté a que continuase. Su tristeza se vio más clara aún – He hablado con Madre y me ha pedido que te trajese a verla. Pero sin que nadie de arriba se entere, y mucho menos tu amiga la loca.
No era lo que la atormentaba, pero yo me quedé sin aliento. Lilith, la de verdad, la señora de los súcubos e íncubos quería verme a mí en persona. Eso podía ser extremadamente peligroso. Pero otra cosa me preocupaba mucho más: los ojos tristes de Lily. Había algo que no estaba bien. Quería preguntarle qué pasaba. No era porque había intentado alimentarse de mí que no iba a querer saber qué le pasaba. Pero antes de que pudiese decirle nada me cogió del brazo y se me llevó.
- Vamos, es la hora de comer, nadie sospechará con que no estés aquí.
Siguió sin hacer caso de cualquier cosa que pudiese decir y me llevó fuera. Pero no lo hizo por el ascensor, se fue directa a uno de los agujeros que había en la pared-gruyere que teníamos a uno de los cuatro lados del Departamento. Subimos un piso, pasamos tres agujeros, subimos cuatro más y el segundo a la derecha entramos recto. Anduvimos durante un rato. Todo estaba oscuro y ni yo podía detectar qué era. Eso sólo podía significar una cosa: la oscuridad que reinaba en ese momento no era debida a una falta de luz. Eso me inquietó bastante. Me acerqué un poco más a Lily. Por puro instinto de protección, que conste.
Cuando salimos del túnel, me costó entender que estábamos al otro extremo de algo tan lúgubre como lo que habíamos pasado. Delante de mí se extendía una pradera enorme, llena de flores por doquier. Había árboles esparcidos por todas partes. No supe reconocer el tipo. ¿Castaños quizás? El cielo era azul como en pleno verano. Unas pocas nubes se movían lentamente mecidas por una brisa suave que anunciaba la nueva estación cálida. Un suave olor de tarta de manzana me llegaba desde lejos y se confundía con el de las flores. Pero para mí, era como si estuviese en la cocina, extrayendo la pastelería del horno.
Me quité el abrigo y sin prestar más atención a Lily, me dirigí hacia esa fragancia que me invitaba a descubrir el pastel que se había hecho. No tardé mucho en ver una pequeña casa en medio del campo. No parecía muy grande. Sólo se elevaba un piso en las alturas. Era una casita casi típica de cuento de hadas: un techo inclinado, un par de ventanas a cada lado en cada piso, un pequeño ojo de buey en lo que debía de ser el trastero de arriba, unos geranios colgaban de unas de las ventanas y la puerta era de madera. Había conservado su color original: marrón claro con veteados oscuros. Las paredes eran blancas pero debajo se intuía el material con el que estaban hechas. Estaban decoradas con apenas una fina capa de estuco. Detrás de la vivienda se divisaba un huerto lleno de verduras y algunos árboles frutales: perales, higueras, melocotoneros, limoneros, pero sobretodo manzanos. Tenían que haber como diez de ese tipo. Sin duda alguna, en esa casa la manzana era la reina.
Me aventuré hasta la puerta y llamé. De adentro se oyó una voz que nos dejaba el paso. Abrí la puerta, estaba sin cerrar. En nuestra época actual dejar tu casa abierta para que cualquiera pueda entrar es tan peligroso que ese simple gesto me pareció extraño. El interior parecía una máquina del tiempo. Había muebles de madera, de metal, incluso de fieltro. Plantas y flores en cada esquina. El ambiente era un poco oscuro pero te hacía sentir... en casa. De entre todas las cosas que habían allí, algo atraía inmediatamente la atención: los centenares de retratos. Había hombres y mujeres de todas las edades y épocas. Pude reconocer vestidos del renacimiento italiano, de la cultura amerindia, del Japón, de América del Sur, de África, de la época colonial. No entendí quienes eran hasta que vi un retrato de una familia encima de la chimenea. Se veía a tres personas: un hombre entrado en años, una mujer joven y un niño pequeño. Se notaba enseguida que eran familia. Lo más lógico hubiese sido pensar que eran abuelo, madre y nieto, pero no era el caso. El hombre tenía el pelo blanco. Unas arrugas en los ojos mostraban que había sido feliz gran parte de su vida. Sus manos fuertes atestiguaban que su trabajo no era de oficinista y unas ojeras enormes me decían que trabajaba de sol a sol. Pero era feliz con lo que hacía y se veía enseguida. El niño tenía el pelo como el oro cálido y la misma sonrisa feliz que el hombre mayor. Estaban sentados en unas escaleras y él tenía cogidos de las manos a las otras dos personas. Parecía que nada le faltase con lo que tenía allí. La joven tenía el pelo dorado como el sol y unos ojos verdes difíciles de ignorar. Me giré hacia mi acompañante y me los volví a encontrar.
- Esta foto la hicimos el año pasado cuando fuimos a visitar Rouen. Estamos a los pies de la catedral.
- Todos esos retratos son hermanastros tuyos, ¿verdad?
- Si - sonrió Lily - Los que más cercanos han sido a Madre. O al menos los que más han significado para ella. Estar aquí es todo un privilegio.
- Y el vuestro lo es aún más - no pareció entenderme - estáis encima de la chimenea. Es el centro del hogar. Y tu familia está aquí ahora...
Quise continuar con mi explicación, pero algo me atrajo la atención. Detrás de Lily, junto a un sillón decorado con flores en cuyo regazo descansaba una bolsa con dos agujas, una bola de lana y algo a medio tejer, había otro retrato de una familia. Esta parecía datar de mediados del siglo pasado. Una mujer sostenía a su bebé en brazos y su marido les abrazaba pasando un brazo por encima de los hombros acariciando la cabeza del pequeño. Los tres sonreían. La mujer miraba a su hijo cálidamente y este le devolvía la mirada con una risa que parecía que pudiese oír. El hombre los observaba a los dos con ternura, como si fuesen las cosas más importantes del mundo para él. Si me fijaba más en la foto, podía oír el ruido de los coches de caballos que pasaban detrás, los animales relinchar, los niños que vendían periódicos anunciando lo ocurrido aquel día, podía oler el olor de la ciudad, tan diferente a la actual, con sus diferentes tonalidades. Allí estaba la panadería, enfrente la perfumería, un poco más abajo la sastrería y delante de mí estaba la mujer que nos hacía la foto. Sostenía una cámara enorme con mucho cuidado. Su elegante vestido morado no desentonaba con su piel pálida y sus cabellos dorados, recogidos en bucle en un moño. Nos decía que no nos moviésemos. Pero era muy difícil, el pequeño era un verdadero demonio. Levanté un segundo la mirada de las dos personas que tenía entre mis brazos y vi cómo ella me sonreía.
- Ten cuidado con esa fotografía, me es muy preciada.
Al principio no la entendí. No sostenía una foto, era mi familia, pero enseguida me di cuenta que lo que había visto no era real, o al menos no era el momento en el que estaba. Me había metido tanto en la fotografía que me había sentido transportado en ella. Se la di a la mujer con mucho cuidado. En mi interior, seguía queriendo sostener esas dos personas con mucho cuidado. Cuando me tuve que separar del retrato, algo se me rompió, como si los hubiese perdido de nuevo… Ni yo mismo me entendía.
- No te preocupes, a veces pasa – la miré desconcertado – Siéntate, enseguida se te pasará – me obligó a sentarme gentilmente y ella se sentó en el sillón de flores, dejando el retrato en dónde lo había cogido – Lily, cariño, ¿nos podrías hacer un té? – la interpelada movió afirmativamente la cabeza y se fue. Lilith me miró de nuevo a los ojos - ¿Mejor?
- Eso creo.
No podía darle mejor respuesta. No la tenía. No sabía cómo me encontraba y lo peor de todo es que estaba en la casita de campo de Lilith, la señora de los súcubos. De verdad, que no era como me la imaginaba, ni ella ni la casa. La mujer era realmente impresionante. Preciosa cabellera dorada como la de Lily y grandes ojos azules, brillantes como dos zafiros. Llevaba un vestido verde demasiado sencillo para ser real, pero se podía intuir quién era la que lo llevaba. Era de una sola pieza, con aberturas a los lados que hacían que el cuerpo se insinuase pero no se mostrase. El corte era sencillo pero fresco. De inmediato me vino a la memoria una frase que me había dicho Elysa hacía mucho tiempo: “Cuanto hay que seducir, es mucho mejor dejarlo todo a la imaginación. Hay que enseñar lo mínimo para que capte el interés y luego dejarlo todo a la víctima. La mente de una persona puede ser mucho más peligrosa que la realidad.” Parecía que Lilith pensaba lo mismo que mi amiga: era mucho más seductor la insinuación que no el mostrar. Y hasta yo tenía que reconocer que la madre de Lily era muy guapa.
- No te esperabas encontrar esto cuando mi hija te dijo que ibas a venir a verme, ¿verdad? – Tuve que admitírselo – Es normal, no te preocupes. Mis hijos me representan de tal manera que puedo ser yo misma sin desvirtuar la imagen de mis principios. Cuando era una joven alocada, era idéntica a ellos, ahora me he serenado un poco, aunque no descarto que vuelva a las andadas en unos cincuenta años - una risa cristalina salió de su garganta, la voz era suave y almizclada.
Pero yo aún estaba aterrado por lo que había sentido cuando había sostenido aquella fotografía. Quería saber más a propósito de eso. Lilith me había dicho que era normal, lo que quería decir que ya lo había visto con anterioridad. Quería preguntarle qué sabía sobre eso. Ella igual me podría decir qué era lo que me pasaba. Pero antes, los buenos modales.
- Gracias por invitarme a su casa hoy – dije tímidamente. Me sentía como el adolescente que visitaba por primera vez los padres de su novia.
- No hay de qué. Conociendo a Lily tampoco es que tuvieses otra opción – sonreí a ello. Empezaba a conocer a la hija – Actuaba bajo mis órdenes. Quería conocer al hombre que había resistido todos sus encantos. No es algo que pase muy a menudo.
- No es que lo hiciese queriendo, entiéndame - me defendí.
- No te preocupes – se rió – Lily no se va a sentir ofendida por qué lo hagas. Es más, querría pedirte un favor. Si no te importa, claro.
Me quedé extrañado. No sabía qué favor podía yo prestarle a ella. Tenía suficiente descendencia para que hiciesen cualquier cosa que ella quisiese. Obviamente no le dije que no. La verdad es que me moría de curiosidad.
- Verás. Lily me va a matar en cuanto se entere de que te he pedido esto, pero eres el único hombre a quién se lo puedo rogar.
Esperó un poco antes de volver a empezar. Los cálidos rayos del sol de principios de tarde se colaban entre los ventanales y acariciaban su cara dulcemente. Eso la hacía entrecerrar los ojos. Se había puesto en una posición que me era conocida: sentada sobre un pie. Lily estaba de la misma manera cuando me había esperado en mi despacho. Su vestido, de algodón creo, adoptaba todas las formas de su cuerpo invitando a la tentación. Era mucho más peligrosa que no su hija. Era sencillo y eficaz. A ella no le hacía falta vestir de cuero enseñándolo todo para ser seductora. Su mirada se dirigía a la cocina. Allí se podía oír cómo el agua que serviría para el té estaba hirviendo. El dulce olor del pastel de manzana estaba por toda la casa. Tenía que admitir que era embriagador. Tenía que pedir la receta de eso porque a mí jamás me había salido algo con tan buen olor. Si prestaba atención, podía oír como Lily trasteaba en la cocina tarareando. Uno se daba cuenta enseguida de que se parecía mucho a su madre, sobre todo cuando se las tenía una al lado de la otra.
Entonces se volvió de nuevo hacia mí y me hizo su pedido:
- Verás, mi pequeña es bastante más poderosa de lo que se imagina. Por esa razón no le cuesta tanto como a sus hermanos seguir mi regla de oro de no matar al alimentarse – tenía que decirle que posiblemente ella era la única que lo hacía – Obviamente, tiene a su padre y a su hermano que la quieren con locura sin importarle qué es. Pero son familia. En realidad no tiene a nadie externo con quién hablar o desahogarse. Todos los hombres se tiran a sus pies y las mujeres tienen tendencia a odiarla bastante – ¡Y que lo dijese! La conocía por una de esas. Yo ya me estaba imaginando a dónde quería llegar y Elysa iba a colgarme de los pulgares – Así que, por favor, ¿querrías ser amigo suyo? Simplemente su amigo, nada más. Ya habrás notado que está algo decaída y no me quiere decir el porqué. Igual podrías sonsacárselo tú.
Lo dicho, colgadito de los pulgares me iba a quedar.
- Señora, no me malinterprete, pero ¿Lily no es suficientemente mayor cómo para escoger a sus propios amigos?
- ¿Qué amigos? – Me dijo seriamente – Mi hija no conoce ese concepto. Desde que tiene cinco años que tienes novios. No recuerda ni lo que es hablar con alguien sin intentar nada. John, eres mi única esperanza.
Vale, llamadme débil, pero acepté.
- Señora, ¿podría pedirle un favor? – dos zafiros se me clavaron - No es a cambio de que me haga amigo de su hija, quiero que quede claro. Simplemente es que me acabo de acordar que quería comentárselo si un día la veía - ella me dijo de continuar. Ya que estaba de buenas, quería probar mi suerte - Mire, antes de conocer a Lily, nadie en el Centro conocía esa Regla de Oro suya según la cual no se tiene que matar a nadie debido a la alimentación. Según nuestros archivos, los súcubos e íncubos son unos seres extremadamente peligrosos, a los que no hay que acercarse bajo ningún concepto porque es la muerte asegurada.
Mientras hablaba, Lily nos trajo té y un trozo de pastel de manzana. Tengo que admitir que en cuanto lo vi, mis ojos se iluminaron. La joven nos sirvió perfectamente. Cuando se hubo sentado, fue ella la que me respondió.
- Vuestros archivos tampoco están tan mal. Es cierto que si queremos podemos matar alimentándonos. Pero, como ya se lo dije a tu amiga la loca, es totalmente idiota hacerlo. ¿Porqué atraer las sospechas hacia ti pudiendo alimentarte y haciendo que la presa vuelva de su propia iniciativa incluso cuando tu influencia ya se ha disipado en ella? No tiene sentido.
- Si eso ya lo sé Lily - le dije - Si estoy de acuerdo contigo. Pero según Selim Ibn Haka, alguien que es un experto en búsqueda de información, no hay registros de ningún tipo sobre lo que me estás diciendo. Según los archivos del Centro, esa Regla de Oro no existe.
La joven miró extrañada a Lilith. Esta mostraba una expresión seria. Creo que sabía a dónde quería llegar yo. Ella era la única que podía impartir un poco de autoridad en una comunidad que no respetaba a nada ni nadie. Iba por libre, y parecía que hacía mucho que nadie les había recordado esa Regla fundamental. Quería saber sí el ancestro mayor de la familia podía hacer algo para que al menos las muertes disminuyesen en número.
- Veré lo que puedo hacer.
Esa fue su única respuesta. Ya era mejor que nada. Se había enterado que sus descendientes hacían lo que querían sin importarles lo que ella hubiese dicho. Un buen líder JAMÁS permitiría algo así. Y ella lo era, si no era imposible que hubiese vivido tanto tiempo, algún advenedizo la habría matado antes. Contaba con eso para que actuase.
Después de eso continuamos hablando de trivialidades. Le presenté un poco mi familia. Se quedó atónita cuando le dije que era el cuarto de cinco hermanos. Es verdad que las familias son cada vez menos numerosas, pero sabiendo que este pobre diablo fue un accidente que llegó años después de la última, se entiende. Me despedí de ella amigablemente, no sin antes haberle suplicado a Lilith la receta del pastel de manzana. Cuando me lo dio, guardé el papel como si fuese de oro puro. Me había caído bien la señora. Como no tenía ese aspecto de líder inalcanzable que lo dirige todo, era fácil hablar con ella. Le agradecí a Lily que me la hubiese presentado. Iba a tener un punto de vista muy diferente sobre ellas dos a partir de entonces.
- Pero no creas que Elysa te dejará acercarte más de la cuenta - le dije bromeando.
- Es más divertido ver cómo os defendéis el uno al otro. Soltáis unas feromonas que casi me podríais alimentar con una mirada - no sabía si ella también bromeaba.
Mientras volvía me extrañé de la cantidad de plantas que había allí. Parecía casi que estuviese en el último piso del Centro, el del Aire.
- Es porque ese Departamento lo construyó una hermanastra mía. Madre es la única que tiene el secreto de cómo tanta planta puede vivir aquí. Lo transmite a algunos de mis hermanastros y uno de ellos se encargó de trasplantarlo allí - hasta yo tuve que admitir que su broma tenía algo de gracia - A este lugar le llama su "Pequeño Jardín del Edén". Ten en cuenta que ella vio el real. Me pregunto cómo tuvo que ser.
- Supongo que el doble de espléndido y con animales por todas partes. O al menos esa es la imagen que yo tengo - de repente me fijé en unas rocas - ¿Eso de allí no es...? - Me acerqué corriendo. Lo era - ¡Siemprevivas! - exclamé - Este tipo de plantas sólo vive en las zonas montañosas secas del Mediterráneo. Hacía mucho que nos las veía. ¿Sabías que antiguamente eran usadas para combatir el resfriado?
- Pareces un niño pequeño - se rió - ¿Porqué no coges unas pocas? - No me atreví, era el jardín de su madre - Va, Madre estará encantada que cojas alguna de sus plantas, sobre todo si sabes qué son y para qué servían. Si pudiese, creo te adoptaba.
- Tendría que combatir con mi propia madre - dije cogiendo unas cuantas flores - Si Elysa te parece peligrosa, no es nada en comparación con ella.
Mi interlocutora se quedó blanca.
- Recuérdame que jamás la enfade.
Me reí.
- Es pequeña pero matona. Gracias por las flores. ¿Sabes por qué tienen ese nombre? - negó con la cabeza - Porque cuando se secan, parecen que siguen igual de frescas.
- Normal - se rió ella - Si estando frescas parecen que estén secas.
Tenía razón. Las siemprevivas son unas pequeñas flores amarillas, de tallo leñoso, que incluso aún enganchadas al arbusto del que salen, parece que estén secas. Cualquiera las hubiese encontrado poco atractivas. Eran pequeñas, nada brillantes, no hacían olor y era difícil ponerlas en un ramo. Pero a mí me encantaban desde bien pequeño. Eran muy prácticas para regalar. Se secaban y quedaban igual de bonitas. No sabía por qué a la gente les gustaban tanto las rosas. Encuentro las siemprevivas mucho mejor: cuando las rosas se marchitan a la semana, las siemprevivas siguen igual meses e incluso años. Además, que son útiles en caso de constipado. Lo tienen todo.
Cuando terminé, me quedé con un pequeño ramo muy bonito. Estaba realmente feliz. Ya podíamos volver tranquilamente. Pero conforme avanzábamos de vuelta al agujero del que habíamos salido, recordé la mirada triste que le había visto al principio. La agarré del brazo y la paré.
- Lily, cuando llegaste a mi despacho tenías una mirada muy triste. ¿Qué era?
Ella intentó negarlo todo y quiso continuar el camino. Obviamente no la dejé. Ella se sentó en el suelo, no sin que antes le pusiese mi abrigo. Lo llevaba en la mano y mi madre me había enseñado a ser galante con las mujeres, fuesen cuales fuesen. Yo me senté a su lado.
- Le pregunté a Madre cómo es que mi hermano no tenía aún interés en las chicas o en los chicos – se veía que le costaba hablarlo conmigo – Ella me ha contado algo. Por lo visto, Lilian nació de una forma un poco diferente a la mayoría de nosotros. Madre no es una mujer que se enamore fácilmente. Pero a veces le pasa, como a todo el mundo. Yo nací como un súcubo normal, pero cuando vino Lilian, ya estaba enamorada de Padre. Esos casos son muy raros, normalmente es cuestión de un devaneo de una noche. Pero él, es diferente…
- Es un íncubo, pero sin la necesidad de alimentarse como tal – acabé su frase – Puede hacerlo, como todos tus hermanos, pero no morirá si no lo hace. Por eso pasa de las chicas.
Lily me miró extrañada. Empezaba a estar acostumbrado a ese tipo de miradas. Las que me decían “pero, ¿cómo es posible que lo sepas?”. Mira, a mí también me gustaría saberlo pero no tengo respuestas y se me había olvidado preguntárselo a Lilith. Estuvimos un rato en silencio. No supe qué decirle hasta que me di cuenta de cuál era el problema. Era su hermano pequeño. Cuando él nació ella tenía que tener unos veinte años. Lo tenía que querer muchísimo. Mi lado hermano mayor supo cuál era el problema.
- Lily, no te tienes que preocupar. Lilian estará bien - le mostré mi sonrisa más confiada - Creo que lo suyo es más una ventaja que un peligro. Tiene la fuerza de cualquiera de vosotros pero sin esa necesidad apremiante de alimentarse a cada tanto. Creo que el peligroso podría ser él si tuviese malas intenciones, que no las tiene. Parece un niño listo, pero es bueno. Al menos eso opinan Cerbero y Winie Taylor, y yo me fío de su punto de vista.
Lily levantó una ceja medio sonriendo. Puede que a su hermano no le interesasen las chicas, pero podía estar segura que alguna influencia en ellas ya tenía.
Al poco nos levantamos y me llevó de vuelta a mi despacho. Después me despedí de mi invitada y me fui corriendo a por un bocata al paquistaní que teníamos al lado que se hacía de oro con nuestro turno de noche. Tanto hablar y tanto hablar me había quedado sin mi comida.
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Año nuevo pasó tranquilamente. Cuando Ariadna volvió de esquiar se encontró con la hora que le había escogido para el examen. Sufrí sus maldiciones y refunfuñes durante días. Había sido ella misma la que me había pedido un horario bueno. Pues yo consideraba que cuanto más pronto pasases un examen, mejor era.
- ¡Pero no a las siete de la mañana! - me dijo ella.
Haberme especificado los horarios. Tengo que admitir que disfruté bastante. Definitivamente, te go un lado sádico. El otro examen, el que tenía que traer un cachorro de perro, le fue magníficamente bien. De paso descubrimos que Cerbero era de raza. Por lo visto era un perro de aguas español. Yo miré en internet y podría haber sido portugués o italiano, me parecían todos iguales. Por lo visto eran perros pastores de las marismas y resistían al frío y a la lluvia. Cuando Ariadna me explicó eso, tenía a la bestiezuelilla estirada, panza arriba, delante del fuego de mi casa. Ese seguro que no iba a tener problemas de vivir en la intemperie. Su dueña tampoco lo habría permitido.
La primera mitad de Enero pasó tranquilamente. Ya estaba empezando mi tercer mes como agente en prácticas cuando Helena, la madre de Elysa, cayó enferma. Al principio solo fue un poco de fiebre, pero a la mañana siguiente se levantó con cuarenta grados. La llevaron al hospital, pero ningún médico parecía saber qué le pasaba. Buscaron y rebuscaron en sus antecedentes familiares, en su propio historial, incluso en lo que había hecho cuarenta y ocho horas antes. Nada se veía sospechoso. Tampoco parecía que sufriese ninguna enfermedad de ningún tipo. Nada. Estaban perplejos.
Pasaron dos semanas sin mejoría. Al menos no empeoraba, eso era bueno. Elysa se quedaba a su lado en cuanto acababa su turno. Yo la relevaba a la mañana. Helena se despertaba de vez en cuando y hablábamos un rato. Pero se pasaba la mayor parte del día durmiendo. Nadie sabía qué hacer porqué nadie tenía el más mínimo indicio de lo que le pasaba. Incluso nos acercamos al Departamento Médico por si algo de nuestro mundo lo había provocado. Sólo obtuvimos negativas y caras extrañadas. No conocían nada que provocase los síntomas que la achacaban.
Un día, ya en Febrero, iba a cambiar mi turno con Elysa cuando vi algo que de que poco me provoca un infarto. Mi amiga estaba hablando con un hombre que sólo había visto una vez, pero me había bastado para querer dejar mis instintos asesinos libres la próxima vez que lo viese. Le había crecido un poco ese pelo oscuro que tenía, ahora había un mechón que le cubría el ojo derecho. Delgado, vestía una gabardina larga que llevaba abierta que dejaba al descubierto unos tejanos y una camisa blanca. La cosa era muy diferente de cuando nos había atacado con cuchillos la primera noche que habíamos visto el Centro de Departamentos, pero eso no quería significar que él podía ser me os peligroso. Elysa estaba hablando tranquilamente con Arthur Hinekan, pero algo había que me molestaba. No parecía desprender ese aire de suficiencia que habíamos visto aquella noche. Yo le notaba más como si una extraña melancolía se fuese desgranando de él poco a poco. No terminaba de entender bien lo que estaba viendo.
Pero de repente, no me lo pude pensar más. Él me vio. Sus ojos negros penetraron en los míos profundamente. Pude notarlo enseguida: me analizaba, intentaba saber quién era y si era una amenaza potencial. Algo definitivamente no encajaba allí. Para disipar cualquier duda, entré en la sala.
- Elysa, ¿cómo está tu madre? – lo primero era lo primero obviamente, pero eso no quitaba el hecho de que no le quitase los ojos de encima a ese hombre.
- Igual que siempre, pero ahora mejorará un poco.
Se la veía muy desvalida. Eso de que su madre, siempre animada y siempre alegre, estuviese tirada en una cama de hospital pudiendo apenas abrir los ojos la tenía desmoralizada. Yo seguí mi instinto. No presté atención a ese doble de Arthur Hinekan y fui a abrazar a mi amiga. Sentía como lo necesitaba. También sentía como, por primera vez en mi vida, este enorme cuerpo servía para algo. Parecía que podía cubrirla entera. Si no hubiese estado ese delante, incluso habría activado mis poderes y la habría rodeado con un manto de sombras. Siempre le encantaba quedarse más en la cama porque se envolvía casi en las mantas. Mis poderes podían proporcionarle esa seguridad, pero ahora no podía hacerlo, no con visitas que vete tú a saber quién eran.
- Elysa, pequeña – le acarició la cabeza. Poco me faltó para gruñirle. Tuve que acordarme de quedarme quietecito, pero no pude evitar la mirada negra. No se podía tener todo - ¿Qué tal si nos presentas?
- ¡Es verdad! – Se separó de mí, no porque yo quisiese – Se me había olvidado que nunca os habíais visto - ¿Seguro? – Hades, te presento a Príamo Eosgios, el hermano gemelo de mi madre.
.............................................................. ¡¿PERDÓN?!