martes, 6 de mayo de 2014

Cuarto Capítulo: la primera noche

Difícilmente podré jamás olvidar lo que pasó aquella noche de copas. Un perro de tres cabezas nos salta encima, un guaperas se nos lleva a un edificio de oficinas, asistimos a un tiroteo de película de acción, mi abuelo demuestra de dónde aprendió a manejar un arma, un loco hace volar dagas, Hades se pone en modo "caballero de blanca armadura subido encima del un perro de tres cabezas". Y como guinda del pastel, nos encontrábamos delante de la puerta que llevaba al jefe de todo esto.
Al pasar la puerta, ignorando olímpicamente a mi amigo por supuesto, me encontré como transportada a otra época. La sala era un paraíso. Todas las paredes estaban recubiertas de estanterías de madera oscura repletas hasta los topes de libros. Habían centenares de ellos que llegaban hasta el techo. Una escalera con ruedas estaba enganchada a ellas para que se pudiese acceder fácilmente a cualquier volumen que buscásemos. Los únicos lugares no recubiertos por libros eran la chimenea encendida, una puerta lateral que llevaba a otro sitio, y la ventana de enfrente. Esta última ocupaba todo lo que tendría que haber sido la pared y dejaba ver una magnífica vista de la ciudad dormida. Delante del fuego un sillón de orejeras parecía mirarlo lánguidamente, esperando que alguien se quisiese sentar en él para leer un libro tranquilamente. En medio de la sala, una mesa de madera, con patas de león, sobria y elegante, estaba repleta de papeles de todo tipo. El sillón estaba girado y no podíamos ver al ocupante. Una voz salía de allí.
- Ya han entrado, te dejo - y el ocupante se giró dejando el teléfono encima de la mesa, habiendo tocado un botón antes de hacerlo.
Me encontraba delante del hombre más viejo que había visto nunca, los cien años los pasaba seguramente. El abuelo nos había dicho que tenía más de ciento veinte años, pero no le había creído. Ahora si. Iba vestido con una camisa y unos pantalones aguantados por tirantes, parecía atemporal. Era calvo y arrugado, y tenía una cara amistosa que en ese momento mostraba una expresión de increíble asombro.
-  Bueno, por fin conozco a los famosos Elysa y John. Decidme, ¿sois pareja?
La pregunta nos dejó tan desconcertados que no supimos que responder en ese momento, pero otra persona se encargó de hacerlo por nosotros.
- ¡Ja! Ya me gustaría - era la voz de mi abuelo que salía del teléfono.
- Andrew, ¿no habíamos colgado?
- Has apretado el botón del altavoz, no del apagado. No te he dicho nada porque no me quería perder esta conversación.
- Pues lo harás porque voy a apagar el teléfono. Buenas noches Andrew - dicho y hecho - bueno - nos sonrió - volvamos a lo nuestro.
- ¿De qué nos conoce? - no pude evitar hacer la pregunta, con la que me gané un codazo de Hades.
- Bueno, conozco a tu abuelo desde antes de que naciera tu madre. Creo que he oído hablar de vosotras dos desde hace mucho tiempo. Y me han llegado ha hacer algún elogio sobre ti, jovencito - dijo, dirigiendose a mi amigo. El pobre no sabía donde meterse - no te pongas tan colorado. Le caes bien. Es raro en un chico que tiene una amistad con su nieta. Pero eso no es lo que realmente os interesa - se recostó más en su sillón - uy que perrito más mono tenéis aquí. ¿Uno de tres cabezas? Si claro que si, ¿cómo iba a ser sino? Ya iba siendo hora Cerbero - le decía al perro mientras le acariciaba la cabeza, porque el animal se había ido corriendo a sentarse a su lado - ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Entonces era un precioso pastor alemán. Muy indicado para él. Esta vez vienes con ella, ¿no? - no conseguía seguir nada de lo que decía - ... pensaba que vendríais antes - nos dijo. Yo empezaba a encontrar a este hombre senil - Empezaremos por el principio. ¿Queréis saber qué es este sitio?
- ¡Claro! - solté sin pensármelo dos veces.
- ¿Y tu, joven John, lo quieres?
Hades no respondió enseguida. Estaba pensando qué responder. Me sentía algo culpable de llevarlo por esta pesadilla en la que se había transformado su noche de borrachera post-ruptura, pero algo me decía que tenía que saberlo, aunque me negaba a hacerlo a menos que él estuviese a mi lado.
- ¿Podríamos dormir y descansar un poco antes de responderle? Creo que algo muy gordo se nos viene encima y Elysa ha tenido muchos sustos por una noche y yo sigo bajo los efectos del alcohol. No querría responder a su pregunta sin pensármelo bien antes. Ha sido una noche movida y... no querría coger una decisión que, me parece, es mucho más importante de la que quiere hacer aparentar. Estando con la adrenalina hasta los topes y desconcentrado por el alcohol igual respondo algo que me haría lamentarlo en un futuro. Si no pudiese descansar y pensarlo bien, y su oferta de explicación terminase con mi salida de esta sala, entonces mi respuesta es no.
Una sonrisa de lobo viejo se dibujó en la cara del anciano, igual no era tan inofensivo como me había parecido a primera vista.
- Es una respuesta sensata la que me has dado. No, mi oferta no concluye con tu salida de este despacho. Podéis descansar ambos, pero por vuestra propia seguridad, preferiría que durmieseis aquí. Andrew ya ha ido a buscar un cuarto en el que podáis descansar. Mañana a las nueve, se os despertará, con un desayuno, y luego me tendréis que dar la respuesta a mi pregunta. Elysa, dudo que cambies de opinión, pero te ruego que hables con tu amigo para que podáis intercambiar impresiones. Como él bien dice, lo que se os viene encima puede ser mucho más gordo de lo que te imaginas.... más aún con ese loco de las dagas por las calles... podéis salir si queréis. Buenas noches, jovencitos - y sobre esas palabras, se levantó, fue andando con paso tranquilo hacía la puerta lateral y se metió allí dentro.

Hades y yo salimos en silencio por la puerta y nos encontramos a mi abuelo con una sonrisa de oreja a oreja. Algo nos iba a caer encima, no sabía que, pero estaba segura.
- Tengo buenas y malas noticias - nos dijo sin poder evitar una risita - he encontrado una habitación. El problema es que sólo hay una cama. Con todos los heridos por el ataque, la enfermería y todas las habitaciones con dos camas están ocupadas. Tendréis que dormir juntos.

Miré a Hades y supe que los dos pensábamos lo mismo. Mi abuelo no lo sabía, pero ya habíamos dormido más de una vez en la misma cama. Él tiene un piso, heredado de un tío paterno. Cuando salgo de fiesta y he bebido mucho, Hades me obliga a venir a su casa a dormir la mona, según él, para que no me pase nada sospechoso. Una de las habitaciones es mía y la uso cuando estoy allí. El problema aquí es que la ducha está justo enfrente de la habitación de mi amigo y en mi casa la ducha la tengo cerca de la mía, por lo que, cuando voy un poco alcoholizada, a veces me equivoco y en lugar de meterme en mi cama me meto en la suya. Lo hago sin querer, me suelo dar cuenta el día siguiente. Hades no dice nunca nada, no sé si es porque le gusta, porque así me tiene controladísima, o vete tu a saber que pasa dentro de esa cabezota que tiene. El caso es que no nos importaba dormir en la misma cama, pero como no quería que mi abuelo empezase con especulaciones dije:
- Se hará lo que se pueda. Total, Hades puede dormir en el suelo.
- Y, ¿porqué iba a dormir yo en el suelo? - saltó enseguida.
- Porque eres un caballero y cedes tu lugar a la dama que soy.
- ¿Dónde ves tu una dama?
- A que te doy
- ¡Parad los dos! - nos interrumpió mi abuelo - Podréis discutir en la habitación, pero os recomiendo que descanséis, ha sido un día duro, y mañana podría ser peor. Hades, te he dejado unos ibuprofenos en la mesita de noche, tómatelos antes de dormir - la cara de fastidio de Hades era un poema, pero yo estaba contenta de no ser la única de la que cuidaban demasiado.

Mi abuelo nos condujo por el edificio, nos hizo bajar como diez plantas por las escaleras, "hacer ejercicio es bueno para la resaca", y nos llevó a otro pasillo idénticamente aburrido que el anterior. Definitivamente, yo me iba a perder en estas instalaciones, estaba segura. Nos hizo pasar a una habitación sencillísima: sólo tenía la cama doble, un par de pijamas encima, dos mesitas de noche, una lámpara y ya está. Era un sitio en el que dormir y poco más. Pude ver de reojo los ibuprofenos que se habían mencionado antes.
- Bueno, yo me voy. Mañana nos vemos cariño - y me dio un beso en la frente, tendría ochenta años que me seguiría encantando que lo hiciese - tu Hades, tómate la medicina y cuídame de que esta no haga salidas nocturnas - y con esto nos dejó a solas.

Los primeros instantes fueron algo callados porque no sabíamos bien que hacer. Hasta que me decidí a comentar lo que nos había dicho el anciano.
- Bueno, ¿tu qué opinas de todo esto?
Tardó de nuevo en responder. O se pensaba bien las cosas o tenía que arreglar la nebulosa producida por el alcohol que tenía en la cabeza.
- Creo que esto es demasiado... retorcido, para ser irreal. Al ver al perro de tres cabezas - que en ese momento ya había ocupado una alfombra que no había visto en un inicio - pensé que me habían puesto algo en la bebida. Pero con el tiroteo ya me dije que esto era real... no sé que pensar en serio. Esto descoloca cualquier esquema que pudiese tener - y eso era malo para él. Funcionaba a base de esquemas, o las cosas le cuadraban y todo iba bien, o tendía a alejarse de lo que no funcionase.
- ¿Vas a querer saber mañana de qué va todo esto? - la respuesta a esa pregunta era la que más me preocupaba, porque sin él no lo iba a hacer.
- No lo sé, ¿y tu?
- Yo me muero de curiosidad, pero siento que esto es realmente peligroso... no me veo haciéndolo sola - eso último lo dije bajito. Tenía miedo que se enfadase conmigo.
- ¿Tienes miedo?
- Muchísimo - y era sincera.
- Yo también. No sólo por mi, sino también por ti. ¿Y si te pasa algo? Además está lo de ese loco con las dagas. Creo que me ha amenazado. No quiero ir por le mundo teniendo a ese detrás mío. Dudo que la policía pueda hacer nada en contra de él, pero aquí igual si... Son muchas cosas en las que pensar. Además, ¿Qué implicaría querer saber lo que pasa? ¿Nos obligarían a algo?
- No lo sé. Se podría preguntar antes de contestar.
- Creo que mejor será que durmamos un poco, ¿vale? - nos cambiamos girados de espaldas el uno al otro y nos pusimos en la cama - menudo día, ¿eh?
- Y mañana creo que será peor. Buenas noches Hades.
- Buenas noches Elysa - y nos dormimos enseguida.


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Estaba flotando. No podía decir dónde me encontraba exactamente. Todo a mi alrededor era blanco, blanco como las nubes. Entonces sentí algo bajo mis pies. Era duro. Yo caminaba. Sabía a donde me dirigía. Pasé al lado de un espejo y me miré. Mi reflejo me devolvió la mirada, pero sabía que algo no iba bien. Por alguna razón tenía cara de fastidio, pero no me sentía fastidiada. Luego de mirarme bien, continué andando hacía no sé donde. Mis pasos eran seguros, mi destino claro. Pero yo no lo sabía. Y la bombilla se me iluminó. No era yo la que andaba, era otra versión de mi, alguien que sabía qué hacer y dónde ir, que sitio era ese y... quien era. Todo esto era un sueño. Esa mujer que me había devuelto la mirada definitivamente no era yo. ¿Qué estaba pasando aquí? No entendía nada. Conforme iba avanzando, los contornos se iban haciendo más fáciles de distinguir, pero no conseguía identificarlos. No sabía donde estaba.
Llegué a una sala y entonces vi a una mujer. Era muy guapa y debía pasar los cuarenta. Conforme me iba acercando su rostro se iba haciendo más claro. De que poco me da un infarto cuando la pude ver perfectamente. ¡Era mi madre! Allí estaban sus inconfundibles ojos verdes, que no he heredado, su precioso pelo marrón cayendo onduladamente a su espalda, su sonrisa dulce mirándome. Era ella, pero con un vestido griego... un vestido griego verde planta. Era horrendo, con H mayúscula. Mi otro yo no pareció sorprenderse en lo más mínimo. Mi madre, pese a tener ya cuarenta y dos años, seguía teniendo un cuerpo de infarto y sabía vestir perfectamente. Supongo que habréis hecho las cuentas rápidamente, ¿no? Si tengo veintiséis años y mi madre cuarenta y dos, no hace falta ser un genio para saber que pasó. Si, mi madre me tuvo a los dieciséis. Sólo un año más joven de lo que el abuelo la tuvo a ella. Mi padre me ha contado que el pollo que se montó cuando mi madre y él se lo dijeron, fue apocalíptico. Eso sí, le obligó a tenerme, a cuidarme ambos, y a tener una carrera como dios manda. Y gracias a eso mi madre es hoy en día una de las juezas más temidas de la ciudad. Pero me estoy alejando del tema. Volvamos a hablar de la madre del sueño.
Cuando me vio, torció el gesto.
- Hija mía, ¿cuantas veces te lo tengo que decir? No puedes ir con el pelo suelto por el mundo, y menos a la fiesta a la que vamos. El pelo suelto es una forma de luto y tu no lo estás.
- Madre, el obligarme a ir a esa fiesta lo considero ya un horror. No me obligues encima a vestirme como tu consideres que es lo correcto - el fastidio iba en aumento.
- Son las conveniencias. Vas a ir vestida como lo diga yo, lo quieras o no. Y no me importa que te hagas la ofendida. Irás aunque te tenga que llevar a rastras. Todo el mundo tiene que asistir, lo queramos o no. Así que vas a ir bien vestida y bien arreglada. ¡Y no te atrevas a replicarme! - el tono no lo admitía tampoco.

Mi otro yo tuvo que aceptar las órdenes y dejar que la peinaran bien. Mientras lo hacían, me fijé que el decorado parecía sacado de alguna película de griegos. Las sirvientas, o al menos eso deduje que eran, me peinaron y me pusieron como ellas consideraron que era ir bien arreglada. Yo estaba de esos humores que ni Hades me hubiese soportado. Al menos no tenía que llevar un estúpido vestido verde como el de mi madre. Eso era un punto. El mío era mucho más sobrio, color tierra oscura. Se lo agradecí tácitamente a quién me lo hubiese elegido. Cuando acabaron de acicalarme me reuní con mi madre en lo que supuse que era la entrada de la casa. Los contornos seguían difusos, por lo que no podría describir bien cómo era el lugar en el que me encontraba. Salimos afuera y subimos a algo, creo que un carro por lo que pude distinguir. Pero no era un carro cualquiera, era un carro volador. ¡Estábamos volando! Me entró un ataque de pánico de los grandes. Le tengo un miedo terrible a las alturas. No lo puedo soportar. Pero algo raro pasaba. Cuando me logré calmar, me di cuenta de que no le tenía miedo a volar. Que estaba tranquilamente al lado de mi madre, quien conducía el carro, mirando delante orgullosamente. No entendía bien que estaba pasando, pero me alegraba de que mi otro yo no le tuviese pánico a las alturas porque no parábamos de subir y subir y subir... hasta que llegamos a un lugar que me dejó sin habla.
Era un palacio en las nubes. No un palacio a lo casa grande, o con torres medievales. Esto eran un sinfín de casas que habían ido agrupándose alrededor de una central. Cada una era tan suntuosa como la de al lado, pero la más bonita era sin duda la del centro. Elegantes columnas bordeaban la entrada. El techo inclinado, estaba delimitado por una serie de frisos y bajorrelieves que lo envolvían. Parecía un templo antiguo, pero sin que le hubiese pasado nada. Era increíblemente precioso.
- No entiendo porque te emperras a vivir en la tierra pudiendo vivir aquí, madre - dije casi hastiada.
- Ya lo sabes bien, no pertenecemos a este mundo, ni lo perteneceremos nunca. Sólo venimos en las raras ocasiones en las que nos invitan a una fiesta. Tu misma, querría recordar, no querías venir.
- A ver, yo lo que no quiero es asistir a una estúpida fiesta, con gente aún más estúpida, haciendo sonrisitas para que estén contentos los muy idiotas.
- ¡Deberías tenerles más respeto!
Miré a mi madre de soslayo.
- Madre, tengo más sangre pura que el 90% de los que viven aquí. No me hables de respeto. Ellos se tendrían que inclinar ante mi.
Mi madre me miró con desaprobación.
- Ese orgullo tuyo, un día te causará una gran desgracia. Deberías aprender a ser más humilde. Me preocupas.
- Madre, no te preocupes. Mi futuro es ser una mujer como tu. No llegaré a nada más. Y si es para estar casada con alguno de estos idiotas, prefiero quedarme tal como estoy. Te soy sincera - mi respuesta no pareció tranquilizarla, pero nos teníamos que mover.
Entramos en una sala grande circular, sin paredes, sostenida por columnas dóricas cada pocos pasos. El suelo estaba hecho de nubes, pero soportaba mi peso. En el centro había una mesa enorme con todo tipo de bebidas y comida. Yo cogí una copa de algo dorado, y me puse a caminar. Paseando la mirada, vi un hombre con barba y un himation, que hablaba con dos mujeres. Lo pasé muy rápidamente pero parecía... no, no podía ser él. Pero al mismo tiempo estaba  mi madre en ese sueño, podía ser posible. Entonces me encaminé a un balcón que había detrás de la mesa. Tenía el mismo estilo que la sala circular. Allí, apoyado en la barandilla, había un hombre de espaldas a mi. Tenía el pelo color azabache un poco revuelto. De espaldas anchas, su himation negro y gris apenas podía disimular unos brazos fornidos y una constitución fuerte. Era alto a pesar de estar algo encogido. Me acerqué a él con curiosidad y me apoyé yo también.
- ¿Qué mira? - le dije.
- La tierra - se giró para mirarme y de que poco me da un infarto.
Era Hades, pero un Hades con barba, mirada melancólica y más guapo de lo que nunca lo había visto. Se me desencajó la mandíbula al verlo. Menos mal que a mi otro yo no le pasó, porque sino, menudo espectáculo.
En ese preciso instante, abrí los ojos porque alguien me zarandeaba, y vi al verdadero Hades, que encontré que no estaba nada mal tampoco. También tiene el pelo revuelto, pero él era porque se acababa de despertar. ¡Y por el amor de Dios, que bien les queda a algunos hombres una camiseta blanca! Esta formaba parte del pijama que nos habían dejado, eso y unos pantalones de algodón extrañamente cómodos. Tuve que concentrarme de nuevo para no quedarme con cara de idiota, pero no pude evitar un suspiro. Cuando por fin recordé dónde estaba, quién era y cómo se hacía para hablar, me levanté un poco y le pregunté que pasaba. Me enseñó un carrito de hotel con un desayuno sencillo: tostadas, con opción a ponerle mantequilla, queso, jamón, y diferentes mermeladas, dos tazas, una cafetera y una tetera, según lo que prefiriésemos, así como una jarra de zumo de naranja. Todo era perfecto hasta ese punto, Hades es alérgico al zumo de naranja. Supongo que el que nos preparó el desayuno no lo sabía, pero no nos quejamos, él simplemente no tomó. Nos comimos el desayuno pitando y nos volvimos a vestir como estábamos el día anterior. Cuanto antes pudiésemos volver a nuestra casa mejor. Necesitaba una ducha y un cambio de ropa urgente, pero no creía que pudiésemos hacerlo hasta la noche. Mientras tanto, teníamos a Cerbero jugando con un juguete verde que no sabíamos de dónde había salido, pero que estaba destripando alegremente. Intuía que me iba a arruinar en juguetes con este pequeñajo.
Mi abuelo nos esperaba ya en la puerta de la habitación con una sonrisita cuando salimos. Le aseguré que nada había pasado esa noche, pero con el recuerdo del Hades del sueño me puse un poco colorada y creo que no se lo tragó. Nos llevó de nuevo al despacho del hombre mayor y nos deseó buena suerte. Miré a Hades y le pregunté si estaba listo. Como respuesta hizo lo que yo había hecho el día anterior: entró en el despacho sin decir una palabra, con una sonrisa de dientes blancos iluminando su cara.