Entré detrás de Hades con un
perro que parecía impaciente por volver a ese despacho lleno de libros. Sin
decir nada, Cerbero se estiró delante del fuego y se puso a mordisquear
alegremente su juguete verde. Delante del escritorio habían ahora dos sillas de
mesa invitándonos a sentarnos en ellas. El hombre mayor estaba tranquilamente
sentado al otro lado, con su sonrisa indolente. No lo conocía bien, pero estaba
segura que de joven había sido extremadamente peligroso, mucho más que los
hombres de negro que nos habían disparado el día anterior. De alguna forma aún
se podía intuir la fuerza que había tenido en los brazos. Pero se veía también
que no había tenido una vida fácil. Sus ojos parecían mirarnos con melancolía,
como si le recodasen hechos acaecidos mucho tiempo atrás, que sólo ellos podían
rememorar ya. Nos invitó a sentarnos delante y nos ofreció algo de beber. Se
podía tener más de cien años, pero las buenas maneras se quedaban en uno para
siempre. Lo rechazamos con educación pues estábamos llenos después del
desayuno. Las formalidades sobre la salud concluidas, nuestro interlocutor
entró en el meollo del asunto.
- Bueno, ¿habéis pensado en lo
que os propuse ayer?
Miré a Hades y le dije
tácitamente que era él el que nos representaba y que podía hacer las preguntas.
En este caso parecía que si uno tenía una duda, el otro la compartía, por lo
que preferí que su tranquilidad a la hora de las grandes reuniones nos ayudase
para poder entender lo que se nos venía encima. Cuando miraba a la persona que
teníamos delante, parecía que estuviésemos ante un jurado de examen y eso
siempre me ponía nerviosa. Durante la universidad lo pasé francamente mal. Me
solía poner en blanco, aunque me supiese las respuestas, pero al ver la cara
del profesor cuando respondía algo mal, mi cerebro se cerraba en banda y no
quería dar las respuestas que me habrían ayudado a sacar el examen con
matrícula. Ahora prefería que mi amigo hiciese todas las preguntas adecuadas,
pues él se lo pensaba más y no tenía problemas visibles de nervios.
- Hemos discutido hasta muy tarde
esta noche y hemos llegado a la conclusión de que efectivamente, ambos queremos
saber qué es lo que pasa aquí. Los dos hemos sido atacados por unos hombres
bastante diestros con las armas y un loco con unas dagas ha amenazado con
matarme. Preferimos saber que está pasando aquí. Pero antes de nada, si me lo
permite, me gustaría conocer el nombre de mi interlocutor.
Todo esto lo había dicho con una
seriedad más propia de un discurso que no de una entrevista con un hombre
mayor. Intuía que él también sentía lo peligroso que era ese hombre. Mi abuelo
nos lo había descrito como el jefe de todo este tinglado. Uno no continuaba a
las riendas de algo tan grande como esto a su edad sin ser extremadamente listo
y hábil. Había que ir con pies de plomo y parecía que se estuviese
desarrollando una partida de ajedrez entre ambos, siendo yo, solamente, una
mera espectadora.
- Que maleducado que he sido. Es
cierto no me he presentado. Mi nombre es Andromachos Ysoer.
- Muy bien, señor Ysoer. Nos
gustaría saber, ¿qué implica el saber lo que es el "Centro de Departamentos"?
- En teoría, implica
principalmente dos cosas. Una, y creo que será la que escojáis, continuareis
con vuestra vida como hasta ahora pero al saber de qué va todo, en cuanto veáis
algo relacionado con el Centro entrareis en contacto con alguien para informar
de lo que ocurre. Les llamamos simplemente "agentes de campo". A
partir de ahora veréis muchas más cosas en las que antes no os fijabais.
Siempre pasa eso. La segunda implica mucho más. Se trata de trabajar con
nosotros. Dudo que aceptéis, pero seriáis un gran aporte visto cómo os habéis
defendido durante el ataque de hoy en la madrugada. ¿Esto responde a lo que
queréis saber?
Hades se quedó mirando fijamente al
señor Ysoer pensando en todo lo que había dicho. Durante ese rato, Cerbero se
levantó y se fue hasta donde estaba mi amigo y le puso la cabeza sobre las
piernas mirándole. Al ver que este no entendía la indirecta, cogió el muñeco
verde y se lo puso en las rodillas. Como tampoco obtuvo los resultados
esperados le ladró. Hades lo miró extrañado y le riñó por eso, pero le lanzó el
juguete hacia atrás. Cuando lo trajo de vuelta lo pillé yo para que dejase de
molestarlo y el pequeño pudiese jugar. Estuvimos un rato jugando mientras Hades
analizaba lo dicho. A mí, la verdad es que trabajar en este sitio era lo último
que me apetecía. Después de un rato largo Hades le dijo que aceptábamos saber
lo que era el Centro de Departamentos. Una sonrisa enorme se expandió por la
cara del señor Isoeyr.
- Bueno. Esto que os voy a contar
podría parecer loco para cualquier persona.
Necesito que seáis de mente muy abierta. Esta institución se ocupa de
todo fenómeno, que se podría caracterizar de fantástico, de los que podría
dañar a las humanos no entrenados para afrontar este tipo de situaciones. Para
poner un ejemplo, nos ocupamos de los perros de tres cabezas, para que no le
hagan daño a nadie. Para una eficacia mucho más grande, nos hemos dividido en
diferentes departamentos, según lo que se tenga que combatir. Por ejemplo,
Tristan Hamilton, el hombre que os ha traído a este lugar, es del Departamento
de la Mitología. Este departamento se ocupa de todos los monstruos mitológicos
que se os puedan ocurrir. Otro ejemplo, sería el Departamento del Aire, en el
que nos centramos en los monstruos que actúan en el aire. Antes de que me lo
preguntéis responderé a la pregunta que seguro que se os ha ocurrido: ¿qué
ocurre cuando aparece un grifo, por ejemplo? Pues es en este caso en el que los
agentes de campo intervienen. Es el agente de campo es el que avisa a un
departamento de que un grifo ha sido avistado. El departamento avisado es el
que se ocupará del caso. La colaboración entre los departamentos está por
supuesta. ¿Alguna pregunta?
Miré a Hades. Su expresión era
seria. Tanto él como yo intentábamos asimilar lo que nos acababan de explicar.
Si hace una semana me hubiesen dicho lo que este hombre me acababa de explicar,
no les hubiese creído ni por asomo. ¿Cómo podía ser posible que monstruos
salidos de los cuentos de hadas pudiesen ser reales? El caso es que nos
habíamos topado cara a cara con un perro de tres cabezas y un loco que hacía
volar las dagas.
Ese energúmeno en particular,
Arthur, me tenía muy intrigada. No se lo había comentado a Hades porque él no
conocía a otra persona que TENÍA que estar implicada en todo esto. Cuando lo
volviese a ver en Navidad, tendría que ver a ver si él me podía dar alguna pista
sobre quién era ese loco y si tenía algo que ver con nuestra familia. La
negativa de mi abuelo de responder nada me había dejado bastante traspuesta.
Siempre estaba dispuesto a explicarme todo lo que yo le pidiese. Esta vez era
distinto. Algo muy gordo tenía que haber hecho ese tipo para que mi abuelo
quisiese matarlo y además se negase a decirme nada sobre él. También se me pasó
por la cabeza que él trabajaba en este sitio desde hacía mucho tiempo, si no me
había dicho nada antes de aquí, ¿por qué me iba a contar lo que fuese de ese
hombre? Mis pensamientos fueron interrumpidos por Hades.
- ¿Cree usted que sería posible
ir a ver en persona cómo son los departamentos?
- ¿Un tour turístico del
edificio? - mi amigo movió afirmativamente la cabeza - no es muy reglamentario,
pero algo me dice que cualquier cosa que tengáis que ver con este sitio no será
nunca ni reglamentario, ni normal - se levantó usando un bastón. Me imaginé que
de ese apoyo podría haber salido una espada perfectamente. Pero eran
imaginaciones mías. Aunque viendo el sitio, todo era posible - seguidme. ¿Os
importa que sólo os muestre unos cuantos departamentos? Ya no soy joven y
preferiría que los visitaseis conmigo para no tener problemas
- ¿Qué departamentos propone? -
le pregunté toda ilusionada
- Bueno... ¿Qué os parecería el
Departamento de la Mitología, el del Aire y la Biblioteca Central?
- ¿Tenéis Biblioteca Central?
¿Aquí?
El señor Ysoer me miró con una enorme sonrisa.
- Pues claro. Se extiende por
tres pisos. No es mucho pero estamos luchando para conseguir un sitio en el que
se pueda reunir toda la información que tienen diseminados los Departamentos.
Hacer como un back-up central de todo el saber en un mismo sitio, pero también pasarlo
a internet para que no se pierda la información si algo le ocurriese a la
futura biblioteca y para que los propios departamentos tengan acceso a lo que
necesiten sin tener que desplazarse. Pero eso aún está en fase de proyecto y de
negociaciones con diferentes sitios a ver cuál nos ofrece más espacio. Bueno,
¿empezamos con el departamento que os trajo aquí?
El señor Ysoer nos llevó hasta el
piso 25. A primera vista el sitio era una oficina como en la que trabajaba
Hades, como cualquier otra, con medios muros que separaban los despachos,
paredes blancas y gente trajeada. Mi amigo era el encargado de la sección de
transportes de una gran empresa internacional, pero se aburría mucho allí.
Cuando me fijé más de cerca en el sitio en el que estábamos vi pósters de la
escena del peso del corazón de la mitología egipcia, runas vikingas, estelas
mayas, abanicos japoneses, o tótems de no sabía ya qué región. Pero lo que más
me dejó de piedra fue que me pasó volando un pájaro rojo que desprendía calor,
perseguido por el hombre que nos había traído a este lugar, Tristán. El pobre
apenas tuvo tiempo de saludarnos rápidamente antes de seguir persiguiendo al
ave. El único comentario del señor Ysoer fue que, este año, las crías de Fénix
estaban alborotaditas, y siguió hacía el despacho del jefe. Miré a Hades
sorprendida y él encogió los hombros. Parecía que había aceptado que lo que
vería aquí iba a ser totalmente fuera de lo normal. Eso era bueno, porque
significaba que toda esta locura había encajado de alguna manera para él, por
lo que la aceptaba. Por mi parte había decidido que iba a dejar de lado la
lógica. Que pasa un Fénix volando perseguido por un hombre, vale. Que el
cachorrillo de perro que me seguía dócilmente, moviendo la cola, por todas
partes, era en realidad un monstruo de siete metros de alto con tres cabezas,
genial.
Llegamos al despacho del jefe y
confirmamos que era el padre de la niña de pelo negro que le había saltado
encima a Tristan. El señor Ysoer nos lo presentó como Ezequiel Taylor e
intercambiaron algunos comentarios que no terminé de entender. Nos despedimos
con una sonrisa y recuerdos a la niña y a mi abuelo. Siendo el departamento de
la Mitología me esperaba algo mucho más excéntrico y se lo comenté a nuestro
guía.
- Vas a tener esa sensación
bastante a menudo aquí - me dijo sonriendo -
Al final somos un poco como una comisaría de policía, pero
especializados en bichos raros. Necesitamos un despacho para tener el ordenador
para hacer los informes y salas para las reuniones por ataques sospechosos. La
biblioteca central nos da una base para buscar patrones, aunque la
informatización está empezando a ser urgente. Se lo comentaré al jefe del
departamento cuando vayamos ahora. Pero primero, el departamento del Aire.
Volvimos a los ascensores y
fuimos directos al último piso. El hombre que nos conducía parecía estar cada
vez más emocionado conforme subíamos.
- Si queréis sitios extravagantes
aquí, tenéis que ir a cuatro departamentos. El del agua, lleno de peces; el
Verde, lleno de plantas; el de la Noche, poblado por las criaturas más oscuras,
tenebrosas y peligrosas a las que nos enfrentamos; y por último, a este. El
Departamento del Aire - y las puertas se abrieron. Le quedó que ni ensayado.
Tuve la impresión de empequeñecer
de repente. Nos encontrábamos en lo que supuse que era el tejado. Corría
muchísimo viento. El sitio estaba lleno de árboles y percheros para pájaros,
así como animales que volaban a centenares. Pero no era un sólo ambiente para
todos ellos, vi palmeras, bananos, castaños, abetos, higueras, plantas
tropicales. Un conjunto increíblemente heterogéneo que era imposible que
pudiese estar todo junto en un mismo sitio. Ni en los invernaderos podían hacer
que estas plantas estuviesen unas junto a las otras y sobreviviesen. Sus
necesidades básicas eran tan distintas que a menos de estar separadas por
hábitats era imposible que cohabitasen. Pero eso no era lo más increíble. Lo
que nos había dejado de piedra era la cantidad de animales voladores que había
allí. Desde las abundantes palomas de las ciudades, a cóndores de los Andes,
pasando por los animales alados más improbables que se puedan imaginar.
Estábamos tan absortos por el
espectáculo que no vimos que se nos acercaba un animal que podía ser
extremadamente peligroso. Me di cuenta cuando Hades y Cerbero se pusieron
tensos a la vez. Me giré y me quedé helada. Se acercaba a mí, paso a paso,
midiendo cada uno de ellos con precaución, un animal extrañísimo, pero que
reconocí a mi pesar. Era un ser de cuerpo de león, alas de águila y cabeza
humana. La cara iba variando según en quien se fijase. Cuando giró la cara
hacía nuestro guía vi a una mujer madura que, por alguna razón, me era
conocida. Cuando giró hacía Hades pude ver a su tío Malcolm, muerto hacía seis
años y a quien él respetaba mucho, y cuando se giró hacia mí, vi a alguien a
quien puedo ver poco pero que me es muy querido.
- ¿Es lo que yo creo que es? -
preguntó Hades.
- Una esfinge - comentó el señor
Ysoer sonriendo - Este tipo en particular, tiene el don de cambiar su cara con
la de alguien a quien le tenemos confianza ciega, por lo que nos
desconcentramos y nos puede atacar. Pero esta pequeñita es inofensiva... si se
le da de comer, claro. Dime Yocasta, ¿tienes algún mensaje de tu amo?
No sabía qué me había dejado más
anonadada, si el mal gusto por el nombre o por la posibilidad de que pudiese
hablar. De todos es conocida la leyenda de Edipo que se enfrentó a la Esfinge
resolviendo el famoso acertijo. Pues la madre de Edipo se llamaba Yocasta.
Sabiendo la tragedia que iba ligada al mito, no habría sido ese el nombre que
yo le hubiese puesto a una esfinge.
- Mi amo le dice que no puede
atenderle actualmente. Se nos han escapado unas crías de Fénix y el Departamento
las está persiguiendo para que no armen demasiado alboroto. Pide que si no le
importa volver más tarde.
Hades me cogió la mano
fuertemente, tanto que seguro que me iba a dejar un morado. Pero es que era
normal. La esfinge había hablado con mi voz. Una versión un poco más grave,
pero era mi voz.
- Si, ya lo había visto, hay uno
jugando en el departamento de Mitología. Avisa a tu amo sobre eso por si puede
mandar ayuda, que el pobre Tristán está desesperado persiguiendo al juguetón
ese - la esfinge hizo una reverencia y se fue. El señor Ysoer nos miró y
entonces se dio cuenta de la cara de estupor que teníamos - habla con la voz de
la persona de la que usa la cara. En este caso era mi madre. Últimamente la
echo de menos - se dirigió a mí - tu voz se parece mucho a la suya. La primera
vez me sorprendió a mí también - rió - aunque en mi caso la primera vez fue en
un vídeo navideño y no a través de una esfinge aterradora - rió una buena
carcajada - Bueno, vamos al Departamento de la Vida, la biblioteca central. Es
una pena que no hayáis podido conocer al encargado de este. Es un viejecito
agradable, un poco loco, pero un gran amante de los pájaros.
Nos volvimos a meter en el
ascensor y perdimos de vista ese paraíso natural. Tardé un poco en perder el
estupor que sentía por haber oído mi voz a través de un animal mitológico
aterrador. Pero no pude evitar preguntar cómo era posible que una tan gran
variedad de plantas que cohabitaran juntas de esa forma. El señor Ysoer no me
pudo dar una respuesta y dijo que ese era un secreto que guardaban celosamente
los encargados del departamento Verde, el de las plantas. Pero que él no se iba
a quejar, que los animalitos vivían allí tranquilamente, y los locos que estaban
en ese departamento también se lo pasaban bien saltando de liana en liana.
Esperé que fuese una forma de hablar suya, aunque ni yo misma estaba del todo
convencida.
Bajamos al cuarto piso y entramos
en lo que a mí me pareció el paraíso terrenal. Habían cogido el diseño de una
biblioteca del siglo XVIII y lo habían trasladado a un soso edificio de oficinas. Todo
estaba lleno de estanterías de madera pulida, filas y filas de ellas llenas de
libros de todo tipo y tamaños. Una luz tenue venía de las ventanas que se
encontraban a una cierta altura, ideal para hacer pasar la luz y el sol, pero
no para dañar a los libros por la exposición directa, pues el sol daba a las
mesas y no a los libros. Me podía quedar en ese sitio para siempre.
- No vamos a poder sacarla de
aquí - oí murmurar a Hades.
Le di un golpe en el brazo y le
solté un "no te vas a librar de mi tan fácilmente" con una media
sonrisa que le hizo sonreír a él también. El señor Ysoer nos hizo pasar por las
estanterías hacia una escalera de caracol que llevaba a un despacho con un
hombre concentrado trabajando. Nos pidió que esperásemos allí y que no nos
fuésemos demasiado lejos porque tenía que comentarle algunas cosas al jefe del
Departamento y que prefería hacerlo a solas. Lo comprendimos y subió. En cuanto
pasó la puerta me fui directamente a la primera estantería que vi a ver qué
libros había. Sentí a mi amigo justo detrás de mí. Allí estaba la literatura
inglesa del s.XIX. Me paseé a lo largo recordando los momentos leyendo los
libros cuyos títulos parecían brillar. Sonreí al ver cinco ediciones distintas,
con cada una varios ejemplares, del "Frankenstein" de Mary Shelley.
Fue entonces cuando oí a dos
personas discutiendo en voz baja, mi curiosidad pudo conmigo y seguí las voces
discretamente. Oí a mi amigo protestar, aunque sabía que no le iba a hacer ni
puñetero caso. Llegué a una pequeña sala, cuya forma redondeada daban las
estanterías, que quedaba algo apartaba. Allí había dos hombres. Uno más alto
que otro. Este primero tenía el pelo castaño y era corto, sus ojos grises chispeaban
de enfado y una cicatriz cortaba su mejilla izquierda. Vestía una sudadera roja
y unos tejanos. Contrastaba mucho con su interlocutor, cuyos ojos marrones,
enmarcados por unas gafas de espesas monturas negras, también se veían
enfadados. Se le notaba el origen árabe, piel morena y pelo negro, con una pequeña
barba adornando su mentón. Vestía un jersey de punto negro encima de una camisa
granate oscura, cuyas mangas estaban levantadas.
- ¿Quieres parar de rehuirme de
una vez? - decía el hombre de la sudadera.
- No tengo nada que decirte - le
replicó este.
- ¡Llevas así desde Carnaval, me
tienes bastante harto!
Detrás de mí sentí una presencia
y tuve un escalofrío que se apaciguó cuando oí:
- ¿No he llegado tarde? Llevan en
tensión desde la fiesta de Carnaval - me giré y vi a Marie - No sé exactamente
qué pasó, pero no han parado de pelearse desde entonces. Eran los mejores
amigos del mundo, pero algo se torció entonces y no sé que es.
Se veía que eso le daba mucha
rabia. Antes de que pudiese decir nada más se oyó al árabe hablar más fuerte,
lo que atrajo nuestra atención.
- ¡Que me dejes en paz Alatir! No
pienso contestar ninguna de tus estúpidas preguntas, ni te voy a dar
explicaciones de lo que hago o dejo de hacer.
- Pues vas a tener que hacerlo
Selim, porque no te voy a dejar en paz. Ya se ha acabado el darte espacio.
Estoy hasta las narices que me evites y me grites cada vez que quiero hablar
contigo.
- ¿Será porque no quiero tener
ningún contacto más del estricto necesario?
- Pero, ¿por qué? ¿Qué he hecho
para que me trates así?
- ¡A mí eso me da igual!
La voz que dijo eso último venía
de un pasillo paralelo al nuestro. Era una voz fuerte y grave. Le siguió un
hombre negro, de cerca de dos metros de altura, lleno de músculos vestido con una
camisa blanca y unos pantalones de traje. Marie nos informó, cuchicheando, que
era el jefe del Departamento de la Vida. Eso me dejó a cuadros, no es el
aspecto que le habría dado a un jefe bibliotecario. Antes de poder añadir nada
más este volvió a hablar:
- Vais a salir de mi biblioteca
ahora mismos, ¡los dos! - enfatizó - y vais a resolver el puñetero problema que
lleváis arrastrando desde Febrero. ¡No quiero protestas Selim! Tu rendimiento
ha bajado mucho y se debe a esta disputa. Me da igual como, pero vais a
discutirlo todo. No quiero saber si no os volvéis a hablar en la vida o si por
fin se arregla lo que haya pasado que haya producido esta situación. Pero esto
no puede y no va a seguir así. Salid de este sitio ahora mismo, ¡es una orden!
Ambos salieron arrastrando los
pies. Alatir parecía contento. No se podía decir lo mismo de Marie y Selim. El
señor Ysoer por fin nos presentó al jefe del departamento. Se llamaba Kailo
Heffernam, tenía cincuenta años y llevaba veinticinco en esta institución.
También nos pudimos presentar formalmente a Marie, se quedó bastante
sorprendida cuando supo que John era el nombre por el cual todo el mundo
conocía a mi amigo. Le tuve que explicar que lo de Hades era una particularidad
mía. Quiso llamarlo así también, ninguno de los dos le dejamos. Él alegó que ya
era bastante difícil el ser alto, moreno y pálido, con el nombre del dios
griego del Inframundo, como para que todo el que le conociese le empezase a
llamar así. En mi caso era que no iba a dejar que nadie más que yo lo hiciese.
El jefe Heffernam estuvo de
acuerdo en mostrarnos la biblioteca. Nos paseó por los diferentes estantes. Nos
enseñó la parte de mitología, la de literatura clásica, los manuscritos
antiguos podidos recuperar en el mercado negro. Nos recorrimos gran parte de la
Biblioteca. Marie nos acompañó en todo momento porque dijo querer pasar un rato
con nosotros. Una alarma interna se me activó. Pero eso me pasaba cada vez que
una chica miraba a mi amigo con ojitos de corderillo, aunque la recepcionista
parecía estar más interesada en quién era él, y eso me gustaba mucho menos.
Paseando por la biblioteca tuve tiempo de ver una escena que me divirtió mucho. Al lado de uno de los grandes ventanales que iluminaban la biblioteca había una joven de pelo castaño claro corto. Iba de camisa y falda larga. Estaba leyendo un libro y al mismo tiempo conversando en voz baja con un joven de pelo negro, a quien los reflejos del sol parecían que le confiriesen un color grisáceo. Sus ojos eran azul matizado y sonreía amablemente a la joven. Tenía la particularidad de que iba vestido con armadura como sacada directamente de un videojuego. A estas alturas ya ni me sorprendía. Estaba sentado en los ventanales, mirando hacía afuera, como si se languideciese del exterior. Entonces, vi que un hombre se acercaba a ellos. Vestía de la manera más elegante que jamás había visto. Pantalones de traje, tirantes, camisa blanca y chaleco. Estaba vestido como si saliese de los años treinta, pero le quedaba perfecto. Tenía el pelo negro y una mirada traviesa atravesaba sus ojos dorados. Juro que ese hombre tenía los ojos dorados. Quería hacerles una broma a la pareja pero fue interrumpido. Detrás de él vino una mujer de preciosa cabellera negra, recogida en un exquisito peinado. Vestía con pantalones y camisa negra y a su cinto llevaba una colección de dagas que habría hecho la envidia del loco de ayer. Sus ojos, de un azul indescriptiblemente hermoso, centelleaban. Cogió al hombre de ojos dorados por los tirantes y se lo llevó antes de que este pudiese hacer nada. El hombre mostraba una cara como queriendo decir: "Le quitas toda la gracia al asunto". La pareja de los ventanales parecía no haberlo visto. Aunque una sonrisa más grande en la cara del joven de la armadura me dejó con la duda.
Continuamos con nuestra visita, pero de repente me fijé en una puerta con reja, que había visto entre dos estantes. Había algo raro en ella. No era le primera que había visto, pero tenía la sensación de que esta era diferente. Me paré y me dirigí hacía ella. Quería saber que había allí dentro. Súbitamente alguien me cogió del brazo y me paró. Me giré extrañada y vi al jefe Heffernam con cara seria. Le pregunté qué había detrás de esa puerta.
Paseando por la biblioteca tuve tiempo de ver una escena que me divirtió mucho. Al lado de uno de los grandes ventanales que iluminaban la biblioteca había una joven de pelo castaño claro corto. Iba de camisa y falda larga. Estaba leyendo un libro y al mismo tiempo conversando en voz baja con un joven de pelo negro, a quien los reflejos del sol parecían que le confiriesen un color grisáceo. Sus ojos eran azul matizado y sonreía amablemente a la joven. Tenía la particularidad de que iba vestido con armadura como sacada directamente de un videojuego. A estas alturas ya ni me sorprendía. Estaba sentado en los ventanales, mirando hacía afuera, como si se languideciese del exterior. Entonces, vi que un hombre se acercaba a ellos. Vestía de la manera más elegante que jamás había visto. Pantalones de traje, tirantes, camisa blanca y chaleco. Estaba vestido como si saliese de los años treinta, pero le quedaba perfecto. Tenía el pelo negro y una mirada traviesa atravesaba sus ojos dorados. Juro que ese hombre tenía los ojos dorados. Quería hacerles una broma a la pareja pero fue interrumpido. Detrás de él vino una mujer de preciosa cabellera negra, recogida en un exquisito peinado. Vestía con pantalones y camisa negra y a su cinto llevaba una colección de dagas que habría hecho la envidia del loco de ayer. Sus ojos, de un azul indescriptiblemente hermoso, centelleaban. Cogió al hombre de ojos dorados por los tirantes y se lo llevó antes de que este pudiese hacer nada. El hombre mostraba una cara como queriendo decir: "Le quitas toda la gracia al asunto". La pareja de los ventanales parecía no haberlo visto. Aunque una sonrisa más grande en la cara del joven de la armadura me dejó con la duda.
Continuamos con nuestra visita, pero de repente me fijé en una puerta con reja, que había visto entre dos estantes. Había algo raro en ella. No era le primera que había visto, pero tenía la sensación de que esta era diferente. Me paré y me dirigí hacía ella. Quería saber que había allí dentro. Súbitamente alguien me cogió del brazo y me paró. Me giré extrañada y vi al jefe Heffernam con cara seria. Le pregunté qué había detrás de esa puerta.
- Es la sala en la que guardamos
los documentos que no se pueden tener en las estanterías. Hay demasiados libros
y por eso se tienen que guardar en los almacenes. Esta es la puerta de entrada,
pero si no eres de este departamento, no estás autorizado a entrar.
Sabía que había algo más. No me
lo contaba todo. Tenía la sensación de que algo más peligroso se escondía en
ese sitio.
- Hay algo más allí, ¿verdad? No
nos lo dice porque no formamos parte de esta institución y es algo de alto
secreto.
El hombre miró al señor Ysoer con
cara de extrañado.
- Su padre es inspector de
homicidios, su madre juez y su abuelo es Andrew, la niña sabe detectar una
mentira a kilómetros - dijo este con una sonrisa - Se lo puedes decir, también
sabe guardar secretos, y el joven que la acompaña lo mismo. Además, algo me
dice que podrían tener la necesidad de saber que hay detrás de esa puerta.
Los ojos oscuros del jefe del
departamento nos escrutaron. Tuve la impresión que unos rayos X me
inspeccionaban de arriba a abajo. Ese hombre me gustaba, prefería guiarse por
lo que él deducía que no seguir ciegamente las órdenes de su jefe. Estando en
la posición en la que estaba, había tenido que ser más listo que los demás y
saber afrontar situaciones de crisis con paciencia. Sólo había conocido dos
jefes de departamentos, y todos me transmitieron la misma sensación de saber
qué estaban haciendo y de preocuparse por los que estaban bajo su mando. Al
final se relajó y nos lo explicó.
- Aquí está también el ala del
Departamento de la Noche. No son los libros que consultan sus miembros para un
caso, eso está en el piso de arriba. Aquí están los documentos que por ellos
solos representan un potencial peligro para la salud de quien se les acerque.
En teoría deberíamos ser nosotros quienes nos encargásemos de esos casos, pero
casi siempre aparecen en manos de algún miembro del Departamento de la Noche.
Como son documentos, acaban bajo nuestra custodia, pero son regularmente
vigilados por los otros por si algo o alguien decide que pueden ser de utilidad
para hacer daño. A veces, nosotros mismos los consultamos porque son fuentes de
información. Pero la mayoría de las veces prefieren engañarnos y no decirnos
nada útil, por lo que esa zona se ha convertido en prisión más que en ala de
una biblioteca.
Al oír aquello, una parte de mí
quedó tocada. Tenía la sensación de que tenía que hacer algo por esos libros.
La puerta parecía llevar a una zona tétrica, subterránea, poco aireada y con
mucha humedad. Todo lo que no tenían que sufrir unos libros. Me imaginé durante
un momento lo que sería estar en un sitio como aquel, y comprendí porque los
libros que residían en ese lugar no querían dar información alguna. Le pregunté
al jefe si podíamos ver ese sitio. Se negó rotundamente. Sólo un alto cargo de
su propio departamento o alguien autorizado del Departamento de la Noche podía
acceder a él. No quise presionarlo demasiado, pero entrar en ese sitio era una
cosa que quería hacer. Hades tuvo que intuir cuál era mi intención, porque me
miró como reprendiéndome. No era por lo de haber forzado al señor Heffernam a
decirnos que había allí, sino por lo que quería hacer. Ese hombre leía en mí
como en un libro abierto, no lo soportaba.
Al terminar la visita guiada, el
señor Ysoer nos acompañó al vestíbulo, donde Marie cogió su puesto como
recepcionista y nos dijo adiós. Nos estábamos dirigiendo a la salida cuando de
golpe oímos un ruido enorme que venía de la parte de atrás del edificio. El
señor Ysoer se dirigió hacía allí. Era más ágil de lo que se podía imaginar uno
al saber su edad. Nos instó a que nos fuéramos, que aquello era peligroso y que
contactarían con nosotros. Obviamente ninguno de los dos le hizo el menos caso.
Corrimos detrás a de él, a una
distancia prudencial para que no nos notase. Pasó por un pasillo al lado de los
ascensores y salimos a la parte de atrás. Lo que vimos allí nos dejó de piedra,
y eso que en las últimas 24 horas habíamos asimilado muchas cosas.
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