Nos encontrábamos en un lugar oscuro. La sala era grandiosa.
Podía sentirlo por las sombras que se arremolinaban en ella. Con el paso del
tiempo, sentía cómo mi afinidad con ellas se había ido acentuando. Cada vez me
costaba menos controlarlas. Era capaz de blandir a Sombra sin
tener que estar enfadado
o en peligro, aunque el esfuerzo para conseguirlo
continuaba siendo considerable. Si me concentraba lo suficiente, podía distinguir muchos más detalles con el don que
se me estaba desarrollando que no a simple vista.
Pude observar cómo la sala en la que habíamos
entrado estaba bordeada de columnas a ambos lados que soportaban unos balcones
en un primer piso, en los que había hombres armados que no nos quitaban
ojo. Si la reina vampiresa decidía que acababa con nosotros, el que
estuviésemos en un lugar tan oscuro podría ser la única oportunidad de escapar
con vida. Las sombras podían ser utilizadas tanto para el ataque como la
defensa, y yo sentía más atracción hacia esa segunda cualidad.
Avanzamos poco a poco. Esa sala parecía no
tener fin. Descubrí, concentrándome, que en realidad, sólo había ese lugar
allí. No habían cámaras adyacentes, ni pasillos, nada. Ya había notado que la
rubia que había hecho enfadar a Elysa se había ido por la puerta por la que habíamos
entrado. Sin embargo, pude notar que habían como ocho puertas más en ese sitio.
Sentí la curiosidad de saber qué había detrás de ellas. Noté a cerca de un
centenar de hombres que esperaban a fuera. La sala tenía múltiples salidas,
pero ninguna estaba sin vigilancia. Era un método eficaz de protección, pero sólo
si esos hombres eran más poderosos que los atacantes. Vi como Cerbero se
quedaba pegado a mi amiga durante todo el rato que caminamos. Deduje
rápidamente que ese anormal número de hombres podía ser debido al perro. Lo que
no sabían era que los de la Casa Grande eran mucho más numerosos y el animal se
los había comido en diez minutos. Esperé que a nadie se le
ocurriese hacer un movimiento en falso, podríamos salir todos muy malheridos.
Conforme avanzaba, una sensación conocida me
invadió. Yo ya había visto una sala de ese estilo: columnas que la separaban en tres por su longitud y
de grandes dimensiones. Cuando lo pensé, recordé el sueño que había tenido
la noche antes de que Elysa fuese atacada. Había pensado muchas veces en ello. ¿Cómo
podía soñar con dioses de la antigüedad y saber lo que pensaban y sentían? Sólo
de imaginarme todas las consecuencias que aquello podía tener me daba miedo. La conclusión más
probable era que mi cerebro intentaba asimilar todo lo que estaba ocurriendo
estos últimos meses. Yo conocía un poco la mitología griega. Sabía que Hades,
el dios homónimo mío, tenía un casco que le permitía esconderse en las sombras
y volverse casi invisible: la Kunea. Lo más probable es que esos sueños fuesen
para que pudiese racionalizar lo que me pasaba... aunque asociarlo a dioses
griegos no era posiblemente la mejor idea. Cuando me di cuenta de la similitud
de ambos lugares, empecé también a ver las diferencias. El palacio del dios era
casi resbaladizo. Estaba todo hecho de piedra
negra pulida. Transmitía
una sensación de inmaculado, pero también de despegue hacia todo lo que lo
rodeaba, como si no tuviese nada que ver con ella, como si no lo desease. Ambos sitios eran salas de recepción, pero la de mis sueños era
mucho más impresionante que no esta. Siempre se dice que lo que no se ve da más
miedo que lo que si, pero aquí, no conseguía impresionarme. Parecía una vieja
casa que era utilizada desde hacía muy poco y que aún no habían
tenido tiempo de renovar para hacerla digna de una sala de audiencias.
Después de caminar llegamos al único sitio con luz. Era el trono.
Estaba puesto sobre unas escaleras y una claraboya del techo hacía que llegase
luz del exterior. Ese día, la luna llena ayudaba a que aquello tuviese un tono
espectral. No me quedé impresionado. Me parecía poca cosa, demasiado teatral
casi, sobretodo para alguien que demostraba su fuerza con acciones. Lo que
merecía pararse a verlo, aunque sólo fuese para horrorizarse, era el trono.
Parecía como si a uno de madera le hubiesen vertido encima oro fundido y puesto
todo tipo de piedras preciosas. A mi me gustaba la sencillez. Si se quería un
trono de dorado, se podía haber hecho de mil maneras distintas. Eso de allí delante era un amalgama del preciado metal con apenas forma para que
alguien se sentase. Esperaba que no me pidiesen mi opinión o la actuación de
Elysa les parecerá una demostración de buenos modales.
La señora se sentó y se presentó. Se llamaba Elle y reinaba sobre
la Villa desde hacía menos de un mes. Todo eso yo ya lo sabía. Lo mínimo era
informarse de quién se pretendía ver. Mi amiga no lo sabía, pero hacía tiempo
ya que planeábamos esto. Queríamos hacerlo pero no teníamos un plan decidido ni
nada... cuando lo pensaba tranquilamente ahora tampoco, pero no quería ni
planteármelo.
Yo me adelanté y nos presenté como agentes del Centro de
Departamentos. Obvié el hecho que éramos sólo aprendices y que estábamos sin
supervisión. Hablé serenamente y sin nervios. Como todo el que escondía
verdades, tenía que decir algunas cosas ciertas.
- Señora, hemos venido para iniciar unas posibles negociaciones
trilaterales entre nuestro Centro y las dos Casas Vampíricas. Somos conscientes
de que están habiendo cambios radicales de poder en la jerarquía tanto de un
lado como del otro - les señalé a Wilhelm y a ella para mostrar que los
identificaba como los jefes de la Casa y la Villa - Nuestra intención es que,
si conseguimos que hayan estas negociaciones, cada uno pueda vivir de su lado,
sin que los demás intervengan. Exceptuando el caso en que unos se metan en
territorio de otros. En el Centro, sólo queremos que se viva en paz, nada más.
La señora de los vampiros sonrió dulcemente, como si de un niño
pequeño se tratase. Yo creía saber lo que pensaba. Ella pensaba que
estaba siendo demasiado inocente. Por supuesto que sabía que los
tres lados iban a querer hacer lo que ellos quisiesen, pero si existía un
tratado entre tres partes, si una la rompía, dos podían caerle encima. Estaba
apostando sobre el hecho de que nadie querría dar un paso en falso si eso podía
arriesgar su integridad. Wilhelm tenía que reformar la Casa Grande, ella debía
su trono a su fuerza pero no tenía tantos vampiros como su homólogo campestre,
y nosotros éramos meros humanos, contra todos los vampiros reunidos estábamos
en clara desventaja. Elle estuvo un rato pensando. Lo más probable es que
estuviese testando nuestros nervios. Quería ver si podíamos aguantar el tiempo
que ella quisiese. Aunque también podía simplemente ser que se regodeaba en
vernos pedirle algo.
- Esta bien - dijo - accederé a una tabla de negociaciones sólo
con dos condiciones. La
primera es que mi homólogo vampiro tiene que ser el jefe de la Casa Grande, no
aceptaré hacer tratos con quién no esté a mi mismo nivel.
Justo, pero eso era cosa de Wilhelm. Nosotros
sólo podíamos brindarle nuestro apoyo de palabra. Aunque estaba seguro que
antes de que epezásemos las negociaciones, ya se habría hecho con el mando.
- Cuando nos sentemos a esa mesa, me encontrará
delante suyo, Señora.
Dijo el vampiro inclinando la cabeza. No sabía
porqué, pero en su tono de voz había una amenaza solapada. Parecía decir que no
se metiese en sus asuntos. Elle podía demostrar su poderío con la fuerza, pero
yo me habría mantenido en guardia contra Wilhelm, su manera de actuar podía ser
mucho más peligrosa. Ninguno de los presentes dudaba en que tardaría en coger
el poder. Era fuerte, listo, empezaba a tener una cierta edad sin llegar a
Arcano, y nosotros le habíamos quitado de delante a la competencía.
- ¿Y cuál
es la segunda condición, Señora? - pregunté. Empezaba a hartarme de tantas
maneras.
La vampiresa sonrió.
- ¿Conocéis el Pelikan's Bar? - extrañados, le
dijimos que si. Elysa y yo nos conocíamos todos los bares de la zona y ese
estaba entre nuestros favoritos - Desde hace un tiempo es el coto de caza de un
súcubo. ¡Eliminadlo!
Tuve que intervenir. Si hacíamos lo que decía las consecuencias
podían ser mucho más terribles que las de un no acuerdo con los vampiros.
- Disculpad, mi señora, pero eso no nos es posible hacerlo. Somos
agentes del Centro de Departamentos, el arresto de un súcubo - intentó
interrumpirme pero no la dejé alzando la voz - incluso su muerte, deben ser
hechos dentro de una misión, y nuestras misiones tienen un protocolo que todo
el mundo debe seguir si quieren nuestra intervención. Haced un reclamo oficial
al jefe de un Departamento, si queréis que seamos nosotros los que
intervengamos puede incluso pedirlo. Pero JAMÁS "exterminaremos" a
nada o nadie bajo sus órdenes, mi señora.
Intenté ser lo más claro posible para que todo el mundo me
entendiese. No íbamos a ser unos mercenarios por un capricho de una advenediza.
Si quería algo, que lo pidiese correctamente y si no le gustaba, podía irse a
freír espárragos.
- Ahora, si nos disculpa - me incliné y mi amiga me imitó al
segundo - nos retiramos esperando su petición oficial, si la hay.
Inicié nuestra retirada, pero entonces sentí un movimiento veloz
que provenía de detrás de Elle. No llego a tener poderes de las sombras y nos
habrían matado en el acto. Por puro reflejo, instalé un domo protector como lo
había hecho el día del examen. Me enorgullecía decir que se parecía en un 50% a
aquel. Había estado entrenando. Cerbero se puso delante de Elysa para
protegerla y Wilhelm hizo lo mismo con Marie. Cabía notar que, siendo yo el
blanco del ataque, a mí me podía partir un rayo. Ladys
firts como decía aquel. Eso de tener poderes protectores a veces era
un asco.
Me fijé en mis dos atacantes. Hombres de vestiduras como ninjas,
cara tapada, pero ojos bien visibles. Todos en ellos era negro, sus ropajes,
sus pelos, e incluso sus ojos. Yo sabía perfectamente lo que eran e iba a tener
problemas como volviesen a atacar. Miré a Wilhelm pidiendo ayuda. Sin él, me
descuartizaban allí.
- ¡¿Es así como Elle Hollinger despide a sus invitados?! - por
suerte para mí, le había caído bien al vampiro - ¡¿Atacándoles por la espalda y
con dos asesinos de las sombras?! ¡Debería darle vergüenza! Este hombre no es
más que un humano y tiene más honor en el dedo meñique que usted en todo su
ser. ¡O empieza a demostrar algo de sesera o seré yo el que no quiera nada con
usted!
Me quedé impresionado. Poco faltó para escupirle. Podía no tener
escrúpulos, pero parecía un hombre que supiese que hacer con el gobierno. La
Señora dudó un poco e hizo un movimiento de cabeza. Los dos hombres se
retiraros y nosotros también.
No dijimos nada hasta llegar al Centro. Entramos y nos desmayamos
en los sillones. Halia se acercó preocupada. La pobre aún no había acabado su
turno. ¿Qué hora debía ser?
- ¿Queréis que os traiga algo? ¿Café? ¿Té? ¿Agua?
- Halia, en el tercer cajón hay algo - dijo Marie - Tráenos eso, y
cuatro vasos.
La mirada desaprobadora de la recepcionista nocturna me dijo que hubiese
lo que hubiese en el tercer cajón, no era té.
- Wilhelm - dijo Elysa cuando Halia se fue - me he quedado
bastante impresionada por cómo le has hablado a esa bruja después del ataque.
El vampiro sonrió bastante satisfecho. ¿Y qué pasaba conmigo? ¿Yo
no lo había estado? ¿Que pasaba, porque el señorito tenía dientecitos afilados
era mejor que yo? Me
había esforzado para hablar correctamente y evitar que nos matasen por una mala
palabra y ¿esta era la recompensa que recibía? ¿Ser ignorado? Esta y yo íbamos a tener una discusión muy seria en cuanto nos quitásemos de encima
al vampiro y a Blancanieves.
- He podido gracias a John - hasta yo no supe qué decir. Wilhelm
se puso a reír de nuestras caras - Es cierto. Él le ha hablado correctamente en
todo momento y me ha brindado la oportunidad perfecta para decirle aquello. Si
hubiese actuado tan imprudentemente como tú, Miss
Von Heland, te aseguro que el incidente diplomático habría podido ser grave -
al oír el reproche Elysa inclinó la cabeza triste - No creas que te reprocho tu
actuación ante Barbie Princesa Dienteslargos, fue la correcta. Pero ante su
madre, no lo era. No accede al poder cualquiera. Son inteligentes y saben cómo
aprovechar la mínima ocasión. John hizo bien en negarse a hacer lo que le pedía.
Habría equivalido a actuar sin el consentimiento del Centro y toda negociación podría haberse comprometerse.
En ese momento, Halia nos trajo los vasos y una botella de Jack
Daniel's. Esta Marie guardaba de todo en sus cajones. Le propusimos a Halia que
bebiese con nosotros, pero se negó, estaba aún de servicio. Esta chica era
demasiado seria y reservada. Tenía que salir al mundo exterior, pero parecía no
querer. Me preocupaba.
- John - el vampiro volvió a atraer mi atención - te voy a decir
algo que a muy pocas personas se lo he dicho. Mi maestro fue un Arcano, un fino
político, aunque jamás le interesase el poder. Él habría estado de acuerdo con
cada uno de los actos que has hecho hoy. Y eso, es un gran halago.
Estábamos todos impresionados. Le había dado su visto bueno a mi
actuación. Estaba orgullosísimo de mí mismo. Pero Marie pareció sorprenderse
por otra cosa más.
- ¿Tu maestro fue un Arcano?
- Si señorita, y uno de los mejores hombres que he tenido el
placer de conocer. Justo, amable, pero listo como el hambre. Sabe leer en cada
uno de nosotros como en un libro abierto. Pero a él sólo le interesa la
herbología y vivir su vida en paz. Dudo que jamás lo conozcáis. Vive recluido
en su mundo y aunque os lo cruzarais, jamás os daríais cuenta de que es él.
Puede que sea la única persona en el mundo que yo respete.
Una dulce sonrisa siguió esas palabras. Se notaba enseguida que lo
apreciaba mucho. Que un Arcano fuese el maestro de un joven vampiro es muy
raro. Creía recordar que existían muy pocos de esa especie ya. Eran
vampiros que habían sobrepasado los dos siglos y medio de existencia. Eso
suponía control sobre los instintos, paciencia, y el saber observar cómo cambia
el mundo para adaptarse
lo mejor posible a él. De entre todos los vampiros,
ellos eran los más peligrosos. Líderes naturales, los más jóvenes tenían
tendencia a seguirles sin pensarlo. Por eso, durante milenios, habían sido los
jefes de las Villas y las Casas Grandes. Pero no sé porque, su número había ido
en disminución. Sin cortarme se lo pregunté a nuestro invitado.
- El mundo cada vez les interesa menos. Hay una tendencia contraria
que se va acentuando con el tiempo. Cada vez menos vampiros jóvenes llegan a
Arcano. Nos vamos muriendo o descuartizando entre nosotros. Somos cada vez más
brutales y menos pacientes. Además, el saber se está perdiendo. Hay poco joven
que pasa los dos siglos, pero los mayores tampoco quieren enseñar. La última
vez que conocí uno como yo, fue hace casi ochenta años. Los Arcanos se
encierran en torres de marfil, alejados de un mundo que ya no les divierte. Y
si por desgracia uno le enseña a uno pequeño, lo más probable es que acabe
muerto. Eso fue lo que me dijo el que conocí, y le maté por esa falta de
respeto - un escalofrío
recorió mi espalda con esa confesión, de la que ni se inmutó - Yo siempre he respetado a mi maestro, me enseñó las artes del
gobierno, pero también a encantar a las personas. Elle Hollinger no sabe
gobernar. No es sólo demostración de fuerza, también es que la gente te ame, y
si ni tu hija lo hace, mal vas...
Hizo una pausa, probablemente perdido en sus recuerdos. Sabía que
Wilhelm tenía una cierta edad. No tardaría en adquirir el estatuto de Arcano, y
lo más probable es que lo consiguiese dirigiendo la Casa Grande. No sabía quién
era su maestro, pero había hecho un trabajo increíble formándolo. Iba a ser un
gran aliado que nos iba a permitir tener a los vampiros quietecitos. Cada vez me gustaba más el hecho de
haber intentado una alianza con él. Livio sabia escoger a los hombres adecuados.
Iba a hacerle una pregunta cuando se nos acercó una persona. Su
silla de ruedas y sus ropas oscuras lo delataron enseguida. Mi jefe, Thomas
Lloyd, nos había ido a buscar. Eso podía ser o muy bueno, o muy
malo.
- Buenas noches... bueno, buenos días en realidad -
miró hacia las ventanas y pudimos ver los primeros rayos del sol salir. No me
podía creer que ya fuese por la mañana. El sol me hacía daño en los ojos, yo sólo quería mi cama y olvidarme de los problemas políticos - He
recibido una petición un poco extraña de parte de Elle Hollinger - vale, la
cosa era muy mala - nos pide que "eliminemos" al súcubo que caza en
el Pelican's Bar cerca de la Villa. Le he informado, con todos los respetos
posibles, que nosotros arrestamos, no eliminamos. Así que ha aceptado el
arresto pero a
condición de que seas tu, John, el que la arreste. Ha
dicho que puedes rodearte de quién quieras, pero que el arresto se tiene que
producir en el Solsticio de Invierno.
- ¡¿QUÉ?! ¡ME NIEGO!
- ¡Es una orden! No tienes opción. Ahora, si me discupaís. Tengo papeleo que acabar antes
de irme - y se fue sin dejar más tiempo para
protestas.
Yo estaba que echaba humo por las orejas. Llego a tener a la
imbécil aquella de dientes largos delante mío y la habría hecho pedazos. ¿Cómo
se atrevía a pedir ese día precisamente? Que no la arrestase junto a esa súcubo
que tanto la molestaba y
ya veríamos si continuaba con sus condiciones de pacotilla.
En mi enfado oí como Marie le hacía una pregunta a Elysa:
- ¿Qué pasa el Solsticio de Invierno? ¿Tiene alguna cosa que hacer
urgentemente?
- No - mi amiga estaba algo incómoda dando la información - es que
el 21 de Diciembre es su cumpleaños.
Marie soltó una carcajada, que se ahogó en su garganta cuando la
fulminé con la mirada. Lo último que me apetecía hacer era cazar súcubos el día
de mi cumpleaños. Ese día era para mí, no para el Centro.
- Mira, puedes hacer un dos por uno - propuso Wilhelm, con una
sonrisa diabólica - cazas un súcubo y celebras tu cumpleaños en un bar, ¿qué
mejor?
Le iba a contar mi opinión, de muy mala manera, cuando alguien
intervino.
- ¿Es el cumpleaños de alguien pronto?
Me giré y vi la cara sonriente de Alatir. Continuaba llevando el
conjunto sudadera y tejanos, pero esta vez, la parte de arriba era vede oscura. ¿Ese
hombre sólo tenía esa
combinación en el armario o era yo el que siempre lo
pillaba así? Una figura negra le cogió por la oreja y lo arrastró lejos. Era
Selim. Este llevaba un abrigo negro que tapaba la parte de arriba, pero se le
podían ver los pantalones del traje. Eran de verdad como la noche y el día,
pero se notaba enseguida lo bien que se llevaban.
- ¿No te han enseñado nunca que uno no se debe meter en
conversaciones ajenas?
Me daba tanta pena la pobre oreja de Alatir que intervine.
- No te preocupes, Selim. No pasa nada - este dejó tranquilo a su
chico y se nos acercaron los dos - es que tengo que cazar un súcubo el día de mi
cumpleaños. Y no me apetece nada. Además, que no sé ni cómo distinguirlos.
- Muy fácil - dijo Alatir sonriendo - llévanos contigo. Hace un
mes fui atacado por un súcubo. Selim intervino y me salvó. Desde entonces que
los sé diferenciar de cualquier ser humano. Te podría decir quién es, lo
arrestas al momento y después disfrutas de tu noche. ¿Qué te parece?
- ¿Haríais eso por mí? - estaba impresionado. Tampoco nos
conocíamos tanto.
- ¡Pues claro! Nos vamos de fiesta, arrestamos un súcubo, nos
conocemos mejor y encima bebemos. ¿Qué mejor manera de entrar en el invierno?
La mirada seria de Selim me decía que él tenía otra versión mucho
más tranquila de
celebrar la nueva estación. Pero no dijo nada. Acepté
antes de que se lo pensasen de nuevo.
- Bueno - Wilhelm se levantó - también puedes contar con Marie y
conmigo para ir a esa misión - la recepcionista lo miró como preguntando bajo
qué derecho le imponía su opinión. Él la cogió suavemente por el mentón y le
levantó la cara - te digo de venir porqué sé que no te podrás resistir a saber
algo más sobre estos dos - nos señaló a mi amiga y a mí y luego la dejó y
se fue tan tranquilamente.
Todos nos quedamos bastante impresionados. Sobre todo los dos
chicos.
- Parece que te conoce muy bien, Marie - dijo Selim. La mirada
asesina que le echó la recepcionista habría asustado al más valiente. Para
salvarlo intervine.
- ¿Pero, qué hacéis vosotros dos aquí a estas horas?
- Este - dijo Alatir señalando al sirio - que tenía que acabar un
informe con urgencia y me ha despertado al levantarse. No me iba a quedar solo
en una cama fría. Para eso me vengo con él y avanzo algo. Además, así puedo
sacarlo antes de su biblioteca y llevármelo a casa entre protestas.
Selim le cantó las cuarenta mientras se iban a sus respectivos
Departamentos después de despedirse de nosotros. Una pequeña parte de mí les
envidiaba la cohesión que tenía su pareja. Se llevaban tan bien que te hacía
querer lo mismo. Pero yo estaba de semestre sabático. Estaba harto de las
relaciones que duraban tres meses y luego te dejaban como quién tira un
calcetín roto. Me apetecía estar en una relación que pudiese durar años. Pero
eso sólo se lograba con paciencia y escogiendo bien. Y tampoco estaba de humor para ello. Prefería
estar tranquilo una temporada.
De repente sentí una fatiga enorme. Elysa lo vio y decidió que ya
era hora de volver a casa. Se disculpó por nosotros delante de Marie y me llevó
a casa. Oí un intercambio de bromas sobre dormir en la misma cama, pero mi
cerebro estaba tan cansado que ni me enteré. De hecho nunca supe cómo llegué a
mi casa esa mañana. Me encontré de repente en medio de mi cocina y mi cuerpo
reaccionó solo. Hice unos cereales con leche para que no nos fuéramos a
dormir sin nada en el estómago y fui a preparar la habitación de Elysa. Estaba
delante de la mía, en un pasillo ortogonal que separaba la habitación de
invitados, la mía, el estudio, el lavabo, el cuarto de la lavadora y el baño.
Se legaba a ese pasillo desde el comedor. Cuando salí, me encontré a mi amiga
saliendo de la ducha. Se había puesto un antiguo pijama mío que le quedaba
grande por todos los lados. Decía que así se encontraba mucho más cómoda para
dormir. Yo no le decía nada, el pijama era muy viejo para mí y si a ella le iba
bien cuando venía a mi casa, para mí estaba bien. Cogí cuatro cosas para
ducharme mientras ella se calentaba un poco de leche antes de irse a dormir y me metí en la ducha.
Estuve allí mucho rato. Me encantaba sentir el agua caliente corriendo por mi
cuerpo y destensándolo. Cada fibra del mismo se resistía a ella hasta que caía
rendida con una sensación de satisfacción inigualable. Después de un duro día,
aquello era lo mejor del mundo. El vaho producido por el calor creaba un
ambiente casi mágico que te permitía soñar. Y mis sueños nunca eran para
menores de dieciocho en esas circunstancias. Dejé volar mi imaginación un rato.
Cuando mi cuerpo sintió que ya había pasado el tiempo suficiente,
volví a abrir los ojos y salí de la ducha. Me sequé, me puse mi pijama de
invierno y me fui a mi habitación. Al llegar allí me encontré con una invitada
sorpresa. Elysa estaba tan muerta de cansancio que se había equivocado de sitio
y se había metido en mi cama. A veces le pasaba, cuando ya no podía más. Encima
de la mesita de noche, reposaba la taza de leche, aún humeante. Miré el
contenido, aún quedaba la mitad. Bebí un sorbo. El líquido atravesó mi cuerpo
como lava hirviente y se depositó cuidadosamente en mi estómago. Me reconfortó
agradablemente. Después me metí en mi cama, abracé a Elysa y me dormí oliendo
el dulce aroma de la canela que solía añadirle a la leche. Tanto su aliento, cómo el mío,
cómo la habitación entera olían a ello. Su dulce fragancia me embriagó y me
llevó cálidamente a los brazos de Morfeo.
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La tarde del 21 de Diciembre me costó horrores
quitarme de encima a mi madre. Insistía para que hiciésemos una cena familiar
cuando ya me había tenido que tragar la comida con todas mis hermanas y los
cuantos sobrinos que ya me habían dado las grandes. Eso sin contar a los
maridos de las mismas, que es que no podía ni tragarlos. Los habría puesto a
todos en un saco y al río. Sin hablar del novio de la pequeña. Ese habría ido
a la hoguera en modo Inquisición. La verdad, creo que incluso habría
disfrutado. Ese hombre era capaz de sacar mi lado más sádico sólo haciendo acto
de presencia. Tal era mi mala leche, que Elysa me había tenido que llamar la
atención más de una vez.
Mi madre siempre insistía en que hiciésemos una fiesta familiar
cuando uno de nosotros cumplía años. Tenía excusa siete veces al año para
reunirnos a todos. El mío era más especial que los demás porque era menos de
una semana antes de Navidad y rara era la vez en la que conseguía reunir a toda
la familia para esas fechas. Yo protestaba y me quejaba, pero verla en los
fogones, tan feliz, cocinando para toda su familia, me hacía replantearme el
tema de la hoguera y el saco al río para mis cuñados. Me preguntaréis ¿y qué
narices pintaba Elysa en todo esto? Pues muy sencillo: mi madre la tenía casi
adoptada como su quinta hija. El año en que le insinué que igual no hacía falta
que viniese siempre de que poco ardió Roma, o en mi caso, de que poco me comí
el wok con el que estaba cocinando. Nunca más se lo volví a mencionar.
La verdad es que esa noche le había salvado la vida no sólo a mis
cuñados, sino también a mi madre. Me había formulado las típicas preguntas de
las abuelas ("me lo puedo permitir, tengo nietos"): que para cuando una novia nueva, que otra como la
anterior no, que estás muy guapo hijo mío, ¿comes bien?, ¿verdad que come bien,
Elysa? Y un largo etcétera más. A la media a hora de interrogatorio, mi padre
tuvo que intervenir para evitar quedarse viudo y para que le ayudase con mis
tres sobrinos más pequeños que lloraban a moco tendido. Me fui hacia él y le
pregunté que porqué no lo hacían sus padres.
- A esos ya les dejo demasiado el cuidado de mis nietos.
La mirada negra que me echó me hizo darme cuenta de que si un día
ponía en práctica mi plan de desaparición de cuñados, en él iba a tener un
excelente aliado. Tranquilizamos al trio llorica en un minuto. Medir casi dos
metros de alto impresionaba a todos los niños y que encima quisiese
jugar con ellos hacía que me transformase en el tío favorito de todos. Había
tenido un excelente ejemplo con el mío y pensaba ser el mejor que tuviesen. Con
ello nos ganamos las miradas ácidas de sus padres, pero a mi
progenitor y a mí nos resbaló.
Cuando por fin conseguí echar a toda mi familia de casa me
derrumbé en el sofá.
- ¿Y ahora tenemos que ir a cazar un súcubo? - yo también quería
ponerme a llorar como mis sobrinos.
- Deja de quejarte y vístete. Selim y Alatir nos vienen a recoger
dentro de una hora.
La miré asesinamente pero pasó de mí.
- Mala - y me levanté para acicalarme.
Una hora después estábamos arreglados. Yo llevaba una camisa
negra, unos tejanos y unos zapatos. Sencillo pero apto para cualquier sitio.
Elysa se había recogido el pelo en una coleta alta, de la que se desprendían
mechones que enmarcaban sus ojos pintados de manera excesiva a mi gusto. Ese detalle
me lo callé para no acabar junto al novio de Ariadna en la hoguera. Vestía una
camisa blaca larga que ceñía con un cinturón grueso, unos pantalones pitillo y
unos botines con tacones. Yo me preguntaba seriamente si iba a trabajar o a
ligar. Me ahorre el comentario, me habría enviado a la porra. Bueno, al fin y
al cabo era yo el que había decidido convertirme en monje. Ella era libre de
hacer lo que quisiese. Aunque, tenía que admitir que una pequeña parte de mí le
fastidiaba que lo hiciese.
- Por cierto, ¿dónde has dejado a nuestra bestia con rizos favorita?
- Durmiendo
en la alfombra del salón de la casa de mi abuelo. Cerbero no habría aguantado la agitación de
toda tu familia y a un bar no me lo puedo llevar, así que está mejor allí,
tranquilamente.
Yo habría preferido que el animal
estuviese cerca de ella por si acaso las cosas se ponían feas. Ultimamente,
tenía tendencia a atraer los problemas como la miel a las moscas. Intenté
calmar mis neuras. Íbamos a ir acompañados de un vampiro, una loca que sabe
manejar la recortada mejor que Schwarzenegger, y dos agentes que parecían bastante
experimentados. Tenía que tranquilizarme y pensar en que nada le iba a pasar.
Después de pillar al súcubo, lo llevábamos a la prisión del Centro de
Departamentos y nos volvíamos a celebrar tranquilamente mi cumpleaños en un bar
que nos encantaba. Ese era el plan y seguro que iba a salir bien.
No me lo creía ni yo.
Al poco rato llamaron a la puerta. Cuando
bajamos vimos casi un milagro. Selim había conseguido que Alatir se pusiese una
camisa clara debajo de una chaqueta gris. No pudimos evitar las bromas ninguno
de los dos.
- ¿Cómo has conseguido que Alatir dejase las
sudaderas, Selim? ¿Amenazándolo con una pistola? - dijo Elysa muerta de risa
saludándolos.
- Casi - dijo el interpelado con una sonrisa
diabólica - le he dicho que no lo acompañaré a su cena familiar anual navideña como no se arreglase correctamente. No soporta estar solo, rodeado de su
extensa familia - a veces me preguntaba si el sádico de la pareja no era el
sirio.
- Selim - dije entrando en el coche - eres un
peligro público.
Alatir nos llevó al bar como borrego que llevan
al matadero. Al llegar ya nos estaban esperando Marie y Wilhelm. Por la
cara que puso esta al vernos, deduje estaba más que encantada de recibir
compañía. Creo que los avances del vampiro estaban topando con un muro de
hormigón macizo. Después de las formalidades de saludo y bromas a costa de
Alatir, entramos en el bar.
El sitio no había cambiado ni un pelo, era
igual que siempre. Con aires de viejo pub inglés, todo lleno de madera y los
taburetes tapizados de cuero. Las luces eran arañas colgadas del techo que
desprendían una luz cálida. Las paredes estaban llenas de viejas fotos del
sitio y récords que algún habitual hubiese ganado. En varios
sitios habían televisiones que retransmitían algún partido de rugby. Los
más antiguos estaban mirándolas cómo quien mira una bailarina del
vientre: embelesados y comentado cada movimiento. Conocíamos algunos de esos
hombres. Habíamos compartido comentarios en las copas del mundo de fútbol.
Coincidíamos que nunca estábamos por los mismos equipos y acabábamos a gritos.
La paz se solía firmar con una buena cerveza. Definitivamente, era mi bar
favorito.
La barra era de madera pulida y por ella se
deslizaban las pintas velozmente manejadas por un viejo amigo nuestro. Se llamaba Iván. Había ido con nosotros a la escuela.
Su abuelo era el propietario del bar. Desde muy pequeño le había entrenado para que
un día heredase el bar. Su padre había cogido otra dirección. Era periodista.
Se ganaba bien la vida, pero el abuelo había conseguido que Iván le siguiese
los pasos. Este había hecho la carrera de dirección de empresa para poder
ayudar en todo lo que pudiese en el bar y luego poderlo dirigir lo mejor
posible. Se notaba que el chico estaba enamorado de ese sitio. Además, tenía
carisma y hacía que la gente no se quisiese ir de su bar.
Cuando entramos, Iván nos vio al
segundo. Nos saludamos y presentamos a los que nos acompañaban. Al principio
intentamos disimular nuestro propósito, pero Marie reconoció al chico.
Resultaba que era una de esas personas que conocían el Centro,
pero que no trabajaban en él. Era lo que nosotros hubiésemos podido ser si no
hubiésemos decidido trabajar allí dentro.
- Iván - le dije - estamos buscando un súcubo.
¿Has visto recientemente a una chica muy guapa, que ligue muchísimo, y que deje
como embelesado y sin cerebro con el que está?
Mi amigo se lo pensó un momento.
- Si, pero hoy aún no la he visto. Es una rubia
espectacular. En cuanto la vea os avisaré. Si llego a saber lo que era habría
avisado al Centro antes. ¿No hay una manera de identificarlos?
- Si - dijo Selim - siendo atacado por uno de
ellos y sobrevivir. Pero la cosa es muy rara.
- Por cierto - dijo Marie con esa cara que
tenía cuando quería sonsacarte información jugosa - ¿Cómo escapaste tú, Alatir? Sabemos que
fue Selim quién te salvó, pero no tenemos los detalles.
- Muy fácilmente Marie - ahora le tocaba a él ser el que sonreía
con malicia - La única manera de escapar de un súcubo es que consigan que tu
atención sea atraída por otra persona aún más atractiva para ti que él.
Y te aseguro que es muy difícil. Si no me gustase tanto que Selim
se pusiese agresivo no estaría hoy aquí.
Y sin previo aviso, le dio un
beso a su chico. Este le dio un empujón por no darle un puñetazo. Pero no
es que se quejase, se veía claramente que le gustaba.
Todos nos pusimos a reír. Esperando a que Iván nos avisase de que había visto
al objetivo, nos dispusimos a celebrar un poco mi cumpleaños. Unas cuantas
cervezas y varias canciones de felicitación pasaron. Elysa e Iván se
divirtieron a contar historias de cuando éramos pequeños. Ninguno se creyó que
yo había estado gordito de niño hasta que nuestro amigo subió arriba, a su
casa, a buscar las fotos de clase. Pusieron ver cómo habíamos ido cambiando.
Había pasado de bola de billar a palo. Mi amiga sólo había evolucionado
cogiendo más formas. Marie se dio cuenta de que cuando teníamos sobre los
quince años, Elysa estaba mucho más pálida que en otras fotos. Le explicamos,
que por aquellas fechas, había tenido problemas de corazón. No explicamos más,
pero tampoco mentíamos del todo. Fue para ese entonces que le dejó su primer
novio, sin explicación alguna y que le descubrieron algunos problemas de salud,
que se resolvieron, pero que la tuvieron bastante hecha polvo todo el año.
La noche iba avanzando. Yo ya pensaba que el súcubo no iba a
aparecer ese día. Me dispuse a relajarme completamente y disfrutar de la noche
más larga del año. O al menos esa era mi intención hasta que me crucé con esos
ojos azules...
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Cómo en ese momento a uno que yo me sé se le desconectó el
cerebro, voy a continuar yo. Y no te atrevas a protestar, que bastante la
montaste esa noche.
E.
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Tenía que admitir que yo también me había olvidado la razón por la
que habíamos venido. No llega a venir con nosotros Alatir y las consecuencias
habrían podido ser terribles. Acababa de explicar la vez en la que habíamos
querido hacer un pastel de chocolate en casa de Hades y habíamos dejado la
cocina en un estado tan desastroso que si no nos llega a salir de rechupete, la
madre de este nos habría colgado del palo mayor. Eso si, nos hizo limpiar la
escena del crimen hasta que brilló cómo los chorros del oro. Nunca más habíamos
cocinado sin ir limpiando poco lo que íbamos ensuciando. Bastante que nos cayó
una vez la bronca, no queríamos volver a sufrir aquello. Pero en medio de las
risas, Alatir se quedó fijo y con mala cara. Su chico le preguntó que qué le
pasaba.
- Nos hemos distraído demasiado. El súcubo ya está aquí - no
pudimos evitar el preguntarle cómo lo sabía - ¿Sabéis esa sensación que tenéis
en el estómago cuando estáis mintiéndole a alguien a la cara, y sabéis que
estáis haciendo algo malo? Pues es eso. Sé que está aquí. Se acabó la juerga.
Por cierto, ¿dónde está John? Lo necesitamos.
Yo había visto dónde estaba. Estaba ocupado ligando con una chica
muy guapa. Me costaba reconocerlo, pero había tenido buen gusto. No quería
molestarlo, por una vez que le iba a dar una alegría al cuerpo, ya le podíamos
dejar tranquilo. Además, era su cumpleaños. Le mostré, discretamente a nuestros
amigos dónde estaba el chico y qué hacía. Cuando lo vio, Alatir se puso pálido.
- Pues esta vez más nos vale cortarle el rollo o será la última
vez que le de una alegría al cuerpo. ¡La rubia que le está metiendo lengua es
el súcubo!
Entonces entendí lo enorme que era el problema. Mucho más grande
de lo que habíamos previsto. En ningún momento me imaginé que mi amigo podría
caer en la trampa del objetivo. Poniendo aparte a Wilhelm, era posiblemente la
persona más fuerte del grupo. Y eso era un problema mayúsculo porque en cuanto
quisiésemos atacar al súcubo, su presa lo defendería incluso dando su propia
vida para ello. No sabía qué podíamos hacer. No quería que mi amigo sufriese
daños, pero iba a ser imposible separarlo de ella. Además, a Hades le
encantaban las rubias. No habíamos podido caer más mal. Lo comenté en voz baja,
pero Iván me oyó.
- Allí te equivocas, Elysa. A John no le gustan las rubias, le encantan
las morenas.
Por mi cabeza pasaron un montón de insultos que preferí ahorrarle
al camarero. No tenía la culpa de no haberse fijado nunca. De las diez novias
serias que había tenido mi amigo, siete habían sido rubias y tres pelirrojas.
Le informé, un poco enfadada, que no había salido nunca con ninguna morena, así
que era bastante difícil que le gustasen.
- Protesta lo que quieras - me había dicho - pero fue él mismo el que me lo dijo. El que
nunca haya salido con ninguna no quiere decir que en realidad, su preferencia
no vaya hacia ellas.
- Entonces igual podremos hacer algo sin tener que hacerle daño -
dijo Wilhelm - Tenemos dos morenas bajo la manga. Algo podremos hacer, ¿no?
Marie y yo, las morenas en cuestión, quisimos clavarle el pica-hielos
en sitios dónde sabíamos que hacía mucho daño, sólo por esa insinuación. Creo
además, que la recepcionista, tenía algún arma escondida en las ropas, y no
habría dudado en utilizarla contra él. Se estaba empezando a hartar y se
notaba.
- No quiero ofender a nadie, pero no creo que funcionase - dijo
Alatir - Para que la atención sea atraída, tiene que ser una persona que
encuentre mucho más seductora que no el súcubo que tiene delante. Yo estoy
enamorado como un idiota de Selim - a eso le llamaba yo una declaración de las
gordas - y ni lo reconocí cuando se acercó a salvarme. Para una víctima, no hay
nadie excepto el súcubo. Selim, para mí, en ese momento, era simplemente
alguien que me pareció increíblemente sexy. Creo que una parte de mi
subconsciente recordó que tenía novio, que se parecí mucho a esa persona que le
hablaba mal a mi señora, y que me encantaba cuando se ponía agresivo. En ese
momento sólo era instinto, e instinto sexual. Pero aquí no tenemos esa ventaja.
John está soltero, ninguna chica puede ejercer mayor influencia que la rubia
con ls que está. Creo que la única manera de salvarlo será por la fuerza. Y si
e así, no auguro que lo conseguiremos, John es puede el humano más fuerte que
conozco.
Alguien iba a decir algo, no recuerdo quién porque dejé de prestar
atención al momento. Cuando Alatir acabó de hablar, el grupo de gente que
teníamos entre mi amigo y yo nos empujó con risas. Oí un "iros a un
hotel" seguido de una respuesta afirmativa por parte de Hades. Si
dejábamos que se fuesen, mi amigo moriría y eso no lo iba a permitir bajo
ningún concepto. Sin pensármelo un segundo, me incliné sobre la barra y le cogí
a Iván una llave de un casillero que tenía allí, dónde guardaba ropa por si
acaso me ensuciaba. Con la de gente que había y los empujones que solía haber,
no era raro que alguna cerveza te cayese encima.
- Si esa rubia quiere guerra, la va a tener - y me fui.
Tuve tiempo de escuchar cómo Marie le preguntaba al camarero qué
había querido decir y la respuesta de este.
- Se va a por su Arma de Destrucción Masiva.
¿En qué consistía? Pues en un vestido negro, de lino fino,
entallado, con la falda en caída libre hasta un poco más arriba de las
rodillas, unos tirantes gruesos que se amoldaban perfectamente a la forma de
mis hombros y el escote en U permitía ver algo pero sobre todo esconderlo todo.
A eso se le añadían unas medias de las que llegaban sólo a medio muslo y que
gracias a la forma del vestido no se veían cuando andaban, pero sí se intuían
al sentarse. Unos sencillos zapatos de tacón negros alzaban mi figura. Para el
maquillaje, la cosa era sencilla, pero terriblemente efectiva. Hades tenía
razón en pensar que el exceso de pintura en mis ojos no me quedaba bien. Pero
es que no iba a rebelar uno de mis mayores atributos, sólo porque saliese de
fiesta. Reina había descubierto, hace tiempo, que era enmarcando mis ojos con
dos rayas negras, una arriba y otra abajo, que mi mirada se volvía más profunda
y fuerte. La mayor ventaja de ese atuendo, y sobre todo con lo que de verdad iba
a jugar esa noche, era que mostraba lo justo y dejaba a la imaginación de los
demás el resto. Y esa última parte era una arma extremadamente peligrosa. La
mente de una persona era mucho más inventiva que la realidad, en cuanto a
relaciones se refiere. Tenía que jugar esa carta si quería salvar a mi amigo de
una muerte segura.
Me solté el cabello y guardé la ropa que me había traído antes de
salir. Lo hice con violencia para atraer las miradas. Aunque en realidad sólo
una me interesaba, y del rabillo del ojo sabía que lo había conseguido. Estaba
contenta de que aún estuviesen allí. Tenía miedo que el tiempo que había
tardado en cambiarme hubiese bastado para que se fuesen. Ahora a quién no se le
iba a escapar era a mí. No me fui directamente a la barra, di un rodeo por la
sala. En un momento, me dirigí directamente hacía Hades para que me viese
encaminarme hacia él decidida, pero cuando estaba seguro que le iba a hablar,
giré radicalmente de dirección, sin mirarle un segundo, di la vuelta al grupo
de borrachos que habían entre él y nuestro grupo y me senté apoyándome en la
barra para pedir una copa.
- Iván, un martini - y le guiñé un ojo claramente para que todo el
mundo lo viese.
La reacción de mi amigo no se hizo esperar. Actuó tal como
esperaba que lo hiciese. Se llevó a su conquista hasta dónde estaba yo y me
habló.
- ¿Su martini que será, agitado y no removido, como James Bond?
Ya me giré en mi taburete y crucé las piernas apoyando mi espalda
en la barra para estar completamente en frente de él.
- Eso a usted no le importa - le dije con mi tono más seductor
pero despectivo a la vez - tiene una rubia a la que entretener. No me moleste -
y me volví a poner cara a la barra.
Mi plan era sencillo, pero arriesgado. Pretendía seducirlo lo
suficiente para que se despegase unos momentos del súcubo, y así darles a
Alatir y Selim la oportunidad de capturarlo. Esperaba que mis compañeros
hubiesen entendido mi idea. Por ahora el plan había funcionado a medias. Tenía
su atención pero seguía pegado a ella. Por eso había usado el método de ser
despectiva: o atraía más su atención o lo perdería para siempre. Aquella parte
de mí que le había dado una patada a la princesa de la Villa de los vampiros
estaba en mi fondo hirviendo de rabia. Le habría hecho lo mismo a esta. Pero
tenía que calmarla, Hades habría intervenido y yo no podía contra él. Por
suerte para mí, mi indiferencia le había picado.
- Podría ser un poco más amable, ¿no cree?
Apoye mi codo en la barra y sostuve mi cabeza con la punta de los
dedos lo justo para que mi pelo cayese cómo una cascada marrón.
- No he venido aquí a hacer amigos. Mi propósito es completamente
distinto.
En sus ojos, brilló una pizca de malicia. Sabía a lo que me
refería. Por ahora había conseguida que no le prestase atención al súcubo, pero
lo seguía teniendo de la mano. Así que preferí atacar a lo duro. En ese mismo
instante, Iván me trajo el martini. Bebí un sorbo sin apartar mi mirada de sus
ojos y luego deposité la copa sobre el bar. Me incliné hacía él, apoyándome en
sus muslos y le susurré al oído.
- Quítate de encima a la rubia que te acompaña e igual puedo
compartir contigo mi propósito de esta noche tan larga.
Para incrementar el efecto, le di un suave mordisqueo en la oreja.
En mi experiencia, eso jamás había fallado. La gente parece que lo ignora, pero
las orejas son una de las zonas más erógenas del cuerpo. Esta vez tampoco había
fallado. Vi como mi amigo tembló un poco con ese gesto atrevido y se decidió
por algo. Se apartó de mí con una sonrisa maliciosa y yo hice como que volvía a
atraer mi atención hacia la copa. Él cogió a la rubia y la apretó fuertemente
contra él. La chica, tuvo que pensar que sus encantos habían sido superiores a
los míos, pero se equivocó. Por el espejo de detrás de la barra, pude observar
cómo le daba un beso en la mejilla y se separaba de ella. Antes de que pudiese
hacer ningún movimiento, la chica se vio rodeada de Alatir y Selim. Creo que le
instaron a acompañarlos de manera discreta. Al principio ella no quiso pero
Selim le dijo algo que la dejó pálida y los siguió tranquilamente.
Habíamos resuelto un problema, pero no el segundo. ¿Qué íbamos a
hacer ahora con mi amigo?