La noche que acababa de pasar al lado de Elysa, me había dejado con las defensas por los suelos. Después de ataques de todo tipo, el sueño, que esperaba reparador, había sido todo, menos tranquilo. No podía mirar a mi amiga sin pensar en su otra versión. La visita por los departamentos me había convencido que poner todo lo que iba a ver en la carpeta "Centro de Departamentos", y que no entrase en otra como "Racional", era una magnifica idea. Así podría encajarme todo mucho mejor. Acabado el tour turístico y ya viendo la salida, parecía que este sitio no quería dejarme ir. Al despedirnos del señor Ysoer, y yo teniendo un pie en la salida, en un sitio donde no habrían ni monstruos, ni Fénix, ni nada por el estilo, se oyó un gran ruido. Y por supuesto, Elysa no podía evitar ir a verlo. Si yo lo que quería era volver a mi casa, tomarme una ducha de media hora y volver a mi realidad pacífica. ¿Porqué tenía ella que ir corriendo cada vez que oía algo raro? ¿Y porqué la seguía yo? Tenía que tener un lado masoquista porque sino la habría dejado allí mismo o habría dicho que no querría saber nada de ese sitio. Una voz, con una risita sarcástica, respondió a esas preguntas:
- Como que la ibas a dejar sola persiguiendo un sonido potencialmente peligroso. No me hagas reír.
Maldecí esa vocecita que tenía razón. No iba a dejar a mi amiga perseguir el peligro sin ir detrás para sacarle las castañas del fuego, o al menos para apartarla en el último momento. Cuando salimos del pasillo que había a los laterales de los ascensores acabamos en un sitio que no parecía el mismo. En pleno centro de la cuidad, detrás de un edificio de oficinas, había un parque que tenía que tener la extensión de varios campos de fútbol. Todo era verde y dorado por los árboles que empezaban a perder sus hojas. Un río circulaba de un lado a otro del terreno. Patos, cisnes, ocas y otros volátiles normales estaban tranquilamente en sus orillas.
Pero eso no era lo más increíble que veían mis ojos. A cierta distancia del río, una decena de personas estaban estirando unas cuerdas atadas a un árbol. Eso habría parecido normal si este no se estuviese debatiendo con todas sus fuerzas por liberarse de las ataduras. Nos dirigimos corriendo allí. El señor Ysoer vio que le habíamos seguido y si las miradas matasen, mi amiga y yo habríamos caído fulminados en el acto. Más de cerca, la escena era espeluznante. Cada rama del árbol se movía intentando liberarse de sus ataduras, las raíces atacaban y hacían perder el equilibrio a los componentes del grupo de personas, en medio del tronco había una cara de un hombre de mediana edad con una expresión de enfado que habría podido rivalizar con la de nuestro ex-guía. Y lo peor de todo era que el árbol hablaba. Teníamos un roble, con cara, que hablaba, y lo que decía no era nada alabador para sus atacantes.
Elysa parecía alterada con la escena.
- ¿Por qué le están haciendo eso? ¿No ven que le están haciendo daño?
- Es su trabajo - la voz del jefe de todos los departamentos habría podido cortar el aire - el árbol entró para destrozar el parque, estos hombres lo están defendiendo.
No pude evitar intervenir. Yo mismo empezaba a estar enfadado por lo que estaba diciendo el anciano.
- ¿Pero qué está diciendo? ¡Sois vosotros los que estáis destruyendo el parque! El Errante sólo quería defender un árbol joven que estabais hiriendo.
No sabía cómo, pero identifiqué con exactitud lo que era ese árbol que hablaba. Se les llamaba Errantes, no hace falta decir que el nombre era una evidencia estúpida. Se movían por toda la tierra defendiendo los árboles de su misma especie que estaban en peligro. De alguna forma lo sentían. Sólo había uno de cada especie y cuando surgía otro, el más anciano sabía que tenía que formarlo lo mejor que pudiese porque iba a encargarse de lo que hacía él en unos años. No eran seres agresivos, pero defendían a los suyos con todas sus fuerzas. Puede que me sonase de alguna película, no me hubiese extrañado que se inspirasen de ellos para hacer algo.
Los ojos del anciano se abrieron de par en par, estupefactos. El enfado parecía haberse disipado. Pero no sólo él se había parado a escuchar, la cuadrilla con las cuerdas, e incluso el mismo árbol estaban parados. Este último cortó con rapidez las cuerdas que le retenían y se acercó, a una velocidad muy superior a la que se podría haber intuido, hacía nosotros. Los hombres del Centro de Departamentos quisieron actuar, pero su jefe se lo impidió. El Errante me examinó más de cerca. Su cara era como si hubiese sido tallada en la madera y al mismo tiempo parecía nacer de las irregularidades del tronco. Sus ojos eran expresivos, su mirada examinaba como queriendo ver en lo más profundo de mi, así como dejando espacio para que guardase lo que no quería dejar entrever. Los cambios de expresión ocurrían como si una bruma tallase la madera. Después de mirarme un rato se giró hacía mi amiga, a la que examinó mucho más tiempo.
- Hacía mucho tiempo que ningún humano podía entender lo que decía - su voz era grave, pero lisa. Me esperaba a encontrarme con una que fuese rugosa como el tronco del árbol, aunque hablaba con mucha parsimonia - A cada generación había menos, hasta que no quedó ninguno. Antes, la lengua de los humanos era la nuestra. Ahora... son tan raros - el tono de la voz era triste - ya no quedan humanos que puedan hablar en nuestro nombre. Ni capaces de comprender mi lengua, ni lo suficientemente honestos para que les dejemos representarnos - todo el rato se había dirigido a Elysa - en ti siento un gran apego por los nuestros, pero en tu caso - una de sus ramas me tocó - siento la Muerte.
Ni aunque me hubiesen dado un mazazo en pleno pecho me habría sentido menos desorientado. ¿Qué significaba eso de que sentía la muerte en mi? Eso ya me empezaba a asustar, y no era al único.
- ¿La muerte? ¿Qué quieres decir? - Elysa hablaba con voz angustiada - dime que no le va a pasar nada a mi amigo
El Errante la miró a los ojos un tiempo antes de responder.
- He dicho que sentía la Muerte, no que se avecinaba la suya. Tienes que aprender a distinguir estos pequeños detalles joven humana. Ayúdame y yo te ayudaré. Están haciendo daño a un pequeño roble que quiere crecer. Oía sus gritos de auxilio desde muy lejos.
Elysa se puso en marcha como si le hubiesen pinchado con un metal al rojo vivo. Le pidió al Errante que le enseñase dónde estaba el árbol pequeño y fue hasta allí. Cuando vio que unas púas de una alambrada atravesaban el tronquito de un árbol, les echó tal bronca a los hombres que estaban allí que aún hoy en día, cuando alguno se cruza con ella, se aparta. Pocas veces había visto a mi amiga tan enfadada. El señor Ysoer no hizo nada para evitarles a sus hombres la humillación que les riñesen como a unos críos.
Cuando estaba a punto de ponerme a reír de la situación, vi una llamarada atacar a Elysa. Con reflejos que no pensaba tener, me puse tenso, me situé entre mi amiga y el atacante y, no sé como, volvió a aparecer aquella espada negra en mi mano. Delante de mí había una joven de pelo negro, cuerpo atlético, mirada feliz y armada con un lanzallamas. Aunque suene absurdo, había algo en ella que me pareció... ¿sexy? Preferí apartar ese pensamiento de mi mente y centrarme en el hecho de que era una amenaza. Le ordené que soltase el lanzallamas. La única respuesta que obtuve fue otra llamarada, hacía el Errante esta vez. Pero fue a mi amiga a la que le cayeron partes del líquido inflamable en llamas.
A partir de allí ocurrieron dos cosas simultáneas. El Errante cogió a Elysa entre sus ramas y formó un capullo protector alrededor de ella. Yo corrí, espada en mano, hacía la pirómana, le corté las correas que ataban el arma a su cuerpo e hice que soltase la manguera. Ante mí se encontraba sólo una joven desconcertada.
- ¿Se puede saber que estás haciendo, idiota? Los Errantes no se consumen por el fuego - volvía a ignorar de dónde me provenía esa información, pero estaba seguro que no me equivocaba.
La joven me miró de arriba a abajo parándose en lugares bastante embarazosos.
- Están hechos de madera, la madera se consume por el fuego, era más lógico coger un lanzallamas que un machete - dijo la joven, mirando con atención mi espada.
Prefiero guardarme la opinión que de ella soltó el Roble, sólo diré que no era nada halagadora. Este me informó que sólo un tipo de fuego podía consumirlo y que ella estaba muy lejos de podérselo procurar. Por alguna razón no transmití esa información.
- Lo lógico habría sido informarse de a lo que te enfrentas en lugar de correr como una idiota con un arma extremadamente peligrosa y que, se ha demostrado, no controlas. Podrías habernos quemado a todos, pero eso, a ti, parece que no te importaba.
Sin esperar que dijese nada más, me giré hacía el Errante. Este deshizo el capullo protector y me dio a mi amiga, la cual deposité en el suelo. No parecía haber sufrido ninguna quemadura. Suspiré aliviado.
- ¿Te encuentras bien?
- Si, el fuego pasó cerca pero ya esta
Me bajó la furia que no sabía que había estado conteniendo desde el ataque flamífero. Elysa estaba a salvo y eso era lo que contaba. Mi amiga había estado expuesta a más peligros en las últimas veinticuatro horas que en sus veintiséis años de vida. Lo que necesitábamos, ambos, era salir de ese sitio de inmediato y volver a una realidad en la que los árboles se estaban quietos y no había locos con lanzallamas o dagas voladoras. Ayudé a Elysa a levantarse y la quise empujar hacía la salida, pero el Errante nos paró.
- Es una lástima que no trabajéis en este sitio, me habría quedado con gusto. Jovencita - se dirigió a mi amiga - Si vuelves a necesitar mi ayuda o simplemente quieres aceptar mi oferta de ayudarte con nuestra lengua eres bienvenida al parque central de la ciudad, mi residencia actual - una parte mi se sitió ofendida, ¿por qué le proponía ayuda a ella y a mi no? ¿Era por esa "Muerte" que sentía en mi interior? - En cuanto a ti - me miró y me sobresalté - tendrás que aprender las vías del conocimiento por otros maestros que yo. Siento que tu vía será mucho más oscura que la suya y mis conocimientos no serían los adecuados. Pero estoy seguro que como yo me he aparecido a tu compañera, el maestro que necesitarás aparecerá ante ti tan claro como yo - y sobre estas palabras, la tierra se lo tragó sin dejar ni rastro de que hubiese habido nada allí.
Sin dejar tiempo a mi amiga para que reacciona, la cogí del brazo y me la llevé a mi casa. Lo consideraba el lugar más seguro que pudiese haber y no se encontraba lejos de ese maldito edificio. Mi piso estaba en un inmueble de ladrillos rojos, a la antigua, pero su interior era mucho más impresionante. Me lo había dejado en herencia mi tío Malcolm, muerto en un accidente de coche hacía seis años. Para ese entonces tenía sólo veinte años y estaba en la universidad. Me había visto, de golpe, con un piso de más de doscientos metros cuadrados y decorado con gusto, cosa que siempre se lo tuve que admitir a mi tía, que también murió en el mismo accidente. Es un piso magnífico, todo de madera que da calor a la casa. Tiene un balcón enorme en el que intentó cultivar plantar. Huelga decir que fracaso lamentablemente. Si Elysa no se pasase por allí de vez en cuando tendría un montón de plantas muertas. Lo único que parece sobrevivir a mis cuidados es un geranio blanco que me regaló mi hermana pequeña hace un par de años. Está enorme. Tengo dudas de si Elysa lo toca, pero ella me ha jurado que jamás se ha acercado a él. En ese balcón también tengo una mecedora doble, de esas que el sillón está colgado. Sus cojines son numerosos y esponjosos. Cuando estoy en casa me encanta estirarme en ella. Cuando hace frío la entro en casa, pero a la que hace un poco de calor, la saco a fuera. Cuando está en casa, la pongo cerca de la chimenea, que me entretengo en mantener para poderla usar en invierno. Vivo en el último piso del edificio, no molesto nunca a ningún vecino con ella. Es verdad que es mucho más peligrosa que la calefacción, pero para mí, tiene un encanto que no la cambiaría por nada del mundo.
Esta se encuentra en el salón, que es enorme. En él están los dos ambientes en los que me siento más cómodo: una biblioteca que sería la envidia del señor Hefernam y una cocina equipada con todo lo posible. Me encanta la lectura. Muchas veces en invierno, me estiro en la mecedora a leer tranquilamente delante del fuego. Lo que más me gusta son los libros antiguos. Cuando más viejo, más me gusta. Adoro el tacto, el olor, la sensación de ir avanzando poco a poco en el libro y ver como van disminuyendo las páginas por un lado y aumentando por el otro. Las estanterías ocupan la mayor parte del salón. Mucha gente me ha dicho que tendría que pasar al digital, que con una tablet tendría todos los libros a mi alcance. Como no lo suelen decir con mala intención no les muerdo, pero es que no soporto los libros electrónicos. Son fríos, no sientes nada al leerlos y sin darte cuenta ya estás al final. ¿Qué gracia tiene eso? Para el que no tiene dinero o poco espacio en su casa, vale, pero mi tío me dejó una biblioteca muy bien constituida, con ediciones preciosas y espacio más que suficiente para ampliarla, cosa que ya he hecho. Por otro lado, el que tenga una cocina súper equipada es cosa de mi madre. Soy el único chico de cinco hermanos. Se tomó muy a pecho el enseñarme a seducir cuando llegué a los catorce años y tuve la malísima idea de decirle que me gustaba una chica. A partir de ese momento se emperró en enseñarme a cocinar porque decía, y sigue diciendo: "¿te crees que los hombres son los únicos a los que se les enamora a través del estómago? Pues te equivocas, a las mujeres también les encanta la comida bien hecha". Cada semana tocaba un plato que había que aprender ha hacer a la perfección. Cuando llegaba a mi límite, mi padre solía aparecer y rescatarme de las fauces de mi madre. Supongo que es porque se sentía culpable porque fue con su comida casera con la que consiguió enamorarla.
Mi piso tiene tres habitaciones. Me las he arreglado para que una de ellas sea mi despacho, otra, la más grande, mi habitación, y el tercero un cuarto para cuando viene Elysa a dormir. Mi amiga tiene una copia de las llaves y tiene ordenado venir aquí cuando sale de fiesta y está cerca. Me da igual que no esté borracha, pero para que deambule sola en la noche lejos de su casa, prefiero dejarle una habitación y así duermo más tranquilo. Su cuarto es sencillo, una cama, un armario, un espejo y ya está. El espejo es cosa suya, lo demás es lo básico para que estuviese aquí. Le he dicho que podía traer lo que quisiese, pero por ahora sólo ha añadido el espejo. Mi habitación es de paredes y cortinas blancas, una estantería con mis libros preferidos, un armario grandísimo y mi cama tamaño emperador de la india. No es su nombre de verdad, pero cuando la vio, mi hermana pequeña me dijo que en ella podría dormir un emperador con tres de sus mujeres. La cama tiene la particularidad de tener todo lleno de plumas, así que cuando me voy a dormir, parece que esté en una nubecilla, y eso me encanta.
Durante todo el camino y al llegar a casa ninguno de los dos habló. No sabíamos bien que pensar. En cuanto crucé la puerta me sentí en mis dominios y sabía que estábamos seguros. Por una razón que no conseguía entender, el cachorro de perro de tres cabezas nos había seguido. Como el puñetero bicho se mease en mi piso, lo exiliaba en el balcón hasta que su dueña se fuese. Porque esperaba sinceramente que Elysa no pensase que me lo iba a quedar yo. Le dejé que fuese a ducharse primero, cuando salió me metí yo y me pegué la ducha del milenio. Salí con tejanos y una camisa blanca secándome el pelo. Noté que Elysa se quedaba mirándome.
- Ni que nunca me hubieses visto salir de la ducha.
- Te he visto de todas las formas posibles, y alguna que otra que preferiría olvidar.
Cuando conoces a alguien desde los ochos años, suele pasar. Yo también tenía un buen repertorio de modelitos que mi amiga preferiría pensar que nunca volverían a salir a la luz del día, pero no entendía que tenían de raro mis tejanos y mi camisa. Preferí guardarme la réplica que tenía guardada y fui a lo que más me preocupaba.
- ¿Irás al parque como te lo ha dicho ese Errante?
Ella tardó unos momentos en responder.
- No lo sé. Me intriga mucho el que pueda entender una lengua que se supone que nadie más puede. Además, ¿cómo es que sabemos que era un Errante? ¿Cómo sabemos qué es un Errante? Me preocupa. Quisiera saber si él conoce las respuestas a esas preguntas.
- Elysa, no se si fiarme de un árbol que habla. ¿Te has dado cuenta de lo loco que suena? "Para entender qué me pasa voy a preguntárselo a un árbol parlante". ¡No eres Pocahontas!
- Claro, y no hemos visto una bandada de fénix volando, ni una esfinge, ni un loco con dagas voladoras, ¿verdad?. La única solución racional a todo esto es que ayer nos pusieron algo muy gordo en la bebida y hemos estado alucinando, ¿no?
Su tono sonaba enfadado. Pero, ¿cómo quería que asimilase todo aquello? Yo hacía esfuerzos, pero algunas cosas eran muy difíciles.
- No estoy diciendo eso, aunque se me haya pasado por la cabeza. Pero primero, no sé, háblalo con tu abuelo. Él trabaja allí, me parece más fiable que ir a pedir consejos a un roble cuya dirección es el parque central de la ciudad.
- Hades, ¿tu no crees que todo lo que nos ha pasado sea verdad, no?
Exploté.
- PERO, ¿TU TE HAS ESCUCHADO? ¡MONSTRUOS MITOLÓGICOS, DAGAS QUE VUELAN, ÁRBOLES PARLANTES! QUIERO CREER QUE TODO ESTO NO ES MÁS QUE UN SUEÑO Y VOLVER A MI VIDA ABURRIDA EN LA OFICINA, ¡¡PERO NO ME ES POSIBLE!! Ahora ya no... Elysa - me senté - me sale una espada de la mano, y eso me aterra.
Eso era lo que de verdad me tenía muerto de miedo. No el hecho de haberme cruzado con una bandada de pájaros en llamas o con un cachorro de perro con tres cabezas. Estaba muerto de miedo por lo que yo podía hacer. No se lo había dicho a mi amiga, pero las dos veces que tuve la espada en mano, sabía qué hacer con ella. Sabía cómo cogerla, cómo manejarla, dónde clavarla para matar a mi oponente. Y para rematar la cosa, el Errante me había dicho que no podía nada por mí, que buscase "otro maestro". Como para hundirle la moral a cualquiera.
Elysa se arrodilló delante mío y me cogió la mano. Aún tenía la venda que me habían hecho el día anterior, tenía que cambiarla. Mi amiga me hizo mirarla a los ojos.
- De todas las personas que conozco, si sé de una que preferiría que llevase un arma que pudiese sacar en cualquier momento, esa serías tu - intenté interrumpirle - ¿me dejas acabar? - me callé - Eres una persona sensata, calmada, que reflexiona antes de actuar y que sabe que hacer con una espada, porque ahora no me vendrás con el cuento de que no sabías que hacer con ella, ¿verdad? Me fijé en como la cogías, en como la movías, esas no eran las maneras de un novato en el porte de armas blancas - ¿se puede saber de dónde demonios sacaba ella esa información? - Mira, si lo que te asusta es la razón por la cuál tenías el arma en tu mano, mañana iremos ha hablar con mi abuelo a ver si tiene alguna idea. Y sino, que nos indique quién podría tenerla. Vamos a resolver esta incógnita, y si me dejas, la resolveremos juntos, ¿vale?
No sabía que responderle. Bajé la mirada y vi que la mano que no me sostenía Elysa tenía un pequeño temblor. Estaba muerto de miedo por el hecho de tener una espada en la mano. No sabía como manejar esa situación. No sabía bien qué hacer para encontrar soluciones y ella, con unas pocas frases, consigue que encuentre un método para salir de mis miedos. Si tengo un plan, puedo afrontar lo que sea porque sé que hacer. No sabía como encarar el hecho de que una espada saliese de mi mano. Ahora el primer paso era ir a ver a un hombre al que le tenia plena confianza, aunque el hecho de que ni ella ni yo supiésemos dónde trabajaba me incomodaba un poco. Aunque, ¿quién le podía culpa? ¿Cómo habrías podido decirle a tu familia que trabajas en una empresa en la que compañeros tuyos tienen que perseguir crías de fénix porque estas se escapan?
- Por favor, ayúdame.
Fueron posiblemente las tres palabras más difíciles que tuve que pronunciar nunca. Mi amiga sabía que tenía miedo, pero era yo el que tenía que admitirlo delante de ella.
Lo primero que hizo fue levantarse e irse a buscar el botiquín que tengo el cuarto de baño. Me quitó la venda, me la limpió la herida, me la volvió a desinfectar, y me la vendó de nuevo. Me miré la mano, no tenía nada que envidiar a las curas que me había dado el médico del centro de departamentos. Para darle las gracias invité a Elysa a comer. Como cualquier sábado resacoso, hoy tocaba pasta. Así que me fui a mi nevera y cociné con lo que encontré. Y sin querer ser pretencioso, me salió de rechupete.
Pasamos el resto del día juntos, tranquilamente preparándonos para saber qué preguntas exactas hacerle a Andrew. Esa noche, Elysa durmió en mi casa, y que yo supiese, el perro en su dormitorio. El mío lo cerré con llave, no quería averiguar si el bicho sabía abrir puertas, o si tenía pulgas.
Al día siguiente nos encaminamos a la casa de Andrew. Mientras Elysa había sido pequeña, esa había sido su casa. En cuanto sus padres encontraron un trabajo estable, se mudaron a un piso propio. No hacía mucho que conocía a Elysa cuando eso pasó, y tuvieron suerte, porque sus padres le pidieron a los míos si no les importaba cuidar de ella mientras durase el traslado. Elysa y yo ya éramos grandes amigos por aquel entonces, la amistad se forjó muy rápidamente, y en cuanto mis hermanas vieron a la nueva, fue una locura.
Antes de explicar el porqué, tengo que presentar a mi familia. Mi abuela materna tuvo cuatro hijos. Mi tío Malcolm, el que me dejó la casa, era el mayor. La gente dice que nos parecemos mucho, pero eso es normal en una familia y a mi no me lo parece tanto, pero bueno. Después de él vino mi padre y después dos niñas más. Tengo una relación normal con mis tías, pero sin llegar a la proximidad que tenía con mi tío Malcolm. En lo que se refiere a mis padres, tienen cinco hijos. Mis tres hermanas mayores, Insoportable, Caprichosa, y Creída... ejem, Clara, Laura, y Teresa, así como una hermana pequeña, mi adorada Ariadna. Elysa suele decir que tengo complejo de hermano mayor. ¡Pues claro que lo tengo! No voy a dejar que cualquiera se acerque a mi hermanita. Aunque el idiota con el que sale ahora, bien lo tiraríamos de lo alto del Empire State Bulding toda la familia, incluyendo mi abuela y Elysa. Pero tiene veinticinco años, no podemos decirle nada sobre con quien sale, aunque tengo la esperanza que un día abrirá los ojos y verá que está con un imbécil.
Bueno, a lo que iba, cuando vieron a la amiga que traía, fue una adopción inmediata. Mi madre creo que sigue esperando que acabemos juntos. Pobre mujer, de esperanza también se vive, ¿no? Nos conocemos desde hace viente años, y si nada ha pasado entretanto, nunca va a pasar. Mis hermanas mayores la adoraron hasta que les soltó alguna fresca de las suyas. Luego la cosa fue a peor, la tiene idealizada, es la quinta hermana que querían tener. Ariadna se lleva muy bien con ella, son próximas en edad y siempre que le ha pasado algo ha preferido hablarlo con ella que no con Teresa, aunque tampoco me extraña. Sigo esperando que Elysa le suelte lo que todos pensamos sobre su novio. Yo no me atrevo demasiado, ya le he aguado suficientes parejas, pero la frialdad con lo que lo trato debería darle pistas. Los pocos días que estuvo con nosotros se adaptó enseguida y parecía como si siempre hubiese vivido allí. Cuando se tuvo que ir, la casa estuvo un poco demasiado silenciosa a nuestro gusto.
La casa del abuelo de Elysa no era muy grande. Tenía un piso bajo en el que estaba una cocina sencillita y un salón-comedor. En cuanto se entraba en él se podía sentir que allí habían vivido niños. Había una especie de aura que mostraba que unos niños habían jugado incansablemente en ese salón. Subiendo unas escaleras de madera se llegaba al piso superior. En él habían tres habitaciones, el cuarto de baño y la escalera que llevaba al ático. De pequeños, a mi amiga y a mi nos daba mucho miedo subir la ático, Andrew nos había asustado diciendo que allí vivían fantasmas. Conforme crecimos le fuimos perdiendo miedo a ese sitio, pero después de lo ocurrido en el Centro de Departamentos, empezaba de nuevo a pensar que allí habitaban fantasmas de verdad.
El abuelo de Elysa nos acogió en su casa. Parecía muy cansado. Nos dijo que la intrusión del loco de las dagas, Arthur, así como la nuestra había provocado un papeleo de impresión. Después de unas palabras de cortesía, mi amiga fue al grano explicando la razón de nuestra venida a su casa.
- Abuelo, tu también lo viste, ¿verdad? Hades puede sacar una espada de su mano. ¿Crees… crees que es peligroso para él eso?
- En cuanto os fuisteis a dormir la primera noche, fui a hablar con mi jefe, el señor Ysoer. Él ya sabía que John tiene una espada que le sale de la mano, no sé como se ha enterado de eso, supongo que alguna cámara de seguridad se lo ha mostrado. Ese hombre es mucho más inteligente de lo que os podéis imaginar. Le hice exactamente la misma pregunta que vosotros a mi. Sabe irse por las ramas y desvíar el tema. Aunque insistí, no quiso responder nada concreto. Lo único que conseguí arrancarle fue que por culpa de esa espada, tu vida no correrá peligro John. Simplemente vas a tener que aprender a manejarla.
Hades y yo nos miramos. Con un acuerda tácito, decidimos que no le diríamos nada a Andrew sobre el hecho de que sabía perfectamente manejarla. Parecía que algo le irritaba de esa visita y se lo pregunté.
- No es nada grave, simplemente que hablar con ese hombre es enigma tras enigma. Nunca puedes sacar nada en claro. Siempre te sonrie como si supiese algo que tú no sabes y le hiciese gracia eso. John, no sé porque tienes esa espada, ni cómo la has conseguido, pero seguro que alguien en el Centro de Departamentos te lo podría decir... o lo podrías descubrir por tí mismo investigando - una sonrisa se dibujó en su cara como si esa idea le gustase.
- ¿Qué quieres decir, abuelo? - la pregunta era redundante, porque ambos sabíamos a lo que se refería.
- Muy sencillo. John, te quejas continuamente de que tu trabajo te aburre soberanamente. Ayer y anteayer demostraste que sabías guardar la entereza en momentos de estres. He visto gente entrenada que se enfrenta a un combate cómo el que tuviste tu, y acabar agachada muerta de miedo porque no quería morir. Ya sé que me vas a decir que también te obligué a empuñar un arma y que en ambas ocasiones la vida de mi pequeña estaba en peligro - la "pequeña" soltó un bufido al oír eso, no le gusta que le traten como a una muñeca de porcelana - pero creo que podrías considerar el hecho de que ese sitio podría ser el que de verdad fuese el bueno para ti. Mírate, hace sólo dos años que trabajas en dónde estás y ya eres jefe de un departamento. Piensa en lo que podrías hacer allí
- Enfrentándome a locos maniáticos como el del otro día, ¿no? - sabía que tocaba un tema sensible, y lo hice a propósito.
- Ese es un caso a parte. Tan a parte que no hay nadie más peligroso que yo haya encontrado. Es un caso raro al que no te tendrías que volver a enfrentar - su mirada era hielo puro, pero no por eso me amilané.
- No "tendría", eso emite la posibilidad de que si que lo haga.
- ¡Da igual que quieras o no, John! Arthur te ha puesto una marca en la espalda. Eso significa que va a ir a por ti, y pasas la mayoría del tiempo con mi única nieta. No pienso permitir que ni a ti ni a ella os pase nada. Tienes que aprender a defenderte contra todo tipo de peligros, y lo mismo va por ti - se giró hacía Elysa.
- ¿Qué? Yo no pienso cambiar de trabajo porque un loco se le haya metido entre ceja y ceja que Hades tiene que morir.
- Te calificó de "interesante". La última persona a la que le dijo eso, murió entre atroces sufrimientos. Si no vas a cambiar de trabajo, haz al menos el favor de entrenarte. Lo único que sabes hacer es disparar con una pistola y eso no sirve de nada contra él. Estoy siendo rudo, si, pero prefiero que vivaís teniendo una mala opinión de mí que no habiendo de asistir a dos funerales.
Miré a Elysa. Me había dicho que estaría conmigo en esto, pero no podía pedirle algo así. Desde muy pequeña había querido ser bibliotecaría. Le encantaban las bibliotecas y sitios de lectura. Había estudiado biblioteconomía para poder encontrar trabajo en ese campo solamente. Hace cosa de tres años, consiguió lo que deseaba. Era un sitio pequeño, pero se la veía tan feliz allí, que simplemente de pensar que ya no se sintiese tan bien por mi culpa me atravesaba el corazón con una daga de hielo. Iba a decir algo cuando ella habló.
- No tendrás que asistir a ningún funeral porque no voy a dejar que un loco me dicte mis conductas porque le tenemos miedo - si lo pensaba un poco, era justamente lo que hacíamos, pero decirlo habría sido inútil - He visto una preciosa biblioteca, si consigo trabajar allí, casi sería como tener un aumento.
Una sonrisa de lobo viejo se dibujó en la cara de Andrew. Como odiaba que hiciese eso. Allí era exactamente dónde nos quería llevar. Sabía perfectamente que no necesitaba mi confirmación verbal para saber que yo iba a ir detrás de Elysa. No la iba a dejar sola cuando se había metido en eso por mi culpa.
- Os tengo que avisar de una cosa, hay posibilidades que no llegues al Departamento de la Vida. Los puestos se asignan después de un periodo de entreno y la superación de varias... "pruebas". Aunque aún no he escuchado a nadie que haya pedido un traslado. No sé como, pero saben exactamente qué Departamento es el correcto para cada persona.
- ¿Qué tipo de pruebas son esas? - pregunté.
Andrew me volvió a sonreír con esa sonrisa de lobo viejo. No auguraba nada, pero que nada bueno.