jueves, 10 de septiembre de 2015

Decimosegundo capítulo: la Princesa de Hierro

Yo había aprendido hace mucho tiempo que ante Reina una no se tenía que achantar, tenía que plantarle cara, pero sin olvidar JAMÁS que era ella la que estaba por encima tuyo. La mirada de superioridad que la chica que estaba con Douglas le echó mostraba claramente que esa última regla no la había comprendido aún y que estaba a muy poco tiempo de aprenderla por las malas. Había visto como algunas lo habían hecho y casi que prefería que se enfrentase a mí antes que a la matriarca del club. 

- Ya has oído a Reina, Dig. Quítate de en medio - mi tono era el que me había enseñado ella. Duro y que no admitía réplica por parte de nadie.

Él se apartó definitivamente dejando a su novia sola ante su ex. La pobre chica estaba en desventaja. Mi abuelo me había enseñado a disparar desde muy pequeña, pero Reina me había enseñado a ser una mujer a la que jamás le iban a pisar los talones. Yo sabía porqué lo había hecho. Había visto en mí un potencial que ninguna otra chica de Douglas poseyó. Había visto que podía sucederle cuando llegase el momento. Sus esperanzas habían estado puestas en mí y me había instruido de tal forma que pudiese dirigir el club mejor que ella, porque sus errores me los habría enseñado y yo habría aprendido a evitarlos. Pero me fui, escapé de ese sitio, no quise de su legado, había aprendido de ella sin darle nada a cambio. Por eso, yo tampoco esperaba que nos quisiese ayudar, y menos que me perdonase por lo que había hecho. Lo mínimo que podía hacer era quitar a esa Bimbo de en medio. Tenía que aprender que allí nunca iba a hacer nada, y que no tenía la fuerza necesaria para presentar batalla. Mejor que fuese ante mí, que no le iba a quitar el puesto, que no ante la jefa, que la habría dejado hecha un cromo.

- Mira bonita, que te quede claro, a mí no me insulta una muñeca hinchable de tu especie. No tienes lo que hay que tener para estar al lado de Dig. Puede que le vayas bien como entretenimiento pasajero, pero nada más. Lo que necesita es una mujer con un par de huevos, y tú no llegas ni a gallina. 

Un rayo de furia se dibujó en sus ojos, quería provocarla y lo había conseguido. Esa bocaza mía iba a perderme un día. 

- ¿Qué pasa, que quieres recuperarlo y ya no sabes que excusa inventar porque sabes que nadie te va a volver a aceptar aquí?

Mientras lo decía se quitó la chaqueta de cuero y se soltó el pelo. Largos mechones rubios ondulantes cayeron por su espalda. Sus ojos verdes desprendían desprecio hacía mi persona. Tenía que admitir que la mirada era bastante aceptable, pero la frase era más que lamentable. Una mujer normal le habría respondido algo como "lo que tengo en casa me satisface más que suficientemente como para ir a buscar cualquier cosa fuera" mirando lascivamente a Hades, pero eso habría sido insultante hacía Dig, que el pobre no tenía la culpa de tener un gusto pésimo en mujeres, y sobretodo a su madre, a quién yo respetaba mucho. Decidí por la respuesta que me permitiese herirla en su orgullo y no hacer daño a nadie más.

- Yo no necesito estar con el heredero al trono para afianzarme como mujer fuerte en esta banda. Lo hago con mis propias manos.

- Yo ya sé lo que haces con tus manos, y no sólo es pegar puñetazos.

- Si quieres, por un buen precio y una disculpa de rodillas, hasta te puedo dar clases.

- ¡Tú serás la que caiga de rodillas!

No había previsto el golpe, de verdad que no lo había previsto. Mientras habíamos estado hablando, habíamos estado dando vueltas como buitres observando a la presa moribunda. Esperaba que el combate fuese legal: labia contra labia, puños contra puños, la una contra la otra. Pero cuando se me abalanzó, barra de hierro en mano, pensé que me iba a matar de un golpe. Suerte había tenido que ya me había pasado una vez, aunque en esa ocasión, había visto como la chica iba a por su arma. Aquí, había aparecido de la nada. Todos se sorprendieron al verla y quisieron reaccionar para cogerla, pero ella fue más rápida. Ya se me había abalanzado encima cuando quisieron correr a pararla. Para su mala suerte, yo no era una mujer como las demás. Separé mis pies, flexioné mis rodillas y me preparé a parar el golpe justo antes de que me lo diese. Cuando abatió la barra, me hizo realmente daño en la mano al cogerla, pero tenía el arma en mi poder y a mi rival sorprendida.

- ¿Sabes como me llamaban en este club? - la acerqué usando la barra - La Princesa de Hierro. No porque fuese la pareja de Douglas o porque Reina me lo enseñase todo, sino porque otra idiota como tú me atacó de la misma manera, pero a ella le rompí el cráneo. 

Le arranqué la barra de las manos y la tiré lejos. En ese momento, un hombre cogió a la chica por las muñecas y se la llevó, no sin antes disculparse educadamente con nosotros por algo que había hecho alguien del club. Hades me llamó y me preguntó tácitamente si todo estaba bien. Lo tranquilicé sonriendo pero él vio cómo movía la mano en signo de dolor. Definitivamente, ese hombre lo conocía todo sobre mí. Dig se acercó y me pidió disculpas por lo que había hecho su novia. Se pretendía que ella sabía cuales eran las normas en un combate. A mí, otra cosa me preocupaba mucho más. Nada había salido de las mangas de su chaqueta, y debajo de ella, sólo llevaba un top que dejaba muy poco espacio a la imaginación, así que, ¿de dónde había salido la barra? Se lo comenté al príncipe. Quiso quitarle hierro al asunto, como si no fuese algo importante, pero Reina no le dejó.

- ¡Douglas! Deja de defenderlo - ella no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era imponente.

Dig se tuvo que rendir. Hizo un movimiento de cabeza a Dante y este cogió a un novato de los que no conocía. Pequeño y canijo, no me había fijado en él hasta que lo habían capturado. El chico protestó e intentó defenderse pero cuando amenazaron con analizar los restos de hierro de sus manos y compararlos con los de la barra para ver si eran los mismos, lo admitió todo. A mí, esa teoría de que se pudiesen comparar así dos restos de hierro me pareció bastante improbable, pero el chico lo había admitido todo, así que no iba a decir nada. Por lo visto, era un amante de la chica y esta le había prometido un sitio prominente en el club si él le ayudaba en todo. No sabía qué les iba a pasar como castigo, y francamente, prefería no saberlo.  

Después de que se llevasen al chico, Reina se me acercó y me dijo:

- Como disculpa por lo ocurrido, voy a aceptar escuchar lo que me has venido a pedir. Eso no quiere decir que acepte nada.

- Con eso ya tengo mucho más que suficiente - le dije muy contenta.

Le expliqué mi plan. Quería que le devolviesen a Hades su Harley, que para algo la había rehecho completamente y que nos ayudasen a vestir a Marie y a mí para que pareciésemos unas moteras de las duras de pelar. Reina miró a la recepcionista de arriba a abajo y levantó una ceja como diciendo "con esta me pides mucho". Pero yo se lo volví a pedir respetuosamente y aceptó el encargo.

Ni corta ni perezosa, y antes de que cambiase de opinión, cogí a Marie del brazo y la arrastré con nosotras. Me daba un poco de reparo de dejar allí solo a Hades con la única compañía de Cerbero y el vampiro que nos acompañaba, pero sabía que iban a estar bien, o al menos eso esperaba. 

Reina nos llevó a su cuarto. Allí, estirado en la cama, había un hombre enorme de más de metro ochenta, rubio y musculoso. Reconocí enseguida al padre de Douglas y una sonrisa amable se me dibujó en la cara.

- He oído un buen follón allí fuera, ¿qué ha pasado?

- Que la niña le ha dado una buena paliza a la idiota de la novia de tu hijo - le dijo su mujer dándole un beso en la mejilla más cariñosamente de lo que habría querido admitir.

El padre de Dig, Kirk, estaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Aunque su apariencia externa pudiese hacer pensar que era un hombre robusto, la realidad era toda lo contrarío. Era alérgico a muchísimas cosas, entre ellas al gluten, lo que le hacía incapaz de beber la mayoría de alcoholes con base de cebada, principalmente las cervezas. Pero eso no era lo peor. Para él, lo más grave eran sus problemas cardíacos. Se habían ido desarrollando con la edad, taquicardias, insuficiencias, incluso un ataque una vez. Yo podía entenderlo bastante bien. Al nacer, había tenido serios problemas de corazón que me habían dejado secuelas como una cicatriz entre los pechos que me había incomodado mucho de pequeña, pero ahora la amaba como una parte más de mi personalidad. Eso había sido gracias a la pareja que tenía delante mío. Ahora, poco me quedaba de esos primeros meses de vida que pasé en el hospital, ligeros rastros que a veces aparecían cuando me cansaba demasiado, pero nada más. 

Reina nos explicó que Kirk había tenido un pequeño problema con el corazón aquella mañana y que le había prohibido, terminantemente, levantarse de la cama. El hombre había obedecido como un buen soldadito.

- A ver quién es el valiente que desobedece a mi esposa - nos había cuchicheado - y bueno, ¿qué es lo que os trae a ti y a tu amiga a nuestra habitación?

Le sonreí y le expliqué nuestro plan.



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Mientras las chicas se cambian, continuo yo.
H
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Reina se había llevado a Elysa y Marie a la parte de atrás. No me preocupé ni un sólo momento. Virginia podía ser una persona muy dura, pero adoraba a mi amiga y la trataba como un miembro más de su banda. Casi con preferencia por encima de otras chicas, lo que había provocado más de un problema. 

Yo me quedé con Wilhelm, Cerbero y los chicos. En cuanto se fueron, empezaron a reírse todos. Nunca había sido uno de ellos oficialmente, pero tenía la impresión de que me habían adoptado como tal. Algo como una mascota, prefería no indagar. Me pusieron una cerveza en la mano, me arrastraron a la barra del bar y me hicieron un interrogatorio completo de lo que había sido mi vida hasta ese momento. Cuando les hablé de la novia que me había dejado unos meses atrás cambiándome por otro, se me propusieron ciertos tratos digamos que poco lícitos. Después tuve que soltar la mentira. Les tuve que decir que hacía un par de semanas que salía con Elysa. Douglas me miró entre interrogativo y sorprendido. Los chicos me felicitaron y vi como algunos billetes cambiaban de manos. 

- ¿Habías apostado si iba a salir con Elysa o no? - dije casi indignado.

- John - me dijo Dante, era algo más bajo que yo, pero imponía el triple y siempre me había gustado su aire sereno y su actitud recta - aquí llevamos haciendo apuestas desde que Dig nos la presentó. Yo mismo gané una contra Kirk sobre el tiempo que iba a durar con su hijo. Déjalo correr, era algo inevitable.

- Eso no importa - le interrumpió un hombre bajito y con cara de gnomo, pero era uno de los tres doctores del lugar, junto que Kirk y el propio Dante -  Queremos saber cómo os liasteis. 

Me negué en rotundo a dar esa información. Principalmente porque no lo habíamos discutido con mi amiga y nos podrían haber pillado. Como se dice, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Intenté desviar el tema.

- Y bueno, ¿dónde tenéis a mi otra chica?

- Esperándote - Dante sonrió y me señaló a fuera. Allí estaba mi belleza, mi Harley, mi Lisa - No hay que hacer esperar a las damas. 

Salí corriendo sin escucharle. Allí estaba ella. Tenía un gran motor big-twin, la suspensión estaba oculta dentro de la transmisión, 1340cc, negra, sillones más que cómodos, tres faros, bolsas nuevas de cuero a los lados. Era pequeña pero matona. Una Harley Davidson FXST Softail. Suspiré de emoción. Deslicé mis dedos por sus curvas, subí por el depósito de gasolina hasta llegar a los mangos. Toqué un poco el freno. Iba cómo la seda. La había cuidado todo este tiempo con cariño. Estaba preciosa. Sólo pedía que le diese una vuelta. Se había acabado para siempre el moverme en transporte público. Esta y yo íbamos a recorrer todo el camino que hiciese falta, juntos. Me acordé de inmediato de los primeros momentos en los que pisé una carretera encima de ella. Nunca me olvidaré de la sensación, el ruido del motor, el movimiento deslizante sobre el asfalto, el viento que te quitaba cualquier sonido que no fuese el de la moto, la propia Lisa que ronroneaba feliz por volver a estar a galope tendido. A ella le gustaba correr y a mi me gustaba estar con ella. 

- Estás a punto de llorar, das pena.

Me giré y vi a Wilhelm mirándome con los brazos cruzados. Se había quitado su eterno abrigo negro con botones plateados. Debajo vestía un traje de chaqueta, también negro, con corbata y chaleco del mismo color, así como una camisa de rayas finas verticales. Todo eso lo llevaba con la elegancia que le caracterizaba y parecía que hubiese sido hecho a medida. Lo más probable es que hubiese sido el caso. Me giré hacía él.

- Llevo más de un año queriendo recuperarla. No había podido hasta ahora por falta de coraje - hasta yo me daba cuenta de que esa era la verdad - Los chicos me han perdonado y me la han devuelto. No me pienso separar de nuevo de ella. No sé... es cómo si hubiese vuelto a recuperar una montura que hubiese criado desde potrillo hasta caballo y que la hubiese perdido por alguna razón lamentable y ahora estuviese de acuerdo en volver conmigo. Ni siquiera sé si eres  capaz de entender lo que quiero decir.

Los ojos del vampiros se volvieron muy sombríos de golpe. Tenía la impresión de que había dicho algo que no tendría que haber dicho, que le había herido en un punto dónde le hacía mucho daño que le echasen limón. Y parecía que eso mismo había hecho al instante.

- Tienes razón, no sé lo que puedes sentir. Te voy a decir algo, nunca he sido alguien apegado a las cosas porque nunca he tenido nada. De pequeño era pobre y ahora todo me parece tan insustancial que no merece la pena. Así que si, has dado en el clavo. No puedo siquiera entender lo que intentas decir.

Efectivamente, mis palabras lo había herido. Tenía que disculparme lo más pronto posible. Tanto por las relaciones del Centro cómo por la propia persona.

- No debí haberlo dicho. No quería ofenderte. Te pido mis más sinceras disculpas.

Ante mis palabras, Wilhelm se quedó atónito.

- ¿Un agente del Centro que pide disculpas? Esto si que es nuevo.

Que se extrañase que un agente tuviese lo mínimo de educación para saber cuando disculparse fue lo que me pareció a mí raro. Pero no se lo dije porque desde el interior del salón/bar se empezó a oír un griterío. Era una mezcla de silbidos, improperios, y salvajadas hacía las mujeres. Ambos entendimos que las chicas habían salido de su cambio de look y nos acercamos a verlas. Tuve que acordarme de cerrar la boca. La primera que vi fue a Marie. Estaba escultural. Llevaba una camiseta negra de manga larga arrapada al cuerpo. Las mangas estaban rajadas en todo el largo para dejar ver el brazo. En el centro, llevaba una imagen de la muerte clásica: un esqueleto con un capa negra con capucha así como una guadaña en la mano. Esa imagen me pareció errónea. Algo en mí me decía que la muerte no era así, pero no estaba seguro de la sensación. Preferí ignorarla. El conjunto era completado con un pantalón negro y unos tacones de vértigo. Me dolían los tobillos sólo de mirarlos. El pelo lo llevaba tirado para atrás con una diadema muy apretada. Era una mezcla perfecta entre miembro de banda y princesa de cuento sin que desentonase ninguna parte. 

Elysa era otro cantar. La mayoría de silbidos e improperios graciosos iban hacía ella. Lo único que había hecho era cambiarse la parte de arriba. Sus tejanos y sus tacones los seguía llevando (¿quién lleva tacones en una biblioteca? Yo alucinaba). Ese pequeño cambio en su vestuario había hecho toda la diferencia. Aquel día llevaba un viejo jersey blanco que tenía que datar del instituto como poco. Reina se lo había hecho quitar y poner una pieza de ropa que mi amiga jamás habría lucido en público: un corset. Pero no era uno de esos de lencería íntima, era uno que podías lucir en la calle y hacer que todo el mundo te mirase. Era blanco y marrón. La tela exterior era un brocado blanco y era acompañada por cuero, pero dentro se notaba la armadura que le daba forma. Se unía al cuerpo de una manera armoniosa. El corte era en forma de corazón para imitar la forma del pecho. El cuero salía de allí en dos bandas, una a cada lado de la abertura del corset, que se cerraba con cierres de gancho de metal. En las caderas, unas cinchas permitían el ajuste correcto para la talla. Los hombros estaban cubiertos por unas bandas de cuero bordeadas con tela blanca. Ambos lados estaban unidos por una cinta que cerraba con una hebilla. El conjunto se completaba con un collar hecho como lo que unía la parte de los hombros y un cinturón que le habría ido bien a un vaquero. Elysa estaba para que se quisiesen tirarse encima de ella. Sus curvas quedaban claras, se veían elegantes y apetitosas. 

Lo único que desentonaba en el conjunto era su peinado. Llevaba una coleta alta extremadamente apretada. Pero eso se podía arreglar. Entré por una ventana abierta y esquivé a los chicos que se apiñaban a su alrededor. Mi amiga me hizo una pregunta pero no la escuché. La cogí de un brazo con mucha fuerza. A ella le dolió y protestó, pero no le hice el menor caso. En vez de eso, le cogí la goma y se la quité bruscamente. Hizo el movimiento que esperaba. Su largo pelo marrón oscuro, como la madera pulida, se puso en su lugar natural y quedó de infarto. Reina le había pintado los ojos de manera que pareciese mucho más grandes y seductores, y ahora su pelo los encuadraban tan a la perfección que habrías jurado que una pantera te miraba amenazadoramente a través ellos. Y bien podía ser el caso.

- Ahora sí que está bien - dije.

- Muchas gracias por todo Reina. Te devolveremos la ropa en cuanto acabemos lo que tenemos que hacer - dijo Elysa mirándome mal.

- No te preocupes. Si te gusta lo que llevas, pequeña, te llevaré al sitio dónde lo he comprado. Les encantarás.

El tono con el que lo había dicho no me había gustado en lo más mínimo. Eso quería decir una tarde de compras entre mujeres de la que iban a volver cansadas, con más bolsas de las que necesitaba y menos de las que querían. Las sesiones de compras eran todo un misterio, pero seguía el consejo de Kirk: "En cuestión de mujeres, tú no te metas, a menos que te lo pidan. En ese caso, ve con cuidado, es cómo cortar el cable correcto de una bomba".

Les dije a las chicas que empezábamos a tener algo de prisa. Hacía rato que la noche había caído y estábamos lejos de dónde teníamos que ir. Llegaríamos sobre la una de la mañana. Wilhelm me aseguró que llegaríamos bien. Yo no estaba tan seguro, así que prefería que la gente se fuese despidiendo. 



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Ya recupero la palabra. Gracias
E
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Era la primera vez que llevaba una cosa del estilo. Tenía que reconocer que había tenido mis dudas cuando Reina lo había sacado de su armario. Pero resultó ser extremadamente cómodo. El interior era de algodón y no provocaba ningún roce ni malestar. Además, me gustaba el estilo y la decoración. Lo más probable es que aceptase la invitación de Virginia y nos fuésemos a comprar uno para mí. Pensaba quitarle el modelito, pero igual ella no me dejaba.

Hades nos metió prisa para salir de allí, así que me fui despidiendo de la gente. Dante me dijo que volviese cuando quisiese y Dig que si me aburría de mi actual pareja él estaría encantado de darme emoción. El pobre no sabía dónde trabajábamos, y casi que mejor. Reina me dio un abrazo cariñoso y me hizo prometerle que nos iríamos un día de compras, con la única condición de que me trajese a "Blancanieves". Esa debía de ser Marie. Menos mal que no sabía que era un peligro público con la recortada, la habría adorado todavía más. Cuando me despedí de Kirk, este me dijo algo que no terminé de entender.

- Me alegra de que por fin la princesa se haya convierto en reina.

No quiso explicarme lo que había querido decir. Me dijo que lo buscase yo solita, que para algo tenía cerebro. De reojo, vi como Wilhelm sonreía ante el hecho de que no lo había entendido. Cuando fui a hablar con él para que me lo explicase, me dijo:

- ¿No sabes quién era la Reina de Hierro? - negué con la cabeza - pues te vas a reír mucho cuando lo descubras - y se fue con su media sonrisa de "yo sé mucho y tu no tienes ni idea, y el saber esto me lo hace pasar aún mejor". ¡Como lo odiaba por momentos!

Nos despedimos de todos, pero antes Douglas nos paró.

- Eh, chicos, no os vayáis así. ¡Queremos verlo! - le preguntamos que el qué - Pues un beso entre vosotros dos, ¿qué va a ser? Aquí algunos no nos lo terminamos de creer, ¿sabes?

Eso era una mentira grande cómo una catedral, pero teníamos que hacer algo. Yo estaba intentando encontrar una manera de escaquearnos, pero Hades cogió la línea recta. Con un dedo, me giró la cara suavemente, me levantó el mentón para que quedase a su altura y me besó. Empezó como algo muy suave, simplemente labio contra labio. Creo que esa había sido su idea original, pero algo, muy dentro nuestro, no estuvo para nada de acuerdo en que simplemente nos rozásemos. Rodeé su cuello con ambos brazos y le besé más profundamente. Aventuré mi lengua en su boca y él me respondió acariciándome suavemente con la suya. Sus brazos me rodearon la cintura y me subieron un poco apretándome fuertemente contra él. Mi mano derecha se trasladó por su nuca hasta llegar a su cabeza y lo apreté más contra mí. No quería que ese beso acabase nunca, pero tuvo que cesar. Cuando nos separamos, me quedé muy cerca de él e, involuntariamente, di un suspiro de satisfacción. El hombre sabía besar mucho mejor de lo que jamás me habría imaginado y ese beso me había gustado mucho más de lo que tendría que haberlo hecho. 

Después me acordé que nos estaban mirando y miré a Dig.

- ¿Satisfecho? - le pregunté sin despegarme aún de mi amigo.

Sin decir nada, él movió la cabeza afirmativamente. Se había quedado de piedra, como todos los de la banda que nos miraban desde el bar. Ví cómo Reina le pasaba un billete a Kirk, que arbolaba una sonrisa satisfecha en sus labios y me guiñó un ojo cuando se dio cuanta de que lo miraba. Wilhelm le tocó la espalda a mi amigo y nos dijo que ya era hora de irnos. Les dijimos adiós a todos y el vampiro se llevó a Marie y a Cerbero en el coche que nos había traído, mientras yo me subía encima de Lisa, detrás de Hades. Me puse el casco suplementario, me aferré fuertemente a él y salimos disparados.  

El beso me había dejado pensativa. Muy pocas veces, de hecho sólo una cuando era una chiquilla de diecisiete años, un beso había tenido ese efecto en mí. Nadie me había dejado con esa sensación de querer más. Normalmente era un beso el que llamaba a otro, no yo misma la que lo buscaba. Había pasado de pareja en pareja sin sentir que echaba de menos al otro con desesperación. Me habían roto el corazón. Hades era testigo de las muchas veces que había llorado a idiotas que hacía ver que no me importaban. Siempre habíamos sido el testigo externo de los problemas del otro. Pero ahora, la cosa era diferente. No podía admitirle a nadie que ese beso dado como excusa para que me dejasen en paz, había creado un vacío en mi interior que no lograba entender del todo. Él y yo habíamos sido cómplices de todo desde los ocho años. Nos habíamos jurado que no nos esconderíamos nada. Y hasta ese momento, la promesa se había mantenido pero, ¿cómo iba a poder decirle a la cara que su beso me había dejado más afectada y nerviosa de lo que había hecho cualquiera, incluyendo el primero que me habían dado? 

Eso era imposible. No se lo podía decir. Me lo tenía que guardar para mí. Posiblemente no era nada. Desde Douglas que sólo había tenido encuentros esporádicos. Puede que simplemente echase de menos una persona que me tratase con cariño, con ternura, o simplemente estar libremente con alguien. Pero... ¿lo había estado alguna vez? Muchas de mis parejas se habían quejado de que era demasiado cercana a Hades, que siempre que me pasaba algo, no iba a hablar con ellos sino con él. Algunos, incluso habían cortado conmigo por esa razón. Mucha gente cría que éramos pareja, o al menos que nos gustábamos mutuamente por lo cercanos que eran. Nos habíamos siempre enorgullecido de ese vínculo que nos unía que no tenía nada que ver con el amor o el sexo. Éramos simplemente los mejores amigos, nada más. Estábamos allí cuando el otro lo necesitaba y cuando no, podíamos entendernos casi sin palabras. Era un tipo de relación privilegiada que muy pocas personas tenían. Ninguno de los dos quería romperla, pero a mí me empezaba a dar miedo que toda esa gente, de la que tantísimas veces nos habíamos reído los dos, no tuviesen algo de razón. ¿Y si la explicación por la que podíamos estar tan bien es que en realidad estábamos atraídos el uno hacia el otro?

Descarté esa posibilidad al segundo. Si hubiese sido por esa razón, hubiera hecho mucho tiempo que nos hubiésemos acostado, y nunca nada semejante había pasado entre nosotros.

Intenté alejar esas ideas de mi cabeza y respiré hondo un par de veces. Íbamos siguiendo a Wilhelm sin saber realmente a dónde íbamos, y eso era más preocupante que no mis pensamientos descarriados. En un semáforo Hades se giró y me miró. Sus ojos negros como la noche me inspeccionaron. Sabía que intentaban ir a lo más profundo de mi ser. Eran capaces de eso y mucho más. Después levantó las cejas como para preguntarme si estaba bien. Con ese gesto volví a ver al amigo de toda la vida, al chiquillo regordete de ocho años que lloraba en un rincón porque se reían de él, al larguirucho que se caía porque no sabía qué hacer con sus pies, al que empezaba a tener músculo y hasta yo me turbaba con él, pero que era la misma persona que los dos anteriores. Si, lo adoraba, pero como se adora a la persona que siempre ha estado a tu lado y que es cómo tu familia, aunque no compartáis lazos de sangre. Le sonreí abiertamente y le di un golpetazo para tranquilizarlo.

- Arranca, que está verde - fue lo único que le dije, y no hacía falta más.

Poco a poco empecé a reconocer lo que nos rodeaba. Era el centro de la ciudad, pero sobre todo era la zona de los bares. Conocía esa zona mucho mejor de lo que hubiese sido correcto admitir. Enseguida nos paramos, pero antes hicimos un último giro por una callejuela enmarcada entre una discoteca y un bar de salsa. Me conocían muy bien en ambos sitios. Mi amigo sonrió ante la vista de los dos antros, pues eso eran. No era la única habitual de ese tipo de lugares. 

Avanzamos un trecho más. En un momento sentí como si pasase a través de una tela de araña y entrase en otro lugar. Vi que a Hades le había pasado lo mismo porque sus manos se crisparon durante un momento. La sensación no había durado más de un segundo, pero el resultado había sido increíble. Nos encontramos ante la reunión más extraña de personas que había visto nunca. Eran un tropel de gente, todas vestidas con cuero, subidas en moto, extremadamente borrachas, con la música a todo volumen y gritando de tal manera que era imposible que no se les oyese. Por como se comportaba la gente, hacía mucho tiempo que ese tipo de reuniones se celebraban allí y yo jamás había visto ni oído nada por el estilo. Ni siquiera me había cruzado con gente parecida a la que estaba allí, y se hacían notar. No entendía cómo es que, frecuentando tanto la zona, nunca me había fijado en ellos. Luego volví a pensar en sensación de atravesar una tela de araña y pensé que igual había algo que los ocultaba a la vista de la gente normal.

Nos paramos junto al coche, pero del lado a la salida, así no nos verían hablar. Yo me quité el casco y pude observar mejor. El olor a fiesta, alcohol, cigarros y otras cosas menos lícitas me impactó enseguida. Tenía un casco que me cubría toda la cabeza por eso lo había podido evitar. El olor era casi nauseabundo. Habían luces, como de focos de diferentes colores, que iban y venían. Más le valía a uno no ser epiléptico en ese sitio, o te podía dar un ataque. Ví un grupo de gente haciendo carreras de motos. Otro con gente subida encima de sus coches bailando. En un tercer grupo estaban traficando drogas sin siquiera esconderse. Más al fondo había gente hablando, bailando, ligando y entreteniéndose de todas las maneras posibles. En un segundo estalló una pelea, que se solucionó al instante y los participantes se fueron a la zona de baile riendo. Era un lugar en el que todos los vicios de la humanidad estaban reunidos y concentrados. Yo quería huir corriendo de ese sitio, pero mi instinto me decía de no hacerlo. Le dijo a Cerbero que se quedase dentro del coche, un sitio cómo ese no era bueno para un cachorro. Bajamos las ventanillas traseras para que estuviese bien. Nadie se atrevería a acercarse con un perro allí.

- ¿Y toda esa muchedumbre está compuesta de vampiros? - por el tono de Hades, yo no era la única asqueada por el lugar. 

- No - respondió Wilhelm - diría que sólo un tercio de los presentes lo es. Mucha gente es atraída por nuestro mundo. A nosotros nos va muy bien porque es el cordero que viene sólo al matadero. Escuchadme bien - nos puso en guardia - aunque no lo parezca, son las vampiresas las que dominan este sitio. Vamos a repartir los roles - una sonrisa maquiavélica se le dibujó en la cara. En cuanto los oímos, todos protestamos enérgicamente - Mirad, ¡o me hacéis caso o se os comen vivos! Marie se va a quedar conmigo. Le huelo un tipo de sangre muy raro, todos van a querer devorarla. Mejor protección que la mía no podrá tener - yo estaba convencida que quería otras otras, pero me guardé el comentario - Como ya he dicho, es una sociedad matriarcal, para entrar tendréis que haceros pasar por adeptos de los vampiros y las reglas son muy claras: los hombres sirven a las mujeres. Elysa, recupera la bestia que dejaste salir cuando te enfrentaste a aquella idiota plastificada en el bar de los moteros y no tendrás problemas. Tú John, mejor no abras la boca hasta llegar delante de la Señora de estos lugares. Actúa como la sombra de Elysa. Si seguís lo que os digo, todo saldrá bien. 

Yo no las tenía todas conmigo pero acabamos aceptando su plan. Al final y al cabo él era un vampiro como los presentes y tenía que saber qué era lo correcto de hacer. O al menos eso esperaba. Salimos de detrás del coche y detecté inmediatamente las que dominaban el cotarro. Extrañamente, habían dos o tres en cada sección. Si uno prestaba atención, se veía que los grupos giraban entorno a ellas. Wilhelm nos dijo que esperásemos afuera mientras él intentaba ver si se podía pedir audiencia. No iba a ir cómo él mismo, sino como un vampiro enlace entre los representantes de la Casa Grande y la Villa (su versión citadina).

- Portaos bien e intentad pasar desapercibidos, por favor. Lo último que queremos es tener a su Señoría en contra nuestra porque la habéis insultado - y se fue.

Nos quedamos allí plantados mi amigo y yo. Él propuso separarnos para poder observar. Yo fui un poco reticente porque Wilhelm le había especificado de quedarse cerca mío.

- Me ha dicho que sea tu sombra. Las sombras no siempre estás al lado de sus objetos, pero siempre están pegados a ellos. No te preocupes, no te perderé de vista Valentina - antes de que pudiese protestar, ya se había ido.

No tuve más remedio que irme a dar una vuelta. En el exterior, no se diferenciaba mucho de las fiestas salvajes que a veces daban los "Jolly Roger" cuando habían conseguido algo bueno. Pero había diferencias fundamentales: Kirk y Reina JAMÁS habrían permitido la compra/venta de drogas en su establecimiento; las carreras de motos eran en el descampados de al lado del bar, que les pertenecía, por lo que la policía nunca podía decir nada; el ambiente era el de amigos que se lo pasaban bien, aquí se respiraba la pobreza de alma por todas partes. Una parte de mi estaba asqueada de verla y otra había querido coger una manguera de bombero y regarlos todos, aunque sólo fuese para que estuviesen limpios treinta segundos. Sin darme cuenta, un pequeño rictus de asco hacía que se me levantase la nariz viendo todo aquello. Había estado muy poco en la madriguera campestre de los vampiros, pero por muy poca-cosa que me pareciesen todos ellos, eran mucho más respetables que la manada de reses descerebradas que tenía delante mío. 

Estuve andando en círculos durante un rato. Vi un par de peleas, tres carreras ganadas ilegalmente, como tiene que ser, y un mínimo cincuenta delitos en todo ese espacio. Mi padre era policía, inspector en la unidad de menores. Llega a estar aquí y después de desmayarse del infarto, habría llamado a todas las comisarías de la ciudad para embarcar a toda esta gente y llevársela detenida. Mi madre habría protestado como el Pato Donald por todo el trabajo extra que le habría hecho hacer, pero le habría vuelto a mirar con adoración por lo bien que siempre hacía las cosas. Mis padres, por mucho que me hubiesen tenido con dieciséis años, se seguían queriendo cómo dos adolescentes. Yo siempre les había envidiado esa convivialidad que tenían, pero de manera sana. Esperaba encontrar un día alguien que me quisiese de la misma forma en la que se querían ellos. 

Mientras estaba en mi mundo, de repente los pelos de la nuca se me erizaron. Algo había visto mi subconsciente que no le había gustado ni un pelo y me había advertido de ello. Busqué con la mirada lo que era y lo detecté enseguida. Una rubia de esculturales pechos, lamentablemente naturales, estaba intentando ligar con Hades. Llevaba una camiseta extremadamente escotada y muy pegada al cuerpo, junto con una mini falda que casi parecía un cinturón, y estaba subida en una botas de tacón que habrían hecho perder el equilibrio a un DragQuee profesional. Mi pobre amigo hacía lo que podía por evitarla, pero estaba rodeado por ella y sus damas de compañía, seis en total: tres morenas, dos pelirrojas y otra rubia. Detecté al instante que eran todas vampiresas. Las había visto hablando en pequeño comité en la zona de baile y ligue. Vi como la rubia mayor arrinconaba a mi amigo contra la pared y se le pegaba más de lo debido. El pobre no sabía qué hacer, nos habían dicho de estarnos quietos y tranquilos, y esa no la dejaba. Pero la rubia no contaba con un problema mayor: yo. 

Una parte de mí se rebeló ante aquello. Estaba enfadada. Pero no era una cólera de esas que estallan y lo rompen todo. Era una de esas frías, una mucho más peligrosas. De esas que quiebran poco a poco hasta no dejar ni un grano de polvo del adversario, que lo reducen a átomos, y si pudiesen, hasta eso destrozarían. Era una cólera que planea la destrucción de lo que te ha hecho una afrenta y la parte de mí que estaba tan encolerizada había sentido que le habían arrebatado algo que era suyo, algo que nos pertenecía, algo que nadie tenía el derecho a tocar y menos a coger. Esa vampiresa se había atrevido a ir más allá de lo permitido. Hades no quería que lo tocasen ni que se le acercasen y yo no iba a dejar que esa rubia se permitiese ningún lujo con él. Mi otro yo sólo me dijo una cosa:

- Masácrala.

No me lo tuvo que repetir dos veces. Me dirigí hacia ella a paso decidido. Por el rabillo del ojo, noté como más de una persona notaba hacia quién me dirigía y que mis intenciones no eran buenas. No sabía quién era la fulana aquella que estaba intentando camelarse a mi amigo, pero nadie me iba a impedir que le rompiese el cuello. Fui tan directa que el séquito que la rodeaba no tuvo tiempo de reaccionar. Le pegué un puñetazo de los buenos, de los que los "Jolly Roger" me habían enseñado a dar. El truco consistía en meter el pulgar dentro de los otros dedos para dar más fuerza y resistencia al golpe. Le aporreé en toda la cara y la hice volar a dos metros de distancia. Quiso levantarse y replicar, pero se encontró con mi tacón de aguja apoyado justo en su carótida. 

- ¡Quietas o la desangro aquí y ahora! - el aviso iba para todo el mundo. El séquito se quedó en su sitio - Escúchame bien, porque sólo lo diré una vez - me dirigía a la rubia - ¡ÉL ES MÍO! Es MI propiedad. Nadie tiene el derecho de tocarle, hablarle, acercase o mirarle sin mi permiso. Vuelve a aproximarte, aunque sea a pedirle la hora, y te transformo en paté para perros. ¿Te ha quedado claro?

- No sabes con quién te las estás viendo - me dijo intentando moverse. A mí eso me daba igual.

- Te he preguntado - apreté más fuerte con el tacón - si te ha quedado claro.

Antes de que pudiese decir nada, y apoyando mi posición, a su lado se puso a gruñirle un perro negro con rizos que los iba perdiendo por su aspecto de mastín gigante de tres cabezas. Cerbero debía de haber escuchado que tenía problemas y había acudido en mi ayuda. Mi cara de pocos amigos y el animal debieron de convencerla, porque vi en sus ojos que claudicaba, pero no tuvo tiempo de decírmelo que apareció una mujer rodeada de personas, entre ellas Wilhelm y Marie.

- ¿Se puede saber qué está pasando aquí? - preguntó la mujer.

Era más bien bajita en tamaño, pero imponía más que cualquier otra persona en los alrededores. Tenía los ojos verdes y el pelo rubio-pelirrojo. Era regordeta, pero no te habrías atrevido a decirle nada. Sus ojos destellaban de cólera y todo me podía caer encima a mí.

- ¡Madre! - la rubia debajo de mi pie aprovechó la ocasión para salir disparada hacia ella y escudarse detrás suyo - Me ha agredido e insultado, la cosa no quedará así, ¿verdad?

Lo que me faltaba. La niñata que le quería poner un dedo encima a Hades era la hija de la mujer a la que habíamos venido a ver. No se podía tener más mala suerte. Pero en lugar de defender a su progenitura, los ojos de la mujer se giraron hacía ella y destellaron de rabia. La rubia se encogió sensiblemente, pero ninguna de las dos dijo nada en referencia a la acusación. 

- Todos adentro, ya - fue su única respuesta.

El séquito de la rubia y ella la siguieron, mientras, Wilhelm llegó hasta dónde estábamos nosotros, bastante enfadado.

- ¿Que parte de quietos y callados no habéis entendido? - estaba que mordía, literalmente.

- Me has dicho que me comportase cómo cuando estaba en el club de motos y que Hades era mi sombra. Pues allí, si alguien intenta quitarte algo, lo defiendes con los dientes.

- Pues claro - dijo él - ¡Pero no atacas a la heredera al trono de los vampiros de la Villa! ¡Por todos los dioses! 

No hice ni caso a las protestas del vampiro. Estaba enfadado porque habíamos comprometido su tratado con Señora, pero es que no iba a dejar que se regodease encima de mi amigo así por que sí una piltrafa rubia con el ego desmesurado. 

Wilhelm seguía enfado con nosotros cuando entramos pero se le olvidó en cuanto las puertas se cerraron. A él y a todos los demás. La Señora se giró hacia su hija y le pegó una hostia que la hizo volar hasta la pared y darse otro golpe con fuerza en ella. La chica no llega a ser vampiresa y la mata. Mi golpe, en comparación, pareció una simple caricia.

- ¡¡¿¿QUIÉN TE HAS CREIDO QUE ERES PARA HABLARME DE ESA FORMA??!!  - le gritó - ¡¡NO SOY UNA DE ESAS ESTÚPIDAS NIÑATAS QUE TE RODEAN Y TE DAN COBA!! SOY TU MADRE Y TU REINA, Y COMO TAL ME DEBES RESPETO ¡¡YO SOY LA QUE DECIDE QUIÉN TE TRATA BIEN Y QUIÉN MAL, Y MIENTRAS YO ESTÉ EN EL TRONO ASÍ SERÁ!! NO TIENES NINGÚN DERECHO A EXIGIR NADA Y SI NO TE GUSTA, ya sabes dónde está la puerta - la última frase la dijo en un tono más bajo y cogiéndola por la camiseta - y ahora vete a ponerte otra cosa. Vas tan destapada que das vergüenza - y la soltó con desdén.

Todos nos quedamos impresionados por la demostración de fuerza, tanto física como de carácter, de la mujer que estaba al mando de los vampiros de la Villa. Wilhelm había hecho bien en prevenirnos de que tuviésemos cuidado con lo que hacíamos. Si esa mujer trataba así a su propia hija, ¿qué nos podría hacer a nosotros si algo no le gustaba? Era bastante terrorífica, pero estaba segura que era principalmente para mostrar fuerza, para que nadie le pisase los talones. Tenía que hacerlo porque no hacía mucho que estaba en el poder y podían quererla destronar. Si se mostraba dura hasta con los de su propia sangre, los demás podríamos ir rezando que nos nos pasase nada. En cuanto a mí, en lo que a demostración de poder se refiere, prefería que el jefe lo hiciese sin herir a nadie, haciéndole saber que era fuerte, pero sin herirle tan a lo bestia. La rubia podría querer destronar a su madre utilizando esa misma fuerza bruta para quitarla del trono. La mujer tenía que ir con cuidado, porque podría traerle problemas. Pero en lo que se refiere a ese preciso momento, la rubia casi me dio pena.

Aquí el corset que lleva Elysa durante el capítulo. Como soy una patata describiendo, prefiero mostrarlo aquí


jueves, 3 de septiembre de 2015

Décimo primer capítulo: Jolly Roger

Me aburría como una ostra. No sólo no podía hacer nada porque al mínimo movimiento me dolían las costillas, sino que encima estaba confinada en el interior. Ya bastante molesto había sido que me capturasen una panda de vampiros que parecían salidos de una película barata, para que ni me dejasen respirar algo de aire fresco. Vale que estábamos ya en Diciembre, que hacían temperaturas de Polo Norte y que estaba herida, pero no soportaba el encierro. El conseguir ir a trabajar había sido toda una batalla con mi jefa:

“- Está usted de baja, ¿qué parte de esa frase no ha entendido?” – me repetía una y otra vez.

¡TODA!

Al menos pude conseguir que me dejasen venir al trabajo gracias al apoyo de Rose, mi maestra, Hades y el jefe de este. El señor Lloyd había hecho valer la idea de que al menos pudiese estudiar tranquilamente. Estar en la Biblioteca Central no me haría ningún daño y como era estudiosa, podría continuar aprendiendo. El señor Heffernam, el jefe del Departamento de la Vida, había dado su consentimiento.

Me pasaba los días mirando manual tras manual. Me encantaban las bibliotecas, pero podía moverme muy poco y Cerbero se quedaba con mi amigo porque hasta él entendía que estaba a salvo. El pobre animal lo había pasado muy mal cuando me habían cogido. Fue uno de los que me salvaron y no me dejó en todo el tiempo que estuve ingresada. Mis padres se tragaron la excusa de que me había atacado un animal y mi perro me había defendido. A mí me parecía más falso que una moneda de madera, pero no podía meterlos en los asuntos del Centro. Mi abuelo había sido categórico. Por mucho que mi madre y mi tío hubiesen pisado decenas de veces el edificio, no podía decirles nada. Ambos tenían que mantenerse seguros y la mejor manera era ignorando lo qué era en realidad ese lugar.

Aquel día, acababa de terminar un manual sobre las plantas curativas de la región. Ya conocía algunas de la cultura popular, pero habían otras que ni me sonaban. Tanto nombre me hacía tener dolor de cabeza. Había visto que, aunque en la escuela hubiese sido siempre una estudiante que aprendía mucho más con un buen libro, aquí era tocando las plantas cuando podía entenderlas mejor. Por lo demás, todo seguía igual. Estaba ya cansada y aburrida de ese sitio. Quien me hubiese dicho seis meses atrás que me iba a cansar de estar en una biblioteca confinada y que habría querido salir por todos los medios al aire fresco, le habría tildado de idiota. Me levanté y un dolor lacerante en el costado me recordó que tampoco estaba para dar grandes paseos por los parques. Dejé el libro en un carrito que había cerca y me fui a la sección de literatura.

Durante los primeros días había intentado volver a colocar los libros dónde los había encontrado, pensaba que para algo tenía una formación de bibliotecaria, pero los agentes del Departamento de que poco me linchan cuando me vieron hacer eso. Selim me explicó que eran muy tiquismiquis en lo que a libros en su sitio se refería. Yo lo entendía como la que más, pero al no ser de ese sitio, me miraban un poco como una extranjera. Esa fue la primera vez que me sentí mal en una biblioteca. Y no me gustó. El joven sirio venía de vez en cuando a visitarme para ver cómo estaba. Yo sospechaba que intentaba huir de su novio para no tener que ir a comer fuera. A veces me preguntaba si no eran los agentes de ese Departamento los que habían inspirado la idea de que los vampiros le temían al sol. Daba hasta miedo las formas diversas y variadas que se llegaban a inventar para no tener que estar expuestos al astro rey. Alatir me confió una vez que eso le divertía en grado sumo, que se lo pasaba en grande persiguiendo a Selim para arrastrarlo fuera de su santuario. Preferí no insistir en el tema. Había llegado a la conclusión de que más me valía mantenerme en mi sitio y calladita, por mi propia seguridad.

Deambulé por las estanterías rozando con la punta de mis dedos los lomos de los libros. El tacto se me hacía maravilloso. Eran extremadamente variados: liso, rugoso, con decoraciones, sin decoraciones. Sólo viendo el exterior, podías imaginarte la cantidad de cosas que le podían haber pasado al libro desde que había salido de la imprenta, o incluso en la misma. De repente mis dedos se pararon un libro. En el lomo no había nada escrito. Era verde, forrado en tela suave, agradable al tacto. Lo saqué. Las tapas estaban igual de inmaculadas que el lomo. Tuve que abrirlo para poder leer el título: Wulfric Moorson. Una imagen se me apareció de repente. Era una sonrisa peligrosa de la que sobresalían dos colmillos, como los de un depredador que acaba de cogerte y saboreaba ya el momento de clavar sus caninos en tu carne para devorarte. Eras el premio de su caza. Del sobresalto que me produjo la imagen, solté el libro. Sentí muchísimo miedo al ver esos colmillos. Tenía la impresión de que ya los había visto, sabía a quién pertenecían, y por esa razón estaba tan aterrada.

Estaba tan ensimismada, intentando no morir de miedo, que no me di cuenta cuando alguien se me acercó. Recogió el libro y, después de mirarlo, me lo tendió. Tardé un poco en reaccionar y levantar la cabeza. Vi a un hombre de pelo negro y elegante. Vestía un abrigo negro, largo, de botones plateados. Una sonrisa divertida se dibujó al ver el apuro en el que me encontraba. Me había quedado estática. Hice un intento de cogerlo, pero no me dejó.

- Debería tener cuidado con este tipo de libros, podría hacerse daño y sería una pena.

Cuando habló pude entrever unos colmillos finos que jugaban con sus labios. No del mismo tipo que había visto en cuanto había leído el nombre en el libro. Esos eran de animal carnívoro, que te deshacen por completo. Los de ahora eran finos, estaban hechos para atravesar la piel y la carne, pero no para arrancarla. Deduje que era un vampiro. Hades me había hablado del hombre que había conocido en el bosque. Me lo había descrito y se parecía bastante a la persona que tenía delante. Intenté ver si mi suposición era la correcta. Cogí el libro y le dije:

- Muchas gracias, señor Wilhelm.

El hombre abrió los ojos sorprendido, pero gratificado.

- Por lo que veo, le han hablado de mí. Espero que en buenos términos.

- No en malos al menos

- Ouch, eso duele. Tendré que mejorar mi imagen, ¿señorita? – me preguntaba por mi nombre.

- Elysa VonHelland.

- Pues señorita VonHelland – me hizo un besamano. Hacía siglos que nadie me había hecho eso. Ya estaba convencida que los hombres ni se acordaban de lo que era – haré todo lo que esté en mi poder para que pueda tener una grandísima opinión de mi.

Cuando iba a inclinarse para volver a darme un beso, un cañón de pistola se apoyó en su cabeza.

- Vuelva a acercar esos colmillos a la piel de esta joven, y le vuelo la cabeza aquí y ahora.

Levanté la cabeza rápidamente para ver quién lo amenazaba así. Era Marie. La expresión terriblemente seria no iba nada con el vestido fucsia corto que llevaba que parecía sacado de un dibujo animado de princesas. Ese día, nada recogía su pelo, lo llevaba libremente, y eso le confería una apariencia salvaje que, con la añadidura de la pistola, no me habría atrevido a contradecir a la recepcionista ni por todo el oro del mundo. Wilhelm se giró y la observó de arriba a abajo. Su mirada fue tan intensa que había hecho sentir incómoda a una bailarina de cabaret, y sé de lo que hablo. Marie ni se inmutó, le siguió apuntando, e incluso quitó el seguro del arma. El vampiro me miró, pero sin moverse de su posición.

- Creo que no le ha hecho gracia que me saltase el control de la entrada – parecía disfrutar – Tenéis recepcionistas muy peligrosas aquí.

Siga testando mi paciencia y podrá probar en sus carnes cuan peligrosa puedo ser.

- Oh – su atención volvió completamente a ella – pero no pido más que eso – sus ojos devoraron literalmente a la chica. No terminaba de saber si lo que quería era probar la fuerza combativa de Marie u otras cosas.

- Le están esperando – la mirada de la chica era terroríficamente fría – más le vale no tardar mucho más.

- ¡Que aburrimiento! Bueno iré, pero con una condición – dijo sonriendo – esta preciosidad me acompaña.

Sin darle tiempo a mover ni una ceja, me cogió como un saco de patatas y salió huyendo. Yo misma no supe ni que cara poner. El hombre corría a unas velocidades endemoniadas. Levanté la cabeza en un intento de protestar y cuando le vi la cara, pude verle una sonrisa. Parecía divertirse en tomarle el pelo a Marie. Estaba claro que yo no pintaba nada. De repente me di cuenta de que no me dolían las costillas. Durante toda la mañana me había sido casi imposible hacer el más mínimo movimiento sin causar un pinchazo en mi costado derecho, pero en ese momento, no me pasaba nada. No acababa de entender el porque o el como. Pero no es que me quejase. Estaba bastante feliz de que pasase y no iba a querer investigar el porqué.

Wilhelm me dejó en el suelo delante de una puerta. No sabía que piso era porque allí todos eran iguales. Me giré interrogativa hacía él. Lo único que obtuve fue una sonrisa satisfecha. Al poco llegó Marie, resoplando del esfuerzo. El vampiro se quedó impresionado de que le hubiese seguido tan fácilmente. La recepcionista le informó que ella se sabía cada atajo del edificio de memoria, contrariamente a él. El hombre volvió a sonreír y nos abrió la puerta caballerosamente.

Era una sala de reuniones como otra cualquiera. Paredes blancas, mesa d madera alargada, sillas y una fuente de agua. De hecho era casi idéntica a la que habíamos ido antes del examen final. Que yo pudiese ver, sólo había una persona allí. Estaba sentada, con una rodilla apoyada en la mesa, los brazos cruzados y los ojos cerrados. Vestía un jersey amplio negro que decía "abrázame" y unos tejanos. El hombre tenía una barba de tres días que me había quedado afónica de decirle que le quedaba muy bien. Por lo visto Hades estaba esperando a que la reunión empezase.

- Se ha quedado dormido - dijo el vampiro con un todo de burla.

- No - le corregí - Está extremadamente irritado. De hecho, le he visto muy pocas veces tan enfadado.

Yo conocía a mi amigo lo suficiente como para reconocer cada posición de su cuerpo. Sabía que ahora estaba extremadamente tenso. Al más mínimo comentario iba a saltarle al cuello a quién le hablase. Pensé que lo más sensato sería que fuese yo. Me acerqué tranquilamente y le toqué un brazo. Él abrió los ojos rápidamente y me vio. Sus posición se relajó sensiblemente.

- ¿Qué ha pasado? - le pregunté.

- Nada - le insistí seriamente y cedió - Eso ha pasado - señaló con el mentón algo que había detrás de la puerta. La cerramos y descubrimos un capullo negro hecho con sombras. Le pregunté qué era sólo me dijo - Se me había acabado el celo.

Asustada, le dije que hiciese el favor de bajar el capullo y quitar las sombras de allí. Me obedeció a regañadientes y apareció un niño, de unos diez u once años, de pelo rubio cálido y grandes ojos color chocolate con leche. Llevaba ropas de algodón y mangas amplias. Parecían extremadamente cómodas. El pobre chiquillo estaba extremadamente asustado. Mi amigo le había atado y amordazado con celo. Di un vistazo a una papelera que había cerca y allí reposaba un pobre rollo vacío. Fui con mucho cuidado para quitarle las ataduras al pequeño. Le hablaba para calmarlo como había hecho con Cerbero cuando tenía miedo de la oscuridad cuando era pequeño. Que también es muy fuerte que un perro de tres cabezas gigante estuviese aterrorizado en cuanto se ponía el sol. Por cierto, me preguntaba dónde estaba el animal.

Cuando acabe de soltarle, le pregunté al pequeño si estaba bien. Como toda respuesta, me salto al cuello para abrazarme.

- ¡Muchas gracias! - tenía una voz dulce y cantarina - El bruto este me ha atado sin razón alguna. Ha sido realmente muy malo. Si yo no hacía nada malo, solo le estaba preguntando cosas del Centro. Su jefe me había dicho que podía preguntar lo que quisiese - hablaba a una velocidad pasmosa.

- ¡Mi vida sentimental no tiene nada que ver con el Centro! - protestó mi amigo.

- Si que la tiene - le tiró la lengua - Una novia es un punto débil. Podrían hacer daño manipulándote amenazándola a ella - tenía que admitir que el pequeño tenía razón - Él no me ha querido responder - me miraba con los ojos casi brillando - ¿Verdad que es tu novio? Ya ha corrido la voz sobre como te defendió de los vampiros de la Casa de Campo. No se defiende así de brutalmente a alguien por el que no sientes nada.

Entendía porque Hades se había puesto nervioso. Aunque seguía sin ser una razón valable para atar a un niño, pero el tema era bastante peliagudo. Él mismo me había admitido que quería tomarse un respiro con las novias. Hacía un tiempo que todas le salían rana. Durante su entreno quería quedarse soltero. A mi me venía de perlas. Podía ocupar su casa tranquilamente porque al tener horarios distintos no nos molestábamos y ya habíamos visto que hacernos la comida mutuamente era muy práctico. Por mí, podía seguir soltero el tiempo que quisiese, además, no solía aguantar a sus novias, por lo que mejor.

- No, no soy su pareja, soy su mejor amiga - le expliqué tranquilamente - Y me defendió por eso, no podía permitir que algo malo me pasase.

- ¿En serio? - sonrió - ¡Genial! - no era exactamente la reacción que esperaba, sobretodo viendo cómo había puesto nervioso a Hades - Cuando vuelva de mi Transición en Agosto podré intentar ligar contigo.

No supe cómo reaccionar. Que un niño de diez años me dijese aquello me sacó de todos mis esquemas.

- Se llama Luc Geametro y es el hijo mayor de una de las más importantes familias de demonios de la tierra que hay - me giré para ver quién era el que me hablaba y me encontré con los ojos divertidos de Livio - Su padre le ha pedido al Centro que lo vigilemos durante un tiempo. El jefe nos lo ha endilgado porque somos los encargados de llevar las negociaciones con Wilhelm y los vampiros. Pensaba que encontraría al chico en peor estado conociendo a mi aprendiz - Cuando le expliqué al maestro de Hades qué había pasado soltó una carcajada monumental - Eso ya me lo creó más.

Le quise preguntar qué era la transición, pero Luc se le adelantó explicándola.

- No sabes qué es la Transición, ¿Verdad? - moví negativamente la cabeza - Pues es una ceremonia que todos los demonios tenemos que pasar al llegar a la adolescencia. Dejamos nuestros cuerpos de niños indefensos atrás y emprendemos la metamorfosis hacia la edad adulta - en mi cabeza se dibujó de nuevo el capullo en el que había estado el chico y del que salía una mariposa con su cara. Intenté no morirme de risa - A partir de allí, crecemos rápidamente. Para cada clase social y cada especie, el momento y la ceremonia son diferentes. Yo ya estoy listo, podría hacerlo si quisiese, pero Padre ha querido que me entrenase en la política interdemoníaca con el Centro. No me quejo - acabó sonriendo - he podido conocerte y te encuentro muy guapa. ¿Quieres una piruleta?

Se sacó del bolsillo una de coca-cola y me la ofreció. Eran mis favoritas. Yo la cogí con gusto. Mientras me peleaba con el envoltorio empecé a pensar en lo que me había dicho. Algo me sonaba de las clases, pero creo que mi jefa había dicho que era la misma edad para todas las especies de demonios. Ya se notaba que esa mujer nunca salía de su despacho. También nos había dicho que era a la mayoría de edad. Posiblemente fuese un concepto diferente para cada especie y cultura, como lo es para los humanos. Entonces me di cuenta de una cosa. Tenía al lado un niño pequeño, aún no era adolescente, ¿cómo era posible que lo considerasen ya un adulto?

- Oye Luc, ¿Cuantos años tienes?

- Catorce - y me sonrió abiertamente, mientras tiraba a la basura el envoltorio de su piruleta de fresa - en Agosto cumpliré los quince. Por eso haré la transición en ese momento. Seré lo suficientemente mayor para estar aquí y entender todo lo que pasa - me dijo sonriendo comiéndose su caramelo.

Yo estaba alucinando. Pensaba que era mucho más pequeño y me encontraba con un adolescente hecho y derecho. Miré a mi amigo, el pobre seguía de humor de perros... hablando de eso, en todo el rato no había visto al mío ni un momento.

- Hades, ¿dónde está Cerbero?

El interpelado señaló con el mentón el otro lado de la sala, hacía una zona oscura. Miré curiosa y pude ver una escena de lo más insólita. El cachorrillo que cuidaba desde hacia unos meses estaba en pleno duelo de película del oeste con un gatito atigrado de colores claros y arenosos. Estaban los dos cara a cara, sin hacer un sólo movimiento, en posición de ataque y mirándose desafiantemente. Por mucho que intentasen parecer agresivos, eran la monería hecha animales. Tuve que admitir que no tenía ninguna gana de interrumpirlos. Me senté a observarlos. Alguien se me acercó por detrás y se puso a mi lado.

- El gato es mío - me giré y vi a Luc comiéndose su piruleta y observando la escena con los mismos ojos enternecidos que suponía tenía yo - se llama Nemea y es hembra. ¿Has oído hablar del León de Nemea que combatió Hércules? - ¿Quién no? - Era de la misma especie que mi gatita - sonrió tristemente - desde hace milenios, mi familia ha cuidado, criado y entrenado a los Leones Gigantes de los Demonios de la Tierra. El famoso fue uno que se escapó y sembró el terror por toda Grecia. Teníamos que haberlo capturado nosotros y volverlo a llevar a nuestra dimensión para soltarlo en libertad porque no era domable, pero ese bruto se nos adelantó y lo mató - mientras iba hablando se iba poniendo cada más triste - A todos los miembros de nuestra familia nos cuentan esta historia para que tengamos mucho cuidado con nuestros animales. Cada uno tenemos uno al que criamos y educamos para que sea nuestro compañero. Estos pequeñajos son muy longevos, posiblemente Nemea viva más que yo... No quiero que le pase nada.

Como vi que estaba a punto de llorar lo abracé fuertemente.

- Entiendo que es lo que sientes. No hace muchos meses que tengo a Cerbero, pero si llega a pasarle cualquier cosa me muero. ¿Sabes que es un perro de tres cabezas que ya mide cerca de seis metros de alto?

El joven me miró con los ojos abiertos impresionado. Estaba muy orgullosa de mi monstruito destroza-muñecos. Como sintiendo que ninguno de los dos se encontraba bien, los dos animales dejaron su duelo y vinieron a nuestro encuentro. Nemea se acurrucó en el regazo de su amo y me echó una mirada asesina. Cerbero puso su cabecita llena de rizos en mis rodillas y le gruñó al gato, que le respondió con un bufido. No pude sino darle un abrazo y un beso que el bicho acogió la mar de encantado. Durante los días que había estado con mi amigo, ambos habíamos sentido la separación más fuertemente de lo que había imaginado.

De repente me acordé que estaba en una sala de reunión y que por consiguiente, tenía que haber empezado el porque todos los participantes estaban allí. Me giré y vi a un lado de la mesa a Wilhelm con mirada seria. Detrás suyo estaba Marie, apoyada en la pared sin quitarle el ojo de encima. Intuía que esa actitud no le molestaba al vampiro ni por asomo. Delante de él se encontraban Hades y Livio con un montón de papeles de dossiers esparcidos. La reunión había empezado sin nosotros y parecían encontrarse con un buen problema.

- No está en mi poder - decía el vampiro - Ella es la que controla la Casa Grande de la ciudad. Tendréis que hablar con "su majestad" - no sabía quien era la mujer, pero no parecía estar entre los que él apreciase - Yo estoy intentando arreglar el desastre que alguien montó porque le han habían secuestrado la novia - la mirada asesina que lanzó fue directa hacia mi amigo, que ni se inmutó.

- ¿No me vendrás a decir ahora que no eres el que más se ha beneficiado de ello, no?

- Au contraire, me has venido de perlas para quitarme de en medio a la competencia - no tenía reparos en decirlo abiertamente, yo alucinaba - pero en lo que hace referencia a la panda de idiotas en motos, es cosa suya, no mía.

- Va a ser imposible conseguir una audiencia con ella.

Hades suspiró contrariado. Pero a mi se me ocurrió una idea. Había entendido que estaban hablando de una vampira que dominaba a los de su especie en la ciudad. Por lo visto, los que me habían cogido eran un grupo que estaba estacionado en las afueras. Lo que me extrañaba, es que mi amigo me había dicho que el lugar que había destrozado era la Casa Grande más cercana al Centro. Esa mujer debía de haber reunido los poderes hacía poco o Livio lo habría llevado a verla a ella.

- Podríamos hacerlo si nos hacemos pasar por una delegación de Wilhelm - propuse. Todos se giraron extrañados - ¿No lo habéis pensado? Él está subiendo en poder, necesita aliados, y la vampira dirigente de la ciudad podría ser una perfecta candidata. Nos envía para dialogar y podemos verla.

- La idea es buena - admitió Wilhelm - pero no pasaríais por vampiros ni queriendo. Ella os  descubriría al instante.

- No hace falta disimular ante la dirigente - le dijo Hades - simplemente ante los idiotas que la rodean. Pedimos una audiencia privada como tus emisarios y luego nos desvelamos como lo que somos: agentes del Centro de Departamentos, aliados contigo, que venimos a hacer un tratado a tres bandas.

El hombre pareció pensárselo un poco.

- No sé si aceptará después de haceros pasar por vampiros. Tendría que ser gente con labia suficiente como para hacerla ceder. Tenéis que saber que dirige a los suyos de manera muy... matriarcal. Opina que los hombres somos unos inútiles. Por eso no estoy seguro que acepte vernos. Vendréis de parte de dos hombres: el señor Ysoer y yo.

- Si demostramos que somos fuertes, nos aceptará, ¿no? - se estaba gestando una idea en mi cabeza, y sabía que a mi amigo no le iba a gustar ni un pelo.

- Claro, sobretodo si vais tu y la recepcionista amante de las armas de fuego - Wilhelm repasó a Marie de arriba a abajo otras vez mientras lo decía. Esta le lanzó tal mirada que si sus ojos hubiesen podido lanzar puñales, el vampiro habría caído al instante.

- Pues tengo una idea. Todo está en la apariencia y en la actitud. Marie está demostrando que sus miradas pueden ser terroríficas y yo, como bien sabes Hades, ya he demostrado que ninguna idiota con cuero subida en una moto me puede ganar - le lancé una sonrisa llena de intenciones.

- No estarás planeando ir allí, ¿verdad? - ya sabía por dónde iba y le hacía todo, menos gracia.

- ¿Dónde sino? Incluso podrías recuperar a Lisa.

- ¿Quién es Lisa? - preguntó entusiasmado Livio.

- Mi Harley. Que no pude recuperarla la última vez, y ahora pienso hacerlo y como le hayan hecho algo, les degüello.

Lo de Lisa y Hades era una historia de amor un poco complicada. Todo empezó en el lugar al que íbamos. Era un club de moteros. Uno sencillo, nada de cosas ilegales. Eran todos unos cerebritos en realidad. La mayoría tenían diplomas universitarios y algunos hasta doctorados. Iban por el mundo haciendo conferencias y yendo a convenciones. Eran especialistas en mecánica, física, antropología, ayuda social. Incluso desde dentro, uno alucinaba con lo que eran capaces de hacer. Yo conocí al hijo del jefe y salimos una temporada. Se llamaba Douglas, pero le llamábamos todos Dig, más fácil. No era muy alto pero tenía bastante músculo, y su pelo color arena cálida me volvía loca. Había sido mi último novio. Habíamos roto porque su vida de constantes movimientos no era para mí. Aunque había visto que los hombres con carácter fuerte me gustaban. En ese sitio te tenías que hacer respetar por tus propios medios. Por increíble que pareciese, Hades me acompañó una temporada. Su altura impresionaba, pero como desde que llegó a la adolescencia había sido siempre un escuchimizado, la gente enseguida le perdía el respeto, pero ganaba en confianza. Unos de la banda le habían enseñado todo lo que sabían sobre las Harley y hacia el final, le habían ayudado a escoger una de un desguace, repararla y dejarla mejor que recién salida de fábrica. Los chicos decían que una moto con historia funcionaba mucho mejor que una nueva. Tenía que admitir que tenían razón. El que Hades perdiese a Lisa fue por mi culpa. Cuando rompí con Dig, algunos de la banda aprovecharon para tirarle a mi amigo todos los rencores que le habían guardado. Él se defendió bien, pero tuvimos que salir de allí sin podernos llevar su Harley con nosotros. No al menos sin arriesgar nuestras vidas. Él siempre lo había lamentado, pero nunca había podido volver. Ella era la razón principal por la que quería volver. La segunda era que los vampiros de ciudad eran como pseudo-moteros-pijos, con lo que llevaban en la banda y Lisa, podríamos hacer una entrada triunfal.

- Tendremos que pedirle ayuda a los chicos - dije.

- Mientras el baboso de Douglas no te ponga un dedo encima, me da igual.

- Tampoco le iba a dejar. Cuando cortamos fue definitivo.

- ¿Le vas a pedir ayuda a tu ex? - dijo extrañada Marie - Este podría pedir un favor "especial" por la ayuda.

- No lo hará. Ya me encargaré de tenerlo a raya - Marie le hizo ver que los ex tenían "ciertos privilegios" - pues este no tendrá ninguno - el tono no admitía réplicas - Ya se encargará su novio actual que no lo tenga - le pregunté que quién se suponía que era esa persona - ¡YO! - respondió y salió de la sala dando un portazo más que cabreado.

 Los cuatro que quedábamos no supimos que hacer durante un momento. Luego yo salí detrás de él para hablar. Ya nos habíamos hecho pasar por pareja para darle en todos los morros a alguna ex suya, pero aquí parecía quererme defender. Hablamos durante un rato en la recepción del edificio, en aquellos sillones tan cómodos al lado de los ventanales. Hades me dijo que no quería que tuviese nada más que ver con ellos, que me había visto muy afectada por la ruptura. Era verdad que habíamos acabado bastante mal, pero yo lamentaba, sobretodo, el que hubiésemos dejado atrás a Lisa. Le expliqué mis razones para ir allá. Él no quería que fuese por eso y que ya recuperaría su Harley de otra manera. Pero no le dejé hablar, le dije claramente que iba a ir allí y que lo único que podía hacer era hacerse pasar por mi novio y poco más.

- Eso o te llevo al trabajo en mi coche durante todo mi entreno en el Departamento de la Noche.

La amenaza surgió efecto. Se puso pálido y aceptó sin decir nada más. Yo no acababa de entender porqué le tenía tanto miedo a que yo condujera, si era la mar de seguro. Pero no quería oír hablar del tema. Esa amenaza me aseguró el que me tendría controlada y que me dejase ir a ver a los chicos. Fuimos a recoger a Wilhelm y a Marie, dejamos a Luc a cargo de Livio (yo dudaba de que eso fuese una buena idea, pero no podía hacer nada), saludamos a Halia que empezaba su turno, y nos los llevamos, sin escuchar ninguna de las protestas de Marie, al Club Motero Jolly Roger, cuya insignia era el famoso pabellón pirata del que llevaba el nombre.

Cuando llegamos vimos un panel con las actividades del mes. Vi una convención en Las Vegas, una charla en la ciudad y una conferencia dada por los tres doctorados en Dubai. Era bastante impresionante. Entré y me encontré con un montón de miradas negras. Me resbalaron todas. Reconocía a tres cuartas partes de los presentes, y seguramente ellos a mí. El sitio era un gran salón con todo lo que un grupo de moteros pudiese desear: un bar, juegos de dardos, billares, espacios para pelearse/emborracharse, sillones para caer muertos (y otras cosas)... Uno de ellos, llamado Dante, se me cruzó en el camino. Era enorme, con cigarro en boca y calvo como una bola de billar.

- ¿Que habéis venido a hacer aquí? - su mirada era aterradora, pero después de los últimos meses, me parecía casi inofensiva.

Hades se adelantó un paso y dijo:

- A recuperar a Lisa. Y al que se interponga, me lo cargo - utilizó esa voz tan amenazante que había adquirido hacía poco.

No hace falta ponerse así.

La voz salió de detrás de la barra del bar. La gente se apartó y apareció mi ex, cerveza en una mano, una bimbo descerebrada en la otra, y sonrisa radiante.

- Sólo te la hemos cuidado el tiempo que no estabas. Ahora la puedes recuperar. Aunque -bebió un trago, dejó la cerveza y a la chica, y se encaminó hacia nosotros - estoy seguro que no habéis venido sólo por eso, ¿verdad? - una sonrisa más que satisfecha, que me dio un repaso de arriba a bajo, se dibujo en sus ojos.

- Exactamente - dije yo, jugando a su juego - pero no es a ti a quién le hemos venido a pedir nada - se extrañó mucho por eso - es a Reina.

En la banda todo el mundo tenía su nombre. Reina lo tenía desde antes de ocupar la función que ostentaba actualmente, que era la de mujer del jefe de la banda. Accesoriamente era también la madre de Douglas. En cuanto oyó su nombre, esté se quedó a cuadros un instante pero se arregló en seguida.

- No creo que esté muy dispuesta a hacer nada por ti. Te tenía en bastante buena estima y considera que nos abandonaste. Pero yo podría arreglar las cosas, si conseguimos llegar a un... acuerdo.

Se acercó a mi e intentó cogerme por la cintura para darme un beso, pero una mano se lo impidió férreamente. Hades se la apartó con cara extremadamente poco amistosa.

- No se toca lo que no es de uno.

- Tiene razón, corazoncito - ¿quién había dicho semejante majadería? Cuando busqué la persona de la que provenía esa voz estúpida, me encontré con la muñeca que Douglas había tenido cogida hasta ahora - Además - dijo zalameramente apoyándose en su hombro - seguro que no te haría llegar ni a la mitad del éxtasis que yo.

Eso era un ataque a mi persona, y ni Hades ni nadie me iba a impedir que le rompiese los piños con mis propias manos.

- ¿Qué tal si te vas a recolocar esos pechos falsos que tienes y vuelves cuando te necesiten, Barbie?

- ¿Y dejas que me hable así, Doug? - intentaba que él saliese en su defensa.

- Mira niñata, en este sitio una se saca las castañas del fuego solita. Y si ni siquiera eres capaz de contestarme decentemente, no pintas nada.

- No sabes con quién te la estás jugando.

- Tu tampoco. Te puedo romper esa cara operada en menos de un minuto y ni faltarme el aliento.

- Vamos chicas... - intentó calmarnos Dig.

- ¡Tu no te metas en esto! - dijimos las dos a la vez, y eso nos enfadó más. Dig retrocedió un poco.

- Tienen razón. Eso es algo que tienen que arreglar ellas dos. ¡Tu no pintas nada! - la gente se volvió a apartar y apareció la mujer más impresionante que jamás había visto. Ya pasaba los cincuenta, pero seguía teniendo una figura espectacular. Llevaba ropa perfectamente adecuada a ella, pero seguía desprendiendo la ferocidad que la había caracterizado siempre. Pantalones tejanos, camisa apretada, tacones de infarto, y una mirada que habría hecho retroceder una recua de hooligans enardecidos. Virginia era su nombre. Reina su esencia.

miércoles, 1 de julio de 2015

Décimo capítulo: La casa del bosque

Llegamos al sitio mucho más rápido de lo que pensaba. Dejamos el coche en un giro de la carretera y empezamos a subir por una colina. Estuvimos ascendiendo cerca de veinte minutos y después andamos otros diez entre altos pinos. De noche el bosque podría haber sido aterrador, pero estaba descubriendo que la oscuridad no me asustaba. Era más bien todo lo contrario, quería aprender de ella. Durante las dos semanas que habían pasado desde el examen, había intentado volver a recrear la esfera protectora que había conseguido en ese momento, pero apenas podía mover un poco las sombras de mi casa. El hombre de blanco tenía razón, nos había enseñado como acceder a nuestros poderes, pero era tarea nuestra el aprender a usarlos y controlarlos.

Mientras caminábamos miré hacia arriba un segundo. El espectáculo que vi me dejó sin habla. Las estrellas se veían con una intensidad que nunca había observado. Estando perdidos en pleno bosque, de noche, muy lejos de la ciudad, había hecho aparecer una de las bellezas que se escondían en la oscuridad. Me paré un momento a observarlas. De pequeño, mi tío Malcolm me hacía salir por la noche cuando estábamos en la casa de mi abuela para jugar a ver si conseguía distinguir las estrellas y constelaciones. En verano nos podíamos pasar horas así, hasta que nos llamaban de nuevo adentro. Volvíamos helados y con tortícolis, pero felices. Sonreí ante aquel recuerdo de mi tío y al ver que aún podía reconocer mucho del techo nocturno.

- Ya casi estamos - me dijo Livio - Sólo tenemos que andar unos metros más y llegaremos a donde nos han dado cita. Ya verás el hombre es.... particular. Pero creo que es el mejor para esto y ya has oído al jefe, opina lo mismo.

De camino al bosque, mi maestro había llamado al señor Lloyd para preguntarle su opinión. El vampiro con el que nos íbamos a encontrar se llamaba Wilhelm, sin más datos. Suponía que habían muchas personas con ese nombre, pero el jefe pareció entender de quién se trataba. Estuvo de acuerdo con el plan que le proponíamos y sobre el primer encuentro con ese hombre. Me pareció extraño que dejase algo tan importante como unas primeras negociaciones con un posible jefe en manos de un agente y su aprendiz. O le tenía mucha confianza o no esperaba mucho de lo que íbamos a hacer.

Conforme íbamos andando, me fijé que estábamos en una noche cerrada, casi sin luna, y sin ningún tipo de ayuda lumínica. Sin embargo, ambos podíamos ver perfectamente dónde íbamos. Ninguno llevaba una linterna o algo para iluminar el camino. En mi caso, puede que fuese por ese don que parecía tener con las sombras. Desde que había descubierto mis poderes, me había dado cuenta que no me hacía tanta falta la luz para poder ver en la oscuridad. Eso me iba a ahorrar mucho en electricidad ya que ahora trabajaba para el turno de noche. Pero no había visto ni oído nada en referencia a mi maestro que me indicase que tenía algún don para ver en la oscuridad. Intenté adelantarme un poco para verle la cara, pero no tuve tiempo de mirar nada porque en ese momento llegamos al sitio indicado.

Nos encontramos en la cima de una colina desde la que se podía ver una mansión enorme envuelta en vallas. Parecía una de esas casas inglesas que habían en el campo: grande, excesivamente decorada por lugares, y rodeada de jardines más deprimentes que alentadores para un paseo tranquilo.

- Yo siempre la he encontrado excesiva, en todo el esplendor de la palabra.

Me giré y me topé con un joven de lacio pelo negro. Un poco más largo de lo que tendría que haber sido, le caía en ambos de la cara con más elegancia que para la mayoría de la gente. De hecho, el hombre exudaba distinción por cada uno de sus poros. Parecía de verdad que acabase de salir de una película de vampiros ambientada en época victoriana. Llevaba un abrigo largo de botones plateados, un pañuelo atado con un nudo rodeaba su cuello, y llevaba guantes blancos. La cara era un poco alargada y sus ojos, más negros que los míos, parecían haber atravesado eras. Tenía una mirada de superioridad, a juego con una sonrisa de medio lado que parecía querer reírse de todo el mundo. Estaba apoyado en un árbol, con los brazos cruzados. Acabábamos de pasar justo por allí y no lo había visto. No creo que se lo admitiese nunca, pero estaba bastante impresionado.

- Wilhelm - Livio le saludo con un golpe de cabeza, a lo que ese hombre respondió de la misma manera - Permítame que te presente a...

- John Hades Hellson - le interrumpió el vampiro - Cuarto hijo de una familia de clase media, único hombre. Su padre es profesor de biomecánica en la universidad y su madre es chef en un gran restaurante. Hasta hace dos meses trabajaba en una pequeña compañía sin importancia de importación-exportación hasta que fueron descubiertos, él y su amiga de la infancia Elysa Von Helland, por Tristán Hamilton. Antecedentes familiares de demonio de las sombras, eso le hace tener un pequeño poder sobre las mismas. Excelente tirador, mejor espadachín. Tendrá un futuro más que brillante en el Centro de Departamentos si consigue dominar la cólera que parece cegarle cuando le hacen daño a la susodicha amiga.

Después de decir eso nos miró como pidiendo si le faltaba algún detalle más de importancia. Preferí callarme el hecho de que en cuanto pudiese entrenar un poco más, tendría mucho poder sobre las sombras. Ese hombre era increíble, me había investigado en vista de una posible reunión.

- Tu siempre tan informado por lo que veo - dijo Livio - pero te ha faltado decir que ha sido él el que ha propuesto la idea que venimos a discutir - mi maestro tenía una sonrisa en la cara, así como una mirada jovial, pero algo me decía en mi fuero interno que estaba siendo extremadamente serio - pero eso no es lo importante. En el Centro hemos estado observando un aumento considerable de ataques a humanos, unido a una desorganización gubernamental de los residentes vampíricos de la zona. Esto podría desencadenar unos problemas que afectarían ambas partes. Por esa razón se ha propuesto la idea de tener, digamos, un señor que no.... piense solamente en sus propios intereses.

Wilhelm, pareció pensar su respuesta un momento. Miró hacía la Casa Grande y un pequeño movimiento de cejas me hizo ver que algo le había molestado. No tendría nada que ver con nosotros porque enseguida volvió a mirarnos a la cara con una sonrisa socarrona.

- Creo que tendríais primero que mejorar vuestra red de información. Lamento comunicaros que no somos causantes ni de la mitad de los ataques producidos en la ciudad. Estamos demasiado desorganizados, efectivamente. Con las continuas peleas por el poder no podemos hacer nada. Somos cada vez menos numerosos y más brutales. Como sabéis, cuanto más joven es el vampiro, más animal es. Recuperamos la cordura conforme pasa el tiempo me miró a mí específicamente en ese momento.

- Entonces, ¿quién crees que está matando a tantísima gente? preguntó Livio desconcertado dábamos por supuesto que eran vuestras querellas las que producían esos problemas.

Wilhelm lo miró seriamente.

- Actúan como nosotros, pero son más brutales, una mirada suya os embruja y deja sin sentido, sin cerebro si queréis incluso, os comen poco a poco, y no dejan ni los huesos para que podías recogeros en el dolor. Al menos eso era antes. Su reina está perdiendo poder, ya no los domina. Puede ser por una falta de ganas o porque es tan anciana que ya ni se preocupa de lo que hace su inmensa prole. Respóndeme, joven John, ¿quién está atacando en desmesura a los humanos para satisfacer sus bajos instintos?

Una imagen apareció en mi mente. Una mujer de increíble belleza, cuerpo de infarto, ojos de esmeralda, pelo de color del oro, pero con una mirada fiera, como si la hubiese contradicho. De esa imagen salió la respuesta la pregunta del vampiro.

- Los Bar-Liliath susurré, pero no me sonaba un nombre así, hasta que recordé que en una de las clases que habíamos tenido y que había captado mi atención, nos habían estado hablando de los demonios que la cultura humana había sabido guardar con todo lujo de detalles. En nuestro caso, se podía decir que los detalles de parecido eran sobrecogedores son los lilian, en otras palabras, súcubos e íncubos descendientes de Lilith... ¿De verdad quiere que me crea que Ella existe?

El vampiro me miró sorprendido durante una milésima de segundo y luego volvió a sonreír burlonamente.

- Pues claro que existe. Aunque algunos dicen que ha muerto y que es una de sus hijas directas la que la ha sustituido. Si ese es el caso, vamos mal

- Pues si le interrumpí – si vampiros y lilians están descontrolados y sin dirigente, podría ser una catástrofe. Nuestro Departamento tendría que manejarlos a él sólo, porque trabajáis principalmente de noche, aunque sea por pura comodidad. Si no recuerdo mal, a ninguna de las dos especies le afecta el sol, pero preferís la noche para que las sombras os cubran por alguna razón, el que se usasen las sombras para algo como cazar humanos para comérselos me ponía histérico y con ganas de pegar a primer vampiro o lilian que se me pusiese por delante Livio, tenemos que hacer algo y al menos poner paz en la parte que parece tener menos problemas me giré hacia Wilhelm – ¿Cree que podría hacer algo para subir al poder y luego controlar a esos imbéciles para que dejen de matarse y moderarse en matar a humanos?

- Ya me gustaría una sonrisa contrariada se dibujó en sus labios puedo ser uno de los vampiros más antiguos de la zona mi maestro me había dicho que era del siglo XVIII, lo que dejaba la zona con un número muy pobre de arcanos suficientemente poderosos para hacerse respetar e instaurar algo de orden pero esos descerebrados no me escuchan. Hoy les he desaconsejado hacer algo que podría conllevar la destrucción de la Casa Grande, pero no me han hecho caso. Han preferido arriesgarlo todo y van a acabar destruidos. Al menos los habitantes que hay esta noche allí.

No entendía cuál era el asunto, pero eso eran cosas internas de los vampiros, no podíamos intervenir, por eso lo queríamos tener como aliado. Se me ocurrió una idea.

- Pues aproveche la oportunidad para coger fuerza. Si ha avisado de que no era buena idea, no le han hecho caso, y se ha visto que tenía razón, podría coger mucho más poder que combatiendo.

- ¿Por qué crees que he aceptado esta cita? sus colmillos se hicieron ver y su mirada se hizo mucho más peligrosa, como si me quisiese comer. Me puse instintivamente en posición defensiva guarda tus fuerzas, demoniosu voz se había vuelto gutural las vas a necesitar porque me vas a ser más útil de lo que jamás habías pensado. Creías que me ibaís a utilizar, pero esos idiotas me han dado una oportunidad de oro para utilizaros yo a vosotrosvolvió luego a un tono normal ahora la noche se acaba de hacer mucho más interesante.

No tuve tiempo de preguntar qué significaba todo aquello que oí un gemido viniendo de la espesura. Me giré y vi algo que me dejó sin aliento. Cerbero se dirigía hacia mí, renqueando, con una flecha clavada en un costado. Si el pobre animal estaba así, significaba que algo había pasado. Fui corriendo hacía el, queriéndole ayudar, pero él se negó y pareció querer que le siguiésemos. Intenté que al menos me dejase quitarle la flecha pero me gruñó. Si se ponía así es que mi amiga estaba en graves apuros. Le seguí por el bosque hasta llegar a un tronco de árbol caído. Ni rastro de mi amiga, pero su maestra estaba allí, herida por todas partes, incluso pude ver algún mordisco. Eran rastros de vampiros. Las habían atacado a las dos, porque Cerbero no se separaba de su ama cuando yo no estaba cerca. Se me incendió la sangre, pero tenía que hacer algo primero por la persona que tenía delante.

- Rose, soy John. No te preocupes, te vas a poner bien. ¡¡Livio!! le grité pero no hacía falta, estaba a mi lado avisa al Departamento Médico para que venga en auxilio. Pero primero mira a ver si puedes volver lo suficientemente rápido al coche para traer el botiquín de primeros auxilios. Yo intentaré parar las heridas y hemorragias más severas aquí – mi maestro asintió y se fue corriendo. No había ni rastro de Wilhelm, lo más probable es que nos hubiese dejado a nuestra suerte. No me importó – Rose, ahora te voy a curar y ya hemos llamado a los médicos para que te vengan en ayuda. Explícame lo que ha pasado.

Mientras ella me contaba, con voz débil, yo me quité el abrigo y el jersey para coger la camiseta de manga larga y hacer vendas improvisadas. Era de algodón y la había lavado el día anterior, la podría mantener en vida el tiempo suficiente para que llegasen los refuerzos sin correr riesgos higiénicos. También le hacía explicar lo ocurrido para que no perdiese la conciencia. Me dijo que ella y Elysa habían ido al bosque para mostrarle las plantas que se activaban de noche y podían ser de ayuda en caso de herida. Mientras estaban buscando una mandrágora, se habían visto rodeadas por incontables vampiros. Las dos se habían defendido como habían podido, pero ellos habían sido más fuertes, más numerosos y más organizados. No habían podido hacer nada. A Rose la habían dejado porque Cerbero la protegía por orden de Elysa. Ella había sido llevada a la Casa Grande. La pobre chica no sabía para qué. Estaba muy asustada y yo intentaba tranquilizarla como podía. No paraba de pedirme perdón porque no había conseguido proteger la aprendiza que tenía a su cuidado. Tuve que ponerme serio y decirlo que ni mi amiga ni yo íbamos a culparla de nada. Me tenía que controlar porque una cólera fría se estaba apoderando de mí y eso se había visto, no era nada bueno. La prioridad era curarla.

Le pedí permiso para poder abrirle el abrigo y ver cuáles eran los daños más graves. Esbozó una sonrisita que se convirtió en un ataque de tos y me dio el permiso. Abrí con cuidado la prenda de ropa, si lo hacía demasiado brutalmente, podía abrir más herida o destapar una que la ropa taponaba y morir desangrada en ese mismo instante. Tenía laceraciones por todo el abdomen, pero no me pareció que ninguna de las venas mayores hubiese sido afectada. El padre de Elysa había insistido en que hiciese un curso de primeros auxilios en el caso de que me encontrase con un accidente o alguna cosa. Había protestado como un crio, no quería hacer un cursillo idiota cuando sabía que las ambulancias no tardaban en venir y yo no era médico para salvar una vida. Hugo era un hombre muy tranquilo, tirando a buenazo, pero cuando quería se sabía poner extremadamente duro. Consiguió obligarme a ir a esas clases. Ahora le estaba agradeciendo en silencio esa insistencia suya, podía salvar a Rose y si me daba la suficiente prisa, a mi amiga. Rompí la camiseta con más facilidad de la que había pensado. La pobre ya tenía unos años, pero seguía siendo fuerte, no terminaba de entender cómo había podido hacerlo. Pero eso no era importante en aquel momento. Intenté hacer tiras medianamente rectas y seguidas para vendarle las heridas.

Livio volvió al poco rato con el botiquín y unas botellas de agua. Comenzamos a trabajar sin demora. Mientras le limpiábamos las heridas, me dijo que había llamado al Departamento Médico y que esperaba que estuviesen allí en menos de quince minutos. Había ido y venido del coche mucho más rápido de lo que nosotros habíamos tardado en llegar a la cima de la colina. No me paré a pensar en el porqué, simplemente estaba contento de que lo hubiese hecho, Rose tenía una herida en el costado que sangraba mucho y había que cerrarla lo antes posible. Puse unas gasas y le hice un vendaje tan fuerte que hasta se quejó un poco. Dejé que mi maestro continuase ocupándose de ella y me dirigí al perro tricéfalo que nos había avisado. Sabía que las dos únicas personas que podían quitarle esa flecha en el costado éramos mi amiga y yo. Como ella no estaba me tocaba a mí hacerlo. Me acerqué a él poco a poco hablándole para tranquilizarlo. No parecía hacerme caso y yo me estaba exasperando. Tenía que curar al animal antes de poder hacer otra cosa más urgente.

- Cerbero, haz el favor de calmarte de una vez, te tengo que curarme di cuenta de que las sombras a mi alrededor habían empezado a moverse. No quería que le pasase nada al pobre bicho, así que hice una inspiración para calmarme y le volví a hablar no podré ir a buscar a Elysa si tienes una flecha clavada en el costado.

Eso pareció entenderme. Sabía que su ama estaba en peligro y que él también tenía que ayudarla. Me acerqué y observé la herida. No podía ver la punta de la flecha. Simplemente esperé que no fuese en forma de espinas de pescado o le iba a hacer más daño sacándola a la fuerza que haciendo un agujero alrededor. Decidí mirar un poco en la herida. El perro me gruñó un poco y luego puso su cabeza en mi hombro. Le acaricié suavemente diciéndole que tenía que ver como estaba antes de hacer nada. Me tranquilicé al ver que era simplemente una punta normal, sería fácil sacarla. Le dolería pero no haría más desastres. Puse una gasa alrededor de la herida para que cuando sacase el arma, pudiese taponarla rápidamente y le fui explicando lo que iba a hacer. No sabía si me entendía, pero estaba seguro que el tono de mi voz lo podía tranquilizar. Saqué la flecha lo más rápidamente que pude. El pobre animal aulló de dolor, pero cuando quise ponerle la gasa para taponarle la herida observé un fenómeno que me dejó atónito. Las sombras de los alrededores se estaban concentrando en su piel y lo iban curando. Cerbero no era definitivamente un perro normal. Hice lo único que podía hacer en ese momento: llamar todas las sombras que había para que lo cubriesen y lo curasen. Durante un momento fue tan sólo una masa oscura, con ojos deslumbrantes y luego volvió a ser la bola de rizos que veía cada día. Me dio una lamida y luego emitió un ladrido. No me hacía falta entenderlo para saber qué era lo que me quería decir: ¡Vamos a salvarla!

Me levanté y le dije a Livio:

- Vamos a buscar a Elysa. Quédate con Rose hasta que lleguen los refuerzos

Mi maestro me miró y simplemente me dijo:

- ¿Vas a ir así? Te informo que vas sin camiseta ni protección alguna.

Una sonrisa se dibujó en mi cara. Por primera vez desde el examen, pude sentir cada negrura a mi alrededor.

- No voy sin protección.

Como respondiendo a mi comentario, un montón de sombras se arremolinaron a mi alrededor. Por mi pecho se depositó una neblina oscura que supe enseguida que me protegería de cualquier cosa. Esta se expandió por todo mi cuerpo hasta recubrirme por completo. Cuando acabó, me giré hacia Cerbero que ya estaba en su tamaño monstruo de seis metros, había crecido desde que lo habíamos conocido, y me subí a él. Sin decir una palabra más nos dirigimos a la Casa Grande.

El pobre vampiro que vigilaba la entrada no tuvo tiempo ni de entender qué era lo que se le venía encima. Pasamos como una exhalación y lo único que dejamos fue un pobre hombre desmayado. De cerca la casa era aún más fea que de lejos. El exterior eran frisas de hojas por todos lados que imitaban una pobre hiedra llena de animales y otros vegetales que subía por toda la fachada. Los enormes ventanales mostraban un interior excesivamente decorado, casi barroco, todo lleno de pinturas y muebles grandilocuentes. Parecía que quisiese decir que tenía mucho dinero para hacer cualquier tontería que quisiese dentro y fuera de la casa. Pero a mí, sólo se me ocurría una palabra para todo eso: inútil. Una casa que perteneciese a gente con clase y dinero jamás lo habría mostrado así. Había conocido a Wilhelm sólo cinco minutos, pero estaba seguro que él no habría dejado ese horror en pie.

Le dije al perro que buscase a su ama y que me mostrase el lugar en el que estaba. En un inicio, mi idea era entrar yo sólo a destrozar todo lo que hubiese en mi camino, pero el animal no opinaba lo mismo. Se dirigió corriendo a uno de los lados y arranco una pared de un mordisco para escupirla veinte metros detrás nuestro. Dentro nos encontramos con cuatro hombres de pie: dos cerca d la puerta y los otros dos al lado de una persona atada a una silla. El largo pelo negro cubría la cara de la mujer sentada, pero a mi no me hacía falta vérsela para saber quién era. Los cuatro individuos nos miraban atónitos sin saber qué hacer. Yo sí.

Bajé de un saltó y pillé por la camisa a uno de los hombres, un idiota de pelo lacio. No pude observarle mucho más porque lo envié valseando por el agujero de la pared. Ese, se puede decir, que fue el que más suerte tuvo. Los dos hombres de la puerta reaccionaron y corrieron a ponerse delante del que estaba al lado de la silla. Uno tenía el pelo largo que le tapaba media cara y con un mechón verde. El otro era un tipo enorme, con el pelo rapado a los lados. El tercero era un rubiales con cara de engreído. Vestían los tres con ropas largas, negras y esmeraldas. En conjunto: todo muy triste. Los dos primeros me apuntaron con unas pistolas y dispararon. Fueron tan idiotas que no vieron que tenía algo que me protegía. No tuve que hacer ni un movimiento, se hirieron a sí mismos. Fue tan patético que no era ni para reírse de ellos.

El rubio desenvainó una espada que tenía colgada en la cintura y se puso delante de Elysa. Esta, por vez primera, levantó la mirada. Sus ojos color caoba mostraban cansancio y dolor. Yo le esbocé una sonrisa tranquilizadora y le guiñé un ojo para sosegarla. Luego mi mirada se volvió hacía el hombre que se interponía entre mi amiga y yo. Alrededor de mi mano derecha sentí un calor suave, dulce, confortable, familiar. No me hacía falta mirar hacia abajo para saber que allí estaba de nuevo aquella espada. Esta era la tercera vez que conseguía sacarla. La levanté ante los ojos aterrorizados del vampiro. En cuanto me fijé en ella entendí el porque. Nunca había tenido tiempo de fijarme bien en cómo era el arma, siempre tenía problemas más urgentes que tratar. Era negra, negra como la noche. Y no sólo la hoja, la empuñadura estaba hecha plata, tratada de tal forma que era oscura con destellos del metal original, así como pequeñas incrustaciones de perlas negras y en la punta, un gema negra que brillaba con luz propia. La espada debía de medir cerca de metro y medio de largo, pero no me pesaba en la mano.

Me puse en posición y al segundo el rubio que tenía delante me atacó con todas sus fuerzas. En lugar de parar el golpe, utilicé su empuje para desequilibrarlo y hacerle tambalear antes de intentar un golpe en el costado. Para su suerte, sabía cómo manejar una espada y paró el ataque. Había una gran diferencia de potencia bruta entre los dos, y lo pude notar en ese momento. Acababa de entender que, para que pudiese vencer a ese bruto, que parecía salido de una película barata de acción de los ochenta interpretando al típico sicario ruso malo, más me valdría maña que fuerza. Me concentré un segundo. Dejé de pensar en cualquier cosa y me centré en la masa que tenía delante. Sabía que podía con él, había conseguido encararme a Ryuichiro en un cuerpo a cuerpo aquella misma tarde, ese idiota no podía vencerme. Pero si me tocaba, aunque fuese sólo una vez, me iba a encontrar con varias costillas rotas. Para este combate, lo que tenía que primar, era la rapidez y la movilidad, así cómo golpes certeros y mortíferos.

Durante los primeros segundos del combate intenté analizar la cosa, adivinar por dónde iba a atacar, cuál iba a ser su próximo movimiento. Pero el vampiro tenía más experiencia que yo en el combate y se notaba. En un esquive, me acerqué al agujero que Cerbero había hecho y pude oír, a lo lejos, ruidos de mucha gente gritando y metales entrechocando con algo. Quería saber qué estaba pasando y si el perro estaba bien. Pero tenía otro animal delante de mí que no me dejaba ir en ayuda de Elysa y era bastante más fuerte que yo. Aún seguía enfadado por el hecho de que la hubiesen raptado y golpeado, pero la rabia se había transformado en frustración al ver que este mequetrefe podía conmigo. Hasta ese momento me había enfrentado a personas de una constitución muy parecida a la mía con una habilidad en la esgrima asombrosa. Era la primera vez que me tenía que enfrentar a una mole fuerte que sabía qué hacer en el campo de batalla. Esto ya no era la sala de entreno segura y tranquila en la que sabía que nada me podía pasar, aquí la única regla, es que no había ninguna.

Entonces lo oí por primera vez muy distintamente:

¡Deja de pensar y analizar! Una lucha con espadas no es una cosa bonita y elegante. Es un combate a muerte, en dónde el más pequeño error te puede costar la vida. Tienes la habilidad y él la experiencia. No puedes vencerle pensando, así que ¡déjate llevar!

Parecía cómo si yo mismo me estuviese alentando. Era mi mismo tono de voz, mi misma forma de hablarme, sin embargo era una versión de mí que sabía que hacer y cómo podía vencer al vampiro. En un principio me quedé atónico con lo que había oído, pero cuando evité por milímetros un ataque que apuntaba directamente a mi cabeza y me dejó sin unos cuantos pelos, decidí que era mejor seguir los consejos de… una voz en mi cabeza. La cosa era totalmente ridícula, pero estaba perdiendo mucho tiempo.

Tomé una inspiración, hice una expiración, volví a inspirar y expirar con los ojos cerrados, los volví a abrir y de repente, no sé cómo, evité su siguiente ataque sin problemas. No pensaba ni sentía emociones de ningún tipo, dejaba que mi cuerpo se moviese él sólo, y parecía saber perfectamente qué hacer. Fui evitando mandobles, ataques, fintas, intentos de pérdida del equilibrio. Me movía con tanta facilidad como… pues como una sombra. Había adoptado un estilo de combate bastante afín a los poderes que tenía. Esa idea me hizo sonreír. Volví a desocupar mi mente de cualquier cosa que la pudiese estorbar y ataqué. La voz en mi cabeza tenía razón, la mejor manera de combatirlo era dejándome llevar, tal como se dejaban llevar las sombras por los objetos de los que emanaban. Además, una sombra no piensa, no analiza, una sombra es y nunca desaparece del todo. Era una verdad invariable. Las sombras no podían ser vencidas bajo ningún concepto. Tanto en un lugar con una luz cegadora cómo en la máxima oscuridad, siempre estaban allí, siempre había algo que las provocaba, y la negrura no era sino su máxima expresión.

Eso quedó patente cuando la mole rubia, sin su sonrisa engreída, cayó al suelo herida de gravedad, pero no mortalmente. Había conseguido asestarle una cantidad enorme de golpes sin que él pudiese hacer nada para evitarlo o dañarme. Cuando finalmente cayó, la espada negra despareció de mi mano, dejando sólo una pregunta que parecía haber sido hecha por la misma persona que me había dado el consejo de no pensar: ¿Cuál es mi nombre? No dudé ni un segundo:

- Sombra.

¿Era ella la que me había hablado? Todo era posible, pero estaba casi convencido de que no era el caso. Había sido era algo mucho más profundo. Pero estaba seguro de que lo del nombre era algo importante. Cuando lo pronuncié, sentí un calor instalarse en mi pecho, cómo si hubiese vuelto a ver a un amigo que hacía años que no había visto. De hecho, me pareció que hacía mucho más. Una pequeña sonrisa se dibujó en mi cara.

Sin embargo, un pequeño quejido me trajo de vuelta a la realidad. Me acordé que mi amiga estaba atada a una silla, golpeada y herida. Me quise dar golpes de cabeza en la pared por haber estado haciendo el idiota de tal forma. Corrí hacia ella y rompí las cuerdas sin pensarlo. Hasta a mí me pareció raro, pero no pensé mucho en la cosa y la cogí con cuidado en brazos. Lo primero que dijo fue:

- No soy una princesa desvalida. ¡Bájame!

Tuve que reírme. Había estado en grave peligro, pero seguía siendo ella misma.

- Pues lo lamento, su majestad, tal como la veo, no podría dar un paso ni aunque la ayudase – me fulminó con la mirada – te vas a tener que aguantar. Cógete bien a mí, el carruaje nos espera.

Tres enormes cabezas caninas, muertas de preocupación, se asomaban como podían por el agujero que el animal había hecho con anterioridad. Me acerqué a él y Elysa le tranquilizó asegurándole que estaba bien. Mientras, pudo observar el desastre que había organizado el perro a él solito. Habían vampiros medio muertos y heridos por todos lados. Algunos huían como podían y otros se ayudaban mutuamente para no caerse. Uno de ellos, me miró y al darse cuenta que estaba con el monstruo de seis metros que los había destrozado, se desmayó del susto. Habían restos de construcción de la casa por todo el jardín delantero, que estaba con más agujeros que un campo de minas. En el aire, había un intenso olor a pólvora, sangre y tierra. Un ejército con todo su armamento no habría montado menos alboroto que el animalito que tenía delante.

- Cerbero – le dije con un falso tono de reproche - ¿qué es eso de divertirse a destrozar vampiros y no dejarme ni uno? No está nada bien.

Como respuesta obtuvimos un lametón baboso por parte de la cabeza que estaba más a la derecha y un ladrido feliz por parte de la de la izquierda. La central se bajó para hacer de pasarela para que yo pudiese subir con mi amiga en brazos.

- Sois un caso, los dos – dijo ella cogiéndose con fuerza a mí. No le terminaban de gustar las alturas, ni que fuese encima de Cerbero.

El animal nos transportó al sitio dónde estaban Livio y Rose, que estaba siendo llevada por el Departamento Médico hacia una ambulancia. Yo la dejé al cuidado de un doctor y me fui a hablar con mi maestro. No tenía ninguna herida, por lo que no necesitaba ser atendido. Este estaba hablando con un hombre con flequillo engominado, cicatriz en el ojo izquierdo, y pipa japonesa en la boca. Lo reconocí de la primera noche que habíamos pasado en el Centro de Departamentos. Pero no recordaba su nombre.

- ¡John! Qué rápido. Iba a pedir un equipo de salvamento para ti y Elysa – me dijo mi maestro.

- No hacía falta. Esa casa de vampiros eran unos debiluchos. Cerbero se ha encargado de ellos mientras yo me ocupaba de los que custodiaban a Elysa. Con esto, habrán visto que necesitan un jefe algo poderoso. No he visto siquiera si había alguien que liderase ese sitio – a menos que fuese el rubio con el que había combatido, el cuál caso, era bastante triste.

- Alguien como Wilhelm, ¿no? – dijo el médico de la pipa. Podía ver que los rumores ya habían corrido como la pólvora, eso o Livio le había contado el plan.

- Ah si, se me había olvidado, te presento a Johan Van Bloemen, jefe del Departamento Médico. Johan este es mi alumno John Hades Hellson.

- Ya nos conocíamos de una vez anterior, pero no habíamos sido presentados formalmente – le dije estrechando la mano al médico – pero, ¿qué hace aquí el jefe de un departamento? – la cosa me parecía muy rara.

- Todos nuestros expertos en cuidados post ataques de vampiros están de vacaciones u ocupados en otros asuntos. Cómo es bastante simple para mí hacer esto, me he propuesto voluntario.

Si ya, y quería que le creyese. Este hombre no parecía de los que se mueven por algo así. Además, habría sido más eficaz en su departamento que no en pleno bosque con nada más que lo que uno lleva encima para curar. Además, se presuponía que los del departamento podían hacer las curas básicas de un ataque vampírico. Pero a falta de pruebas para mostrarle lo contrario, tenía que aceptar con una sonrisa su versión.

Preferí irme con Elysa en la ambulancia, si esos dos tenían algo importante de lo que discutir y no querían hacerlo en el Centro, mejor que no me pusiese por en medio. Al subir en el transporte, el ambulanciero intentó prohibirle la subida a Cerbero. No sé que cada tuve que poner, pero cuando le pedí que repitiese eso se le descompuso la suya y nos dejó subir a ambos.

El resultado de aquella noche fue: una Casa Grande llena de vampiros destrozada. Un posible aliado en lo alto de la cadena de mando de esos chupasangres. Una nueva táctica de combate y el nombre de mi espada para mí. Un brazo y una pierna rota, así como múltiples heridas por mordeduras para Rose. Cuatro costillas rotas, heridas graves por todas partes y un mes de convalecencia para Elysa.


Las siguientes semanas iban a ser muy duras.