domingo, 28 de diciembre de 2014

Especial Alatir & Selim

Quería publicar esto ayer pero no lo tenía acabado. ¡Feliz Navidad!

****************************************************************************************************************************

Estaba del frío hasta los cojones, el trabajo me tenía aburrido hasta la médula y encima ahora me decían que si quería participar en una estúpida fiesta para Carnaval. Pues no, no quiero. No es que no me guste socializar, es que voy a tener a ese jilipollas dando por el saco toda la fiesta para que no me acerque a su hermana. Que no me interesa narices, y si lo hiciese, él no iba a ser un obstáculo que me impidiese hacer nada con ella. Lo conocía de toda la vida por culpa de nuestros padres, ambos expertos en no sé qué excavación perdida en Siria, que también son ganas en mi opinión. En cuanto empezamos a crecer y yo a ligar, se puso de manera defensiva con su hermana pequeña. La tiene extremadamente protegida, no es bueno para ella. 

El caso es que sabía que el idiota ese iba a ir a la fiesta, me lo había dicho. Si quería defender a su hermanita de mis supuestos ataques iba a tener que estar pegado a mi todo el rato, y a ver quien se divertía con un amargado a mi lado. Este necesitaba un polvo como quien necesita aire. Me había autodeclarado su Celestina. Me pensaba que iba a ser divertido buscarle una novia hasta que su hermana me contó que era gay. ¿Cómo narices iba yo a poder encontrarle un ligue? De tías sabía más de lo que él creía, pero, ¿de hombres? ¿Cómo detectar que un tío es gay? Además que al señorito no le gustaban los hombres que iban por allí soltando pluma, no, tenía que ser un tío normal. ¿En qué estaría pensando cuando le dije que le encontraría un ligue? A ver como me las arreglaba para encontrárselo. 

- Alatir, ¿Me estás escuchando? 

Marie, la recepcionista de la empresa en la que trabajo me estaba hablando de la puñetera fiestecita y yo había desconectado totalmente.

- Pues no, lo siento. Es que me has recordado una promesa que hice hace unos días y que se me ha complicado la cosa.

- ¿Buscarle un ligue a Selim? - esa chica tenía oídos en todos lados - ya te avisé que no lo hicieras. Si el propio Selim no ha encontrado ligue, se lo vas a encontrar tu.

- ¡Y yo que sabía que a este le iban los tíos! Le conozco de toda la vida, pero no es que hayamos salido demasiado juntos. ¡Es una puñetera rata de biblioteca! Casi se me desmaya cuando le dije de salir de bares a ligar. No hablemos ya de algo parecido a una discoteca.

- ¿Sabías que es porque tiene un problema de oídos?

- ¿En serio? Joder, lo conozco de toda la vida y te enteras tu antes que yo de ciertas cosas. Un día me vas a tener que explicar como lo haces.

- Trabajo como recepcionista guaperas - y me guiñó un ojo. 

- Bueno el caso es que ahora le tengo que encontrar un hombre que le gusto. Si ni siquiera sé sus gustos.... ¿crees que soy un mal amigo? - la pregunta me preocupó.

- Creo más bien que eres un amigo despistado. Para saber sus gustos la mejor manera es sacarlo de esa biblioteca que tanto adora, emborracharlo y hacerle confesar. Después, si un caso, ya te ayudaré a buscarle algún ligue.

- ¡¿Lo harías?! No sabes como te lo puedo agradecer - suspiré - te invitaré a cenar para compensártelo, aunque no encuentre ligue. 

- ¿Sabes qué puedes hacer mejor que invitarme a cenar? Ven a la puñetera fiesta de carnaval. Disfrázate de lo que quieras, hasta de médico, pero por favor, ven.

Durante un segundo me quedé a cuadros. ¿Que me disfrazase de médico? ¿Cómo iba a poder pasar desapercibido con una bata blanca?

- Aún no me lo has dicho, ¿cuál es el tema de la fiesta de este año?

Una sonrisa refulgió en los blancos dientes de la recepcionista.

La Florencia del Renacimiento. Te puedes poner esas máscaras de pico que usaban los médicos para evitar la peste y nadie sabrá que estás allí. ¿Hace?

- ¡Claro que si! - si no me veía nadie, podría quitarme de encima a la lapa esa - voy a por la rata y a ver qué le sonsaco.

Me fui corriendo hacia las escaleras y subí al piso 25. La Biblioteca se extendía a lo largo de tres pisos de un edificio ya de por si enorme. Sabía donde iba a estar. Ya era casi la hora de comer, por lo que se escondería en cualquier lado para que nadie lo encontrase para llevárselo. Cuando quería este hombre era un antisocial de manual.

Fui a su escondite preferido, pero no estaba. Me fui al siguiente, tampoco. A su despacho, vacío. Lo estuve buscando por toda la biblioteca pero no lo encontré por ningún lado. Se me hizo muy raro el que estuviese allí. De golpe una sensación extraña me atacó el estómago: ¿Y si había salido a comer con alguien? Por alguna razón, que no me quería admitir a mi mismo, no me hacía la más mínima gracia que otro le hubiese convencido para salir de allí. Prefería pensar que era el único, con su jefe, que podía hacerlo meter un pie fuera de ese sitio. Me quedé pensando en esa posibilidad un rato, de pie entre interminables filas de estanterías y el ruido de teclados de ordenador. Entonces sentí unas garras que se posaron sobre mi hombro derecho. Las conocía a la perfección. Pertenecían a Horus, mi halcón. Este pequeñajo merece una explicación.

Mi jefe directo es un loco de los pájaros. Pero no un loco normal de los que se sabe cada detalle de cada pájaro, no. Este es uno de los que los cría. En nuestro piso, el más alto del edificio, que tiene el techo abierto para que los animales voladores puedan entrar y salir a sus anchas, tiene un auténtico criadero de toda ave que pudiese criar legalmente (y alguna de ilegal, estoy convencido). El caso es que un día, haciendo una inspección con él, se colgó de un nido en las alturas y bajó con algo en las manos. Pensé que era cualquier cosa que la urraca de turno habría robado. Entonces me explicó que ese nido era el de unos halcones que habían muerto el día anterior por culpa de veneno de rata. Se habían comido uno de esos animales y se habían envenenado ellos mismos. El caso es que los halcones estaban en plena época de cría, pero de los tres huevos que había observado que habían puesto, sólo había quedado uno y me mostró lo que había en su mano. Era un huevo marrón oscuro, pequeñito, que apenas ocupaba la palma de la mano. Me dijo que si lo quería podía tener un halcón para mi. Dudé escasamente cinco segundos. Las siguientes semanas las dedicamos a cuidar al huevo, que pusimos en una incubadora, y a esperar a que naciese. ¡Al muy puñetero no se le ocurrió otro momento para hacerlo que a las tres de la mañana! Mi jefe me llamó corriendo porque el huevo se empezaba a mover y cuando llegué pude como estaba ya saliendo. Cuando acabó de salir, una cosita mojada, que sería blanca cuando se le secasen las plumas, me miró con grandes ojos de no saber que estaba pasando. Le pillé cariño al segundo. Con los consejos de mi jefe lo crié para ser un halcón de combate y estaba muy orgulloso de él. 

Me preguntareis entonces, ¿que narices pintaba un halcón de combate en una biblioteca? La respuesta se llamaba Lelya. ¿Que quién es Lelya? Pues es la lechucita de mi amigo Selim. No fui el único al que le ofrecieron un huevo para criar. Un día, quejándome de que no había quien sacase a Selim de la biblioteca, el loco que me sirve de jefe cogió otro huevo y se lo dio a mi amigo. Al principio este ni quería oír hablar de tener un pájaro, hasta que supo de que tipo era. La quiso llamar Atenea, y le dije que naranjas de la China, que pájaro con nombre mitológico el mío y que se buscase otro. Por increíble que parezca, me hizo caso y la llamó Lelya, que significa "noche" en arameo. Por una razón que no llego a entender, Horus se encariñó en seguida de la lechucita. La verdad, es que tengo que admitir, que la bola de plumas es una monada, además de útil ya que caza las ratas, ratones y otros roedores de la biblioteca. El caso es que Horus estaba loco por ella, y la lechuza le seguía a él por todas partes. Yo estaba encantado de que fueran de especies distintas, sino estaba convencido de que Selim y yo habríamos sido tíos hace rato. 

Volviendo a lo que nos ocupa. Tenía a Horus en mi hombre y se me ocurrió la brillante idea de que si Lelya no estaba allí con él, estaría con Selim, durmiendo en su hombro. La cosita no debía llegar al kilo, no se me iba a quedar torcido porque estuviese allí un rato. Además, conociéndolo, seguro que ni la habría notado. Le dije a Horus que fuese a buscar, discretamente, a Lelya y que me llevase con ella. Pareció entenderme, aunque a mi, lo que me parece, es que sólo sabía que debía de ir donde estaba su novia, y se fue volando. Yo lo seguí y, efectivamente, me encontré a Selim, completamente absorto con un libro, y su lechuza como una bola de plumas en el hombro. Horus se posó en una estantería cercana y emitió unos pequeños ruidos. Selim ni se dio cuenta, pero Lelya se despertó de repente y se fue corriendo a donde estaba él, acurrucándose debajo de su ala. Horus parecía poco más que encantado de la reacción de la señorita. Yo me senté delante de Selim y esperé a ver si me notaba pero, o me ignoraba o ni se había dado cuenta de que estaba allí. Conociéndole, la primera opción era seguramente la más acertada, así que carraspee. No podía seguir ignorándome y levantó la mirada. Sus ojos oscuros, encuadrados entre espesas monturas negras cuadradas, me miraron con desaprobación, seguramente por haber interrumpido su apasionántisima lectura. Nótese la ironía de mi frase.

- Es la una y media, hora de comer. ¿Te apetece una hamburguesa?

- Estoy en medio de un artículo sobre...

- El artículo puede esperar - le interrumpí - tu salud no. Si no comes regularmente y correctamente tres veces al día puedes tener un problema y acabar en el hospital y allí seguro que no te dejan leer artículos.

Miré el tochaco que tenía delante y si eso era un artículo, no quería saber qué tipo de libros publicaba el autor.

- Eres un exagerado.

- Estás en los huesos Selim. Además, tomar algo de aire te irá bien. Y que narices, que hace tiempo que no comemos juntos.

- Hace tres días - me miraba con su cara impasible de "me estás molestando". Lo ignoré olímpicamente.

- Pues eso ya son 72 horas y es mucho tiempo. Va muévete hombre. Aunque si prefieres... invito a tu hermana a comer, esa seguro que me acepta la invitación - si no picaba con eso yo ya no sabía como sacarlo de allí de otra forma que no fuese atado y amordazado. 

La reacción fue inmediata. Se levantó como si estuviese sentado encima de un resorte y me dijo de mover el culo que llegábamos tarde y que el restaurante estaría hasta los topes. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Dejamos a la parejita plumífera y nos fuimos a comer.

El restaurante en cuestión era uno que había en la esquina de al lado de nuestro despacho. La comida era deliciosa, el sitio pequeño y acogedor, y la gente encantadora. Todo lo que necesitaba para mantener a Selim en un sitio que no fuese la biblioteca. Lo llego a llevar a un sitio de comida rápida y es capaz de comérselo en su despacho. Aunque sólo sugiriendo la idea de que podría ensuciar algún libro le habría hecho quedarse, pero a desgana. Cuando estuvimos sentados, delante de unas hamburguesas tamaño XXXL con todo lo imaginable en versión doble, le empecé a atacar. 

- Bueno, vas a ir a la fiesta de carnaval, ¿no? Y, ¿de qué te vas a disfrazar?

- Tengo pensado coger el disfraz de mi padre de señor noble. ¿Y tu? ¿Vas a venir?

- ¿Yo? - me hice el ofendido - ¡Ni ganas! No me motiva la temática de la fiesta ni tengo ganas de ir vestido de payaso.

Durante un segundo, me pareció ver como una sombra de decepción cruzó la cara de mi amigo. Aunque estaba seguro que eso eran imaginaciones mías. Apoyé mi cabeza en mi mano derecha y lo miré un rato hasta ponerlo nervioso. Me encantaba hacerle eso.

- Mi hermana va a venir a la fiesta - no lo dijo con muchas ganas.

- Selim, a ver si te entra en esa cabezita tuya. Safia no me interesa, si casi la considero mi hermana. Tantas cosas que llegas a leer y comprender y esto parece que no te entra en la cabeza.

- Perdona por querer evitar que te líes con ella.

- ¿Y qué más te daría a ti si estuviésemos juntos? Eres su hermano y mi amigo, ¿no tendrías que estar contento por nosotros en vez de ir por allí amargando al personal?

Ni yo mismo sabía que quería que admitiese... bueno si que lo sabía pero no quería ni considerarlo. Últimamente había estado demasiado tiempo pensando en él, no quería ni pensarlo pero siempre que se le había acercado una chica, me había puesto más estresado que él con su hermana. Cuando me había enterado de que le gustaban los hombres, una pequeña parte de mí había empezado a dar saltos de alegría como un adolescente. La mayor parte del tiempo, mi parte más centrada le daba una patada en el culo y lo enviaba directo a la calle, por la ventana de mi despacho. Pero esa vocecita estaba allí. Me había quedado de nuevo mirando su cara. Se había quitado las gafas y sus ojos eran aún más profundos que antes. Su piel morena de sirio generación un millón se notaba mucho en las ropas oscuras que siempre llevaba. A mi pregunta, se pasó los dedos nerviosamente por su pelo, ya en batalla por culpa de ese tic que tenía. Tuve, durante un segundo, unas inmensas ganas de hacerle lo mismo, pero me contuve. Su mirada nerviosa, de no saber qué decir, que miraba para otro lado hizo que unas vecinas, que habían estado hablando todo el rato, se callasen.

- ¡Me importa, ¿vale?! - estaba muy nervioso - No serías bueno para ella, ni ella para ti. De eso estoy seguro - en ningún momento me había mirado a los ojos.

- Entonces, ¿porque has dicho que ella iba a venir?

- Porque estoy convencido de que si sabes que ella viene vas a querer ir para intentar ligártela.

Eso me hizo ver negro.

- ¡¿QUIERES PARAR DE UNA VEZ?! - di un puñetazo en la mesa - Safia me interesa tanto como Marie: ¡NADA! Eres tozudo hasta un nivel increíble. Que te entre de una vez por todas en la cabeza y dejemos la conversación zanjada: no me interesa, nunca me ha interesado, ni me va a interesar JAMÁS, ¿vale? 

Selim me miró. Esos ojos profundamente negros, que parecían empezar a aceptar que no sentía nada por Safia, me desestabilizaron de nuevo. Estaba enfadado, con él, conmigo, con el mundo entero, pero me esforzaba por hacerle entender que como volviese a sacar el tema lo degollaba allí mismo con un cuchillo mantequillero. A mi grito el restaurante entero se había callado y nos estaba mirando. Durante unos inquietantes segundos fuimos un centro de atención que no quería.

- ...... vale - parecía que por fin lo entendía - Entonces, ¿quién te gusta?

La pregunta me cogió por sorpresa. Era la pregunta que quería preguntarle para destensar el ambiente, pero se me había adelantado. Mi cara tenía que ser un poema porque sonrió maliciosamente.

- Por ahora estoy más interesado en buscarte una pareja a ti. Luego ya miraré para mi. Así que, ¿quién te gusta a ti?

- Nadie, cabeza de alcornoque, o no tendrías el dudoso honor de ser mi Celestina.

Lo conocía suficientemente para saber que mentía. Seguro que pensaba que no tenía ninguna posibilidad con él. Tenía suerte que no supiese quien era ese tío, porque lo llego a saber y le parto la cara por darle malos momentos a mi amigo y... ¡pues porque si! 

- En menuda hora se me ocurrió proponerme. Estaba convencido que te iban las tías, de eso sé. De tíos... tu sabrías identificar un gay antes que yo.

- No creas. Además... digamos que lo mío no son los tíos que se ven a la legua.... y por cierto, ¿por qué narices te propusiste? ¡Yo no había pedido nada!

- En voz alta no, pero estás tan absolutamente inaguantable, que lo que pides es un polvo a gritos.

Los ojos de Selim se abrieron de par en par, enfadado.

- ¿Y se puede saber que sabe el señorito de lo que hago yo por la noche? ¡Métete en tus asuntos!

- Desde el momento en que me das la lata y estás que no hay quien te aguante, es asunto mío. Tu lo que necesitas es desfogarte, y la mejor manera es con el sexo. Hasta tu tienes que admitir eso.

- ¡Oye! Haz el favor de no meterte en donde no te llaman. Mi vida sexual es sólo mía. Además que no serías capaz ni de encontrarte la nariz en la cara a oscuras, no hablemos ya de una pareja para mí. ¡Búscate una chica que te satisfaga y déjame en paz!

Se fue en una a velocidad cósmica, dejando sobre la mesa unos billetes para pagar su hamburguesa a medio terminar, con un humor de perros. Pero ese humor era con el que yo me había quedado. Vale que tenía una reputación de ligón, pero siempre había sido hombre de una sola mujer y él lo sabía. Además hacía tiempo que no estaba con ninguna mujer porque se me había venido encima una temporada de trabajo de tal magnitud que llegaba a casa y no sabía ni como me llamaba, como para hacer una performance. ¡Los puñeteros fénix podrían haber escogido otro momento del año para hacer su maldita migración!

Volví al despacho con ganas de degollar al primero que me dijese algo del revés. Marie, la recepcionista, me llamó al verme.

- Pero, ¿qué ha pasado? Selim ha entrado de nuevo con cara de asesinar al primero que le dirigiese la palabra y tu no le vas a la zaga. ¿No tenías que destensarlo con un novio?

- ¡Si el señorito no quiere, pues no quiere! Está frustrado porque sólo tiene los libros y me culpa a mi de todo. Dice que no me meta en su vida sexual. Pero, ¡narices! Me afecta el hecho de que esté inaguantable todo el año, bien que tengo que buscar un remedio, ¿no?

- ¿Seguro que has encontrado el bueno?

- Está estresado, necesita relajarse, pero no se puede ir de vacaciones. Ya me dirás tu que otro manera hay para que se relaje.

- No me has entendido. Que necesita sexo hasta él se ha dado cuenta, pero, ¿tu crees que la mejor manera de que lo consiga es que tu se lo vayas buscando cuando en su tema en particular no tienes ni idea del tema?

Esa mujer me sacaba de quicio cuando acertaba así.

- ¿Y qué quieres que haga? Ya no sé que hacer. 

- A veces sin hacer nada se consigue lo que se quiere - para frases enigmáticas estaba yo.

- Cambiando de tema. ¿Tu para cuando? Que mujer, mucho dar consejo, pero poco hombre... ¿o prefieres las mujeres? - lo que no me habría extrañado.

- Soy de hombres, pero prefiero esperar pacientemente. Algún día aparecerá.

Suspiré. Estaba cansado de todo. De Selim, de su mal humor, de la listilla de turno de Marie, de mis propios problemas. Decidí ir a relajarme un poco, y eso para mí significaba una sola cosa: las alturas. Me despedí de la recepcionista, cogí uno de los ascensores situados detrás de ella y subí arriba del todo. En el techo más alto al que pude escalar me estiré a mirar el cielo. Era una fría mañana de Febrero, pero parecía que yo no sentía el frío. Ya me había dado cuenta que, comparado con casi todo el mundo, podía aguantar el frío mucho más tiempo. Sólo llevaba una sudadera y una camiseta de manga corta debajo, y estaba en un sitio en el que corrían vientos tremendos, pero me sentía como debajo de un árbol en plena tarde veraniega. Selim se reía de mí diciendo que era más un pájaro que una persona. A veces pensaba que tenía razón. 

Esto me hizo pensar en la discusión que habíamos tenido. No era la más grave ni de lejos, pero el que estuviésemos enfadados me hacía sentir mal. Éramos amigos desde antes de tener memoria. Teníamos aproximadamente la misma edad. Nuestros padres había excavado un tell sirio (un zigurat si preferís) desde que éramos pequeños, eran los expertos en el tema. Habían ido a centenares de conferencias llevándonos a rastras en cuanto estábamos de vacaciones. Siendo los menores de.... 60 años en la mayoría de ellas, nos hicimos rápidamente inseparables. Cuando nació su hermana pequeña se nos unió al grupo y la aceptamos sin problemas. Aunque fuese una niña nos propusimos educarla como un niño. Fallando lamentablemente. Entonces nos dedicamos a ser sus caballeros de blanca armadura: la cuidamos, la defendimos de lo que hiciese falta y pobre del que se acercase con malas intenciones. Entendía porque Selim pensaba que era plausible el que saliésemos juntos. ¿Cuantas veces se habían visto amigos de la infancia que al crecer, se hacen pareja? Pero yo no podía ni planteármelo. Era mi hermana, aunque no compartiésemos sangre. Y no soy de los que comete incesto por muy buena que estuviese Safia, que lo estaba. Quería ser el otro hermano que acojonaría a su pretendiente el día que presentase uno a la familia. 

La razón por la cual Selim pensaba eso también era que en cuanto empecé a ver que tenía éxito con las mujeres no había quien me parase en cuando a ligar se refería. Me había convertido en un Don Juan, pero con una sola chica a la vez. Esa era mi regla de oro, podía ligar lo que quisiese, pero de una en una. Había visto demasiadas veces como idiotas le rompían el corazón a chicas que valían cien veces ellos sólo por tener "a chicas en la recámara". Me había jurado a mi mismo no ser jamás uno de esos desgraciados. Otra cosa me molestaba. Sé que había sido un poco brusco, pero él sabía que en cuestión de sexo no es que yo sea muy discreto. Si me gusta alguien voy a por él. Ni me lo pienso. La vida es demasiado difícil como para ir pensándose las cosas en lo que a amor se refiere. "Si te gusta una persona, ve a por ella. El no ya lo tienes." Era lo que siempre le decía a Selim y siempre había dejado claro como era mi actitud. Puede que a él le sintiese mal que le hubiese hecho ver que estaba solo desde hacía demasiado tiempo, pero era mi amigo y me preocupaba por él. Lo raro es que en todos estos años nunca me había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Tampoco es que me hubiese fijado que tuviese novia. Ligues había tenido, como todo el mundo, pero esa vertiente suya de rata de biblioteca le estaba dejando solitario a más no poder. Quería verle sonreír porque estaba com alguien, quería verlo feliz por fin, que dejase esa biblioteca voluntariamente para ponerse guapo para impresionar a su pareja.

* Pues ya le podrías haber dicho eso en la cara, ¿no crees? No puede leer en tu mente * me dijo una vocecita, la misma pesada que me hacía ver cosas que no quería ver.

¡Cállate! - dije en voz alta.

- Si todavía no he dicho nada - me dijo la voz de Selim desde unos cinco metros más abajo.

Del bote que pegué me caí abajo.

- ¿Estás bien? - me dijo él preocupado. Había para romperse algún hueso, pero soy resistente.

- Si, si, gracias. Tengo la costumbre de caerme, me duermo arriba y acabo en el suelo porque me giro - me levanté.

La verdad es que dolía un poco un brazo, estaba tan en las nubes que no había girado en el buen momento. Me acerqué a él masajeándome la zona dolorida.

- Escucha, te quería pedir disculpas por lo de antes. Tienes razón, tu vida sexual es privada y por muy amigo tuyo que sea, no me tengo que meter. 

Selim me miraba con los ojos como platos.

- ¿Me estas pidiendo disculpas? Creo que no te has dado en el brazo sino en la cabeza - eso me puso de malísimo humor. 

- ¡Si prefieres te puedes ir a la porra! Yo que quería ser amable. La próxima vez te busca ligue y te pide disculpas tu tía - y me dirigí a la puerta.

- Va, no te enfades. Me lo has puesto en bandeja de plata - me paré - yo también venía a disculparme... me hiciste ver cosas a las que no quería hacer frente.

Supuse que hablaba de no tener sexo, porque lo del hombre que le gustaba, el chaval lo tenía más que asumido... asumido que no lo tendría ni por casualidad. Me volví a jurar que en cuanto supiese quien era le rompía la cabeza en la pared.

- Y... ¿estás mejor?

- Digamos que.... bueno... al menos me he dado cuenta de lo que quiero.

Una sonrisa de dibujó en mi cara.

- ¡Pues ve a por él! Y si te dice algo malo, dímelo a mi que le rompo la cabeza... "accidentalmente" claro.

Una carcajada sana salió de él. Era refrescante oírle de nuevo reír a pleno pulmón.

- Descuida, que serás el primero en saber algo.

- Más te vale, que soy tu mejor amigo, como no me entere de con quien estás serás tu el que tenga problemas.

Selim se fue sonriendo por la escalera hasta su adorada biblioteca. Estaba seguro que querría abordar al chico en la fiesta de Carnaval. Al final, el disfraz de médico me iba a ir de perlas para poder observar. Pero, ¿dónde iba a conseguir yo un disfraz de médico renacentista? Bajé de nuevo a recepción para preguntárselo a nuestra wikipedia/radio-patio particular. Marie me aseguró que para ese tipo de disfraces la compañía había alquilado algunos para que hubiesen figurantes que animasen el cotarro e hiciesen la cosa más real. Yo estaba encantado, no tenía que gastarme un duro en el disfraz y podría observar a Selim declarándose sin que él me viese. Al final mi único rol de Celestina había sido el de sacudirlo un poco.

Entonces la Vocecita de las narices me hizo darme cuenta que si Selim tenía pareja yo pasaría a un segundo no, un tercer plano directamente. Que si saldría a comer con alguien sería con él, que si quería arrastrarlo a tomar algo posiblemente tendría que informarle a él. De golpe, la idea de que estuviese con alguien no me pareció tan atractiva. Me gustaba esa situación en la que yo estaba en primera plana, pero mi parte más racional me dijo que esto tenía que suceder algún día, que era su amigo, no su novio. La Vocecita corroboró esa idea. Me fui a mi despacho deprimido por la idea de que no lo vería tanto y al mismo tiempo contento porque igual tendría pareja... aunque en mi fuero interno, una parte muy egoísta deseó que el hombre en cuestión le rechazase.

***********************************************************************************

La fiesta llegó más rápido de lo que habría imaginado. Selim seguía pensando que no iba a acudir y yo estaba con un humor cada día peor. Mis otras personalidades me hacían ver cosas que no quería y el que Selim estuviese emocionado no ayudaba en absoluto, sin contar con que Lelya había decidido que los mimos a Horus se los haría en mi despacho. De mal humor, cada día echaba a la parejita feliz. 

La noche de la fiesta llegó y me fui a vestir de médico. Tenía ganas de todo menos de fiesta. No quería ver el hombre del que se había enamorado mi amigo y menos verle aceptando sus sentimientos. Estaba enfadado e irritado. Me puse la máscara y decidí al instante que ahogaría a Marie por haberme puesto en ese atolladero. Estaba poco más que ridículo. Pero acepté el hecho de que o llevaba la máscara o me quedaba sin observar a mi amigo. El conjunto constaba de un vestido largo, con botones como una sotana pero sin mangas, sobrio y negro, puesto encima de una primera camisa con mangas semicortas abombadas y debajo del todo una camiseta de manga larga y cuello alto con decoración hexagonal. El conjunto se completaba con la típica máscara de pico, pero solo lo que son los ojos y el pico, atados con una cuerda a la cabeza. Al acabar de vestirme fui al edificio donde estaba el despacho. Como siempre, Marie estaba en la entrada, ocupada arreglando unos adornos en su recepción. Llevaba un vestido de noble florentina que habría hecho caer a sus pies a más de uno. Un corsé negro decorado con perlas en los bordes, que formaba parte del vestido, ceñía su cintura y hacía ver mas de lo que habría deseado. Las mangas, del hombro al codo eran abombadas y verdes, pero de allí a las muñecas eran negras y apretadas al brazo. La camisa blanca de debajo del corsé se podría entrever entre las cintas. Un cinturón dorado reposaba en sus caderas. Parecía que el corsé seguía debajo con una falda larga, encima se había puesto otra capa, verde y a tiras, para que se pudiese entrever en lo que había debajo. En dos palabras, de infarto. Me acerqué a ella.

- Adivina quien es - si ella no me descubría nadie lo haría.

- Alatir, eres el único que va disfrazado como médico con los trajes de la empresa. No hay peligro que no te reconozca.

- Dime que eres la única que conoce ese detalle - sino ya me podía ir quitando la máscara.

- Tranquilo, nadie lo sabe y tu voz está un poco rara, ¿te has constipado?

- Puede, me duele la garganta desde esta mañana. Pero no creo que sea nada - le lancé mi sonrisa seductora por si la podía ver por debajo de la máscara, y me adentré en la fiesta.

Cuando entré apenas habían unas veinte personas, pero gracias a eso pude observar la decoración. Los encargados de este año se habían lo currado cosa fina. Estábamos en la Piazza della Segnoria, recreada para la ocasión, incluso, si se quería, en una diagonal, se podía ir hacía una columnata que representaba la entrada de los Uffizi y al final había un fondo que representaba el Arno. Había una copia de la fuente de Neptuno que era una verdadera fuente, y estaba casi seguro que se podría entrar en la Academia y observar alguna obra de arte, también copiada claro. Otra cosa no, pero que se merecían un premio por buenísima ambientación, eso seguro. Era la fiesta con la mejor recreación histórica que había visto nunca. Perfecto.

Me puse a visitar todo lo que era la atracción. Lamentablemente no se podía entrar en la Academia, a menos que quisieses bajar al Departamento de la Noche y eso era demasiado incluso para mi, pero más de un alcoholizado esa noche acabaría con un demonio de los que tienen domesticado allí abajo persiguiéndole. Me entretuve entre las auténticas columnatas de cartón piedra que hacían la entrada a los Uffizzi, me paré un rato delante de una copia de la estatua de Maquiavelo con cara de "te voy a comer con patatitas, mouhahaha". Si se quería traumatizar a un niño, era la estatua perfecta. Dudaba que hubiese esa estatua en la Florencia del renacimiento, pero me hacía gracia verla. Conforme avanzaba la hora, la gente iba llegando. Habían algunos que se habían disfrazado perfectamente, parecía casi una reconstrucción histórica. Otros... digamos que dejaban mucho que desear, y había un selecto grupo del que prefería no opinar y que creía que había pasado demasiado tiempo jugando con videojuegos. 

Me fui a coger una copa y empecé a deambular a ver si podía encontrar a Selim. La primera que vi fue a Safia. Estaba guapísima de cortesana de alta categoría. Esta mujer sabía como impresionar al más pintado y eso conservando su velo puesto y sin enseñar nada de más. Un milagro en mi humilde opinión. Paseando vi a Marie de nuevo, le habría encargado a otro que vigilase su puesto durante un rato. Vi al señor Ysoer, el jefazo absoluto, vestido de viejo noble con a su lado Andrew, su encargado de seguridad, disfrazado de militar, con la calva brillando. El año que hagamos una fiesta de carnaval con temática de Hollywood le reservo el disfraz de Bruce Willis a este hombre, lo clavaría. Eso si, el hacha tamaño guadaña que llevaba ahora, impresionaría al más pintado.

Después de pasarme un rato dando vueltas y sin encontrar a mi presa, me fui a ver mi fuente secundaria de información: Safia. Estaba hablando con un gallito musculado al que habría sacudido voluntariamente. Pero ella me tenía prohibido ponerme de mal humor con sus pretendientes. Con el tipo de descerebrados que la rondaba, ¿cómo no quería que estuviese de mal humor cada vez que la veía ligando? Con lo listos que son su hermano y su padre, a menudos idiota se le ocurría irse a seducir. Es que me tenía desesperado. Utilicé mi táctica favorita cuando no podía atacar: me puse detrás del imbécil con mucho músculo y poco cerebro y esperé. Safia no tardó en verme y supo enseguida quién era. Pero el idiota se giró, con cara de superioridad.

- ¿Qué haces, cara-pájaro? - ¿eso era el mejor insulto que se le ocurría? A un niño de 5 años se le habría ocurrido algo mejor - ¿No ves que estoy ocupado?

- Tengo que hablar con la señorita, ¿se la puedo robar cinco minutos? - dando por supuesto que sabría contar hasta tal número.

- Vete a por otra. Esta es mía - me niego a formular lo que se me pasó por la cabeza en ese momento. Menos mal que Safia intervino.

- Oye, es mi hermano - ¿lo ves Selim? ¡Hasta ella lo dice! - ¿Nos puedes dar cinco minutos? - y va y le hace ojitos. El muy idiota se quedó con cara de contento, pensando que se la podría ligar más tarde y se fue, sin quitarnos el ojo de encima - A ver, ¿qué quieres Alatir? Estoy ocupada.

Me quité la máscara para respirar algo.

- ¿Se puede saber qué le encuentras a esos descebrados? Es algo que no termino de entender ni a tiros.

- ¿Has venido a darme un sermón sobre mis ligues?

- No, pero es algo que un día me lo tendrás que explicar detalladamente. He venido a ver si sabías dónde se había metido la rata de biblioteca que tienes por hermano. Me dijo que vendría pero hace horas que lo busco y ni rastro.

Safia parecía algo incómoda. Sabía algo que no me quería decir y me olía que ya sabía lo que era.

- Ha ido a ver si encontraba al chico que le gusta... ya sabes... para declarársele.

- Oh... - yo también estaba algo incómodo ahora - ¿crees que no lo encuentro porque ha tenido éxito?

- Eso espero - su sonrisa no era de las de una chica que se alegra por que su hermano igual haya encontrado pareja - Alatir yo....

- Si quieres decirme algo, hazlo. Sabes que tu y Selim sois también mi familia y me preocupo por vosotros dos.

Pareció decidirse al oír eso.

- Escucha, yo sé a quién le gusta mi hermano. No es una persona de los que acepta el amor... de otro hombre. Le va a rechazar. Lo sé. Pero no me he visto con corazón de decirle a Selim que el tipo ese le iba a dar calabazas, y probablemente de mala manera. Se le veía tan contento estos días, tan risueño. Se me partía el corazón sólo de pensar en lo que podría pasarle. Por favor, Alatir, ves a vigilar a mi hermano. No quiero que se encuentre solo cuando ese tipo le destroce el corazón. La última vez que lo vi se dirigía a la reconstrucción de los Uffizi. Tu llevas máscara, no te reconocerá - me miraba de una manera tan suplicante que una rabia incontrolada se apoderó de mí.

- No te preocupes, vigilaré a Selim - incluso yo noté que mi voz era amenazante.

Le apreté un brazo amistosamente y me dirigí a los Uffizi. Pasé al lado del musculitos que se quería ligar a Safia y al verme la cara, se le licuó la suya. Sin pensármelo, me puse la máscara y me fui decidido a la columnata. Era un lugar un poco apartado, ideal para que las parejas estuviesen a solas. A los lejos vi a Selim. Llevaba una camisa gris, de cuello alto sin mangas, encima de otra camisa blanca, unos pantalones algo abombados rallados y unas botas que le subían hasta las rodillas. Era difícil quedar bien así, pero mi amigo se las arreglaba. Estaba hablando con George Hames, del departamento del Agua. Físicamente era atractivo, para según qué gustos. Alto, fuerte, mandíbula cuadrada, músculos por todas partes. Me empezaba a preguntar si el amor por los músculos de Safia no era algo familiar. Yo conocía al zoquete en cuestión. Era el tipo más desagradable que había conocido en mi vida. Engreído, egoísta, se piensa que es el centro del universo por ser guapo y todo el mundo tiene caer a sus pies por eso. Selim, seguro que se había rendido por esa razón. 

Me avancé unos pasos y pude verles la cara. Mi amigo estaba con su cara entusiasmada, como cuando acaba de recibir un incunable que llevaba buscando tiempo. El imbécil de turno estaba con cara de fastidio. ¿Cómo era posible que no se diese cuenta de que lo único que le apetecía era largarse de allí a buscar alguna mujer que seducir? De verdad, el amor hacía a la gente jilipollas. Pasando por las columnas me fui acercando poco a poco para poderlos oír hablar. Me extrañaba, que con la mala ostia que destilaba, no me hubiesen visto ya. Seguro que estaba siendo todo menos discreto. Fue entonces cuando oí la respuesta de él a su declaración... con una risotada.

- ¡¿Que yo te gusto?! - nueva risotada - ¿Eres imbécil o qué? ¿Cómo quieres que alguien como yo salga con... un tío? ¿Y como tu? No eres importante, no estás altamente graduado, ni siquiera eres una chica. ¡¡Eso que me dices es asqueroso!! ¿Cómo se puede ser gay? Es una cerdería, además de antinatural. ¿Cómo te puede gustar que te lo metan... allí? - no paraba de reír y veía como mi amigo se ponía cada vez peor - ¿Y ahora vas a llorar? Ni siquiera eres lo suficientemente hombre para... - no pudo acabar.

Estaba tan enfurecido que le pegué un puñetazo con tal fuerza que le tuve que romper esa mandíbula cuadrada que tenía. O al menos eso deseaba. 

- El que no es un hombre aquí eres tu, ¡DESGRACIADO!

- ¿Gien collo de cees que ees? - incluso con la mandíbula rota, no callaba.

- Alguien con más educación que tu. No mereces ni que me desfogue contigo.

- ¡¡¡SELIM!!! - era Safia que venía corriendo - ¿Qué ha pasado?

No tuve tiempo de responderle que Selim fue corriendo en la otra dirección. Ella quiso seguirle pero se lo impedí. Necesitaba estar sólo y yo necesitaba que alguien me quitase a... ese de delante para que no le rompiese más la cara.

- Safia, ocúpate de que no me vuelva a cruzar con este de nuevo - insinuaba que le explicase lo ocurrido al jefazo, el señor Ysoer, que no tolera ningún tipo de homofobia en su empresa. El idiota quiso replicar y me quité la máscara, le cogí por la camisa y le dije - vuelve siquiera a aparecer delante de Selim y te corto en pedazos tan pequeños que no encontrarían tu cadáver ni con análisis de ADN. Y por si lo preguntas, si, es una amenaza.

No sé que cara tenía que tener para que un gigante extra-musculado pusiese cara de acojonado y se fuese sin mirar atrás, casi corriendo. Estaba enfadadísimo. Lo único que quería era perseguirlo y ver si me daba alguna oportunidad para desfogarme en su cara. 

Miré a Safia, no pareció tener miedo en ningún momento de mí. Que una mujer de escaso metro y medio no mostrase aprensión dónde un musculitos había huido despavorido era un muy buen punto para ella. Sus ojos oscuros, como los de Selim, me calmaron. 

- Perdona Safia... me dejé llevar. Tenías toda la razón cuando sospechaste que le iban a dar calabazas de mala manera. Si no llego a estar aquí... no sé qué habría pasado. Sé que no tendría que haberle dado un puñetazo, pero... me sacó de mis casillas. Yo...

- Alatir - me interrumpió - venía a agradecerte lo que has hecho por mi hermano. Llego a estar yo allí y el tipo ese no se habría ido sólo con un guantazo.

- La verdad... es que me encantaría perseguirle y cumplir mi amenaza.

- Te entiendo, pero lo primero es encontrar de nuevo a Selim... Estará solo, sintiéndose miserable. Además, dudo que haya reconocido tu voz. No creo que ni que reconociese la mía...

- No te preocupes - dije con un sonrisa - ya sé donde está - y me fui corriendo. No llegué nunca a saber, pero Safia también sonrió.

Yo sabía perfectamente cuál era el lugar de refugio de Selim. Para evitar que nadie me dijese nada, me puse de nuevo la máscara de pico. De reojo vi al bruto hablando con el señor Ysoer, seguro que le iba a contar que le había agredido sin ninguna razón. Esperaba poder defenderme correctamente. O que al menos Selim me apoyase en mi declaración, porque por muy de mi lado que seguro que estaría el jefazo, si no tenía pruebas o un segundo testigo, sería palabra contra palabra y yo le había agredido. Evité pensar en lo que me podría caer si me declaraban culpable de cualquier cosa y me fui a la biblioteca, santuario de mi amigo. Pensé que de entre todos los lugares del planeta, ése era en el que más seguro se podía sentir. 

Estuve durante más de una hora buscándolo, hasta que lo vi, acurrucado, en el alfeizar de una ventana, de una pequeña sala escondida. Tenía a Lelya con él, y la acariciaba. Sus ojos estaban enrojecidos y no paraban de caer lágrimas de ellos. Esa visión me partió el corazón. Me acerqué poco a poco y me detuve a su lado. Ni siquiera me miró, su vista estaba perdida en el vacío.

- ¿Tu también piensas que he sido un idiota y que me merezco lo que me ha pasado?

Con esa frase me reafirmaba en la convicción de que los enamorados eran unos imbéciles. Me quité la máscara para hablar.

- Sólo eres de verdad un idiota si piensas eso sinceramente.

Se giró hacia mi violentamente y con destellos de rabia en sus ojos oscuros.

- ¿Es eso todo lo que se te ocurre decirme? ¿Que me lo merezco si de verdad lo pienso? ¿Tienes menos corazón que él?

- Todo el mundo se puede equivocar escogiendo pareja. Pero si piensas que el descerebrado eres tu por haberte enamorado de él, es que algo falla. ¿No ves que se ha reído de ti por haberte declarado? ¿Qué clase de hombre hace eso?

- ¡La clase de la que estoy enamorado!

No quise ni admitírmelo a mi mismo, pero algo se rompió muy al fondo de mi corazón. ¿Cómo podía seguir defendiendo a esa cosa cuando se había carcajeado en su cara en un momento tan serio y lo había llamado degenerado? Eso me izo hervir la sangre.

- ¡Pues más te vale que busques otro tipo de hombre o seguirás sufriendo por el resto de tus días! Yo no quiero asistir a eso. No quiero ver de nuevo la expresión que tenías cuando te lo dijo aquellas barbaridades. ¡Y tu sigues defendiéndolo!

- ¡Pues vete! O mejor aún, me voy yo. Y no quiero verte más en una temporada. Estoy por los suelos sentimentalmente y a ti, lo único que se te ocurre hacer, es patearme aún más. Menudo amigo.

Con esas palabras se levantó de donde estaba y se dirigió hacia la puerta. Para salir tenía que pasar a mi lado. Reaccioné instintivamente, ni siquiera pensé en lo que estaba haciendo. Lo cogí del brazo y lo giré hacia mi. Me encontré mirando esos ojos oscuros que me turbaban desde hacía tiempo. Se los veía tristes, enfadados, decepcionados... suplicantes. Tantas cosas a la vez que me quedé con la que más me convenía. Con la mano que tenía libre, alce su cara y le besé. Lo besé como tendría que haberlo hecho desde hacía semanas, como mi cuerpo pedía a gritos que lo hiciese, como mi corazón me empujaba a hacerlo. Con ese beso liberé todos esos sentimientos que tenía ocultos y que me negaba a aceptar. No había querido verlo, pero desde que había descubierto que a mi mejor amigo le gustaban los hombres, una puerta cerrada con todo tipo de candados se había abierto y había visto que adentro estaba él, y que era a Selim a quién yo quería desde hacía mucho. 

Durante unos segundo fui feliz. No me rechazó al instante. Pero cuando acabé no tuve tiempo de hablar que me propinó un puñetazo como el que le había dado yo al sujeto musculado. 

- ¿Te parece divertido reírte de mi? No vales más que George. No quiero verte nunca más - su voz destilaba tanto odio que me quedé helado.

Cuando reaccioné, ya no pude encontrarlo. Al día siguiente intenté hablar con él, pero no me dejó. Y así fue cómo empezó mi calvario que duraría siete meses.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Septimo Capítulo: El curso


Allí me encontraba yo. Una semana después de ese fatídico viernes, de nuevo delante del Centro de Departamentos. Estaba esperando a Elysa. Salía a las ocho, cuando cerraban la biblioteca. Teníamos que pasar la primera prueba. Andrew no nos había dicho en qué consistía. Como veía que mi amiga aún podía tardar un poco, entré dentro del edificio. La enorme pecera de la recepción me seguía intrigando, sobretodo en la forma en la que alimentaban a los susodichos animales. Fue entonces cuando vi, bajando por el tubo, a un joven. No tenía ningún tipo de ayuda para respirar, pero eso no parecía molestarle. Llevaba un bañador blanco y azul y transportaba un cubo en el que metía la mano de vez en cuando. Supuse que así era como alimentaban a los peces. Lo que más me sorprendió fue su color de pelo. Era azul, y no parecía teñido. Una especie de sencilla diadema metálica con forma de cuerda se lo recogía para atrás, y tenía una larga cola de caballo que flotaba. Cuando me fijé más, me di cuenta que su corte de pelo estaba hecho para que tuviese una coleta y no tuviese que ponerse ninguna goma: los alrededores cortos y al llegar a la nuca se había dejado crecer el pelo. 

- Ese es Takeru, del Departamento del Agua - era Marie, que sin darme cuenta se había puesto a mi lado.Cada día, a las ocho, baja a dar de comer a los peces. No le gusta que estén encerrados aquí porque no es su ambiente natural, pero hace lo que puede para que no se mueran de hambre

- Tiene el pelo azul.... y no lleva nada para respirar - admito que he dicho frases más inteligentes.

- Es normal. Él es así de especial - me miró y yo a ella - cada uno tiene su dosis de rareza aquí, ¿no? - prefería no saber a qué hacía referencia - Así, que vas a venir a trabajar con nosotros - una gran sonrisa se dibujó en su cara - Ya eres una especie de celebridad. Se han empezado a hacer apuestas sobre el Departamento en el que aterrizarás. Tengo que admitir que la mayoría votan por el de la Mitología. Pero, ¿quieres saber mi opinión? - no, la verdad es que no quería - no vas a ir a un sitio común. Yo apostaría por uno bien entretenido, como el de Seguridad donde trabaja Andrew.

- Preferiría no tener que trabajar con el abuelo de Elysa.

- ¿Y eso porqué? - era Andrew, que nos iba a llevar a dónde fuese la prueba y había llegado en el peor momento.

- Porque no quiero quedarme encerrado en un despacho de seguridad teniéndote que ver la cara cada día - con él, más valía ser honesto.

- Pues si te toca, te vas a joder John. ¿Dónde está mi nieta?

- Viene del trabajo, es mayor, y no soy su perrito guardián. Además, me parece que el cachorro ese se le ha pegado. Me gustaría ver a alguien que se quisiese acercarsele con malas intenciones. 

De detrás nuestro se oyó un ladrido agudo y nos giramos los tres. Elysa venía corriendo.

- Lamento llegar tarde. He tenido que cerrar la biblioteca yo.... - miró en dirección a algo que había detrás nuestro extrañada - ¿su pelo es azul al natural?

El chico pareció darse cuenta que hacíamos referencia a él y nos hizo un gesto poco amistoso y se zambulló en el piso de abajo.

- Este Takeru - rió Andrew - tiene mal genio, pero es buen chico. Vamos niños, tenemos que subir a ver a la Adivina.

Mi amiga y yo nos miramos extrañados.

- Abuelo, ¿vamos a ir a ver una adivina?

- Pues claro, no se llama así por acertar sólo los números de la lotería. Aunque no os preocupéis, que no os va a leer el futuro.

Me guardé mis opiniones personales sobre los charlatanes que se hacían pasar por adivinos. No creía, ni había creído nunca, y este sitio no me iba a hacer cambiar de idea. Elysa intentó que su abuelo nos diese algunos detalles más sobre en qué consistía la prueba pero no soltó prenda. Fuimos por los ascensores hasta la planta número 31, y este se abrió sobre un apartamento de lujo. Todo lo que había allí había tenido que costar millones. No era realmente lo mejor para hacerme creer que esta tipa era de verdad alguien que podía ver en el futuro. Todo era nuevo y a la última moda, por muy ridícula que me pareciese. Muebles de diseño, sofas de cuero, estanterías imposibles, esculturas incomprensibles, todo con fondo blanco hospital y sin calor alguno. Es entonces que pude apreciar a la perfección lo hogareña y acogedora que era mi casa.

- Bueno, bueno, bueno, ¿Qué nos ha traído Andrew esta vez? - una voz melodiosa salió de una sala que daba sobre el pasillo principal, seguida por una mujer de complexión demasiado delgada a mi gusto. Rubia de ojos azules, sus facciones estaban tan chupadas que daba grima verla - Mira, si son la nieta y el ma.... el mejor amigo - puse mi cara más enfadada, no quería saber cual era la palabra con la que me iba a calificar, pero no era nada halagadora, seguro. Este tipo de personas detectan cuando a alguien no le caen bien y se vuelven contra ellos - habéis venido por la primera prueba. Segidme.
Nos llevó por el pasillo de su casa. Todo estaba lleno de obras de arte modernas. Algún cuadro de estilo más antiguo no le habría hecho daño al lugar. Llegamos a una puerta al final del pasillo. Era normal, sin nada que la distinguiese de las demás. La abrió y entró. La sala era muy diferente de lo que me había imaginado. Era un sitio enorme, lleno de objetos de todo tipo. No había ninguna relación entre ellos, peluches, paraguas, camisas, calcetines, libros, joyas, herramientas, instrumentos de música. Era un montón de cosas, como objetos que se habrían tenido que dejar aquí para poder continuar. Igual era esa la prueba, que dejásemos un objeto que nos perteneciese. El sitio no me acababa de gustar. Era como si todos esas cosas estuviesen abandonadas y gritasen pidiendo que alguien las cogiese de nuevo y las volviese a usar.

- Bueno, la prueba es muy sencilla, tenéis que coger un objeto.

- ¿Qué? - no pude evitar hablar - ¿La prueba consiste en coger un objeto? ¿Ya está? No puede ser eso una prueba.

- Claro que no - sonrió la mujer como si yo no supiese algo - para usted es sólo coger un objeto, para mí es analizar ese mismo objeto y deducir las posibilidades que tenéis de ir a un Departamento más que a otro. Son cosas que no podría explicar a nadie, pero por el objeto que escogéis, puedo predecir, casi con seguridad, a qué lugar vais a ir. Así que, ya sabéis, a escoger. 

Nos adentramos en la sala. Elysa le dijo a Cerbero que se quedase quieto al lado de Andrew. Nunca había visto un cachorro de perro hacer nada de lo que le dijese su amo antes de entrenarlo, pero este parecía seguir las órdenes de mi amiga al dedillo. El sitio era incluso más grande de lo que parecía a primera vista. El sol entraba por las ventanas iluminando tristemente los objetos. Teníamos que escoger uno entre centenares. No estaban puestos en orden, o en fila. Estaban depositados aquí y allá, en cuanto habían visto un agujero lo habían dejado allí. Estaba abrumado con tanta cosa y me pedían de escoger uno. ¿Cómo? No tenía ningún criterio de selección. Habían relojes, camisas, libros, calcetines, zapatos, paraguas, toallas, mochos, monederos, regaderas, platos, cubiertos, tazas. Tantísimas cosas entre las que escoger que uno acababa mareado.

Fui paseando por entre los objetos per ninguno me llamó la atención hasta que llegué a cerca de la mitad de la sala. Mi vista iba, como yo, de un lado a otro. Pero se detuvo varias veces en un mismo objeto. Sin querer siempre volvía allí. Entonces me decidí ir a mirar esa cosa más de cerca. Era un lazo de color granate, puesto encima de un libro. A este no le pude ver el título porque no lo ponía en ningún sitio. Era de los que le gustaban a Elysa, de tamaño medio, de tapa dura y no muy gordo, unas cuatrocientas páginas a lo mucho. Me fijé en que si pudiese escoger un objeto para otra persona, y esta fuese mi amiga, el lazo iría directamente a ella, aunque no supiese el porque. Sin embargo, la prueba consistía en buscarse un objeto a uno mismo. Así que dejé, a regañadientes, el lazo para buscar algo más. De un lugar alejado de la sala, oí la voz de mi amiga:

- Perdone, ¿se puede escoger un objeto para otra persona? - me giré para mirarla. No podía haberle pasado lo mismo que a mi.

- Claro que no - dijo la bruja con forma de bichopalo - esto es una prueba individual. El que hayáis venido dos es una excepción.

- Pues me parece que tendrá que hacer otra - intervine - porque yo acabo de encontrar el objeto ideal para Elysa, y desde que hemos empezado a andar no he visto nada que atrajese mi atención para mi.

Miré a la Adivina con mi cara más seria, no pensaba retractarme. Conocía lo suficientemente a mi amiga para saber qué objeto le iría mejor. Puede que fuese contra las normas, pero me daba igual. Y si había que hacer trampas, las haría. Esa mujer me irritaba como pocas personas lo hacen. Soy de naturaleza tranquila, pero no iba a permitir que se me subiese encima porque lo dictasen unas normas. 

Nuestras miradas la tuvieron que convencer porque al final nos dejó coger el objeto del otro. Yo volví contento hacía el lazo y lo sostuve. Era de seda, pero parecía resistente. Elegante y bonito, pero sabía que podía hacer daño si se lo sabía utilizar con destreza. Se deslizaba entre los dedos como si se hubiese tejido a partir de agua teñida. Volví a donde estaban la Adivina, Andrew y Cerbero. Elysa escondía mi objeto detrás de su espalda para que no lo viese, y yo me puse el lazo en el bolsillo del pantalón para que ella tampoco pudiese. Cuando llegamos los dos a donde estábamos nos los intercambiamos. 

El mío resultó ser un sombrero de fieltro negro, con una banda banca. Muy años treinta. Me gustó nada más verlo. Resultó cómico que fuese un objeto como ese que mi amiga escogiese para mi. Cuando éramos adolescentes, nos habíamos divertido mucho con la colección de sombreros de mi tío Malcolm. Jugábamos a ponérnoslos de múltiples maneras. Creo que actualmente están repartidos entre mis padres, algún primo, pero la mayoría los heredé yo. No es por nada, pero me quedan bastante bien. Para hacer la broma, me puse el sombrero con una mano, dándole una vuelta, y me lo ajusté bien.

- Ya sé que siempre lo digo cuando te pones un sombrero - comentó mi amiga - pero creo que el porte de uno nunca debería haber quedado en desuso. Te queda muy bien.

- Gracias, yo también lo pienso - y ambos nos reímos. Entonces le di el suyo - cuidado, no vayas a matar a nadie.

Elysa miró la cinta con atención. La deslizó por sus dedos, le hizo nudos, jugó un rato y pareció quedar satisfecha.

- Bonito, elegante, resistente y letal. Me gusta mucho.

Como la Adivina hizo una cara de "menudas sandeces que dice", mi amiga se prestó a una demostración. Ni Andrew ni yo fuimos lo suficientemente rápidos. Ella se fue corriendo hacía nuestra anfitriona, cogió el lazo con ambas manos, lo puso en su cuello, giró detrás para que las dos extremidades se cruzasen en la nuca, puso una rodilla en la espalda, y tiró tanto del lazo como apretó la rodilla.

- ¿Ahora le parece lo suficientemente letal, o tengo que apretar un poco más?

La mujer levantó las manos en señal de rendimiento y Elysa dejó de amenazarla. Me di cuenta que no parecía haber pasado miedo por su vida. Al contrario, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.

- Bueno, el que escogieseis los objetos del otro ya es inusual, pero en todos los años que llevo aquí, nadie nunca ha seleccionado los objetos que vosotros habéis cogido. Esto promete más de lo que me imaginaba en un inicio. Andrew, tienen mi visto bueno para iniciar el curso de introducción. Hay uno que empieza el mes que viene, ¿no? 

El nombrado movió la cabeza afirmativamente y nos llevó afuera. Parecía que esa señora nos había irritado tanto a mi amiga como a mí.

- Abuelo, ¿qué es el curso de introducción?

- Pues eso - dijo riendo el hombre - unas clases en las que te explican de qué va la cosa y las principales categorías de monstruos y departamentos que existen. Se suele dar cada tres meses y reúnen todos los novatos del mundo. Las clases se dan en la lengua que la mayoría de los asistentes entiende. La suele impartir un jefe de departamento. Recuerdo la última vez que me tocó. Como odio tener que hacer el idiota con una panda de imbéciles que sólo quiere pasar a la acción. Eso si, como os toque a Kailo, lo tendréis crudo.

Recordé que el tal Kailo era el jefe del Departamento de la Vida, el jefe bibliotecario. Elysa se quedó impresionada con el hecho de que su abuelo fuese el jefe del Departamento de seguridad. Yo, tengo que admitir, me lo olía bastante. Mientras íbamos bajando de nuevo al vestíbulos, Andrew nos continuó explicando en qué consistían las pruebas de acceso. Después de las clases teóricas, tocaban las prácticas, no sin que antes nos hubiese dicho a que Departamento pertenecíamos. Las prácticas, consistían en asignarte a un pobre desgraciado que te tenía que soportar durante seis meses, enseñándote los tejemanejes de la profesión a su manera. Para poder pasar a ser independiente, había que tener la aprobación de tu supervisor y la del jefe del Departamento. Ni en la poli eran tan estrictos, y eso que había que pasar un examen psicológico. 

Al llegar abajo, Marie nos miró expectantes. Le contamos qué habíamos escogido. Pareció extrañada, nos dijo que nadie, que ella conociese, había cogido esos objetos. Nos dijo también, que las apuestas continuaban subiendo. Por lo visto, el vídeo de seguridad que mostraba nuestro encontronazo con Arthur estaba siendo viral. Medio Centro de Departamentos lo había visto y la mitad de esas personas habían hecho ya una apuesta. Muchos votaban por sus propios departamentos, pero la recepcionista nos dijo que como casi cada Departamento tenía un apostador, había dificultado la  apuesta: para ganar se tenía que acertar los dos departamentos a los que íbamos a ir, y habría un bonus si se adivinaba el supervisor. Si nadie ganaba, nos había asegurado que el dinero iría a una asociación. Preferí no saber cual. 


Nos despedimos de la joven y de Andrew y volvimos cada uno a nuestra casa. Durante el mes siguiente, tuvimos que hacer todos los papeles para dimitir de nuestros puestos y asistir a las subsiguientes fiestas de despedida. Me sorprendió que en mi empresa me quisiesen hasta doblar el sueldo para que me quedase. No me había imaginado que fuese tan apreciado. Pero no quise aceptar, aparte de por la obvia razón de que iba a estar en el Centro de Departamentos, no estaba de acuerdo en cobrar más por el mismo trabajo. Durante ese tiempo, Elysa fue educando a Cerbero. No parecía que hiciese mucha falta ya que el animalito era muy bueno, juguetón como cualquier cachorro, pero iba aprendiendo a analizar las situaciones y saber cuando entregar el juguete del momento. El peluche verde del primer día duró apenas una semana. El siguiente, una vaca, creo que fueron veinte minutos. Luego vinieron un cerdo, una pelota, un buitre, un hueso. Ninguno duró lo que se dice mucho. Acabé hasta las narices del "destroyer" en miniatura y me fui a una tienda de animales y pedí el juguete de perro más resistente que tuviesen. Me entregaron una cuerda de medio metro de largo, con varios nudos y el doble de espesa que las normales. Tengo que admitir que fue una de las mejores compras que he hecho nunca. El juguete era el doble de grande que el perro y a este le costaba mucho moverlo de un lado a otro. Tengo que admitir que disfrutaba viendo como le costaba traérnoslo. Creo que tengo un punto sádico escondido en algún sitio y con el bicho me salía más de lo conveniente. Aunque con Elysa tampoco es que cortase mucho, pero con ella había confianza. 


Por fin llegó el día en el que íbamos a comenzar las clases. Hacía ya algunos años que no había asistido a ninguna, exceptuando las conferencias en las que nos enseñaban nuevas técnicas de comercio. Aunque esas me aburrían soberanamente. Nunca he sido un alumno paciente, no me gustaba estar en clase y escuchar. Prefería aprender con la experiencia. Elysa, al contrario, siempre ha sido una alumna aplicada. Cualquiera que nos conozca pensaría lo contrario, que el tranquilo y eficiente soy yo y la alocada es ella. Pero la verdad es que siempre me ha gustado más experimentar que aprender sentado. Una vez me preguntaron si no querría hacer carrera de ciencias aplicadas, ya que en ellas podría practicar todo. Les contesté que, aunque tendría esa posibilidad, detrás habrían años de estudio y dedicación antes de dejarme jugar con nada. Me acabé centrando en la economía. Por una razón que no llego a entender, se me daba bastante mejor que otras materias. Elysa se reía diciendo que al tener la cabeza tan ordenada como la tenía, la economía no era tan difícil para mí. Pobrecilla, como se nota que no ha estado en una clase de las mías, pero siempre he preferido engañarla en ese aspecto. En el anterior trabajo, había llegado a una posición muy elevada en poco tiempo porque tengo las cosas claras. Lo que se tiene que hacer se hace al momento y sin desviaciones de ningún tipo. Hay que centrarse en las cosas y antes de hacer nada se investiga a fondo. Nunca he entendido porque a la gente le cuesta tanto hacer lo que tiene que hacer. Puede que a mí no me guste estar encadenado a un escritorio y escuchar atentamente lo que se tiene que hacer o aprender, pero cuando lo hago, me pongo entero en ello. 

Ahora tenía que volver a clases durante un mes entero y aprender de animales sobrenaturales y otras bestias. Cada vez que lo pensaba, me imaginaba la cubierta de un libro de fantasía. Esto no podía ser real. Pero para mi desgracia, cada vez que miraba a Cerbero, me recordaba que era mi realidad y que tenía que aceptarlo de una vez. 

Al menos vuelves a estudiar con Elysa - me decía mi subconsciente.

Era verdad que hacía por lo menos ocho años que no compartíamos una sala de clase. Con ella a mi lado me podía centrar incluso más, ya que, al ser ella tan diligente, si había algo que no entendía, siempre se lo podía acabar preguntando porque seguro que lo habría anotado. Además, tenía la particularidad de ser una mecanógrafa de excepción. Pero no una de esas que escribe rápidamente en un ordenador, sino cogiendo los apuntes en mano. Era capaz casi de escribir literalmente lo que decía el profesor, haciendo abstracción de los comentarios. No era algo automático, sino que además seleccionaba las frases que eran importantes para el curso. Seguir sus apuntes en la universidad me habría salvado de más de un apuro. Pero ella estudió biblioteconomía. No tuvimos ni una asignatura en común. Por no estar, no estábamos ni en el mismo campus, lo que hacía que nos tuviésemos que trasladar de vez en cuando de un lado a otro si queríamos comer juntos.

Estaba esperando como de costumbre en la entrada del edificio a las 8 de la mañana. Era un fría mañana de Octubre. Este año, el frío se había adelantado. Parecía que había decidido que una vez acabado Agosto, ya era momento de ponerse de nuevo el jersey gordo. Incluso los árboles se habían puesto el abrigo otoñal. El edificio estaba bordeado por una serié de ginkos y  fresnos que lucían un follaje espléndido de tonos verdes, naranjas y amarillos. Era algo magnífico de ver, si uno no se helaba en el exterior. 

Miré hacía dentro y vi a Marie haciéndome signos para que viniese a verla. Estaba con aquellos dos chicos que estaban discutiendo en la biblioteca cuando la visitamos. Uno se llamaba Salim o algo así y el otro ni me acordaba. Entre y agradecí la temperatura más cálida, aunque la recepcionista vestía una chaqueta y un fular verde que le quedaban fatal. Pero no soy nadie para ir criticando el estilismo de los demás. Cada uno se pone lo que le apetece.

- Mirad chicos, este el hombre que os dije que montó un perro de tres cabezas amenazando de muerte a Arthur Hinekan - episodio que seguía bastante confuso en mi cabeza - John, estos son Selim Ibn Haka y Alatir Eaglehead. Chicos este es John Hades Hellson.

Nos dimos las manos por turnos. Ese día Alatir llevaba una sudadera roja sin capucha con una uve de color naranja que le iba de un lado a otro del pecho. Tenia las mangas arremangadas y pude ver que llevaba bastantes pulseras de diferentes formas y colores en la muñeca derecha: algunas de cuero, otras rojas y marrones, y unas que parecían más gomas de pelo que pulseras. Selim llevaba una camiseta blanca con las mangas negras largas, también arremangadas. El color broncíneo natural de su piel se notaba mucho más con ella. Tenía un libro en la mano de tapa de cuero que parecía antiguo. Me recordó ese que vi durante la primera prueba. Me preguntaba donde lo había conseguido. Me encantaban esos libros de antiguas ediciones.

- Es un placer conocerte en persona - me saludó Alatir sonriendo - El vídeo es la ostia. No sólo eres bueno con las armas de fuego, sino que ademas no le tienes miedo a un bicho como el que te subiste. Me gustan las alturas y los peligros, pero eso que hiciste fue asombroso. Espero que vengas a mi departamento. ¡Nos lo pasaríamos genial! 

Ese comentario fue acogido con una colleja viniendo de su compañero.

- Irá a donde mejor le vaya, no donde a ti te guste. 

- Aquí donde le ves, Selim es el único que no ha apostado por su propio departamento - intervino Marie - ¿Qué habías escogido?

- El departamento de la noche para él y el de la mitología para ella. Parece que son más sensibles a ellos - mi sorpresa se tuvo que ver demasiado en mi cara. No me imaginaba Elysa rodeada de bichos mitológicos. Selim me explicó sus razones - tu novia...

- Eh, que no es mi novia - les corté. Aquí fue él sorprendido.

- Perdona. Tu amiga no parece tenerle miedo a un perro de tres cabezas de cerca de 5 metros de altos siendo un cachorro, por lo que pienso que estaría bien en ese departamento plagado de animales. En lo que se refiere a ti, pareces un hombre sensato, que piensa y analiza las cosas antes de decidir nada. Esas características serían la mar de útiles en ese departamento de brutos descerebrados, sobre todo si llegas a un puesto alto.

- Te ha clavado Hades.

Me giré sobresaltado. Mi amiga estaba detrás mío. Vestía su abrigo de entretiempo negro, con un sombrerito granate. Conjunto que le quedaba muy bien. Una sonrisa divertida jugueteaba en sus labios.

- Bueno, uno de los dos tenía que ser el sensato, y tu no estabas por la labor - le devolví la sonrisa.

Alatir se giró hacia Marie:

- Este dirá lo que quiera, pero son pareja o lo serán pronto - una nueva colleja voló hacia su nuca - ¡Eres un bruto Selim!

- Para alegría de muchos y desespero del abuelo de la señorita, no lo son Alatir. Lo que si son es amigos de la infancia, como vosotros.

El chico de la sudadera nos sonrió.

- Pues vais por muy buena vía para acabar como nosotros.

No tuve tiempo de preguntarle a que se refería porque en ese momento se oyó una voz fuerte resonar en toda la recepción.

- ¡¡NOVATOS!! LA CLASE VA A EMPEZAR. SEGUIDME

La propietaria de la voz era una mujer de mediana edad, cabello negro, recogido en un moño apretado en la nuca. Era la típica institutriz severa de las películas.

- Madre mía - Alatir me puso una mano en el hombro - os has tocado la Rottenmeier del Departamento Verde. Os vais a morir. Un placer haberos conocido.

Fue en ese entonces que vi la de personas que nos rodeaban. Eran unas cuarenta. Se las veían reunidas en grupos, solitarias, o por parejas. Ni me había dado cuenta de la gente que había venido.

- ¿Podemos huir? - Elysa me lo preguntaba seriamente.

- No.

La pillé por la camisa, despidiéndonos de Marie, Alatir y Selim, y entramos los últimos in extremis en la clase, que estaba situada en el pasillo que llevaba a aquel jardín trasero tan hermoso. Era la típica sala de clase de todas las escuelas: bancos individuales orientados hacía una estrada con una pizarra. Detecté los dos únicos sitios libres al final de la clase, pero cuando nos dirigíamos hacía allá, la jefa del Departamento Verde nos paró.

- Los dos que han entrado últimos, el perro fuera.

Elysa se giró casi indignada.

- El animal es un cachorro de perro de tres cabezas. Estando con nosotros es muy tranquilo pero, ¿va a arriesgar el dejarlo correteando por el Centro de Departamentos solo y sin supervisión?

- Marca un punto.

La voz venía de un hombre que acababa de entrar en la sala. Debería rondas los cincuenta, aunque aparentaba ser más joven. Vestía completamente de negro con gafas, el pelo corto entrecanado, y una sonrisa de saber más que el común de los mortales. Iba en silla de ruedas, y se dirigía hacia nosotros. No sé porque me miraba particularmente, como si analizase la manera más factible de usar todos los recursos que tenía disponible para él.

- Un cachorro de perro ya es de por si movido, pero si le añadimos que además es un cachorro de animal sobrenatural, pues la cosa se complica más - Elysa quiso protestar para defender a su perro, pero el hombre la interrumpió - soy Thomas Lloyd, jefe del Departamento de la Noche - le dio la mano y luego a mi, pero me la sostuvo más tiempo - debería haber sido vuestro profesor, pero mi cuerpo no estaba demasiado de acuerdo con este hecho. Los días que no pueda, la señora Recht me sustituirá. Aunque - hizo una pausa algo marcada - al ver los elementos presentes en esta clase, me parece que me presentaré más a menudo. Señorita, puede guardar con usted el cachorro sólo si el animal se comporta en clase, sino le pediría por favor que encuentre alguien que lo cuide mientras está usted en clase. Creo haber entendido que su abuelo trabaja en este edificio, no creo que viese algún inconveniente en cuidarlo durante las horas lectivas.

Después de eso, se dirigió a una joven que había cerca de nosotros. No debía haber llegado aún a los veinte. Cara amigable, muy guapa, largo pelo negro ondulado, ojos oscuros y dulces. Note que un chico un poco más mayor se crispaba cuando se acercó a ella. Estaba a una cierta distancia, pero miraba la escena con mucha atención. Tenía el pelo negro en punta, mirada severa y enfadada. Juraría que tenía los ojos rojos intenso y un colmillo sobresalía más de lo normal. El jefe del Departamento de la Noche hizo una semi reverencia a la joven y le habló en lo que me pareció que era japonés. No entendí nada de lo que se dijeron, pero el joven no les quitó el ojo durante toda la discusión y no se relajó un poco hasta que el hombre se alejó de ella. Fue hacia la puerta y antes de salir se volvió hacia nosotros. 

- Tengo mucha curiosidad en ver cómo evoluciona esta clase. Este trimestre, el lote de novatos puede ser bastante interesante. Os observaré con mucho interés - diciendo eso me miró de nuevo, sonrió y se fue.


Al principio, la clase estuvo en silencio unos segundos, y luego empezaron los rumores en voz baja. Oí como un par comentaban que la joven estaba muy buena. Si yo hubiese sido ellos, no me habría acercado a ella ni por todo el oro del mundo. No tenía ganas de enfrentarme al guardaespaldas que tenía. Pero Elysa no fue tan discreta como yo. Se les acercó y les explicó claramente cuales eran las intenciones del joven si se acercaban más de lo debido a la chica. Posiblemente mi amiga había exagerado un poco. Lo de la desmembración no parecía el estilo del chico, aunque seguro que no saldrían indemnes. El caso es el que el trio se quedó blanco de la impresión. El guardaespaldas pareció darse cuenta de lo que había hecho mi amiga y no nos miró como queriendo pasarnos por el asador, como a media clase. Hasta parecía que había esbozado una pequeña sonrisa disimulada.

La señora Recht intentó imponer algo de tranquilidad, pero la clase parecía llena de adolescentes al volver del patio, así que dio un golpe tan fuerte sobre la mesa que se callaron todos de una vez. Empezó a soltarnos su discurso introductorio. Al tercer minuto ya había perdido el hilo. Se auguraba un mes absolutamente inacabable. Me giré para mirar a Elysa y la veía diligentemente haciendo algo en el papel. Tardé un poco en darme cuenta de que cogía tantos apuntes como yo. Estaba dibujando. Su técnica consistía en hacer pequeños trazos en diseños de pequeño tamaño, por lo que parecía que escribía. 

Las dos primeras horas me parecieron eternas. Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no dormirme allí mimo. Ese era el problema de ser alto, se te detecta enseguida y no puedes estirarte a cerrar un poco los ojos o algo. Cuando nos dejó salir huimos literalmente de la clase. Para nuestra alegría, Marie había instalado un pequeño buffet en el que podíamos picar alguna cosa y beber. Toda la clase fue corriendo a por el café. Tuvimos que esperar para tener nuestra dosis, pero Elysa y yo ya teníamos nuestra técnica. Nos habíamos dividido. Ella iba a por provisiones alimentarias y yo a por las bebidas. Siendo alto, tenía también brazos largos por lo que podía llegar antes a las bebidas y tenerlas en alto para que no se derramasen por un empujón. Cuando tuvimos nuestras provisiones nos fuimos a una mesa a desmayarnos. Marie se nos unió.

- ¿Qué tal la primera clase? - suspiramos los dos lastimosamente - ¿Es tan aburrida?

- Supongo que explica cosas interesantes - dije - pero por ahora han sido dos horas perdidas. Nos ha presentado el centro y algunos departamentos, los que ya conocíamos. Pensaba que me iba a morir de aburrimiento. Al menos esta dibujaba y estaba algo entretenida.

- He rellenado tres hojas a cara y cruz con dibujos pequeños - protestó mi amiga - no había hecho eso desde el colegio - y se estiró en la mesa - como todo el día sea así, no llegaremos a la tarde.

- Y agárrate, todo un mes así.

- ¿No podemos pedir otro profe? - miramos a Marie suplicantes.

- Solo podemos aceptar al encargado - la joven japonesa se sentó a nuestro lado, con la misma cara de fastidio - como mucho podríamos pedir el programa del mes y los días que expliquen algo que ya sepamos irle a suplicar al señor Lloyd que nos de otra cosa. Por cierto, me llamo Sakurako Akari, y el malas pulgas de negro es Yamaho Ryûchiro. Somos del departamento que hay en Japón.
Nos presentamos a nuestro turno. Marie pareció impresionada con el nombre de la chica. Luego nos dijo que los Sakurako eran la familia que dirigía el Centro de Departamentos en base en Japón desde que se inauguró.

- No sabía que la heredera ya tuviese veinte años.

- No los tengo - sonrió inocente - pero sé casi más que mi maestro así que mi padre decidió que ya era el momento de que empezase a entrenarme. Además en abril acabé la escuela y la universidad era aburrida en grado sumo. Quise hacer literatura japonesa pero no me enseñaban nada así que lo he dejado. Aprovecharon que Yamaho iba a venir aquí para iniciarse y me vine con él. Dos por uno, como dicen.

Me tuve que acordar que en Japón se presentan con el nombre en segundo lugar y a menos de ser muy próximos, se suelen llamar con el apellido. Aunque, esos dos me parecían igual de cercanos que Elysa y yo, pero que por alguna razón él se mantenía alejado. 

- De paso te hace un guardaespaldas de primera categoría. He oído que es el más habilidoso de su familia desde hace más de un siglo - dijo Marie con una sonrisa que insinuaba otra cosa.

Akari miró de soslayo al joven, que no nos quitaba el ojo de encima como de costumbre, y esbozó una pequeña sonrisa.

- Cada uno tiene sus secretos - y con este comentario enigmático, volvió a empezar la tortura porque la señora Recht nos llamó para volver a entrar en clase. 

Si tuviese que resumir mi primera semana en ese sitio: un infierno. Las clases eran aburridas, no avanzábamos en los temas, y para colmo, nos habían dado un trabajo a entregar a final de mes. Era una simple recopilación de datos de todo lo que podíamos aprender de un ser en particular de la Biblioteca Central. A Elysa le tocaron los Errantes y a mi los perros de tres cabezas. Tengo que admitir que aprendí bastante del bicho que nos acompañaba, pero ya había recorrido el tema a lo largo y a lo ancho en la primera jornada. Era un animal especial que estaba tanto en el Departamento de la Noche como en el de la Mitología. En el espacio que tenía acceso en la biblioteca, la información era muy exigua, apenas me daba para unas diez páginas, y sabía que no englobaba todo lo que había que saber. Estaba decidido a saber más, así que fui a hablar con el jefe del Departamento de la Vida, pero se negó en rotundo a dejarme bajar a la sección particular del Departamento de la Noche, por mucho que estuviese haciendo un trabajo para el curso introductorio. Si él no me dejaba, puede que nuestro auténtico profesor si que lo hicese. Estaba más decidido que nunca. A mi no me daban con las puertas en las narices. Seguro que se podía acceder de alguna manera, y el señor Lloyd me iba a dar acceso a la información. 

Mi amiga no estaba nada de acuerdo con mi idea. Ella pensaba que con diez páginas había más que suficiente. Para ella era muy fácil, se cogía el abrigo, se iba al parque y hablaba con la fuente principal de información. Pero lo único que yo tenía era un perro con una cuerda que mordía. Y ese perro no hablaba. Así que un día que Elysa había ido al parque a hablar con Roble, me infiltré en el Departamento de la Noche. Si hubiese sabido lo que me esperaba, me habría quedado en mi antigua oficina.

lunes, 6 de octubre de 2014

Sexto Capítulo: La vuelta a casa

La noche que acababa de pasar al lado de Elysa, me había dejado con las defensas por los suelos. Después de ataques de todo tipo, el sueño, que esperaba reparador, había sido todo, menos tranquilo. No podía mirar a mi amiga sin pensar en su otra versión. La visita por los departamentos me había convencido que poner todo lo que iba a ver en la carpeta "Centro de Departamentos", y que no entrase en otra como "Racional", era una magnifica idea. Así podría encajarme todo mucho mejor. Acabado el tour turístico y ya viendo la salida, parecía que este sitio no quería dejarme ir. Al despedirnos del señor Ysoer, y yo teniendo un pie en la salida, en un sitio donde no habrían ni monstruos, ni Fénix, ni nada por el estilo, se oyó un gran ruido. Y por supuesto, Elysa no podía evitar ir a verlo. Si yo lo que quería era volver a mi casa, tomarme una ducha de media hora y volver a mi realidad pacífica. ¿Porqué tenía ella que ir corriendo cada vez que oía algo raro? ¿Y porqué la seguía yo? Tenía que tener un lado masoquista porque sino la habría dejado allí mismo o habría dicho que no querría saber nada de ese sitio. Una voz, con una risita sarcástica, respondió a esas preguntas: 

- Como que la ibas a dejar sola persiguiendo un sonido potencialmente peligroso. No me hagas reír.

Maldecí esa vocecita que tenía razón. No iba a dejar a mi amiga perseguir el peligro sin ir detrás para sacarle las castañas del fuego, o al menos para apartarla en el último momento. Cuando salimos del pasillo que había a los laterales de los ascensores acabamos en un sitio que no parecía el mismo. En pleno centro de la cuidad, detrás de un edificio de oficinas, había un parque que tenía que tener la extensión de varios campos de fútbol. Todo era verde y dorado por los árboles que empezaban a perder sus hojas. Un río circulaba de un lado a otro del terreno. Patos, cisnes, ocas y otros volátiles normales estaban tranquilamente en sus orillas. 

Pero eso no era lo más increíble que veían mis ojos. A cierta distancia del río, una decena de personas estaban estirando unas cuerdas atadas a un árbol. Eso habría parecido normal si este no se estuviese debatiendo con todas sus fuerzas por liberarse de las ataduras. Nos dirigimos corriendo allí. El señor Ysoer vio que le habíamos seguido y si las miradas matasen, mi amiga y yo habríamos caído fulminados en el acto. Más de cerca, la escena era espeluznante. Cada rama del árbol se movía intentando liberarse de sus ataduras, las raíces atacaban y hacían perder el equilibrio a los componentes del grupo de personas, en medio del tronco había una cara de un hombre de mediana edad con una expresión de enfado que habría podido rivalizar con la de nuestro ex-guía. Y lo peor de todo era que el árbol hablaba. Teníamos un roble, con cara, que hablaba, y lo que decía no era nada alabador para sus atacantes. 

Elysa parecía alterada con la escena. 

- ¿Por qué le están haciendo eso? ¿No ven que le están haciendo daño?

- Es su trabajo - la voz del jefe de todos los departamentos habría podido cortar el aire - el árbol entró para destrozar el parque, estos hombres lo están defendiendo.

No pude evitar intervenir. Yo mismo empezaba a estar enfadado por lo que estaba diciendo el anciano.

- ¿Pero qué está diciendo? ¡Sois vosotros los que estáis destruyendo el parque! El Errante sólo quería defender un árbol joven que estabais hiriendo.

No sabía cómo, pero identifiqué con exactitud lo que era ese árbol que hablaba. Se les llamaba Errantes, no hace falta decir que el nombre era una evidencia estúpida. Se movían por toda la tierra defendiendo los árboles de su misma especie que estaban en peligro. De alguna forma lo sentían. Sólo había uno de cada especie y cuando surgía otro, el más anciano sabía que tenía que formarlo lo mejor que pudiese porque iba a encargarse de lo que hacía él en unos años. No eran seres agresivos, pero defendían a los suyos con todas sus fuerzas. Puede que me sonase de alguna película, no me hubiese extrañado que se inspirasen de ellos para hacer algo.

Los ojos del anciano se abrieron de par en par, estupefactos. El enfado parecía haberse disipado. Pero no sólo él se había parado a escuchar, la cuadrilla con las cuerdas, e incluso el mismo árbol estaban parados. Este último cortó con rapidez las cuerdas que le retenían y se acercó, a una velocidad muy superior a la que se podría haber intuido, hacía nosotros. Los hombres del Centro de Departamentos quisieron actuar, pero su jefe se lo impidió. El Errante me examinó más de cerca. Su cara era como si hubiese sido tallada en la madera y al mismo tiempo parecía nacer de las irregularidades del tronco. Sus ojos eran expresivos, su mirada examinaba como queriendo ver en lo más profundo de mi, así como dejando espacio para que guardase lo que no quería dejar entrever. Los cambios de expresión ocurrían como si una bruma tallase la madera. Después de mirarme un rato se giró hacía mi amiga, a la que examinó mucho más tiempo. 

- Hacía mucho tiempo que ningún humano podía entender lo que decía - su voz era grave, pero lisa. Me esperaba a encontrarme con una que fuese rugosa como el tronco del árbol, aunque hablaba con mucha parsimonia - A cada generación había menos, hasta que no quedó ninguno. Antes, la lengua de los humanos era la nuestra. Ahora... son tan raros - el tono de la voz era triste - ya no quedan humanos que puedan hablar en nuestro nombre. Ni capaces de comprender mi lengua, ni lo suficientemente honestos para que les dejemos representarnos - todo el rato se había dirigido a Elysa - en ti siento un gran apego por los nuestros, pero en tu caso - una de sus ramas me tocó - siento la Muerte.

Ni aunque me hubiesen dado un mazazo en pleno pecho me habría sentido menos desorientado. ¿Qué significaba eso de que sentía la muerte en mi? Eso ya me empezaba a asustar, y no era al único.

- ¿La muerte? ¿Qué quieres decir? - Elysa hablaba con voz angustiada - dime que no le va a pasar nada a mi amigo

El Errante la miró a los ojos un tiempo antes de responder.

- He dicho que sentía la Muerte, no que se avecinaba la suya. Tienes que aprender a distinguir estos pequeños detalles joven humana. Ayúdame y yo te ayudaré. Están haciendo daño a un pequeño roble que quiere crecer. Oía sus gritos de auxilio desde muy lejos.

Elysa se puso en marcha como si le hubiesen pinchado con un metal al rojo vivo. Le pidió al Errante que le enseñase dónde estaba el árbol pequeño y fue hasta allí. Cuando vio que unas púas de una alambrada atravesaban el tronquito de un árbol, les echó tal bronca a los hombres que estaban allí que aún hoy en día, cuando alguno se cruza con ella, se aparta. Pocas veces había visto a mi amiga tan enfadada. El señor Ysoer no hizo nada para evitarles a sus hombres la humillación que les riñesen como a unos críos. 

Cuando estaba a punto de ponerme a reír de la situación, vi una llamarada atacar a Elysa. Con reflejos que no pensaba tener, me puse tenso, me situé entre mi amiga y el atacante y, no sé como, volvió a aparecer aquella espada negra en mi mano. Delante de mí había una joven de pelo negro, cuerpo atlético, mirada feliz y armada con un lanzallamas. Aunque suene absurdo, había algo en ella que me pareció... ¿sexy? Preferí apartar ese pensamiento de mi mente y centrarme en el hecho de que era una amenaza. Le ordené que soltase el lanzallamas. La única respuesta que obtuve fue otra llamarada, hacía el Errante esta vez. Pero fue a mi amiga a la que le cayeron partes del líquido inflamable en llamas.

A partir de allí ocurrieron dos cosas simultáneas. El Errante cogió a Elysa entre sus ramas y formó un capullo protector alrededor de ella. Yo corrí, espada en mano, hacía la pirómana, le corté las correas que ataban el arma a su cuerpo e hice que soltase la manguera. Ante mí se encontraba sólo una joven desconcertada.

- ¿Se puede saber que estás haciendo, idiota? Los Errantes no se consumen por el fuego - volvía a ignorar de dónde me provenía esa información, pero estaba seguro que no me equivocaba. 

La joven me miró de arriba a abajo parándose en lugares bastante embarazosos.

- Están hechos de madera, la madera se consume por el fuego, era más lógico coger un lanzallamas que un machete - dijo la joven, mirando con atención mi espada. 

Prefiero guardarme la opinión que de ella soltó el Roble, sólo diré que no era nada halagadora. Este me informó que sólo un tipo de fuego podía consumirlo y que ella estaba muy lejos de podérselo procurar. Por alguna razón no transmití esa información. 

- Lo lógico habría sido informarse de a lo que te enfrentas en lugar de correr como una idiota con un arma extremadamente peligrosa y que, se ha demostrado, no controlas. Podrías habernos quemado a todos, pero eso, a ti, parece que no te importaba.

Sin esperar que dijese nada más, me giré hacía el Errante. Este deshizo el capullo protector y me dio a mi amiga, la cual deposité en el suelo. No parecía haber sufrido ninguna quemadura. Suspiré aliviado.

- ¿Te encuentras bien?

- Si, el fuego pasó cerca pero ya esta

Me bajó la furia que no sabía que había estado conteniendo desde el ataque flamífero. Elysa estaba a salvo y eso era lo que contaba. Mi amiga había estado expuesta a más peligros en las últimas veinticuatro horas que en sus veintiséis años de vida. Lo que necesitábamos, ambos, era salir de ese sitio de inmediato y volver a una realidad en la que los árboles se estaban quietos y no había locos con lanzallamas o dagas voladoras. Ayudé a Elysa a levantarse y la quise empujar hacía la salida, pero el Errante nos paró.

- Es una lástima que no trabajéis en este sitio, me habría quedado con gusto. Jovencita - se dirigió a mi amiga - Si vuelves a necesitar mi ayuda o simplemente quieres aceptar mi oferta de ayudarte con nuestra lengua eres bienvenida al parque central de la ciudad, mi residencia actual - una parte mi se sitió ofendida, ¿por qué  le proponía ayuda a ella y a mi no? ¿Era por esa "Muerte" que sentía en mi interior? - En cuanto a ti - me miró y me sobresalté - tendrás que aprender las vías del conocimiento por otros maestros que yo. Siento que tu vía será mucho más oscura que la suya y mis conocimientos no serían los adecuados. Pero estoy seguro que como yo me he aparecido a tu compañera, el maestro que necesitarás aparecerá ante ti tan claro como yo - y sobre estas palabras, la tierra se lo tragó sin dejar ni rastro de que hubiese habido nada allí.


Sin dejar tiempo a mi amiga para que reacciona, la cogí del brazo y me la llevé a mi casa. Lo consideraba el lugar más seguro que pudiese haber y no se encontraba lejos de ese maldito edificio. Mi piso estaba en un inmueble de ladrillos rojos, a la antigua, pero su interior era mucho más impresionante. Me lo había dejado en herencia mi tío Malcolm, muerto en un accidente de coche hacía seis años. Para ese entonces tenía sólo veinte años y estaba en la universidad. Me había visto, de golpe, con un piso de más de doscientos metros cuadrados y decorado con gusto, cosa que siempre se lo tuve que admitir a mi tía, que también murió en el mismo accidente. Es un piso magnífico, todo de madera que da calor a la casa. Tiene un balcón enorme en el que intentó cultivar plantar. Huelga decir que fracaso lamentablemente. Si Elysa no se pasase por allí de vez en cuando tendría un montón de plantas muertas. Lo único que parece sobrevivir a mis cuidados es un geranio blanco que me regaló mi hermana pequeña hace un par de años. Está enorme. Tengo dudas de si Elysa lo toca, pero ella me ha jurado que jamás se ha acercado a él. En ese balcón también tengo una mecedora doble, de esas que el sillón está colgado. Sus cojines son numerosos y esponjosos. Cuando estoy en casa me encanta estirarme en ella. Cuando hace frío la entro en casa, pero a la que hace un poco de calor, la saco a fuera. Cuando está en casa, la pongo cerca de la chimenea, que me entretengo en mantener para poderla usar en invierno. Vivo en el último piso del edificio, no molesto nunca a ningún vecino con ella. Es verdad que es mucho más peligrosa que la calefacción, pero para mí, tiene un encanto que no la cambiaría por nada del mundo. 
Esta se encuentra en el salón, que es enorme. En él están los dos ambientes en los que me siento más cómodo: una biblioteca que sería la envidia del señor Hefernam y una cocina equipada con todo lo posible. Me encanta la lectura. Muchas veces en invierno, me estiro en la mecedora a leer tranquilamente delante del fuego. Lo que más me gusta son los libros antiguos. Cuando más viejo, más me gusta. Adoro el tacto, el olor, la sensación de ir avanzando poco a poco en el libro y ver como van disminuyendo las páginas por un lado y aumentando por el otro. Las estanterías ocupan la mayor parte del salón. Mucha gente me ha dicho que tendría que pasar al digital, que con una tablet tendría todos los libros a mi alcance. Como no lo suelen decir con mala intención no les muerdo, pero es que no soporto los libros electrónicos. Son fríos, no sientes nada al leerlos y sin darte cuenta ya estás al final. ¿Qué gracia tiene eso? Para el que no tiene dinero o poco espacio en su casa, vale, pero mi tío me dejó una biblioteca muy bien constituida, con ediciones preciosas y espacio más que suficiente para ampliarla, cosa que ya he hecho. Por otro lado, el que tenga una cocina súper equipada es cosa de mi madre. Soy el único chico de cinco hermanos. Se tomó muy a pecho el enseñarme a seducir cuando llegué a los catorce años y tuve la malísima idea de decirle que me gustaba una chica. A partir de ese momento se emperró en enseñarme a cocinar porque decía, y sigue diciendo: "¿te crees que los hombres son los únicos a los que se les enamora a través del estómago? Pues te equivocas, a las mujeres también les encanta la comida bien hecha". Cada semana tocaba un plato que había que aprender ha hacer a la perfección. Cuando llegaba a mi límite, mi padre solía aparecer y rescatarme de las fauces de mi madre. Supongo que es porque se sentía culpable porque fue con su comida casera con la que consiguió enamorarla. 

Mi piso tiene tres habitaciones. Me las he arreglado para que una de ellas sea mi despacho, otra, la más grande, mi habitación, y el tercero un cuarto para cuando viene Elysa a dormir. Mi amiga tiene una copia de las llaves y tiene ordenado venir aquí cuando sale de fiesta y está cerca. Me da igual que no esté borracha, pero para que deambule sola en la noche lejos de su casa, prefiero dejarle una habitación y así duermo más tranquilo. Su cuarto es sencillo, una cama, un armario, un espejo y ya está. El espejo es cosa suya, lo demás es lo básico para que estuviese aquí. Le he dicho que podía traer lo que quisiese, pero por ahora sólo ha añadido el espejo. Mi habitación es de paredes y cortinas blancas, una estantería con mis libros preferidos, un armario grandísimo y mi cama tamaño emperador de la india. No es su nombre de verdad, pero cuando la vio, mi hermana pequeña me dijo que en ella podría dormir un emperador con tres de sus mujeres. La cama tiene la particularidad de tener todo lleno de plumas, así que cuando me voy a dormir, parece que esté en una nubecilla, y eso me encanta.


Durante todo el camino y al llegar a casa ninguno de los dos habló. No sabíamos bien que pensar. En cuanto crucé la puerta me sentí en mis dominios y sabía que estábamos seguros. Por una razón que no conseguía entender, el cachorro de perro de tres cabezas nos había seguido. Como el puñetero bicho se mease en mi piso, lo exiliaba en el balcón hasta que su dueña se fuese. Porque esperaba sinceramente que Elysa no pensase que me lo iba a quedar yo. Le dejé que fuese a ducharse primero, cuando salió me metí yo y me pegué la ducha del milenio. Salí con tejanos y una camisa blanca secándome el pelo. Noté que Elysa se quedaba mirándome.

- Ni que nunca me hubieses visto salir de la ducha.

- Te he visto de todas las formas posibles, y alguna que otra que preferiría olvidar.

Cuando conoces a alguien desde los ochos años, suele pasar. Yo también tenía un buen repertorio de modelitos que mi amiga preferiría pensar que nunca volverían a salir a la luz del día, pero no entendía que tenían de raro mis tejanos y mi camisa. Preferí guardarme la réplica que tenía guardada y fui a lo que más me preocupaba.

- ¿Irás al parque como te lo ha dicho ese Errante?

Ella tardó unos momentos en responder.

- No lo sé. Me intriga mucho el que pueda entender una lengua que se supone que nadie más puede. Además, ¿cómo es que sabemos que era un Errante? ¿Cómo sabemos qué es un Errante? Me preocupa. Quisiera saber si él conoce las respuestas a esas preguntas.

- Elysa, no se si fiarme de un árbol que habla. ¿Te has dado cuenta de lo loco que suena? "Para entender qué me pasa voy a preguntárselo a un árbol parlante". ¡No eres Pocahontas!

- Claro, y no hemos visto una bandada de fénix volando, ni una esfinge, ni un loco con dagas voladoras, ¿verdad?. La única solución racional a todo esto es que ayer nos pusieron algo muy gordo en la bebida y hemos estado alucinando, ¿no?

Su tono sonaba enfadado. Pero, ¿cómo quería que asimilase todo aquello? Yo hacía esfuerzos, pero algunas cosas eran muy difíciles.

- No estoy diciendo eso, aunque se me haya pasado por la cabeza. Pero primero, no sé, háblalo con tu abuelo. Él trabaja allí, me parece más fiable que ir a pedir consejos a un roble cuya dirección es el parque central de la ciudad.

- Hades, ¿tu no crees que todo lo que nos ha pasado sea verdad, no?

Exploté.

- PERO, ¿TU TE HAS ESCUCHADO? ¡MONSTRUOS MITOLÓGICOS, DAGAS QUE VUELAN, ÁRBOLES PARLANTES! QUIERO CREER QUE TODO ESTO NO ES MÁS QUE UN SUEÑO Y VOLVER A MI VIDA ABURRIDA EN LA OFICINA, ¡¡PERO NO ME ES POSIBLE!! Ahora ya no... Elysa - me senté - me sale una espada de la mano, y eso me aterra.

Eso era lo que de verdad me tenía muerto de miedo. No el hecho de haberme cruzado con una bandada de pájaros en llamas o con un cachorro de perro con tres cabezas. Estaba muerto de miedo por lo que yo podía hacer. No se lo había dicho a mi amiga, pero las dos veces que tuve la espada en mano, sabía qué hacer con ella. Sabía cómo cogerla, cómo manejarla, dónde clavarla para matar a mi oponente. Y para rematar la cosa, el Errante me había dicho que no podía nada por mí, que buscase "otro maestro". Como para hundirle la moral a cualquiera.

Elysa se arrodilló delante mío y me cogió la mano. Aún tenía la venda que me habían hecho el día anterior, tenía que cambiarla. Mi amiga me hizo mirarla a los ojos.

- De todas las personas que conozco, si sé de una que preferiría que llevase un arma que pudiese sacar en cualquier momento, esa serías tu - intenté interrumpirle - ¿me dejas acabar? - me callé - Eres una persona sensata, calmada, que reflexiona antes de actuar y que sabe que hacer con una espada, porque ahora no me vendrás con el cuento de que no sabías que hacer con ella, ¿verdad? Me fijé en como la cogías, en como la movías, esas no eran las maneras de un novato en el porte de armas blancas - ¿se puede saber de dónde demonios sacaba ella esa información? - Mira, si lo que te asusta es la razón por la cuál tenías el arma en tu mano, mañana iremos ha hablar con mi abuelo a ver si tiene alguna idea. Y sino, que nos indique quién podría tenerla. Vamos a resolver esta incógnita, y si me dejas, la resolveremos juntos, ¿vale?

No sabía que responderle. Bajé la mirada y vi que la mano que no me sostenía Elysa tenía un pequeño temblor. Estaba muerto de miedo por el hecho de tener una espada en la mano. No sabía como manejar esa situación. No sabía bien qué hacer para encontrar soluciones y ella, con unas pocas frases, consigue que encuentre un método para salir de mis miedos. Si tengo un plan, puedo afrontar lo que sea porque sé que hacer. No sabía como encarar el hecho de que una espada saliese de mi mano. Ahora el primer paso era ir a ver a un hombre al que le tenia plena confianza, aunque el hecho de que ni ella ni yo supiésemos dónde trabajaba me incomodaba un poco. Aunque, ¿quién le podía culpa? ¿Cómo habrías podido decirle a tu familia que trabajas en una empresa en la que compañeros tuyos tienen que perseguir crías de fénix porque estas se escapan?

- Por favor, ayúdame.

Fueron posiblemente las tres palabras más difíciles que tuve que pronunciar nunca. Mi amiga sabía que tenía miedo, pero era yo el que tenía que admitirlo delante de ella. 


Lo primero que hizo fue levantarse e irse a buscar el botiquín que tengo el cuarto de baño. Me quitó la venda, me la limpió la herida, me la volvió a desinfectar, y me la vendó de nuevo. Me miré la mano, no tenía nada que envidiar a las curas que me había dado el médico del centro de departamentos. Para darle las gracias invité a Elysa a comer. Como cualquier sábado resacoso, hoy tocaba pasta. Así que me fui a mi nevera y cociné con lo que encontré. Y sin querer ser pretencioso, me salió de rechupete.

Pasamos el resto del día juntos, tranquilamente preparándonos para saber qué preguntas exactas hacerle a Andrew. Esa noche, Elysa durmió en mi casa, y que yo supiese, el perro en su dormitorio. El mío lo cerré con llave, no quería averiguar si el bicho sabía abrir puertas, o si tenía pulgas. 


Al día siguiente nos encaminamos a la casa de Andrew. Mientras Elysa había sido pequeña, esa había sido su casa. En cuanto sus padres encontraron un trabajo estable, se mudaron a un piso propio. No hacía mucho que conocía a Elysa cuando eso pasó, y tuvieron suerte, porque sus padres le pidieron a los míos si no les importaba cuidar de ella mientras durase el traslado. Elysa y yo ya éramos grandes amigos por aquel entonces, la amistad se forjó muy rápidamente, y en cuanto mis hermanas vieron a la nueva, fue una locura.

Antes de explicar el porqué, tengo que presentar a mi familia. Mi abuela materna tuvo cuatro hijos. Mi tío Malcolm, el que me dejó la casa, era el mayor. La gente dice que nos parecemos mucho, pero eso es normal en una familia y a mi no me lo parece tanto, pero bueno. Después de él vino mi padre y después dos niñas más. Tengo una relación normal con mis tías, pero sin llegar a la proximidad que tenía con mi tío Malcolm. En lo que se refiere a mis padres, tienen cinco hijos. Mis tres hermanas mayores, Insoportable, Caprichosa, y Creída... ejem, Clara, Laura, y Teresa, así como una hermana pequeña, mi adorada Ariadna. Elysa suele decir que tengo complejo de hermano mayor. ¡Pues claro que lo tengo! No voy a dejar que cualquiera se acerque a mi hermanita. Aunque el idiota con el que sale ahora, bien lo tiraríamos de lo alto del Empire State Bulding toda la familia, incluyendo mi abuela y Elysa. Pero tiene veinticinco años, no podemos decirle nada sobre con quien sale, aunque tengo la esperanza que un día abrirá los ojos y verá que está con un imbécil. 

Bueno, a lo que iba, cuando vieron a la amiga que traía, fue una adopción inmediata. Mi madre creo que sigue esperando que acabemos juntos. Pobre mujer, de esperanza también se vive, ¿no? Nos conocemos desde hace viente años, y si nada ha pasado entretanto, nunca va a pasar. Mis hermanas mayores la adoraron hasta que les soltó alguna fresca de las suyas. Luego la cosa fue a peor, la tiene idealizada, es la quinta hermana que querían tener. Ariadna se lleva muy bien con ella, son próximas en edad y siempre que le ha pasado algo ha preferido hablarlo con ella que no con Teresa, aunque tampoco me extraña. Sigo esperando que Elysa le suelte lo que todos pensamos sobre su novio. Yo no me atrevo demasiado, ya le he aguado suficientes parejas, pero la frialdad con lo que lo trato debería darle pistas. Los pocos días que estuvo con nosotros se adaptó enseguida y parecía como si siempre hubiese vivido allí. Cuando se tuvo que ir, la casa estuvo un poco demasiado silenciosa a nuestro gusto.

La casa del abuelo de Elysa no era muy grande. Tenía un piso bajo en el que estaba una cocina sencillita y un salón-comedor. En cuanto se entraba en él se podía sentir que allí habían vivido niños. Había una especie de aura que mostraba que unos niños habían jugado incansablemente en ese salón. Subiendo unas escaleras de madera se llegaba al piso superior. En él habían tres habitaciones, el cuarto de baño y la escalera que llevaba al ático. De pequeños, a mi amiga y a mi nos daba mucho miedo subir la ático, Andrew nos había asustado diciendo que allí vivían fantasmas. Conforme crecimos le fuimos perdiendo miedo a ese sitio, pero después de lo ocurrido en el Centro de Departamentos, empezaba de nuevo a pensar que allí habitaban fantasmas de verdad.

El abuelo de Elysa nos acogió en su casa. Parecía muy cansado. Nos dijo que la intrusión del loco de las dagas, Arthur, así como la nuestra había provocado un papeleo de impresión. Después de unas palabras de cortesía, mi amiga fue al grano explicando la razón de nuestra venida a su casa.

- Abuelo, tu también lo viste, ¿verdad? Hades puede sacar una espada de su mano. ¿Crees… crees que es peligroso para él eso?

-  En cuanto os fuisteis a dormir la primera noche, fui a hablar con mi jefe, el señor Ysoer. Él ya sabía que John tiene una espada que le sale de la mano, no sé como se ha enterado de eso, supongo que alguna cámara de seguridad se lo ha mostrado. Ese hombre es mucho más inteligente de lo que os podéis imaginar. Le hice exactamente la misma pregunta que vosotros a mi. Sabe irse por las ramas y desvíar el tema. Aunque insistí, no quiso responder nada concreto. Lo único que conseguí arrancarle fue que por culpa de esa espada, tu vida no correrá peligro John. Simplemente vas a tener que aprender a manejarla.

Hades y yo nos miramos. Con un acuerda tácito, decidimos que no le diríamos nada a Andrew sobre el hecho de que sabía perfectamente manejarla. Parecía que algo le irritaba de esa visita y se lo pregunté.

- No es nada grave, simplemente que hablar con ese hombre es enigma tras enigma. Nunca puedes sacar nada en claro. Siempre te sonrie como si supiese algo que tú no sabes y le hiciese gracia eso. John, no sé porque tienes esa espada, ni cómo la has conseguido, pero seguro que alguien en el Centro de Departamentos te lo podría decir... o lo podrías descubrir por tí mismo investigando - una sonrisa se dibujó en su cara como si esa idea le gustase.

- ¿Qué quieres decir, abuelo? - la pregunta era redundante, porque ambos sabíamos a lo que se refería.

- Muy sencillo. John, te quejas continuamente de que tu trabajo te aburre soberanamente. Ayer y anteayer demostraste que sabías guardar la entereza en momentos de estres. He visto gente entrenada que se enfrenta a un combate cómo el que tuviste tu, y acabar agachada muerta de miedo porque no quería morir. Ya sé que me vas a decir que también te obligué a empuñar un arma y que en ambas ocasiones la vida de mi pequeña estaba en peligro - la "pequeña" soltó un bufido al oír eso, no le gusta que le traten como a una muñeca de porcelana - pero creo que podrías considerar el hecho de que ese sitio podría ser el que de verdad fuese el bueno para ti. Mírate, hace sólo dos años que trabajas en dónde estás y ya eres jefe de un departamento. Piensa en lo que podrías hacer allí

- Enfrentándome a locos maniáticos como el del otro día, ¿no? - sabía que tocaba un tema sensible, y lo hice a propósito.

- Ese es un caso a parte. Tan a parte que no hay nadie más peligroso que yo haya encontrado. Es un caso raro al que no te tendrías que volver a enfrentar - su mirada era hielo puro, pero no por eso me amilané.

- No "tendría", eso emite la posibilidad de que si que lo haga.

- ¡Da igual que quieras o no, John! Arthur te ha puesto una marca en la espalda. Eso significa que va a ir a por ti, y pasas la mayoría del tiempo con mi única nieta. No pienso permitir que ni a ti ni a ella os pase nada. Tienes que aprender a defenderte contra todo tipo de peligros, y lo mismo va por ti - se giró hacía Elysa.

- ¿Qué? Yo no pienso cambiar de trabajo porque un loco se le haya metido entre ceja y ceja que Hades tiene que morir.

- Te calificó de "interesante". La última persona a la que le dijo eso, murió entre atroces sufrimientos. Si no vas a cambiar de trabajo, haz al menos el favor de entrenarte. Lo único que sabes hacer es disparar con una pistola y eso no sirve de nada contra él. Estoy siendo rudo, si, pero prefiero que vivaís teniendo una mala opinión de mí que no habiendo de asistir a dos funerales. 

Miré a Elysa. Me había dicho que estaría conmigo en esto, pero no podía pedirle algo así. Desde muy pequeña había querido ser bibliotecaría. Le encantaban las bibliotecas y sitios de lectura. Había estudiado biblioteconomía para poder encontrar trabajo en ese campo solamente. Hace cosa de tres años, consiguió lo que deseaba. Era un sitio pequeño, pero se la veía tan feliz allí, que simplemente de pensar que ya no se sintiese tan bien por mi culpa me atravesaba el corazón con una daga de hielo. Iba a decir algo cuando ella habló.

- No tendrás que asistir a ningún funeral porque no voy a dejar que un loco me dicte mis conductas porque le tenemos miedo - si lo pensaba un poco, era justamente lo que hacíamos, pero decirlo habría sido inútil - He visto una preciosa biblioteca, si consigo trabajar allí, casi sería como tener un aumento.

Una sonrisa de lobo viejo se dibujó en la cara de Andrew. Como odiaba que hiciese eso. Allí era exactamente dónde nos quería llevar. Sabía perfectamente que no necesitaba mi confirmación verbal para saber que yo iba a ir detrás de Elysa. No la iba a dejar sola cuando se había metido en eso por mi culpa.

- Os tengo que avisar de una cosa, hay posibilidades que no llegues al Departamento  de la Vida. Los puestos se asignan después de un periodo de entreno y la superación de varias... "pruebas". Aunque aún no he escuchado a nadie que haya pedido un traslado. No sé como, pero saben exactamente qué Departamento es el correcto para cada persona.

- ¿Qué tipo de pruebas son esas? - pregunté.

Andrew me volvió a sonreír con esa sonrisa de lobo viejo. No auguraba nada, pero que nada bueno.