Quería publicar esto ayer pero no lo tenía acabado. ¡Feliz Navidad!
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Estaba del frío hasta los cojones, el trabajo me tenía aburrido hasta la médula y encima ahora me decían que si quería participar en una estúpida fiesta para Carnaval. Pues no, no quiero. No es que no me guste socializar, es que voy a tener a ese jilipollas dando por el saco toda la fiesta para que no me acerque a su hermana. Que no me interesa narices, y si lo hiciese, él no iba a ser un obstáculo que me impidiese hacer nada con ella. Lo conocía de toda la vida por culpa de nuestros padres, ambos expertos en no sé qué excavación perdida en Siria, que también son ganas en mi opinión. En cuanto empezamos a crecer y yo a ligar, se puso de manera defensiva con su hermana pequeña. La tiene extremadamente protegida, no es bueno para ella.
El caso es que sabía que el idiota ese iba a ir a la fiesta, me lo había dicho. Si quería defender a su hermanita de mis supuestos ataques iba a tener que estar pegado a mi todo el rato, y a ver quien se divertía con un amargado a mi lado. Este necesitaba un polvo como quien necesita aire. Me había autodeclarado su Celestina. Me pensaba que iba a ser divertido buscarle una novia hasta que su hermana me contó que era gay. ¿Cómo narices iba yo a poder encontrarle un ligue? De tías sabía más de lo que él creía, pero, ¿de hombres? ¿Cómo detectar que un tío es gay? Además que al señorito no le gustaban los hombres que iban por allí soltando pluma, no, tenía que ser un tío normal. ¿En qué estaría pensando cuando le dije que le encontraría un ligue? A ver como me las arreglaba para encontrárselo.
- Alatir, ¿Me estás escuchando?
Marie, la recepcionista de la empresa en la que trabajo me estaba hablando de la puñetera fiestecita y yo había desconectado totalmente.
- Pues no, lo siento. Es que me has recordado una promesa que hice hace unos días y que se me ha complicado la cosa.
- ¿Buscarle un ligue a Selim? - esa chica tenía oídos en todos lados - ya te avisé que no lo hicieras. Si el propio Selim no ha encontrado ligue, se lo vas a encontrar tu.
- ¡Y yo que sabía que a este le iban los tíos! Le conozco de toda la vida, pero no es que hayamos salido demasiado juntos. ¡Es una puñetera rata de biblioteca! Casi se me desmaya cuando le dije de salir de bares a ligar. No hablemos ya de algo parecido a una discoteca.
- ¿Sabías que es porque tiene un problema de oídos?
- ¿En serio? Joder, lo conozco de toda la vida y te enteras tu antes que yo de ciertas cosas. Un día me vas a tener que explicar como lo haces.
- Trabajo como recepcionista guaperas - y me guiñó un ojo.
- Bueno el caso es que ahora le tengo que encontrar un hombre que le gusto. Si ni siquiera sé sus gustos.... ¿crees que soy un mal amigo? - la pregunta me preocupó.
- Creo más bien que eres un amigo despistado. Para saber sus gustos la mejor manera es sacarlo de esa biblioteca que tanto adora, emborracharlo y hacerle confesar. Después, si un caso, ya te ayudaré a buscarle algún ligue.
- ¡¿Lo harías?! No sabes como te lo puedo agradecer - suspiré - te invitaré a cenar para compensártelo, aunque no encuentre ligue.
- ¿Sabes qué puedes hacer mejor que invitarme a cenar? Ven a la puñetera fiesta de carnaval. Disfrázate de lo que quieras, hasta de médico, pero por favor, ven.
Durante un segundo me quedé a cuadros. ¿Que me disfrazase de médico? ¿Cómo iba a poder pasar desapercibido con una bata blanca?
- Aún no me lo has dicho, ¿cuál es el tema de la fiesta de este año?
Una sonrisa refulgió en los blancos dientes de la recepcionista.
La Florencia del Renacimiento. Te puedes poner esas máscaras de pico que usaban los médicos para evitar la peste y nadie sabrá que estás allí. ¿Hace?
- ¡Claro que si! - si no me veía nadie, podría quitarme de encima a la lapa esa - voy a por la rata y a ver qué le sonsaco.
Me fui corriendo hacia las escaleras y subí al piso 25. La Biblioteca se extendía a lo largo de tres pisos de un edificio ya de por si enorme. Sabía donde iba a estar. Ya era casi la hora de comer, por lo que se escondería en cualquier lado para que nadie lo encontrase para llevárselo. Cuando quería este hombre era un antisocial de manual.
Fui a su escondite preferido, pero no estaba. Me fui al siguiente, tampoco. A su despacho, vacío. Lo estuve buscando por toda la biblioteca pero no lo encontré por ningún lado. Se me hizo muy raro el que estuviese allí. De golpe una sensación extraña me atacó el estómago: ¿Y si había salido a comer con alguien? Por alguna razón, que no me quería admitir a mi mismo, no me hacía la más mínima gracia que otro le hubiese convencido para salir de allí. Prefería pensar que era el único, con su jefe, que podía hacerlo meter un pie fuera de ese sitio. Me quedé pensando en esa posibilidad un rato, de pie entre interminables filas de estanterías y el ruido de teclados de ordenador. Entonces sentí unas garras que se posaron sobre mi hombro derecho. Las conocía a la perfección. Pertenecían a Horus, mi halcón. Este pequeñajo merece una explicación.
Mi jefe directo es un loco de los pájaros. Pero no un loco normal de los que se sabe cada detalle de cada pájaro, no. Este es uno de los que los cría. En nuestro piso, el más alto del edificio, que tiene el techo abierto para que los animales voladores puedan entrar y salir a sus anchas, tiene un auténtico criadero de toda ave que pudiese criar legalmente (y alguna de ilegal, estoy convencido). El caso es que un día, haciendo una inspección con él, se colgó de un nido en las alturas y bajó con algo en las manos. Pensé que era cualquier cosa que la urraca de turno habría robado. Entonces me explicó que ese nido era el de unos halcones que habían muerto el día anterior por culpa de veneno de rata. Se habían comido uno de esos animales y se habían envenenado ellos mismos. El caso es que los halcones estaban en plena época de cría, pero de los tres huevos que había observado que habían puesto, sólo había quedado uno y me mostró lo que había en su mano. Era un huevo marrón oscuro, pequeñito, que apenas ocupaba la palma de la mano. Me dijo que si lo quería podía tener un halcón para mi. Dudé escasamente cinco segundos. Las siguientes semanas las dedicamos a cuidar al huevo, que pusimos en una incubadora, y a esperar a que naciese. ¡Al muy puñetero no se le ocurrió otro momento para hacerlo que a las tres de la mañana! Mi jefe me llamó corriendo porque el huevo se empezaba a mover y cuando llegué pude como estaba ya saliendo. Cuando acabó de salir, una cosita mojada, que sería blanca cuando se le secasen las plumas, me miró con grandes ojos de no saber que estaba pasando. Le pillé cariño al segundo. Con los consejos de mi jefe lo crié para ser un halcón de combate y estaba muy orgulloso de él.
Me preguntareis entonces, ¿que narices pintaba un halcón de combate en una biblioteca? La respuesta se llamaba Lelya. ¿Que quién es Lelya? Pues es la lechucita de mi amigo Selim. No fui el único al que le ofrecieron un huevo para criar. Un día, quejándome de que no había quien sacase a Selim de la biblioteca, el loco que me sirve de jefe cogió otro huevo y se lo dio a mi amigo. Al principio este ni quería oír hablar de tener un pájaro, hasta que supo de que tipo era. La quiso llamar Atenea, y le dije que naranjas de la China, que pájaro con nombre mitológico el mío y que se buscase otro. Por increíble que parezca, me hizo caso y la llamó Lelya, que significa "noche" en arameo. Por una razón que no llego a entender, Horus se encariñó en seguida de la lechucita. La verdad, es que tengo que admitir, que la bola de plumas es una monada, además de útil ya que caza las ratas, ratones y otros roedores de la biblioteca. El caso es que Horus estaba loco por ella, y la lechuza le seguía a él por todas partes. Yo estaba encantado de que fueran de especies distintas, sino estaba convencido de que Selim y yo habríamos sido tíos hace rato.
Volviendo a lo que nos ocupa. Tenía a Horus en mi hombre y se me ocurrió la brillante idea de que si Lelya no estaba allí con él, estaría con Selim, durmiendo en su hombro. La cosita no debía llegar al kilo, no se me iba a quedar torcido porque estuviese allí un rato. Además, conociéndolo, seguro que ni la habría notado. Le dije a Horus que fuese a buscar, discretamente, a Lelya y que me llevase con ella. Pareció entenderme, aunque a mi, lo que me parece, es que sólo sabía que debía de ir donde estaba su novia, y se fue volando. Yo lo seguí y, efectivamente, me encontré a Selim, completamente absorto con un libro, y su lechuza como una bola de plumas en el hombro. Horus se posó en una estantería cercana y emitió unos pequeños ruidos. Selim ni se dio cuenta, pero Lelya se despertó de repente y se fue corriendo a donde estaba él, acurrucándose debajo de su ala. Horus parecía poco más que encantado de la reacción de la señorita. Yo me senté delante de Selim y esperé a ver si me notaba pero, o me ignoraba o ni se había dado cuenta de que estaba allí. Conociéndole, la primera opción era seguramente la más acertada, así que carraspee. No podía seguir ignorándome y levantó la mirada. Sus ojos oscuros, encuadrados entre espesas monturas negras cuadradas, me miraron con desaprobación, seguramente por haber interrumpido su apasionántisima lectura. Nótese la ironía de mi frase.
- Es la una y media, hora de comer. ¿Te apetece una hamburguesa?
- Estoy en medio de un artículo sobre...
- El artículo puede esperar - le interrumpí - tu salud no. Si no comes regularmente y correctamente tres veces al día puedes tener un problema y acabar en el hospital y allí seguro que no te dejan leer artículos.
Miré el tochaco que tenía delante y si eso era un artículo, no quería saber qué tipo de libros publicaba el autor.
- Eres un exagerado.
- Estás en los huesos Selim. Además, tomar algo de aire te irá bien. Y que narices, que hace tiempo que no comemos juntos.
- Hace tres días - me miraba con su cara impasible de "me estás molestando". Lo ignoré olímpicamente.
- Pues eso ya son 72 horas y es mucho tiempo. Va muévete hombre. Aunque si prefieres... invito a tu hermana a comer, esa seguro que me acepta la invitación - si no picaba con eso yo ya no sabía como sacarlo de allí de otra forma que no fuese atado y amordazado.
La reacción fue inmediata. Se levantó como si estuviese sentado encima de un resorte y me dijo de mover el culo que llegábamos tarde y que el restaurante estaría hasta los topes. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Dejamos a la parejita plumífera y nos fuimos a comer.
El restaurante en cuestión era uno que había en la esquina de al lado de nuestro despacho. La comida era deliciosa, el sitio pequeño y acogedor, y la gente encantadora. Todo lo que necesitaba para mantener a Selim en un sitio que no fuese la biblioteca. Lo llego a llevar a un sitio de comida rápida y es capaz de comérselo en su despacho. Aunque sólo sugiriendo la idea de que podría ensuciar algún libro le habría hecho quedarse, pero a desgana. Cuando estuvimos sentados, delante de unas hamburguesas tamaño XXXL con todo lo imaginable en versión doble, le empecé a atacar.
- Bueno, vas a ir a la fiesta de carnaval, ¿no? Y, ¿de qué te vas a disfrazar?
- Tengo pensado coger el disfraz de mi padre de señor noble. ¿Y tu? ¿Vas a venir?
- ¿Yo? - me hice el ofendido - ¡Ni ganas! No me motiva la temática de la fiesta ni tengo ganas de ir vestido de payaso.
Durante un segundo, me pareció ver como una sombra de decepción cruzó la cara de mi amigo. Aunque estaba seguro que eso eran imaginaciones mías. Apoyé mi cabeza en mi mano derecha y lo miré un rato hasta ponerlo nervioso. Me encantaba hacerle eso.
- Mi hermana va a venir a la fiesta - no lo dijo con muchas ganas.
- Selim, a ver si te entra en esa cabezita tuya. Safia no me interesa, si casi la considero mi hermana. Tantas cosas que llegas a leer y comprender y esto parece que no te entra en la cabeza.
- Perdona por querer evitar que te líes con ella.
- ¿Y qué más te daría a ti si estuviésemos juntos? Eres su hermano y mi amigo, ¿no tendrías que estar contento por nosotros en vez de ir por allí amargando al personal?
Ni yo mismo sabía que quería que admitiese... bueno si que lo sabía pero no quería ni considerarlo. Últimamente había estado demasiado tiempo pensando en él, no quería ni pensarlo pero siempre que se le había acercado una chica, me había puesto más estresado que él con su hermana. Cuando me había enterado de que le gustaban los hombres, una pequeña parte de mí había empezado a dar saltos de alegría como un adolescente. La mayor parte del tiempo, mi parte más centrada le daba una patada en el culo y lo enviaba directo a la calle, por la ventana de mi despacho. Pero esa vocecita estaba allí. Me había quedado de nuevo mirando su cara. Se había quitado las gafas y sus ojos eran aún más profundos que antes. Su piel morena de sirio generación un millón se notaba mucho en las ropas oscuras que siempre llevaba. A mi pregunta, se pasó los dedos nerviosamente por su pelo, ya en batalla por culpa de ese tic que tenía. Tuve, durante un segundo, unas inmensas ganas de hacerle lo mismo, pero me contuve. Su mirada nerviosa, de no saber qué decir, que miraba para otro lado hizo que unas vecinas, que habían estado hablando todo el rato, se callasen.
- ¡Me importa, ¿vale?! - estaba muy nervioso - No serías bueno para ella, ni ella para ti. De eso estoy seguro - en ningún momento me había mirado a los ojos.
- Entonces, ¿porque has dicho que ella iba a venir?
- Porque estoy convencido de que si sabes que ella viene vas a querer ir para intentar ligártela.
Eso me hizo ver negro.
- ¡¿QUIERES PARAR DE UNA VEZ?! - di un puñetazo en la mesa - Safia me interesa tanto como Marie: ¡NADA! Eres tozudo hasta un nivel increíble. Que te entre de una vez por todas en la cabeza y dejemos la conversación zanjada: no me interesa, nunca me ha interesado, ni me va a interesar JAMÁS, ¿vale?
Selim me miró. Esos ojos profundamente negros, que parecían empezar a aceptar que no sentía nada por Safia, me desestabilizaron de nuevo. Estaba enfadado, con él, conmigo, con el mundo entero, pero me esforzaba por hacerle entender que como volviese a sacar el tema lo degollaba allí mismo con un cuchillo mantequillero. A mi grito el restaurante entero se había callado y nos estaba mirando. Durante unos inquietantes segundos fuimos un centro de atención que no quería.
- ...... vale - parecía que por fin lo entendía - Entonces, ¿quién te gusta?
La pregunta me cogió por sorpresa. Era la pregunta que quería preguntarle para destensar el ambiente, pero se me había adelantado. Mi cara tenía que ser un poema porque sonrió maliciosamente.
- Por ahora estoy más interesado en buscarte una pareja a ti. Luego ya miraré para mi. Así que, ¿quién te gusta a ti?
- Nadie, cabeza de alcornoque, o no tendrías el dudoso honor de ser mi Celestina.
Lo conocía suficientemente para saber que mentía. Seguro que pensaba que no tenía ninguna posibilidad con él. Tenía suerte que no supiese quien era ese tío, porque lo llego a saber y le parto la cara por darle malos momentos a mi amigo y... ¡pues porque si!
- En menuda hora se me ocurrió proponerme. Estaba convencido que te iban las tías, de eso sé. De tíos... tu sabrías identificar un gay antes que yo.
- No creas. Además... digamos que lo mío no son los tíos que se ven a la legua.... y por cierto, ¿por qué narices te propusiste? ¡Yo no había pedido nada!
- En voz alta no, pero estás tan absolutamente inaguantable, que lo que pides es un polvo a gritos.
Los ojos de Selim se abrieron de par en par, enfadado.
- ¿Y se puede saber que sabe el señorito de lo que hago yo por la noche? ¡Métete en tus asuntos!
- Desde el momento en que me das la lata y estás que no hay quien te aguante, es asunto mío. Tu lo que necesitas es desfogarte, y la mejor manera es con el sexo. Hasta tu tienes que admitir eso.
- ¡Oye! Haz el favor de no meterte en donde no te llaman. Mi vida sexual es sólo mía. Además que no serías capaz ni de encontrarte la nariz en la cara a oscuras, no hablemos ya de una pareja para mí. ¡Búscate una chica que te satisfaga y déjame en paz!
Se fue en una a velocidad cósmica, dejando sobre la mesa unos billetes para pagar su hamburguesa a medio terminar, con un humor de perros. Pero ese humor era con el que yo me había quedado. Vale que tenía una reputación de ligón, pero siempre había sido hombre de una sola mujer y él lo sabía. Además hacía tiempo que no estaba con ninguna mujer porque se me había venido encima una temporada de trabajo de tal magnitud que llegaba a casa y no sabía ni como me llamaba, como para hacer una performance. ¡Los puñeteros fénix podrían haber escogido otro momento del año para hacer su maldita migración!
Volví al despacho con ganas de degollar al primero que me dijese algo del revés. Marie, la recepcionista, me llamó al verme.
- Pero, ¿qué ha pasado? Selim ha entrado de nuevo con cara de asesinar al primero que le dirigiese la palabra y tu no le vas a la zaga. ¿No tenías que destensarlo con un novio?
- ¡Si el señorito no quiere, pues no quiere! Está frustrado porque sólo tiene los libros y me culpa a mi de todo. Dice que no me meta en su vida sexual. Pero, ¡narices! Me afecta el hecho de que esté inaguantable todo el año, bien que tengo que buscar un remedio, ¿no?
- ¿Seguro que has encontrado el bueno?
- Está estresado, necesita relajarse, pero no se puede ir de vacaciones. Ya me dirás tu que otro manera hay para que se relaje.
- No me has entendido. Que necesita sexo hasta él se ha dado cuenta, pero, ¿tu crees que la mejor manera de que lo consiga es que tu se lo vayas buscando cuando en su tema en particular no tienes ni idea del tema?
Esa mujer me sacaba de quicio cuando acertaba así.
- ¿Y qué quieres que haga? Ya no sé que hacer.
- A veces sin hacer nada se consigue lo que se quiere - para frases enigmáticas estaba yo.
- Cambiando de tema. ¿Tu para cuando? Que mujer, mucho dar consejo, pero poco hombre... ¿o prefieres las mujeres? - lo que no me habría extrañado.
- Soy de hombres, pero prefiero esperar pacientemente. Algún día aparecerá.
Suspiré. Estaba cansado de todo. De Selim, de su mal humor, de la listilla de turno de Marie, de mis propios problemas. Decidí ir a relajarme un poco, y eso para mí significaba una sola cosa: las alturas. Me despedí de la recepcionista, cogí uno de los ascensores situados detrás de ella y subí arriba del todo. En el techo más alto al que pude escalar me estiré a mirar el cielo. Era una fría mañana de Febrero, pero parecía que yo no sentía el frío. Ya me había dado cuenta que, comparado con casi todo el mundo, podía aguantar el frío mucho más tiempo. Sólo llevaba una sudadera y una camiseta de manga corta debajo, y estaba en un sitio en el que corrían vientos tremendos, pero me sentía como debajo de un árbol en plena tarde veraniega. Selim se reía de mí diciendo que era más un pájaro que una persona. A veces pensaba que tenía razón.
Esto me hizo pensar en la discusión que habíamos tenido. No era la más grave ni de lejos, pero el que estuviésemos enfadados me hacía sentir mal. Éramos amigos desde antes de tener memoria. Teníamos aproximadamente la misma edad. Nuestros padres había excavado un tell sirio (un zigurat si preferís) desde que éramos pequeños, eran los expertos en el tema. Habían ido a centenares de conferencias llevándonos a rastras en cuanto estábamos de vacaciones. Siendo los menores de.... 60 años en la mayoría de ellas, nos hicimos rápidamente inseparables. Cuando nació su hermana pequeña se nos unió al grupo y la aceptamos sin problemas. Aunque fuese una niña nos propusimos educarla como un niño. Fallando lamentablemente. Entonces nos dedicamos a ser sus caballeros de blanca armadura: la cuidamos, la defendimos de lo que hiciese falta y pobre del que se acercase con malas intenciones. Entendía porque Selim pensaba que era plausible el que saliésemos juntos. ¿Cuantas veces se habían visto amigos de la infancia que al crecer, se hacen pareja? Pero yo no podía ni planteármelo. Era mi hermana, aunque no compartiésemos sangre. Y no soy de los que comete incesto por muy buena que estuviese Safia, que lo estaba. Quería ser el otro hermano que acojonaría a su pretendiente el día que presentase uno a la familia.
La razón por la cual Selim pensaba eso también era que en cuanto empecé a ver que tenía éxito con las mujeres no había quien me parase en cuando a ligar se refería. Me había convertido en un Don Juan, pero con una sola chica a la vez. Esa era mi regla de oro, podía ligar lo que quisiese, pero de una en una. Había visto demasiadas veces como idiotas le rompían el corazón a chicas que valían cien veces ellos sólo por tener "a chicas en la recámara". Me había jurado a mi mismo no ser jamás uno de esos desgraciados. Otra cosa me molestaba. Sé que había sido un poco brusco, pero él sabía que en cuestión de sexo no es que yo sea muy discreto. Si me gusta alguien voy a por él. Ni me lo pienso. La vida es demasiado difícil como para ir pensándose las cosas en lo que a amor se refiere. "Si te gusta una persona, ve a por ella. El no ya lo tienes." Era lo que siempre le decía a Selim y siempre había dejado claro como era mi actitud. Puede que a él le sintiese mal que le hubiese hecho ver que estaba solo desde hacía demasiado tiempo, pero era mi amigo y me preocupaba por él. Lo raro es que en todos estos años nunca me había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Tampoco es que me hubiese fijado que tuviese novia. Ligues había tenido, como todo el mundo, pero esa vertiente suya de rata de biblioteca le estaba dejando solitario a más no poder. Quería verle sonreír porque estaba com alguien, quería verlo feliz por fin, que dejase esa biblioteca voluntariamente para ponerse guapo para impresionar a su pareja.
* Pues ya le podrías haber dicho eso en la cara, ¿no crees? No puede leer en tu mente * me dijo una vocecita, la misma pesada que me hacía ver cosas que no quería ver.
¡Cállate! - dije en voz alta.
- Si todavía no he dicho nada - me dijo la voz de Selim desde unos cinco metros más abajo.
Del bote que pegué me caí abajo.
- ¿Estás bien? - me dijo él preocupado. Había para romperse algún hueso, pero soy resistente.
- Si, si, gracias. Tengo la costumbre de caerme, me duermo arriba y acabo en el suelo porque me giro - me levanté.
La verdad es que dolía un poco un brazo, estaba tan en las nubes que no había girado en el buen momento. Me acerqué a él masajeándome la zona dolorida.
- Escucha, te quería pedir disculpas por lo de antes. Tienes razón, tu vida sexual es privada y por muy amigo tuyo que sea, no me tengo que meter.
Selim me miraba con los ojos como platos.
- ¿Me estas pidiendo disculpas? Creo que no te has dado en el brazo sino en la cabeza - eso me puso de malísimo humor.
- ¡Si prefieres te puedes ir a la porra! Yo que quería ser amable. La próxima vez te busca ligue y te pide disculpas tu tía - y me dirigí a la puerta.
- Va, no te enfades. Me lo has puesto en bandeja de plata - me paré - yo también venía a disculparme... me hiciste ver cosas a las que no quería hacer frente.
Supuse que hablaba de no tener sexo, porque lo del hombre que le gustaba, el chaval lo tenía más que asumido... asumido que no lo tendría ni por casualidad. Me volví a jurar que en cuanto supiese quien era le rompía la cabeza en la pared.
- Y... ¿estás mejor?
- Digamos que.... bueno... al menos me he dado cuenta de lo que quiero.
Una sonrisa de dibujó en mi cara.
- ¡Pues ve a por él! Y si te dice algo malo, dímelo a mi que le rompo la cabeza... "accidentalmente" claro.
Una carcajada sana salió de él. Era refrescante oírle de nuevo reír a pleno pulmón.
- Descuida, que serás el primero en saber algo.
- Más te vale, que soy tu mejor amigo, como no me entere de con quien estás serás tu el que tenga problemas.
Selim se fue sonriendo por la escalera hasta su adorada biblioteca. Estaba seguro que querría abordar al chico en la fiesta de Carnaval. Al final, el disfraz de médico me iba a ir de perlas para poder observar. Pero, ¿dónde iba a conseguir yo un disfraz de médico renacentista? Bajé de nuevo a recepción para preguntárselo a nuestra wikipedia/radio-patio particular. Marie me aseguró que para ese tipo de disfraces la compañía había alquilado algunos para que hubiesen figurantes que animasen el cotarro e hiciesen la cosa más real. Yo estaba encantado, no tenía que gastarme un duro en el disfraz y podría observar a Selim declarándose sin que él me viese. Al final mi único rol de Celestina había sido el de sacudirlo un poco.
Entonces la Vocecita de las narices me hizo darme cuenta que si Selim tenía pareja yo pasaría a un segundo no, un tercer plano directamente. Que si saldría a comer con alguien sería con él, que si quería arrastrarlo a tomar algo posiblemente tendría que informarle a él. De golpe, la idea de que estuviese con alguien no me pareció tan atractiva. Me gustaba esa situación en la que yo estaba en primera plana, pero mi parte más racional me dijo que esto tenía que suceder algún día, que era su amigo, no su novio. La Vocecita corroboró esa idea. Me fui a mi despacho deprimido por la idea de que no lo vería tanto y al mismo tiempo contento porque igual tendría pareja... aunque en mi fuero interno, una parte muy egoísta deseó que el hombre en cuestión le rechazase.
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La fiesta llegó más rápido de lo que habría imaginado. Selim seguía pensando que no iba a acudir y yo estaba con un humor cada día peor. Mis otras personalidades me hacían ver cosas que no quería y el que Selim estuviese emocionado no ayudaba en absoluto, sin contar con que Lelya había decidido que los mimos a Horus se los haría en mi despacho. De mal humor, cada día echaba a la parejita feliz.
La noche de la fiesta llegó y me fui a vestir de médico. Tenía ganas de todo menos de fiesta. No quería ver el hombre del que se había enamorado mi amigo y menos verle aceptando sus sentimientos. Estaba enfadado e irritado. Me puse la máscara y decidí al instante que ahogaría a Marie por haberme puesto en ese atolladero. Estaba poco más que ridículo. Pero acepté el hecho de que o llevaba la máscara o me quedaba sin observar a mi amigo. El conjunto constaba de un vestido largo, con botones como una sotana pero sin mangas, sobrio y negro, puesto encima de una primera camisa con mangas semicortas abombadas y debajo del todo una camiseta de manga larga y cuello alto con decoración hexagonal. El conjunto se completaba con la típica máscara de pico, pero solo lo que son los ojos y el pico, atados con una cuerda a la cabeza. Al acabar de vestirme fui al edificio donde estaba el despacho. Como siempre, Marie estaba en la entrada, ocupada arreglando unos adornos en su recepción. Llevaba un vestido de noble florentina que habría hecho caer a sus pies a más de uno. Un corsé negro decorado con perlas en los bordes, que formaba parte del vestido, ceñía su cintura y hacía ver mas de lo que habría deseado. Las mangas, del hombro al codo eran abombadas y verdes, pero de allí a las muñecas eran negras y apretadas al brazo. La camisa blanca de debajo del corsé se podría entrever entre las cintas. Un cinturón dorado reposaba en sus caderas. Parecía que el corsé seguía debajo con una falda larga, encima se había puesto otra capa, verde y a tiras, para que se pudiese entrever en lo que había debajo. En dos palabras, de infarto. Me acerqué a ella.
- Adivina quien es - si ella no me descubría nadie lo haría.
- Alatir, eres el único que va disfrazado como médico con los trajes de la empresa. No hay peligro que no te reconozca.
- Dime que eres la única que conoce ese detalle - sino ya me podía ir quitando la máscara.
- Tranquilo, nadie lo sabe y tu voz está un poco rara, ¿te has constipado?
- Puede, me duele la garganta desde esta mañana. Pero no creo que sea nada - le lancé mi sonrisa seductora por si la podía ver por debajo de la máscara, y me adentré en la fiesta.
Cuando entré apenas habían unas veinte personas, pero gracias a eso pude observar la decoración. Los encargados de este año se habían lo currado cosa fina. Estábamos en la Piazza della Segnoria, recreada para la ocasión, incluso, si se quería, en una diagonal, se podía ir hacía una columnata que representaba la entrada de los Uffizi y al final había un fondo que representaba el Arno. Había una copia de la fuente de Neptuno que era una verdadera fuente, y estaba casi seguro que se podría entrar en la Academia y observar alguna obra de arte, también copiada claro. Otra cosa no, pero que se merecían un premio por buenísima ambientación, eso seguro. Era la fiesta con la mejor recreación histórica que había visto nunca. Perfecto.
Me puse a visitar todo lo que era la atracción. Lamentablemente no se podía entrar en la Academia, a menos que quisieses bajar al Departamento de la Noche y eso era demasiado incluso para mi, pero más de un alcoholizado esa noche acabaría con un demonio de los que tienen domesticado allí abajo persiguiéndole. Me entretuve entre las auténticas columnatas de cartón piedra que hacían la entrada a los Uffizzi, me paré un rato delante de una copia de la estatua de Maquiavelo con cara de "te voy a comer con patatitas, mouhahaha". Si se quería traumatizar a un niño, era la estatua perfecta. Dudaba que hubiese esa estatua en la Florencia del renacimiento, pero me hacía gracia verla. Conforme avanzaba la hora, la gente iba llegando. Habían algunos que se habían disfrazado perfectamente, parecía casi una reconstrucción histórica. Otros... digamos que dejaban mucho que desear, y había un selecto grupo del que prefería no opinar y que creía que había pasado demasiado tiempo jugando con videojuegos.
Me fui a coger una copa y empecé a deambular a ver si podía encontrar a Selim. La primera que vi fue a Safia. Estaba guapísima de cortesana de alta categoría. Esta mujer sabía como impresionar al más pintado y eso conservando su velo puesto y sin enseñar nada de más. Un milagro en mi humilde opinión. Paseando vi a Marie de nuevo, le habría encargado a otro que vigilase su puesto durante un rato. Vi al señor Ysoer, el jefazo absoluto, vestido de viejo noble con a su lado Andrew, su encargado de seguridad, disfrazado de militar, con la calva brillando. El año que hagamos una fiesta de carnaval con temática de Hollywood le reservo el disfraz de Bruce Willis a este hombre, lo clavaría. Eso si, el hacha tamaño guadaña que llevaba ahora, impresionaría al más pintado.
Después de pasarme un rato dando vueltas y sin encontrar a mi presa, me fui a ver mi fuente secundaria de información: Safia. Estaba hablando con un gallito musculado al que habría sacudido voluntariamente. Pero ella me tenía prohibido ponerme de mal humor con sus pretendientes. Con el tipo de descerebrados que la rondaba, ¿cómo no quería que estuviese de mal humor cada vez que la veía ligando? Con lo listos que son su hermano y su padre, a menudos idiota se le ocurría irse a seducir. Es que me tenía desesperado. Utilicé mi táctica favorita cuando no podía atacar: me puse detrás del imbécil con mucho músculo y poco cerebro y esperé. Safia no tardó en verme y supo enseguida quién era. Pero el idiota se giró, con cara de superioridad.
- ¿Qué haces, cara-pájaro? - ¿eso era el mejor insulto que se le ocurría? A un niño de 5 años se le habría ocurrido algo mejor - ¿No ves que estoy ocupado?
- Tengo que hablar con la señorita, ¿se la puedo robar cinco minutos? - dando por supuesto que sabría contar hasta tal número.
- Vete a por otra. Esta es mía - me niego a formular lo que se me pasó por la cabeza en ese momento. Menos mal que Safia intervino.
- Oye, es mi hermano - ¿lo ves Selim? ¡Hasta ella lo dice! - ¿Nos puedes dar cinco minutos? - y va y le hace ojitos. El muy idiota se quedó con cara de contento, pensando que se la podría ligar más tarde y se fue, sin quitarnos el ojo de encima - A ver, ¿qué quieres Alatir? Estoy ocupada.
Me quité la máscara para respirar algo.
- ¿Se puede saber qué le encuentras a esos descebrados? Es algo que no termino de entender ni a tiros.
- ¿Has venido a darme un sermón sobre mis ligues?
- No, pero es algo que un día me lo tendrás que explicar detalladamente. He venido a ver si sabías dónde se había metido la rata de biblioteca que tienes por hermano. Me dijo que vendría pero hace horas que lo busco y ni rastro.
Safia parecía algo incómoda. Sabía algo que no me quería decir y me olía que ya sabía lo que era.
- Ha ido a ver si encontraba al chico que le gusta... ya sabes... para declarársele.
- Oh... - yo también estaba algo incómodo ahora - ¿crees que no lo encuentro porque ha tenido éxito?
- Eso espero - su sonrisa no era de las de una chica que se alegra por que su hermano igual haya encontrado pareja - Alatir yo....
- Si quieres decirme algo, hazlo. Sabes que tu y Selim sois también mi familia y me preocupo por vosotros dos.
Pareció decidirse al oír eso.
- Escucha, yo sé a quién le gusta mi hermano. No es una persona de los que acepta el amor... de otro hombre. Le va a rechazar. Lo sé. Pero no me he visto con corazón de decirle a Selim que el tipo ese le iba a dar calabazas, y probablemente de mala manera. Se le veía tan contento estos días, tan risueño. Se me partía el corazón sólo de pensar en lo que podría pasarle. Por favor, Alatir, ves a vigilar a mi hermano. No quiero que se encuentre solo cuando ese tipo le destroce el corazón. La última vez que lo vi se dirigía a la reconstrucción de los Uffizi. Tu llevas máscara, no te reconocerá - me miraba de una manera tan suplicante que una rabia incontrolada se apoderó de mí.
- No te preocupes, vigilaré a Selim - incluso yo noté que mi voz era amenazante.
Le apreté un brazo amistosamente y me dirigí a los Uffizi. Pasé al lado del musculitos que se quería ligar a Safia y al verme la cara, se le licuó la suya. Sin pensármelo, me puse la máscara y me fui decidido a la columnata. Era un lugar un poco apartado, ideal para que las parejas estuviesen a solas. A los lejos vi a Selim. Llevaba una camisa gris, de cuello alto sin mangas, encima de otra camisa blanca, unos pantalones algo abombados rallados y unas botas que le subían hasta las rodillas. Era difícil quedar bien así, pero mi amigo se las arreglaba. Estaba hablando con George Hames, del departamento del Agua. Físicamente era atractivo, para según qué gustos. Alto, fuerte, mandíbula cuadrada, músculos por todas partes. Me empezaba a preguntar si el amor por los músculos de Safia no era algo familiar. Yo conocía al zoquete en cuestión. Era el tipo más desagradable que había conocido en mi vida. Engreído, egoísta, se piensa que es el centro del universo por ser guapo y todo el mundo tiene caer a sus pies por eso. Selim, seguro que se había rendido por esa razón.
Me avancé unos pasos y pude verles la cara. Mi amigo estaba con su cara entusiasmada, como cuando acaba de recibir un incunable que llevaba buscando tiempo. El imbécil de turno estaba con cara de fastidio. ¿Cómo era posible que no se diese cuenta de que lo único que le apetecía era largarse de allí a buscar alguna mujer que seducir? De verdad, el amor hacía a la gente jilipollas. Pasando por las columnas me fui acercando poco a poco para poderlos oír hablar. Me extrañaba, que con la mala ostia que destilaba, no me hubiesen visto ya. Seguro que estaba siendo todo menos discreto. Fue entonces cuando oí la respuesta de él a su declaración... con una risotada.
- ¡¿Que yo te gusto?! - nueva risotada - ¿Eres imbécil o qué? ¿Cómo quieres que alguien como yo salga con... un tío? ¿Y como tu? No eres importante, no estás altamente graduado, ni siquiera eres una chica. ¡¡Eso que me dices es asqueroso!! ¿Cómo se puede ser gay? Es una cerdería, además de antinatural. ¿Cómo te puede gustar que te lo metan... allí? - no paraba de reír y veía como mi amigo se ponía cada vez peor - ¿Y ahora vas a llorar? Ni siquiera eres lo suficientemente hombre para... - no pudo acabar.
Estaba tan enfurecido que le pegué un puñetazo con tal fuerza que le tuve que romper esa mandíbula cuadrada que tenía. O al menos eso deseaba.
- El que no es un hombre aquí eres tu, ¡DESGRACIADO!
- ¿Gien collo de cees que ees? - incluso con la mandíbula rota, no callaba.
- Alguien con más educación que tu. No mereces ni que me desfogue contigo.
- ¡¡¡SELIM!!! - era Safia que venía corriendo - ¿Qué ha pasado?
No tuve tiempo de responderle que Selim fue corriendo en la otra dirección. Ella quiso seguirle pero se lo impedí. Necesitaba estar sólo y yo necesitaba que alguien me quitase a... ese de delante para que no le rompiese más la cara.
- Safia, ocúpate de que no me vuelva a cruzar con este de nuevo - insinuaba que le explicase lo ocurrido al jefazo, el señor Ysoer, que no tolera ningún tipo de homofobia en su empresa. El idiota quiso replicar y me quité la máscara, le cogí por la camisa y le dije - vuelve siquiera a aparecer delante de Selim y te corto en pedazos tan pequeños que no encontrarían tu cadáver ni con análisis de ADN. Y por si lo preguntas, si, es una amenaza.
No sé que cara tenía que tener para que un gigante extra-musculado pusiese cara de acojonado y se fuese sin mirar atrás, casi corriendo. Estaba enfadadísimo. Lo único que quería era perseguirlo y ver si me daba alguna oportunidad para desfogarme en su cara.
Miré a Safia, no pareció tener miedo en ningún momento de mí. Que una mujer de escaso metro y medio no mostrase aprensión dónde un musculitos había huido despavorido era un muy buen punto para ella. Sus ojos oscuros, como los de Selim, me calmaron.
- Perdona Safia... me dejé llevar. Tenías toda la razón cuando sospechaste que le iban a dar calabazas de mala manera. Si no llego a estar aquí... no sé qué habría pasado. Sé que no tendría que haberle dado un puñetazo, pero... me sacó de mis casillas. Yo...
- Alatir - me interrumpió - venía a agradecerte lo que has hecho por mi hermano. Llego a estar yo allí y el tipo ese no se habría ido sólo con un guantazo.
- La verdad... es que me encantaría perseguirle y cumplir mi amenaza.
- Te entiendo, pero lo primero es encontrar de nuevo a Selim... Estará solo, sintiéndose miserable. Además, dudo que haya reconocido tu voz. No creo que ni que reconociese la mía...
- No te preocupes - dije con un sonrisa - ya sé donde está - y me fui corriendo. No llegué nunca a saber, pero Safia también sonrió.
Yo sabía perfectamente cuál era el lugar de refugio de Selim. Para evitar que nadie me dijese nada, me puse de nuevo la máscara de pico. De reojo vi al bruto hablando con el señor Ysoer, seguro que le iba a contar que le había agredido sin ninguna razón. Esperaba poder defenderme correctamente. O que al menos Selim me apoyase en mi declaración, porque por muy de mi lado que seguro que estaría el jefazo, si no tenía pruebas o un segundo testigo, sería palabra contra palabra y yo le había agredido. Evité pensar en lo que me podría caer si me declaraban culpable de cualquier cosa y me fui a la biblioteca, santuario de mi amigo. Pensé que de entre todos los lugares del planeta, ése era en el que más seguro se podía sentir.
Estuve durante más de una hora buscándolo, hasta que lo vi, acurrucado, en el alfeizar de una ventana, de una pequeña sala escondida. Tenía a Lelya con él, y la acariciaba. Sus ojos estaban enrojecidos y no paraban de caer lágrimas de ellos. Esa visión me partió el corazón. Me acerqué poco a poco y me detuve a su lado. Ni siquiera me miró, su vista estaba perdida en el vacío.
- ¿Tu también piensas que he sido un idiota y que me merezco lo que me ha pasado?
Con esa frase me reafirmaba en la convicción de que los enamorados eran unos imbéciles. Me quité la máscara para hablar.
- Sólo eres de verdad un idiota si piensas eso sinceramente.
Se giró hacia mi violentamente y con destellos de rabia en sus ojos oscuros.
- ¿Es eso todo lo que se te ocurre decirme? ¿Que me lo merezco si de verdad lo pienso? ¿Tienes menos corazón que él?
- Todo el mundo se puede equivocar escogiendo pareja. Pero si piensas que el descerebrado eres tu por haberte enamorado de él, es que algo falla. ¿No ves que se ha reído de ti por haberte declarado? ¿Qué clase de hombre hace eso?
- ¡La clase de la que estoy enamorado!
No quise ni admitírmelo a mi mismo, pero algo se rompió muy al fondo de mi corazón. ¿Cómo podía seguir defendiendo a esa cosa cuando se había carcajeado en su cara en un momento tan serio y lo había llamado degenerado? Eso me izo hervir la sangre.
- ¡Pues más te vale que busques otro tipo de hombre o seguirás sufriendo por el resto de tus días! Yo no quiero asistir a eso. No quiero ver de nuevo la expresión que tenías cuando te lo dijo aquellas barbaridades. ¡Y tu sigues defendiéndolo!
- ¡Pues vete! O mejor aún, me voy yo. Y no quiero verte más en una temporada. Estoy por los suelos sentimentalmente y a ti, lo único que se te ocurre hacer, es patearme aún más. Menudo amigo.
Con esas palabras se levantó de donde estaba y se dirigió hacia la puerta. Para salir tenía que pasar a mi lado. Reaccioné instintivamente, ni siquiera pensé en lo que estaba haciendo. Lo cogí del brazo y lo giré hacia mi. Me encontré mirando esos ojos oscuros que me turbaban desde hacía tiempo. Se los veía tristes, enfadados, decepcionados... suplicantes. Tantas cosas a la vez que me quedé con la que más me convenía. Con la mano que tenía libre, alce su cara y le besé. Lo besé como tendría que haberlo hecho desde hacía semanas, como mi cuerpo pedía a gritos que lo hiciese, como mi corazón me empujaba a hacerlo. Con ese beso liberé todos esos sentimientos que tenía ocultos y que me negaba a aceptar. No había querido verlo, pero desde que había descubierto que a mi mejor amigo le gustaban los hombres, una puerta cerrada con todo tipo de candados se había abierto y había visto que adentro estaba él, y que era a Selim a quién yo quería desde hacía mucho.
Durante unos segundo fui feliz. No me rechazó al instante. Pero cuando acabé no tuve tiempo de hablar que me propinó un puñetazo como el que le había dado yo al sujeto musculado.
- ¿Te parece divertido reírte de mi? No vales más que George. No quiero verte nunca más - su voz destilaba tanto odio que me quedé helado.
Cuando reaccioné, ya no pude encontrarlo. Al día siguiente intenté hablar con él, pero no me dejó. Y así fue cómo empezó mi calvario que duraría siete meses.