Llegamos al sitio mucho más rápido de lo que pensaba. Dejamos el coche
en un giro de la carretera y empezamos a subir por una colina. Estuvimos
ascendiendo cerca de veinte minutos y después andamos otros diez entre altos pinos.
De noche el bosque podría haber sido aterrador, pero estaba descubriendo que la oscuridad no me
asustaba. Era más bien todo lo
contrario, quería aprender de
ella. Durante las dos semanas que habían pasado desde el examen, había intentado volver a recrear la esfera
protectora que había conseguido en
ese momento, pero apenas podía mover un poco las sombras de mi casa. El hombre de blanco tenía razón, nos había enseñado como acceder a nuestros poderes, pero
era tarea nuestra el aprender a usarlos y controlarlos.
Mientras caminábamos miré hacia arriba un segundo. El espectáculo que vi me dejó sin habla. Las estrellas se veían con una intensidad que nunca había observado. Estando perdidos en pleno
bosque, de noche, muy lejos de la ciudad, había hecho aparecer una de las bellezas que
se escondían en la
oscuridad. Me paré un momento a
observarlas. De pequeño, mi tío Malcolm me hacía salir por la noche cuando estábamos en la casa de mi abuela para jugar
a ver si conseguía distinguir las
estrellas y constelaciones. En verano nos podíamos pasar horas así, hasta que nos llamaban de nuevo
adentro. Volvíamos helados y
con tortícolis, pero
felices. Sonreí ante aquel
recuerdo de mi tío y al ver que aún podía reconocer mucho del techo nocturno.
- Ya casi estamos - me dijo Livio - Sólo tenemos que andar unos metros más y llegaremos a donde nos han dado cita.
Ya verás el hombre
es.... particular. Pero creo que es el mejor para esto y ya has oído al jefe, opina lo mismo.
De camino al bosque, mi maestro había llamado al señor Lloyd para preguntarle su opinión. El vampiro con el que nos íbamos a encontrar se llamaba Wilhelm, sin
más datos. Suponía que habían muchas personas con ese nombre, pero
el jefe pareció entender de quién se trataba. Estuvo de acuerdo con el
plan que le proponíamos y sobre el primer
encuentro con ese hombre. Me pareció extraño que dejase algo tan importante como unas primeras negociaciones con
un posible jefe en manos de un agente y su aprendiz. O le tenía mucha confianza o no esperaba mucho de
lo que íbamos a hacer.
Conforme íbamos andando, me fijé que estábamos en una noche cerrada, casi sin
luna, y sin ningún tipo de ayuda
lumínica. Sin
embargo, ambos podíamos ver
perfectamente dónde íbamos. Ninguno llevaba una linterna o
algo para iluminar el camino. En mi caso, puede que fuese por ese don que parecía tener con las sombras. Desde que había descubierto mis poderes, me había dado cuenta que no me hacía tanta falta la luz para poder ver en la
oscuridad. Eso me iba a ahorrar mucho en electricidad ya que ahora trabajaba
para el turno de noche. Pero no había visto ni oído nada en referencia a mi maestro que me
indicase que tenía algún don para ver en la oscuridad. Intenté adelantarme un poco para verle la cara,
pero no tuve tiempo de mirar nada porque en ese momento llegamos al sitio
indicado.
Nos encontramos en la cima de una colina
desde la que se podía ver una mansión enorme envuelta en vallas. Parecía una de esas casas inglesas que habían en el campo: grande, excesivamente
decorada por lugares, y rodeada de jardines más deprimentes que alentadores para un
paseo tranquilo.
- Yo siempre la he encontrado excesiva,
en todo el esplendor de la palabra.
Me giré y me topé con un joven de lacio pelo negro. Un poco
más largo de lo que tendría que haber sido, le caía en ambos de la cara con más elegancia que para la mayoría de la gente. De hecho, el hombre
exudaba distinción por cada uno
de sus poros. Parecía de verdad que acabase de salir de una película de vampiros ambientada en época victoriana. Llevaba un abrigo largo
de botones plateados, un pañuelo atado con un nudo rodeaba su cuello, y llevaba guantes blancos. La
cara era un poco alargada y sus ojos, más negros que los míos, parecían haber atravesado eras. Tenía una mirada de superioridad, a juego con
una sonrisa de medio lado que parecía querer reírse de todo el mundo. Estaba apoyado en un árbol, con los brazos cruzados. Acabábamos de pasar justo por allí y no lo había visto. No creo que se lo admitiese
nunca, pero estaba bastante impresionado.
- Wilhelm - Livio le saludo con un golpe
de cabeza, a lo que ese hombre respondió de la misma manera - Permítame que te presente a...
- John Hades Hellson - le interrumpió el vampiro - Cuarto hijo de una familia
de clase media, único hombre. Su
padre es profesor de biomecánica en la universidad y su madre es chef en un gran restaurante. Hasta
hace dos meses trabajaba en una pequeña compañía sin importancia de importación-exportación hasta que fueron descubiertos, él y su amiga de la infancia Elysa Von
Helland, por Tristán Hamilton. Antecedentes
familiares de demonio de las sombras, eso le hace tener un pequeño poder sobre las mismas. Excelente
tirador, mejor espadachín. Tendrá un futuro más que brillante en el Centro de
Departamentos si consigue dominar la cólera que parece cegarle cuando le hacen
daño a la susodicha amiga.
Después de decir eso nos miró como pidiendo si le faltaba algún detalle más de importancia. Preferí callarme el hecho de que en cuanto
pudiese entrenar un poco más, tendría mucho poder
sobre las sombras. Ese hombre era increíble, me había investigado en vista de una posible
reunión.
- Tu siempre tan informado por lo que veo
- dijo Livio - pero te ha faltado decir que ha sido él el que ha propuesto la idea que venimos
a discutir - mi maestro tenía una sonrisa en la cara, así como una mirada jovial, pero algo me decía en mi fuero interno que estaba siendo
extremadamente serio - pero eso no es lo importante. En el Centro hemos estado
observando un aumento considerable de ataques a humanos, unido a una
desorganización gubernamental
de los residentes vampíricos de la zona. Esto podría desencadenar unos problemas que afectarían ambas partes. Por esa razón se ha propuesto la idea de tener,
digamos, un señor que no....
piense solamente en sus propios intereses.
Wilhelm, pareció pensar su respuesta un momento. Miró hacía la Casa Grande y un pequeño movimiento de cejas me hizo ver que
algo le había molestado. No
tendría nada que ver
con nosotros porque enseguida volvió a mirarnos a la cara con una sonrisa socarrona.
- Creo que tendríais primero que mejorar vuestra red de
información. Lamento
comunicaros que no somos causantes ni de la mitad de los ataques producidos en
la ciudad. Estamos demasiado desorganizados, efectivamente. Con las continuas
peleas por el poder no podemos hacer nada. Somos cada vez menos numerosos y más brutales. Como sabéis, cuanto más joven es el vampiro, más animal es. Recuperamos la cordura
conforme pasa el tiempo – me miró a mí específicamente en ese momento.
- Entonces, ¿quién crees que está matando a tantísima gente? – preguntó Livio desconcertado – dábamos por supuesto que eran vuestras
querellas las que producían esos problemas.
Wilhelm lo miró seriamente.
- Actúan como nosotros, pero son más brutales, una mirada suya os embruja y
deja sin sentido, sin cerebro si queréis incluso, os comen poco a poco, y no
dejan ni los huesos para que podías recogeros en el dolor. Al menos eso era antes. Su
reina está perdiendo
poder, ya no los domina. Puede ser por una falta de ganas o porque es tan
anciana que ya ni se preocupa de lo que hace su inmensa prole. Respóndeme, joven John, ¿quién está atacando en desmesura a los humanos para
satisfacer sus bajos instintos?
Una imagen apareció en mi mente. Una mujer de increíble belleza, cuerpo de infarto, ojos de
esmeralda, pelo de color del oro, pero con una mirada fiera, como si la hubiese
contradicho. De esa imagen salió la respuesta la pregunta del vampiro.
- Los Bar-Liliath – susurré, pero no me sonaba un nombre así, hasta que recordé que en una de las clases que habíamos tenido y que había captado mi atención, nos habían estado hablando de los demonios que la
cultura humana había sabido guardar
con todo lujo de detalles. En nuestro caso, se podía decir que los detalles de parecido eran
sobrecogedores – son los lilian,
en otras palabras, súcubos e íncubos
descendientes de Lilith... ¿De verdad quiere que me crea que Ella existe?
El vampiro me miró sorprendido durante una milésima de segundo y luego volvió a sonreír burlonamente.
- Pues claro que existe. Aunque algunos
dicen que ha muerto y que es una de sus hijas directas la que la ha sustituido.
Si ese es el caso, vamos mal…
- Pues si – le interrumpí – si vampiros y lilians están descontrolados y sin dirigente, podría ser una catástrofe. Nuestro Departamento tendría que manejarlos a él sólo, porque trabajáis principalmente de noche, aunque sea
por pura comodidad. Si no recuerdo mal, a ninguna de las dos especies le afecta
el sol, pero preferís la noche para que las sombras os cubran – por alguna razón, el que se usasen las sombras para algo
como cazar humanos para comérselos me ponía histérico y con ganas
de pegar a primer vampiro o lilian que se me pusiese por delante – Livio, tenemos que hacer algo y al menos
poner paz en la parte que parece tener menos problemas – me giré hacia Wilhelm – ¿Cree que podría hacer algo para subir al poder y luego
controlar a esos imbéciles para que dejen de matarse y moderarse en matar a humanos?
- Ya me gustaría – una sonrisa contrariada se dibujó en sus labios – puedo ser uno de los vampiros más antiguos de la zona – mi maestro me había dicho que era del siglo XVIII, lo que
dejaba la zona con un número muy pobre de arcanos suficientemente poderosos para hacerse
respetar e instaurar algo de orden – pero esos descerebrados no me escuchan. Hoy les he
desaconsejado hacer algo que podría conllevar la destrucción de la Casa Grande, pero no me han hecho
caso. Han preferido arriesgarlo todo y van a acabar destruidos. Al menos los
habitantes que hay esta noche allí.
No entendía cuál era el asunto, pero eso eran cosas
internas de los vampiros, no podíamos intervenir, por eso lo queríamos tener como aliado. Se me ocurrió una idea.
- Pues aproveche la oportunidad para
coger fuerza. Si ha avisado de que no era buena idea, no le han hecho caso, y
se ha visto que tenía razón, podría coger mucho más poder que combatiendo.
- ¿Por qué crees que he aceptado esta cita? – sus colmillos se hicieron ver y su mirada
se hizo mucho más peligrosa,
como si me quisiese comer. Me puse instintivamente en posición defensiva – guarda tus fuerzas, demonio – su voz se había vuelto gutural – las vas a necesitar porque me vas a ser más útil de lo que jamás habías pensado. Creías que me ibaís a utilizar, pero esos idiotas me han
dado una oportunidad de oro para utilizaros yo a vosotros – volvió luego a un tono normal – ahora la noche se acaba de hacer mucho más interesante.
No tuve tiempo de preguntar qué significaba todo aquello que oí un gemido viniendo de la espesura. Me giré y vi algo que me dejó sin aliento. Cerbero se dirigía hacia mí, renqueando, con una flecha clavada en
un costado. Si el pobre animal estaba así, significaba que algo había pasado. Fui corriendo hacía el, queriéndole ayudar, pero él se negó y pareció querer que le siguiésemos. Intenté que al menos me dejase quitarle la flecha
pero me gruñó. Si se ponía así es que mi amiga estaba en graves apuros.
Le seguí por el bosque
hasta llegar a un tronco de árbol caído. Ni rastro de
mi amiga, pero su maestra estaba allí, herida por todas partes, incluso pude ver algún mordisco. Eran rastros de vampiros. Las
habían atacado a las
dos, porque Cerbero no se separaba de su ama cuando yo no estaba cerca. Se me
incendió la sangre, pero
tenía que hacer algo
primero por la persona que tenía delante.
- Rose, soy John. No te preocupes, te vas
a poner bien. ¡¡Livio!! – le grité pero no hacía falta, estaba a mi lado – avisa al Departamento Médico para que venga en auxilio. Pero primero
mira a ver si puedes volver lo suficientemente rápido al coche para traer el botiquín de primeros auxilios. Yo intentaré parar las heridas y hemorragias más severas aquí – mi maestro asintió y se fue corriendo. No había ni rastro de Wilhelm, lo más probable es que nos hubiese dejado a
nuestra suerte. No me importó – Rose, ahora te voy a curar y ya hemos llamado a los médicos para que te vengan en ayuda. Explícame lo que ha pasado.
Mientras ella me contaba, con voz débil, yo me quité el abrigo y el jersey para coger la
camiseta de manga larga y hacer vendas improvisadas. Era de algodón y la había lavado el día anterior, la podría mantener en vida el tiempo suficiente
para que llegasen los refuerzos sin correr riesgos higiénicos. También le hacía explicar lo ocurrido para que no
perdiese la conciencia. Me dijo que ella y Elysa habían ido al bosque para mostrarle las
plantas que se activaban de noche y podían ser de ayuda en caso de herida.
Mientras estaban buscando una mandrágora, se habían visto rodeadas por incontables
vampiros. Las dos se habían defendido como habían podido, pero ellos habían sido más fuertes, más numerosos y más organizados. No habían podido hacer nada. A Rose la habían dejado porque Cerbero la protegía por orden de Elysa. Ella había sido llevada a la Casa Grande. La pobre
chica no sabía para qué. Estaba muy asustada y yo intentaba
tranquilizarla como podía. No paraba de pedirme perdón porque no había conseguido proteger la aprendiza que
tenía a su cuidado.
Tuve que ponerme serio y decirlo que ni mi amiga ni yo íbamos a culparla de nada. Me tenía que controlar porque una cólera fría se estaba apoderando de mí y eso se había visto, no era nada bueno. La prioridad
era curarla.
Le pedí permiso para poder abrirle el abrigo y
ver cuáles eran los daños más graves. Esbozó una sonrisita que se convirtió en un ataque de tos y me dio el permiso.
Abrí con cuidado la
prenda de ropa, si lo hacía demasiado brutalmente, podía abrir más herida o destapar una que la ropa taponaba y morir
desangrada en ese mismo instante. Tenía laceraciones por todo el abdomen, pero
no me pareció que ninguna de
las venas mayores hubiese sido afectada. El padre de Elysa había insistido en que hiciese un curso de
primeros auxilios en el caso de que me encontrase con un accidente o alguna
cosa. Había protestado
como un crio, no quería hacer un cursillo idiota cuando sabía que las ambulancias no tardaban en
venir y yo no era médico para salvar una vida. Hugo era un hombre muy tranquilo, tirando a
buenazo, pero cuando quería se sabía poner
extremadamente duro. Consiguió obligarme a ir a esas clases. Ahora le estaba agradeciendo en silencio
esa insistencia suya, podía salvar a Rose y si me daba la suficiente prisa, a mi amiga. Rompí la camiseta con más facilidad de la que había pensado. La pobre ya tenía unos años, pero seguía siendo fuerte, no terminaba de entender
cómo había podido hacerlo. Pero eso no era
importante en aquel momento. Intenté hacer tiras medianamente rectas y seguidas para
vendarle las heridas.
Livio volvió al poco rato con el botiquín y unas botellas de agua. Comenzamos a
trabajar sin demora. Mientras le limpiábamos las heridas, me dijo que había llamado al Departamento Médico y que esperaba que estuviesen allí en menos de quince minutos. Había ido y venido del coche mucho más rápido de lo que nosotros habíamos tardado en llegar a la cima de la
colina. No me paré a pensar en el
porqué, simplemente
estaba contento de que lo hubiese hecho, Rose tenía una herida en el costado que sangraba
mucho y había que cerrarla
lo antes posible. Puse unas gasas y le hice un vendaje tan fuerte que hasta se
quejó un poco. Dejé que mi maestro continuase ocupándose de ella y me dirigí al perro tricéfalo que nos había avisado. Sabía que las dos únicas personas que podían quitarle esa flecha en el costado éramos mi amiga y yo. Como ella no estaba
me tocaba a mí hacerlo. Me
acerqué a él poco a poco hablándole para tranquilizarlo. No parecía hacerme caso y yo me estaba
exasperando. Tenía que curar al
animal antes de poder hacer otra cosa más urgente.
- Cerbero, haz el favor de calmarte de
una vez, te tengo que curar – me di cuenta de que las sombras a mi alrededor habían empezado a moverse. No quería que le pasase nada al pobre bicho, así que hice una inspiración para calmarme y le volví a hablar – no podré ir a buscar a Elysa si tienes una flecha
clavada en el costado.
Eso pareció entenderme. Sabía que su ama estaba en peligro y que él también tenía que ayudarla. Me acerqué y observé la herida. No podía ver la punta de la flecha. Simplemente
esperé que no fuese en
forma de espinas de pescado o le iba a hacer más daño sacándola a la fuerza que haciendo un agujero
alrededor. Decidí mirar un poco
en la herida. El perro me gruñó un poco y luego puso su cabeza en mi hombro. Le acaricié suavemente diciéndole que tenía que ver como estaba antes de hacer
nada. Me tranquilicé al ver que era simplemente una punta normal, sería fácil sacarla. Le dolería pero no haría más desastres. Puse una gasa alrededor de
la herida para que cuando sacase el arma, pudiese taponarla rápidamente y le fui explicando lo que iba
a hacer. No sabía si me entendía, pero estaba seguro que el tono de mi
voz lo podía tranquilizar.
Saqué la flecha lo más rápidamente que pude. El pobre animal aulló de dolor, pero cuando quise ponerle la
gasa para taponarle la herida observé un fenómeno que me dejó atónito. Las
sombras de los alrededores se estaban concentrando en su piel y lo iban
curando. Cerbero no era definitivamente un perro normal. Hice lo único que podía hacer en ese momento: llamar todas las
sombras que había para que lo
cubriesen y lo curasen. Durante un momento fue tan sólo una masa oscura, con ojos
deslumbrantes y luego volvió a ser la bola de rizos que veía cada día. Me dio una lamida y luego emitió un ladrido. No me hacía falta entenderlo para saber qué era lo que me quería decir: ¡Vamos a salvarla!
Me levanté y le dije a Livio:
- Vamos a buscar a Elysa. Quédate con Rose hasta que lleguen los
refuerzos
Mi maestro me miró y simplemente me dijo:
- ¿Vas a ir así? Te informo que vas sin camiseta ni
protección alguna.
Una sonrisa se dibujó en mi cara. Por primera vez desde el
examen, pude sentir cada negrura a mi alrededor.
- No voy sin protección.
Como respondiendo a mi comentario, un
montón de sombras se
arremolinaron a mi alrededor. Por mi pecho se depositó una neblina oscura que supe enseguida que
me protegería de cualquier
cosa. Esta se expandió por todo mi cuerpo hasta recubrirme por completo. Cuando acabó, me giré hacia Cerbero que ya estaba en su tamaño monstruo de seis metros, había crecido desde que lo habíamos conocido, y me subí a él. Sin decir una palabra más nos dirigimos a la Casa Grande.
El pobre vampiro que vigilaba la entrada
no tuvo tiempo ni de entender qué era lo que se le venía encima. Pasamos como una exhalación y lo único que dejamos fue un pobre hombre
desmayado. De cerca la casa era aún más fea que de lejos. El exterior eran frisas de hojas por todos lados
que imitaban una pobre hiedra llena de animales y otros vegetales que subía por toda la fachada. Los enormes
ventanales mostraban un interior excesivamente decorado, casi barroco, todo
lleno de pinturas y muebles grandilocuentes. Parecía que quisiese decir que tenía mucho dinero para hacer cualquier
tontería que quisiese
dentro y fuera de la casa. Pero a mí, sólo se me ocurría una palabra para todo eso: inútil. Una casa que perteneciese a gente
con clase y dinero jamás lo habría mostrado así. Había conocido a Wilhelm sólo cinco minutos, pero estaba seguro que él no habría dejado ese horror en pie.
Le dije al perro que buscase a su ama y
que me mostrase el lugar en el que estaba. En un inicio, mi idea era entrar yo
sólo a destrozar todo lo que hubiese en mi
camino, pero el animal no opinaba lo mismo. Se dirigió corriendo a uno de los lados y arranco
una pared de un mordisco para escupirla veinte metros detrás nuestro. Dentro nos encontramos con
cuatro hombres de pie: dos cerca d la puerta y los otros dos al lado de una
persona atada a una silla. El largo pelo negro cubría la cara de la mujer sentada, pero a mi
no me hacía falta vérsela para saber quién era. Los cuatro individuos nos miraban
atónitos sin saber qué hacer. Yo sí.
Bajé de un saltó y pillé por la camisa a uno de los hombres, un idiota de pelo
lacio. No pude observarle mucho más porque lo envié valseando por el agujero de la pared.
Ese, se puede decir, que fue el que más suerte tuvo. Los dos hombres de la
puerta reaccionaron y corrieron a ponerse delante del que estaba al lado de la
silla. Uno tenía el pelo largo
que le tapaba media cara y con un mechón verde. El otro era un tipo enorme, con
el pelo rapado a los lados. El tercero era un rubiales con cara de engreído. Vestían los tres con ropas largas, negras y
esmeraldas. En conjunto: todo muy triste. Los dos primeros me apuntaron con
unas pistolas y dispararon. Fueron tan idiotas que no vieron que tenía algo que me protegía. No tuve que hacer ni un movimiento, se
hirieron a sí mismos. Fue tan
patético que no era
ni para reírse de ellos.
El rubio desenvainó una espada que tenía colgada en la cintura y se puso delante
de Elysa. Esta, por vez primera, levantó la mirada. Sus ojos color caoba mostraban
cansancio y dolor. Yo le esbocé una sonrisa tranquilizadora y le guiñé un ojo para sosegarla. Luego mi mirada se
volvió hacía el hombre que se interponía entre mi amiga y yo. Alrededor de mi
mano derecha sentí un calor suave,
dulce, confortable, familiar. No me hacía falta mirar hacia abajo para saber que
allí estaba de nuevo
aquella espada. Esta era la tercera vez que conseguía sacarla. La levanté ante los ojos aterrorizados del vampiro.
En cuanto me fijé en ella entendí el porque. Nunca había tenido tiempo
de fijarme bien en cómo era el arma, siempre tenía problemas más urgentes que
tratar. Era negra, negra como la noche. Y no sólo la hoja, la empuñadura estaba hecha plata, tratada de tal
forma que era oscura con destellos del metal original, así como pequeñas
incrustaciones de perlas negras y en la punta, un gema negra que brillaba con
luz propia. La espada debía de medir cerca de metro y medio de largo, pero no me pesaba en la
mano.
Me puse
en posición y al segundo el rubio que tenía delante me atacó con todas sus
fuerzas. En lugar de parar el golpe, utilicé su empuje para desequilibrarlo y
hacerle tambalear antes de intentar un golpe en el costado. Para su suerte,
sabía cómo manejar una espada y paró el ataque. Había una gran diferencia de potencia
bruta entre los dos, y lo pude notar en ese momento. Acababa de entender que,
para que pudiese vencer a ese bruto, que parecía salido de una película barata
de acción de los ochenta interpretando al típico sicario ruso malo, más me
valdría maña que fuerza. Me concentré un segundo. Dejé de pensar en cualquier
cosa y me centré en la masa que tenía delante. Sabía que podía con él, había
conseguido encararme a Ryuichiro en un cuerpo a cuerpo aquella misma tarde, ese
idiota no podía vencerme. Pero si me tocaba, aunque fuese sólo una vez, me iba
a encontrar con varias costillas rotas. Para este combate, lo que tenía que
primar, era la rapidez y la movilidad, así cómo golpes certeros y mortíferos.
Durante
los primeros segundos del combate intenté analizar la cosa, adivinar por dónde
iba a atacar, cuál iba a ser su próximo movimiento. Pero el vampiro tenía más
experiencia que yo en el combate y se notaba. En un esquive, me acerqué al
agujero que Cerbero había hecho y pude oír, a lo lejos, ruidos de mucha gente
gritando y metales entrechocando con algo. Quería saber qué estaba pasando y si
el perro estaba bien. Pero tenía otro animal delante de mí que no me dejaba ir
en ayuda de Elysa y era bastante más fuerte que yo. Aún seguía enfadado por el
hecho de que la hubiesen raptado y golpeado, pero la rabia se había
transformado en frustración al ver que este mequetrefe podía conmigo. Hasta ese
momento me había enfrentado a personas de una constitución muy parecida a la
mía con una habilidad en la esgrima asombrosa. Era la primera vez que me tenía
que enfrentar a una mole fuerte que sabía qué hacer en el campo de batalla.
Esto ya no era la sala de entreno segura y tranquila en la que sabía que nada
me podía pasar, aquí la única regla, es que no había ninguna.
Entonces
lo oí por primera vez muy distintamente:
¡Deja de pensar y analizar! Una lucha con
espadas no es una cosa bonita y elegante. Es un combate a muerte, en dónde el
más pequeño error te puede costar la vida. Tienes la habilidad y él la
experiencia. No puedes vencerle pensando, así que ¡déjate llevar!
Parecía
cómo si yo mismo me estuviese alentando. Era mi mismo tono de voz, mi misma
forma de hablarme, sin embargo era una versión de mí que sabía que hacer y cómo
podía vencer al vampiro. En un principio me quedé atónico con lo que había
oído, pero cuando evité por milímetros un ataque que apuntaba directamente a mi
cabeza y me dejó sin unos cuantos pelos, decidí que era mejor seguir los
consejos de… una voz en mi cabeza. La cosa era totalmente ridícula, pero estaba
perdiendo mucho tiempo.
Tomé una
inspiración, hice una expiración, volví a inspirar y expirar con los ojos
cerrados, los volví a abrir y de repente, no sé cómo, evité su siguiente ataque
sin problemas. No pensaba ni sentía emociones de ningún tipo, dejaba que mi
cuerpo se moviese él sólo, y parecía saber perfectamente qué hacer. Fui
evitando mandobles, ataques, fintas, intentos de pérdida del equilibrio. Me
movía con tanta facilidad como… pues como una sombra. Había adoptado un estilo
de combate bastante afín a los poderes que tenía. Esa idea me hizo sonreír.
Volví a desocupar mi mente de cualquier cosa que la pudiese estorbar y ataqué.
La voz en mi cabeza tenía razón, la mejor manera de combatirlo era dejándome
llevar, tal como se dejaban llevar las sombras por los objetos de los que
emanaban. Además, una sombra no piensa, no analiza, una sombra es y nunca
desaparece del todo. Era una verdad invariable. Las sombras no podían ser
vencidas bajo ningún concepto. Tanto en un lugar con una luz cegadora cómo en
la máxima oscuridad, siempre estaban allí, siempre había algo que las
provocaba, y la negrura no era sino su máxima expresión.
Eso quedó
patente cuando la mole rubia, sin su sonrisa engreída, cayó al suelo herida de
gravedad, pero no mortalmente. Había conseguido asestarle una cantidad enorme
de golpes sin que él pudiese hacer nada para evitarlo o dañarme. Cuando
finalmente cayó, la espada negra despareció de mi mano, dejando sólo una pregunta
que parecía haber sido hecha por la misma persona que me había dado el consejo
de no pensar: ¿Cuál es mi nombre? No dudé
ni un segundo:
- Sombra.
¿Era ella
la que me había hablado? Todo era posible, pero estaba casi convencido de que
no era el caso. Había sido era algo mucho más profundo. Pero estaba seguro de
que lo del nombre era algo importante. Cuando lo pronuncié, sentí un calor
instalarse en mi pecho, cómo si hubiese vuelto a ver a un amigo que hacía años
que no había visto. De hecho, me pareció que hacía mucho más. Una pequeña
sonrisa se dibujó en mi cara.
Sin
embargo, un pequeño quejido me trajo de vuelta a la realidad. Me acordé que mi
amiga estaba atada a una silla, golpeada y herida. Me quise dar golpes de
cabeza en la pared por haber estado haciendo el idiota de tal forma. Corrí
hacia ella y rompí las cuerdas sin pensarlo. Hasta a mí me pareció raro, pero
no pensé mucho en la cosa y la cogí con cuidado en brazos. Lo primero que dijo
fue:
- No soy
una princesa desvalida. ¡Bájame!
Tuve que
reírme. Había estado en grave peligro, pero seguía siendo ella misma.
- Pues lo
lamento, su majestad, tal como la veo, no podría dar un paso ni aunque la ayudase
– me fulminó con la mirada – te vas a tener que aguantar. Cógete bien a mí, el
carruaje nos espera.
Tres
enormes cabezas caninas, muertas de preocupación, se asomaban como podían por
el agujero que el animal había hecho con anterioridad. Me acerqué a él y Elysa
le tranquilizó asegurándole que estaba bien. Mientras, pudo observar el desastre
que había organizado el perro a él solito. Habían vampiros medio muertos y
heridos por todos lados. Algunos huían como podían y otros se ayudaban
mutuamente para no caerse. Uno de ellos, me miró y al darse cuenta que estaba
con el monstruo de seis metros que los había destrozado, se desmayó del susto. Habían
restos de construcción de la casa por todo el jardín delantero, que estaba con
más agujeros que un campo de minas. En el aire, había un intenso olor a
pólvora, sangre y tierra. Un ejército con todo su armamento no habría montado
menos alboroto que el animalito que tenía delante.
- Cerbero
– le dije con un falso tono de reproche - ¿qué es eso de divertirse a destrozar
vampiros y no dejarme ni uno? No está nada bien.
Como
respuesta obtuvimos un lametón baboso por parte de la cabeza que estaba más a
la derecha y un ladrido feliz por parte de la de la izquierda. La central se
bajó para hacer de pasarela para que yo pudiese subir con mi amiga en brazos.
- Sois un
caso, los dos – dijo ella cogiéndose con fuerza a mí. No le terminaban de
gustar las alturas, ni que fuese encima de Cerbero.
El animal
nos transportó al sitio dónde estaban Livio y Rose, que estaba siendo llevada
por el Departamento Médico hacia una ambulancia. Yo la dejé al cuidado de un
doctor y me fui a hablar con mi maestro. No tenía ninguna herida, por lo que no
necesitaba ser atendido. Este estaba hablando con un hombre con flequillo
engominado, cicatriz en el ojo izquierdo, y pipa japonesa en la boca. Lo
reconocí de la primera noche que habíamos pasado en el Centro de Departamentos.
Pero no recordaba su nombre.
- ¡John!
Qué rápido. Iba a pedir un equipo de salvamento para ti y Elysa – me dijo mi
maestro.
- No
hacía falta. Esa casa de vampiros eran unos debiluchos. Cerbero se ha encargado
de ellos mientras yo me ocupaba de los que custodiaban a Elysa. Con esto,
habrán visto que necesitan un jefe algo poderoso. No he visto siquiera si había
alguien que liderase ese sitio – a menos que fuese el rubio con el que había
combatido, el cuál caso, era bastante triste.
- Alguien
como Wilhelm, ¿no? – dijo el médico de la pipa. Podía ver que los rumores ya
habían corrido como la pólvora, eso o Livio le había contado el plan.
- Ah si,
se me había olvidado, te presento a Johan Van Bloemen, jefe del Departamento
Médico. Johan este es mi alumno John Hades Hellson.
- Ya nos
conocíamos de una vez anterior, pero no habíamos sido presentados formalmente –
le dije estrechando la mano al médico – pero, ¿qué hace aquí el jefe de un
departamento? – la cosa me parecía muy rara.
- Todos
nuestros expertos en cuidados post ataques de vampiros están de vacaciones u
ocupados en otros asuntos. Cómo es bastante simple para mí hacer esto, me he
propuesto voluntario.
Si ya, y
quería que le creyese. Este hombre no parecía de los que se mueven por algo
así. Además, habría sido más eficaz en su departamento que no en pleno bosque
con nada más que lo que uno lleva encima para curar. Además, se presuponía que
los del departamento podían hacer las curas básicas de un ataque vampírico.
Pero a falta de pruebas para mostrarle lo contrario, tenía que aceptar con una
sonrisa su versión.
Preferí
irme con Elysa en la ambulancia, si esos dos tenían algo importante de lo que
discutir y no querían hacerlo en el Centro, mejor que no me pusiese por en
medio. Al subir en el transporte, el ambulanciero intentó prohibirle la subida
a Cerbero. No sé que cada tuve que poner, pero cuando le pedí que repitiese eso
se le descompuso la suya y nos dejó subir a ambos.
El
resultado de aquella noche fue: una Casa Grande llena de vampiros destrozada.
Un posible aliado en lo alto de la cadena de mando de esos chupasangres. Una
nueva táctica de combate y el nombre de mi espada para mí. Un brazo y una
pierna rota, así como múltiples heridas por mordeduras para Rose. Cuatro
costillas rotas, heridas graves por todas partes y un mes de convalecencia para
Elysa.
Las
siguientes semanas iban a ser muy duras.