miércoles, 24 de febrero de 2016

Decimotercer capítulo: Feliz Cumpleaños

Nos encontrábamos en un lugar oscuro. La sala era grandiosa. Podía sentirlo por las sombras que se arremolinaban en ella. Con el paso del tiempo, sentía cómo mi afinidad con ellas se había ido acentuando. Cada vez me costaba menos controlarlas. Era capaz de blandir a Sombra sin tener que estar enfadado o en peligro, aunque el esfuerzo para conseguirlo continuaba siendo considerable. Si me concentraba lo suficiente, podía distinguir muchos más detalles con el don que se me estaba desarrollando que no a simple vista.

Pude observar cómo la sala en la que habíamos entrado estaba bordeada de columnas a ambos lados que soportaban unos balcones en un primer piso, en los que había hombres armados que no nos quitaban ojo. Si la reina vampiresa decidía que acababa con nosotros, el que estuviésemos en un lugar tan oscuro podría ser la única oportunidad de escapar con vida. Las sombras podían ser utilizadas tanto para el ataque como la defensa, y yo sentía más atracción hacia esa segunda cualidad.

Avanzamos poco a poco. Esa sala parecía no tener fin. Descubrí, concentrándome, que en realidad, sólo había ese lugar allí. No habían cámaras adyacentes, ni pasillos, nada. Ya había notado que la rubia que había hecho enfadar a Elysa se había ido por la puerta por la que habíamos entrado. Sin embargo, pude notar que habían como ocho puertas más en ese sitio. Sentí la curiosidad de saber qué había detrás de ellas. Noté a cerca de un centenar de hombres que esperaban a fuera. La sala tenía múltiples salidas, pero ninguna estaba sin vigilancia. Era un método eficaz de protección, pero sólo si esos hombres eran más poderosos que los atacantes. Vi como Cerbero se quedaba pegado a mi amiga durante todo el rato que caminamos. Deduje rápidamente que ese anormal número de hombres podía ser debido al perro. Lo que no sabían era que los de la Casa Grande eran mucho más numerosos y el animal se los había comido en diez minutos. Esperé que a nadie se le ocurriese hacer un movimiento en falso, podríamos salir todos muy malheridos.

Conforme avanzaba, una sensación conocida me invadió. Yo ya había visto una sala de ese estilo: columnas que la separaban en tres por su longitud y de grandes dimensiones. Cuando lo pensé, recordé el sueño que había tenido la noche antes de que Elysa fuese atacada. Había pensado muchas veces en ello. ¿Cómo podía soñar con dioses de la antigüedad y saber lo que pensaban y sentían? Sólo de imaginarme todas las consecuencias que aquello podía tener me daba miedo. La conclusión más probable era que mi cerebro intentaba asimilar todo lo que estaba ocurriendo estos últimos meses. Yo conocía un poco la mitología griega. Sabía que Hades, el dios homónimo mío, tenía un casco que le permitía esconderse en las sombras y volverse casi invisible: la Kunea. Lo más probable es que esos sueños fuesen para que pudiese racionalizar lo que me pasaba... aunque asociarlo a dioses griegos no era posiblemente la mejor idea. Cuando me di cuenta de la similitud de ambos lugares, empecé también a ver las diferencias. El palacio del dios era casi resbaladizo. Estaba todo hecho de piedra negra pulida. Transmitía una sensación de inmaculado, pero también de despegue hacia todo lo que lo rodeaba, como si no tuviese nada que ver con ella, como si no lo desease. Ambos sitios eran salas de recepción, pero la de mis sueños era mucho más impresionante que no esta. Siempre se dice que lo que no se ve da más miedo que lo que si, pero aquí, no conseguía impresionarme. Parecía una vieja casa que era utilizada desde hacía muy poco y que aún no habían tenido tiempo de renovar para hacerla digna de una sala de audiencias.

Después de caminar llegamos al único sitio con luz. Era el trono. Estaba puesto sobre unas escaleras y una claraboya del techo hacía que llegase luz del exterior. Ese día, la luna llena ayudaba a que aquello tuviese un tono espectral. No me quedé impresionado. Me parecía poca cosa, demasiado teatral casi, sobretodo para alguien que demostraba su fuerza con acciones. Lo que merecía pararse a verlo, aunque sólo fuese para horrorizarse, era el trono. Parecía como si a uno de madera le hubiesen vertido encima oro fundido y puesto todo tipo de piedras preciosas. A mi me gustaba la sencillez. Si se quería un trono de dorado, se podía haber hecho de mil maneras distintas. Eso de allí delante era un amalgama del preciado metal con apenas forma para que alguien se sentase. Esperaba que no me pidiesen mi opinión o la actuación de Elysa les parecerá una demostración de buenos modales.

La señora se sentó y se presentó. Se llamaba Elle y reinaba sobre la Villa desde hacía menos de un mes. Todo eso yo ya lo sabía. Lo mínimo era informarse de quién se pretendía ver. Mi amiga no lo sabía, pero hacía tiempo ya que planeábamos esto. Queríamos hacerlo pero no teníamos un plan decidido ni nada... cuando lo pensaba tranquilamente ahora tampoco, pero no quería ni planteármelo.

Yo me adelanté y nos presenté como agentes del Centro de Departamentos. Obvié el hecho que éramos sólo aprendices y que estábamos sin supervisión. Hablé serenamente y sin nervios. Como todo el que escondía verdades, tenía que decir algunas cosas ciertas.

- Señora, hemos venido para iniciar unas posibles negociaciones trilaterales entre nuestro Centro y las dos Casas Vampíricas. Somos conscientes de que están habiendo cambios radicales de poder en la jerarquía tanto de un lado como del otro - les señalé a Wilhelm y a ella para mostrar que los identificaba como los jefes de la Casa y la Villa - Nuestra intención es que, si conseguimos que hayan estas negociaciones, cada uno pueda vivir de su lado, sin que los demás intervengan. Exceptuando el caso en que unos se metan en territorio de otros. En el Centro, sólo queremos que se viva en paz, nada más.

La señora de los vampiros sonrió dulcemente, como si de un niño pequeño se tratase. Yo creía saber lo que pensaba. Ella pensaba que estaba siendo demasiado inocente. Por supuesto que sabía que los tres lados iban a querer hacer lo que ellos quisiesen, pero si existía un tratado entre tres partes, si una la rompía, dos podían caerle encima. Estaba apostando sobre el hecho de que nadie querría dar un paso en falso si eso podía arriesgar su integridad. Wilhelm tenía que reformar la Casa Grande, ella debía su trono a su fuerza pero no tenía tantos vampiros como su homólogo campestre, y nosotros éramos meros humanos, contra todos los vampiros reunidos estábamos en clara desventaja. Elle estuvo un rato pensando. Lo más probable es que estuviese testando nuestros nervios. Quería ver si podíamos aguantar el tiempo que ella quisiese. Aunque también podía simplemente ser que se regodeaba en vernos pedirle algo.

- Esta bien - dijo - accederé a una tabla de negociaciones sólo con dos condiciones. La primera es que mi homólogo vampiro tiene que ser el jefe de la Casa Grande, no aceptaré hacer tratos con quién no esté a mi mismo nivel.

Justo, pero eso era cosa de Wilhelm. Nosotros sólo podíamos brindarle nuestro apoyo de palabra. Aunque estaba seguro que antes de que epezásemos las negociaciones, ya se habría hecho con el mando.

- Cuando nos sentemos a esa mesa, me encontrará delante suyo, Señora.

Dijo el vampiro inclinando la cabeza. No sabía porqué, pero en su tono de voz había una amenaza solapada. Parecía decir que no se metiese en sus asuntos. Elle podía demostrar su poderío con la fuerza, pero yo me habría mantenido en guardia contra Wilhelm, su manera de actuar podía ser mucho más peligrosa. Ninguno de los presentes dudaba en que tardaría en coger el poder. Era fuerte, listo, empezaba a tener una cierta edad sin llegar a Arcano, y nosotros le habíamos quitado de delante a la competencía.

- ¿Y cuál es la segunda condición, Señora? - pregunté. Empezaba a hartarme de tantas maneras.

La vampiresa sonrió.

- ¿Conocéis el Pelikan's Bar? - extrañados, le dijimos que si. Elysa y yo nos conocíamos todos los bares de la zona y ese estaba entre nuestros favoritos - Desde hace un tiempo es el coto de caza de un súcubo. ¡Eliminadlo!

Tuve que intervenir. Si hacíamos lo que decía las consecuencias podían ser mucho más terribles que las de un no acuerdo con los vampiros.

- Disculpad, mi señora, pero eso no nos es posible hacerlo. Somos agentes del Centro de Departamentos, el arresto de un súcubo - intentó interrumpirme pero no la dejé alzando la voz - incluso su muerte, deben ser hechos dentro de una misión, y nuestras misiones tienen un protocolo que todo el mundo debe seguir si quieren nuestra intervención. Haced un reclamo oficial al jefe de un Departamento, si queréis que seamos nosotros los que intervengamos puede incluso pedirlo. Pero JAMÁS "exterminaremos" a nada o nadie bajo sus órdenes, mi señora.

Intenté ser lo más claro posible para que todo el mundo me entendiese. No íbamos a ser unos mercenarios por un capricho de una advenediza. Si quería algo, que lo pidiese correctamente y si no le gustaba, podía irse a freír espárragos.

- Ahora, si nos disculpa - me incliné y mi amiga me imitó al segundo - nos retiramos esperando su petición oficial, si la hay.

Inicié nuestra retirada, pero entonces sentí un movimiento veloz que provenía de detrás de Elle. No llego a tener poderes de las sombras y nos habrían matado en el acto. Por puro reflejo, instalé un domo protector como lo había hecho el día del examen. Me enorgullecía decir que se parecía en un 50% a aquel. Había estado entrenando. Cerbero se puso delante de Elysa para protegerla y Wilhelm hizo lo mismo con Marie. Cabía notar que, siendo yo el blanco del ataque, a mí me podía partir un rayo. Ladys firts como decía aquel. Eso de tener poderes protectores a veces era un asco.

Me fijé en mis dos atacantes. Hombres de vestiduras como ninjas, cara tapada, pero ojos bien visibles. Todos en ellos era negro, sus ropajes, sus pelos, e incluso sus ojos. Yo sabía perfectamente lo que eran e iba a tener problemas como volviesen a atacar. Miré a Wilhelm pidiendo ayuda. Sin él, me descuartizaban allí.

- ¡¿Es así como Elle Hollinger despide a sus invitados?! - por suerte para mí, le había caído bien al vampiro - ¡¿Atacándoles por la espalda y con dos asesinos de las sombras?! ¡Debería darle vergüenza! Este hombre no es más que un humano y tiene más honor en el dedo meñique que usted en todo su ser. ¡O empieza a demostrar algo de sesera o seré yo el que no quiera nada con usted!

Me quedé impresionado. Poco faltó para escupirle. Podía no tener escrúpulos, pero parecía un hombre que supiese que hacer con el gobierno. La Señora dudó un poco e hizo un movimiento de cabeza. Los dos hombres se retiraros y nosotros también.

No dijimos nada hasta llegar al Centro. Entramos y nos desmayamos en los sillones. Halia se acercó preocupada. La pobre aún no había acabado su turno. ¿Qué hora debía ser?

- ¿Queréis que os traiga algo? ¿Café? ¿Té? ¿Agua?

- Halia, en el tercer cajón hay algo - dijo Marie - Tráenos eso, y cuatro vasos.

La mirada desaprobadora de la recepcionista nocturna me dijo que hubiese lo que hubiese en el tercer cajón, no era té.

- Wilhelm - dijo Elysa cuando Halia se fue - me he quedado bastante impresionada por cómo le has hablado a esa bruja después del ataque.

El vampiro sonrió bastante satisfecho. ¿Y qué pasaba conmigo? ¿Yo no lo había estado? ¿Que pasaba, porque el señorito tenía dientecitos afilados era mejor que yo? Me había esforzado para hablar correctamente y evitar que nos matasen por una mala palabra y ¿esta era la recompensa que recibía? ¿Ser ignorado? Esta y yo íbamos a tener una discusión muy seria en cuanto nos quitásemos de encima al vampiro y a Blancanieves.

- He podido gracias a John - hasta yo no supe qué decir. Wilhelm se puso a reír de nuestras caras - Es cierto. Él le ha hablado correctamente en todo momento y me ha brindado la oportunidad perfecta para decirle aquello. Si hubiese actuado tan imprudentemente como tú, Miss Von Heland, te aseguro que el incidente diplomático habría podido ser grave - al oír el reproche Elysa inclinó la cabeza triste - No creas que te reprocho tu actuación ante Barbie Princesa Dienteslargos, fue la correcta. Pero ante su madre, no lo era. No accede al poder cualquiera. Son inteligentes y saben cómo aprovechar la mínima ocasión. John hizo bien en negarse a hacer lo que le pedía. Habría equivalido a actuar sin el consentimiento del Centro y toda negociación podría haberse comprometerse.

En ese momento, Halia nos trajo los vasos y una botella de Jack Daniel's. Esta Marie guardaba de todo en sus cajones. Le propusimos a Halia que bebiese con nosotros, pero se negó, estaba aún de servicio. Esta chica era demasiado seria y reservada. Tenía que salir al mundo exterior, pero parecía no querer. Me preocupaba.

- John - el vampiro volvió a atraer mi atención - te voy a decir algo que a muy pocas personas se lo he dicho. Mi maestro fue un Arcano, un fino político, aunque jamás le interesase el poder. Él habría estado de acuerdo con cada uno de los actos que has hecho hoy. Y eso, es un gran halago.

Estábamos todos impresionados. Le había dado su visto bueno a mi actuación. Estaba orgullosísimo de mí mismo. Pero Marie pareció sorprenderse por otra cosa más.

- ¿Tu maestro fue un Arcano?

- Si señorita, y uno de los mejores hombres que he tenido el placer de conocer. Justo, amable, pero listo como el hambre. Sabe leer en cada uno de nosotros como en un libro abierto. Pero a él sólo le interesa la herbología y vivir su vida en paz. Dudo que jamás lo conozcáis. Vive recluido en su mundo y aunque os lo cruzarais, jamás os daríais cuenta de que es él. Puede que sea la única persona en el mundo que yo respete.

Una dulce sonrisa siguió esas palabras. Se notaba enseguida que lo apreciaba mucho. Que un Arcano fuese el maestro de un joven vampiro es muy raro. Creía recordar que existían muy pocos de esa especie ya. Eran vampiros que habían sobrepasado los dos siglos y medio de existencia. Eso suponía control sobre los instintos, paciencia, y el saber observar cómo cambia el mundo para adaptarse lo mejor posible a él. De entre todos los vampiros, ellos eran los más peligrosos. Líderes naturales, los más jóvenes tenían tendencia a seguirles sin pensarlo. Por eso, durante milenios, habían sido los jefes de las Villas y las Casas Grandes. Pero no sé porque, su número había ido en disminución. Sin cortarme se lo pregunté a nuestro invitado.

- El mundo cada vez les interesa menos. Hay una tendencia contraria que se va acentuando con el tiempo. Cada vez menos vampiros jóvenes llegan a Arcano. Nos vamos muriendo o descuartizando entre nosotros. Somos cada vez más brutales y menos pacientes. Además, el saber se está perdiendo. Hay poco joven que pasa los dos siglos, pero los mayores tampoco quieren enseñar. La última vez que conocí uno como yo, fue hace casi ochenta años. Los Arcanos se encierran en torres de marfil, alejados de un mundo que ya no les divierte. Y si por desgracia uno le enseña a uno pequeño, lo más probable es que acabe muerto. Eso fue lo que me dijo el que conocí, y le maté por esa falta de respeto - un escalofrío recorió mi espalda con esa confesión, de la que ni se inmutó - Yo siempre he respetado a mi maestro, me enseñó las artes del gobierno, pero también a encantar a las personas. Elle Hollinger no sabe gobernar. No es sólo demostración de fuerza, también es que la gente te ame, y si ni tu hija lo hace, mal vas...

Hizo una pausa, probablemente perdido en sus recuerdos. Sabía que Wilhelm tenía una cierta edad. No tardaría en adquirir el estatuto de Arcano, y lo más probable es que lo consiguiese dirigiendo la Casa Grande. No sabía quién era su maestro, pero había hecho un trabajo increíble formándolo. Iba a ser un gran aliado que nos iba a permitir tener a los vampiros quietecitos. Cada vez me gustaba más el hecho de haber intentado una alianza con él. Livio sabia escoger a los hombres adecuados.

Iba a hacerle una pregunta cuando se nos acercó una persona. Su silla de ruedas y sus ropas oscuras lo delataron enseguida. Mi jefe, Thomas Lloyd, nos había ido a buscar. Eso podía ser o muy bueno, o muy malo.

- Buenas noches... bueno, buenos días en realidad - miró hacia las ventanas y pudimos ver los primeros rayos del sol salir. No me podía creer que ya fuese por la mañana. El sol me hacía daño en los ojos, yo sólo quería mi cama y olvidarme de los problemas políticos - He recibido una petición un poco extraña de parte de Elle Hollinger - vale, la cosa era muy mala - nos pide que "eliminemos" al súcubo que caza en el Pelican's Bar cerca de la Villa. Le he informado, con todos los respetos posibles, que nosotros arrestamos, no eliminamos. Así que ha aceptado el arresto pero a condición de que seas tu, John, el que la arreste. Ha dicho que puedes rodearte de quién quieras, pero que el arresto se tiene que producir en el Solsticio de Invierno.

- ¡¿QUÉ?! ¡ME NIEGO!

- ¡Es una orden! No tienes opción. Ahora, si me discupaís. Tengo papeleo que acabar antes de irme - y se fue sin dejar más tiempo para protestas.

Yo estaba que echaba humo por las orejas. Llego a tener a la imbécil aquella de dientes largos delante mío y la habría hecho pedazos. ¿Cómo se atrevía a pedir ese día precisamente? Que no la arrestase junto a esa súcubo que tanto la molestaba y ya veríamos si continuaba con sus condiciones de pacotilla.

En mi enfado oí como Marie le hacía una pregunta a Elysa:

- ¿Qué pasa el Solsticio de Invierno? ¿Tiene alguna cosa que hacer urgentemente?

- No - mi amiga estaba algo incómoda dando la información - es que el 21 de Diciembre es su cumpleaños.

Marie soltó una carcajada, que se ahogó en su garganta cuando la fulminé con la mirada. Lo último que me apetecía hacer era cazar súcubos el día de mi cumpleaños. Ese día era para mí, no para el Centro.

-    Mira, puedes hacer un dos por uno - propuso Wilhelm, con una sonrisa diabólica - cazas un súcubo y celebras tu cumpleaños en un bar, ¿qué mejor?

Le iba a contar mi opinión, de muy mala manera, cuando alguien intervino.

- ¿Es el cumpleaños de alguien pronto?

Me giré y vi la cara sonriente de Alatir. Continuaba llevando el conjunto sudadera y tejanos, pero esta vez, la parte de arriba era vede oscura. ¿Ese hombre sólo tenía esa combinación en el armario o era yo el que siempre lo pillaba así? Una figura negra le cogió por la oreja y lo arrastró lejos. Era Selim. Este llevaba un abrigo negro que tapaba la parte de arriba, pero se le podían ver los pantalones del traje. Eran de verdad como la noche y el día, pero se notaba enseguida lo bien que se llevaban.

- ¿No te han enseñado nunca que uno no se debe meter en conversaciones ajenas?

Me daba tanta pena la pobre oreja de Alatir que intervine.

- No te preocupes, Selim. No pasa nada - este dejó tranquilo a su chico y se nos acercaron los dos - es que tengo que cazar un súcubo el día de mi cumpleaños. Y no me apetece nada. Además, que no sé ni cómo distinguirlos.

- Muy fácil - dijo Alatir sonriendo - llévanos contigo. Hace un mes fui atacado por un súcubo. Selim intervino y me salvó. Desde entonces que los sé diferenciar de cualquier ser humano. Te podría decir quién es, lo arrestas al momento y después disfrutas de tu noche. ¿Qué te parece?

- ¿Haríais eso por mí? - estaba impresionado. Tampoco nos conocíamos tanto.

- ¡Pues claro! Nos vamos de fiesta, arrestamos un súcubo, nos conocemos mejor y encima bebemos. ¿Qué mejor manera de entrar en el invierno?

La mirada seria de Selim me decía que él tenía otra versión mucho más tranquila de celebrar la nueva estación. Pero no dijo nada. Acepté antes de que se lo pensasen de nuevo.

- Bueno - Wilhelm se levantó - también puedes contar con Marie y conmigo para ir a esa misión - la recepcionista lo miró como preguntando bajo qué derecho le imponía su opinión. Él la cogió suavemente por el mentón y le levantó la cara - te digo de venir porqué sé que no te podrás resistir a saber algo más sobre estos dos - nos señaló a mi amiga y a mí y luego la dejó y se fue tan tranquilamente.

Todos nos quedamos bastante impresionados. Sobre todo los dos chicos.

- Parece que te conoce muy bien, Marie - dijo Selim. La mirada asesina que le echó la recepcionista habría asustado al más valiente. Para salvarlo intervine.

- ¿Pero, qué hacéis vosotros dos aquí a estas horas?

- Este - dijo Alatir señalando al sirio - que tenía que acabar un informe con urgencia y me ha despertado al levantarse. No me iba a quedar solo en una cama fría. Para eso me vengo con él y avanzo algo. Además, así puedo sacarlo antes de su biblioteca y llevármelo a casa entre protestas.

Selim le cantó las cuarenta mientras se iban a sus respectivos Departamentos después de despedirse de nosotros. Una pequeña parte de mí les envidiaba la cohesión que tenía su pareja. Se llevaban tan bien que te hacía querer lo mismo. Pero yo estaba de semestre sabático. Estaba harto de las relaciones que duraban tres meses y luego te dejaban como quién tira un calcetín roto. Me apetecía estar en una relación que pudiese durar años. Pero eso sólo se lograba con paciencia y escogiendo bien. Y tampoco estaba de humor para ello. Prefería estar tranquilo una temporada.

De repente sentí una fatiga enorme. Elysa lo vio y decidió que ya era hora de volver a casa. Se disculpó por nosotros delante de Marie y me llevó a casa. Oí un intercambio de bromas sobre dormir en la misma cama, pero mi cerebro estaba tan cansado que ni me enteré. De hecho nunca supe cómo llegué a mi casa esa mañana. Me encontré de repente en medio de mi cocina y mi cuerpo reaccionó solo. Hice unos cereales con leche para que no nos fuéramos a dormir sin nada en el estómago y fui a preparar la habitación de Elysa. Estaba delante de la mía, en un pasillo ortogonal que separaba la habitación de invitados, la mía, el estudio, el lavabo, el cuarto de la lavadora y el baño. Se legaba a ese pasillo desde el comedor. Cuando salí, me encontré a mi amiga saliendo de la ducha. Se había puesto un antiguo pijama mío que le quedaba grande por todos los lados. Decía que así se encontraba mucho más cómoda para dormir. Yo no le decía nada, el pijama era muy viejo para mí y si a ella le iba bien cuando venía a mi casa, para mí estaba bien. Cogí cuatro cosas para ducharme mientras ella se calentaba un poco de leche antes de irse a dormir y me metí en la ducha.

Estuve allí mucho rato. Me encantaba sentir el agua caliente corriendo por mi cuerpo y destensándolo. Cada fibra del mismo se resistía a ella hasta que caía rendida con una sensación de satisfacción inigualable. Después de un duro día, aquello era lo mejor del mundo. El vaho producido por el calor creaba un ambiente casi mágico que te permitía soñar. Y mis sueños nunca eran para menores de dieciocho en esas circunstancias. Dejé volar mi imaginación un rato.

Cuando mi cuerpo sintió que ya había pasado el tiempo suficiente, volví a abrir los ojos y salí de la ducha. Me sequé, me puse mi pijama de invierno y me fui a mi habitación. Al llegar allí me encontré con una invitada sorpresa. Elysa estaba tan muerta de cansancio que se había equivocado de sitio y se había metido en mi cama. A veces le pasaba, cuando ya no podía más. Encima de la mesita de noche, reposaba la taza de leche, aún humeante. Miré el contenido, aún quedaba la mitad. Bebí un sorbo. El líquido atravesó mi cuerpo como lava hirviente y se depositó cuidadosamente en mi estómago. Me reconfortó agradablemente. Después me metí en mi cama, abracé a Elysa y me dormí oliendo el dulce aroma de la canela que solía añadirle a la leche. Tanto su aliento, cómo el mío, cómo la habitación entera olían a ello. Su dulce fragancia me embriagó y me llevó cálidamente a los brazos de Morfeo.

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La tarde del 21 de Diciembre me costó horrores quitarme de encima a mi madre. Insistía para que hiciésemos una cena familiar cuando ya me había tenido que tragar la comida con todas mis hermanas y los cuantos sobrinos que ya me habían dado las grandes. Eso sin contar a los maridos de las mismas, que es que no podía ni tragarlos. Los habría puesto a todos en un saco y al río. Sin hablar del novio de la pequeña. Ese habría ido a la hoguera en modo Inquisición. La verdad, creo que incluso habría disfrutado. Ese hombre era capaz de sacar mi lado más sádico sólo haciendo acto de presencia. Tal era mi mala leche, que Elysa me había tenido que llamar la atención más de una vez.

Mi madre siempre insistía en que hiciésemos una fiesta familiar cuando uno de nosotros cumplía años. Tenía excusa siete veces al año para reunirnos a todos. El mío era más especial que los demás porque era menos de una semana antes de Navidad y rara era la vez en la que conseguía reunir a toda la familia para esas fechas. Yo protestaba y me quejaba, pero verla en los fogones, tan feliz, cocinando para toda su familia, me hacía replantearme el tema de la hoguera y el saco al río para mis cuñados. Me preguntaréis ¿y qué narices pintaba Elysa en todo esto? Pues muy sencillo: mi madre la tenía casi adoptada como su quinta hija. El año en que le insinué que igual no hacía falta que viniese siempre de que poco ardió Roma, o en mi caso, de que poco me comí el wok con el que estaba cocinando. Nunca más se lo volví a mencionar.

La verdad es que esa noche le había salvado la vida no sólo a mis cuñados, sino también a mi madre. Me había formulado las típicas preguntas de las abuelas ("me lo puedo permitir, tengo nietos"): que para cuando una novia nueva, que otra como la anterior no, que estás muy guapo hijo mío, ¿comes bien?, ¿verdad que come bien, Elysa? Y un largo etcétera más. A la media a hora de interrogatorio, mi padre tuvo que intervenir para evitar quedarse viudo y para que le ayudase con mis tres sobrinos más pequeños que lloraban a moco tendido. Me fui hacia él y le pregunté que porqué no lo hacían sus padres.

- A esos ya les dejo demasiado el cuidado de mis nietos.

La mirada negra que me echó me hizo darme cuenta de que si un día ponía en práctica mi plan de desaparición de cuñados, en él iba a tener un excelente aliado. Tranquilizamos al trio llorica en un minuto. Medir casi dos metros de alto impresionaba a todos los niños y que encima quisiese jugar con ellos hacía que me transformase en el tío favorito de todos. Había tenido un excelente ejemplo con el mío y pensaba ser el mejor que tuviesen. Con ello nos ganamos las miradas ácidas de sus padres, pero a mi progenitor y a mí nos resbaló.

Cuando por fin conseguí echar a toda mi familia de casa me derrumbé en el sofá.

- ¿Y ahora tenemos que ir a cazar un súcubo? - yo también quería ponerme a llorar como mis sobrinos.

- Deja de quejarte y vístete. Selim y Alatir nos vienen a recoger dentro de una hora.

La miré asesinamente pero pasó de mí.

- Mala - y me levanté para acicalarme.

Una hora después estábamos arreglados. Yo llevaba una camisa negra, unos tejanos y unos zapatos. Sencillo pero apto para cualquier sitio. Elysa se había recogido el pelo en una coleta alta, de la que se desprendían mechones que enmarcaban sus ojos pintados de manera excesiva a mi gusto. Ese detalle me lo callé para no acabar junto al novio de Ariadna en la hoguera. Vestía una camisa blaca larga que ceñía con un cinturón grueso, unos pantalones pitillo y unos botines con tacones. Yo me preguntaba seriamente si iba a trabajar o a ligar. Me ahorre el comentario, me habría enviado a la porra. Bueno, al fin y al cabo era yo el que había decidido convertirme en monje. Ella era libre de hacer lo que quisiese. Aunque, tenía que admitir que una pequeña parte de mí le fastidiaba que lo hiciese.

- Por cierto, ¿dónde has dejado a nuestra bestia con rizos favorita?

- Durmiendo en la alfombra del salón de la casa de mi abuelo. Cerbero no habría aguantado la agitación de toda tu familia y a un bar no me lo puedo llevar, así que está mejor allí, tranquilamente.

Yo habría preferido que el animal estuviese cerca de ella por si acaso las cosas se ponían feas. Ultimamente, tenía tendencia a atraer los problemas como la miel a las moscas. Intenté calmar mis neuras. Íbamos a ir acompañados de un vampiro, una loca que sabe manejar la recortada mejor que Schwarzenegger, y dos agentes que parecían bastante experimentados. Tenía que tranquilizarme y pensar en que nada le iba a pasar. Después de pillar al súcubo, lo llevábamos a la prisión del Centro de Departamentos y nos volvíamos a celebrar tranquilamente mi cumpleaños en un bar que nos encantaba. Ese era el plan y seguro que iba a salir bien.



No me lo creía ni yo.



Al poco rato llamaron a la puerta. Cuando bajamos vimos casi un milagro. Selim había conseguido que Alatir se pusiese una camisa clara debajo de una chaqueta gris. No pudimos evitar las bromas ninguno de los dos.

- ¿Cómo has conseguido que Alatir dejase las sudaderas, Selim? ¿Amenazándolo con una pistola? - dijo Elysa muerta de risa saludándolos.

- Casi - dijo el interpelado con una sonrisa diabólica - le he dicho que no lo acompañaré a su cena familiar anual navideña como no se arreglase correctamente. No soporta estar solo, rodeado de su extensa familia - a veces me preguntaba si el sádico de la pareja no era el sirio.

- Selim - dije entrando en el coche - eres un peligro público.

Alatir nos llevó al bar como borrego que llevan al matadero. Al llegar ya nos estaban esperando Marie y Wilhelm. Por la cara que puso esta al vernos, deduje estaba más que encantada de recibir compañía. Creo que los avances del vampiro estaban topando con un muro de hormigón macizo. Después de las formalidades de saludo y bromas a costa de Alatir, entramos en el bar.

El sitio no había cambiado ni un pelo, era igual que siempre. Con aires de viejo pub inglés, todo lleno de madera y los taburetes tapizados de cuero. Las luces eran arañas colgadas del techo que desprendían una luz cálida. Las paredes estaban llenas de viejas fotos del sitio y récords que algún habitual hubiese ganado. En varios sitios habían televisiones que retransmitían algún partido de rugby. Los más antiguos estaban mirándolas cómo quien mira una bailarina del vientre: embelesados y comentado cada movimiento. Conocíamos algunos de esos hombres. Habíamos compartido comentarios en las copas del mundo de fútbol. Coincidíamos que nunca estábamos por los mismos equipos y acabábamos a gritos. La paz se solía firmar con una buena cerveza. Definitivamente, era mi bar favorito.

La barra era de madera pulida y por ella se deslizaban las pintas velozmente manejadas por un viejo amigo nuestro.  Se llamaba Iván. Había ido con nosotros a la escuela. Su abuelo era el propietario del bar. Desde muy pequeño le había entrenado para que un día heredase el bar. Su padre había cogido otra dirección. Era periodista. Se ganaba bien la vida, pero el abuelo había conseguido que Iván le siguiese los pasos. Este había hecho la carrera de dirección de empresa para poder ayudar en todo lo que pudiese en el bar y luego poderlo dirigir lo mejor posible. Se notaba que el chico estaba enamorado de ese sitio. Además, tenía carisma y hacía que la gente no se quisiese ir de su bar.

Cuando entramos, Iván nos vio al segundo. Nos saludamos y presentamos a los que nos acompañaban. Al principio intentamos disimular nuestro propósito, pero Marie reconoció al chico. Resultaba que era una de esas personas que conocían el Centro, pero que no trabajaban en él. Era lo que nosotros hubiésemos podido ser si no hubiésemos decidido trabajar allí dentro.

- Iván - le dije - estamos buscando un súcubo. ¿Has visto recientemente a una chica muy guapa, que ligue muchísimo, y que deje como embelesado y sin cerebro con el que está?

Mi amigo se lo pensó un momento.

- Si, pero hoy aún no la he visto. Es una rubia espectacular. En cuanto la vea os avisaré. Si llego a saber lo que era habría avisado al Centro antes. ¿No hay una manera de identificarlos?

- Si - dijo Selim - siendo atacado por uno de ellos y sobrevivir. Pero la cosa es muy rara.

- Por cierto - dijo Marie con esa cara que tenía cuando quería sonsacarte información jugosa - ¿Cómo escapaste tú, Alatir? Sabemos que fue Selim quién te salvó, pero no tenemos los detalles.

- Muy fácilmente Marie - ahora le tocaba a él ser el que sonreía con malicia - La única manera de escapar de un súcubo es que consigan que tu atención sea atraída por otra persona aún más atractiva para ti que él. Y te aseguro que es muy difícil. Si no me gustase tanto que Selim se pusiese agresivo no estaría hoy aquí.

Y sin previo aviso, le dio un beso a su chico. Este le dio un empujón por no darle un puñetazo. Pero no es que se quejase, se veía claramente que le gustaba. Todos nos pusimos a reír. Esperando a que Iván nos avisase de que había visto al objetivo, nos dispusimos a celebrar un poco mi cumpleaños. Unas cuantas cervezas y varias canciones de felicitación pasaron. Elysa e Iván se divirtieron a contar historias de cuando éramos pequeños. Ninguno se creyó que yo había estado gordito de niño hasta que nuestro amigo subió arriba, a su casa, a buscar las fotos de clase. Pusieron ver cómo habíamos ido cambiando. Había pasado de bola de billar a palo. Mi amiga sólo había evolucionado cogiendo más formas. Marie se dio cuenta de que cuando teníamos sobre los quince años, Elysa estaba mucho más pálida que en otras fotos. Le explicamos, que por aquellas fechas, había tenido problemas de corazón. No explicamos más, pero tampoco mentíamos del todo. Fue para ese entonces que le dejó su primer novio, sin explicación alguna y que le descubrieron algunos problemas de salud, que se resolvieron, pero que la tuvieron bastante hecha polvo todo el año.

La noche iba avanzando. Yo ya pensaba que el súcubo no iba a aparecer ese día. Me dispuse a relajarme completamente y disfrutar de la noche más larga del año. O al menos esa era mi intención hasta que me crucé con esos ojos azules...



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Cómo en ese momento a uno que yo me sé se le desconectó el cerebro, voy a continuar yo. Y no te atrevas a protestar, que bastante la montaste esa noche.

E.

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Tenía que admitir que yo también me había olvidado la razón por la que habíamos venido. No llega a venir con nosotros Alatir y las consecuencias habrían podido ser terribles. Acababa de explicar la vez en la que habíamos querido hacer un pastel de chocolate en casa de Hades y habíamos dejado la cocina en un estado tan desastroso que si no nos llega a salir de rechupete, la madre de este nos habría colgado del palo mayor. Eso si, nos hizo limpiar la escena del crimen hasta que brilló cómo los chorros del oro. Nunca más habíamos cocinado sin ir limpiando poco lo que íbamos ensuciando. Bastante que nos cayó una vez la bronca, no queríamos volver a sufrir aquello. Pero en medio de las risas, Alatir se quedó fijo y con mala cara. Su chico le preguntó que qué le pasaba.

- Nos hemos distraído demasiado. El súcubo ya está aquí - no pudimos evitar el preguntarle cómo lo sabía - ¿Sabéis esa sensación que tenéis en el estómago cuando estáis mintiéndole a alguien a la cara, y sabéis que estáis haciendo algo malo? Pues es eso. Sé que está aquí. Se acabó la juerga. Por cierto, ¿dónde está John? Lo necesitamos.

Yo había visto dónde estaba. Estaba ocupado ligando con una chica muy guapa. Me costaba reconocerlo, pero había tenido buen gusto. No quería molestarlo, por una vez que le iba a dar una alegría al cuerpo, ya le podíamos dejar tranquilo. Además, era su cumpleaños. Le mostré, discretamente a nuestros amigos dónde estaba el chico y qué hacía. Cuando lo vio, Alatir se puso pálido.

- Pues esta vez más nos vale cortarle el rollo o será la última vez que le de una alegría al cuerpo. ¡La rubia que le está metiendo lengua es el súcubo!

Entonces entendí lo enorme que era el problema. Mucho más grande de lo que habíamos previsto. En ningún momento me imaginé que mi amigo podría caer en la trampa del objetivo. Poniendo aparte a Wilhelm, era posiblemente la persona más fuerte del grupo. Y eso era un problema mayúsculo porque en cuanto quisiésemos atacar al súcubo, su presa lo defendería incluso dando su propia vida para ello. No sabía qué podíamos hacer. No quería que mi amigo sufriese daños, pero iba a ser imposible separarlo de ella. Además, a Hades le encantaban las rubias. No habíamos podido caer más mal. Lo comenté en voz baja, pero Iván me oyó.

- Allí te equivocas, Elysa. A John no le gustan las rubias, le encantan las morenas.

Por mi cabeza pasaron un montón de insultos que preferí ahorrarle al camarero. No tenía la culpa de no haberse fijado nunca. De las diez novias serias que había tenido mi amigo, siete habían sido rubias y tres pelirrojas. Le informé, un poco enfadada, que no había salido nunca con ninguna morena, así que era bastante difícil que le gustasen.

- Protesta lo que quieras - me había dicho -  pero fue él mismo el que me lo dijo. El que nunca haya salido con ninguna no quiere decir que en realidad, su preferencia no vaya hacia ellas.

- Entonces igual podremos hacer algo sin tener que hacerle daño - dijo Wilhelm - Tenemos dos morenas bajo la manga. Algo podremos hacer, ¿no?

Marie y yo, las morenas en cuestión, quisimos clavarle el pica-hielos en sitios dónde sabíamos que hacía mucho daño, sólo por esa insinuación. Creo además, que la recepcionista, tenía algún arma escondida en las ropas, y no habría dudado en utilizarla contra él. Se estaba empezando a hartar y se notaba.

- No quiero ofender a nadie, pero no creo que funcionase - dijo Alatir - Para que la atención sea atraída, tiene que ser una persona que encuentre mucho más seductora que no el súcubo que tiene delante. Yo estoy enamorado como un idiota de Selim - a eso le llamaba yo una declaración de las gordas - y ni lo reconocí cuando se acercó a salvarme. Para una víctima, no hay nadie excepto el súcubo. Selim, para mí, en ese momento, era simplemente alguien que me pareció increíblemente sexy. Creo que una parte de mi subconsciente recordó que tenía novio, que se parecí mucho a esa persona que le hablaba mal a mi señora, y que me encantaba cuando se ponía agresivo. En ese momento sólo era instinto, e instinto sexual. Pero aquí no tenemos esa ventaja. John está soltero, ninguna chica puede ejercer mayor influencia que la rubia con ls que está. Creo que la única manera de salvarlo será por la fuerza. Y si e así, no auguro que lo conseguiremos, John es puede el humano más fuerte que conozco.

Alguien iba a decir algo, no recuerdo quién porque dejé de prestar atención al momento. Cuando Alatir acabó de hablar, el grupo de gente que teníamos entre mi amigo y yo nos empujó con risas. Oí un "iros a un hotel" seguido de una respuesta afirmativa por parte de Hades. Si dejábamos que se fuesen, mi amigo moriría y eso no lo iba a permitir bajo ningún concepto. Sin pensármelo un segundo, me incliné sobre la barra y le cogí a Iván una llave de un casillero que tenía allí, dónde guardaba ropa por si acaso me ensuciaba. Con la de gente que había y los empujones que solía haber, no era raro que alguna cerveza te cayese encima.

- Si esa rubia quiere guerra, la va a tener - y me fui.

Tuve tiempo de escuchar cómo Marie le preguntaba al camarero qué había querido decir y la respuesta de este.

- Se va a por su Arma de Destrucción Masiva.

¿En qué consistía? Pues en un vestido negro, de lino fino, entallado, con la falda en caída libre hasta un poco más arriba de las rodillas, unos tirantes gruesos que se amoldaban perfectamente a la forma de mis hombros y el escote en U permitía ver algo pero sobre todo esconderlo todo. A eso se le añadían unas medias de las que llegaban sólo a medio muslo y que gracias a la forma del vestido no se veían cuando andaban, pero sí se intuían al sentarse. Unos sencillos zapatos de tacón negros alzaban mi figura. Para el maquillaje, la cosa era sencilla, pero terriblemente efectiva. Hades tenía razón en pensar que el exceso de pintura en mis ojos no me quedaba bien. Pero es que no iba a rebelar uno de mis mayores atributos, sólo porque saliese de fiesta. Reina había descubierto, hace tiempo, que era enmarcando mis ojos con dos rayas negras, una arriba y otra abajo, que mi mirada se volvía más profunda y fuerte. La mayor ventaja de ese atuendo, y sobre todo con lo que de verdad iba a jugar esa noche, era que mostraba lo justo y dejaba a la imaginación de los demás el resto. Y esa última parte era una arma extremadamente peligrosa. La mente de una persona era mucho más inventiva que la realidad, en cuanto a relaciones se refiere. Tenía que jugar esa carta si quería salvar a mi amigo de una muerte segura.

Me solté el cabello y guardé la ropa que me había traído antes de salir. Lo hice con violencia para atraer las miradas. Aunque en realidad sólo una me interesaba, y del rabillo del ojo sabía que lo había conseguido. Estaba contenta de que aún estuviesen allí. Tenía miedo que el tiempo que había tardado en cambiarme hubiese bastado para que se fuesen. Ahora a quién no se le iba a escapar era a mí. No me fui directamente a la barra, di un rodeo por la sala. En un momento, me dirigí directamente hacía Hades para que me viese encaminarme hacia él decidida, pero cuando estaba seguro que le iba a hablar, giré radicalmente de dirección, sin mirarle un segundo, di la vuelta al grupo de borrachos que habían entre él y nuestro grupo y me senté apoyándome en la barra para pedir una copa.

- Iván, un martini - y le guiñé un ojo claramente para que todo el mundo lo viese.

La reacción de mi amigo no se hizo esperar. Actuó tal como esperaba que lo hiciese. Se llevó a su conquista hasta dónde estaba yo y me habló.

- ¿Su martini que será, agitado y no removido, como James Bond?

Ya me giré en mi taburete y crucé las piernas apoyando mi espalda en la barra para estar completamente en frente de él.

- Eso a usted no le importa - le dije con mi tono más seductor pero despectivo a la vez - tiene una rubia a la que entretener. No me moleste - y me volví a poner cara a la barra.

Mi plan era sencillo, pero arriesgado. Pretendía seducirlo lo suficiente para que se despegase unos momentos del súcubo, y así darles a Alatir y Selim la oportunidad de capturarlo. Esperaba que mis compañeros hubiesen entendido mi idea. Por ahora el plan había funcionado a medias. Tenía su atención pero seguía pegado a ella. Por eso había usado el método de ser despectiva: o atraía más su atención o lo perdería para siempre. Aquella parte de mí que le había dado una patada a la princesa de la Villa de los vampiros estaba en mi fondo hirviendo de rabia. Le habría hecho lo mismo a esta. Pero tenía que calmarla, Hades habría intervenido y yo no podía contra él. Por suerte para mí, mi indiferencia le había picado.

- Podría ser un poco más amable, ¿no cree?

Apoye mi codo en la barra y sostuve mi cabeza con la punta de los dedos lo justo para que mi pelo cayese cómo una cascada marrón.

- No he venido aquí a hacer amigos. Mi propósito es completamente distinto.

En sus ojos, brilló una pizca de malicia. Sabía a lo que me refería. Por ahora había conseguida que no le prestase atención al súcubo, pero lo seguía teniendo de la mano. Así que preferí atacar a lo duro. En ese mismo instante, Iván me trajo el martini. Bebí un sorbo sin apartar mi mirada de sus ojos y luego deposité la copa sobre el bar. Me incliné hacía él, apoyándome en sus muslos y le susurré al oído.

- Quítate de encima a la rubia que te acompaña e igual puedo compartir contigo mi propósito de esta noche tan larga.

Para incrementar el efecto, le di un suave mordisqueo en la oreja. En mi experiencia, eso jamás había fallado. La gente parece que lo ignora, pero las orejas son una de las zonas más erógenas del cuerpo. Esta vez tampoco había fallado. Vi como mi amigo tembló un poco con ese gesto atrevido y se decidió por algo. Se apartó de mí con una sonrisa maliciosa y yo hice como que volvía a atraer mi atención hacia la copa. Él cogió a la rubia y la apretó fuertemente contra él. La chica, tuvo que pensar que sus encantos habían sido superiores a los míos, pero se equivocó. Por el espejo de detrás de la barra, pude observar cómo le daba un beso en la mejilla y se separaba de ella. Antes de que pudiese hacer ningún movimiento, la chica se vio rodeada de Alatir y Selim. Creo que le instaron a acompañarlos de manera discreta. Al principio ella no quiso pero Selim le dijo algo que la dejó pálida y los siguió tranquilamente.

Habíamos resuelto un problema, pero no el segundo. ¿Qué íbamos a hacer ahora con mi amigo?