Yo había aprendido hace mucho tiempo que ante Reina una no se tenía que achantar, tenía que plantarle cara, pero sin olvidar JAMÁS que era ella la que estaba por encima tuyo. La mirada de superioridad que la chica que estaba con Douglas le echó mostraba claramente que esa última regla no la había comprendido aún y que estaba a muy poco tiempo de aprenderla por las malas. Había visto como algunas lo habían hecho y casi que prefería que se enfrentase a mí antes que a la matriarca del club.
- Ya has oído a Reina, Dig. Quítate de en medio - mi tono era el que me había enseñado ella. Duro y que no admitía réplica por parte de nadie.
Él se apartó definitivamente dejando a su novia sola ante su ex. La pobre chica estaba en desventaja. Mi abuelo me había enseñado a disparar desde muy pequeña, pero Reina me había enseñado a ser una mujer a la que jamás le iban a pisar los talones. Yo sabía porqué lo había hecho. Había visto en mí un potencial que ninguna otra chica de Douglas poseyó. Había visto que podía sucederle cuando llegase el momento. Sus esperanzas habían estado puestas en mí y me había instruido de tal forma que pudiese dirigir el club mejor que ella, porque sus errores me los habría enseñado y yo habría aprendido a evitarlos. Pero me fui, escapé de ese sitio, no quise de su legado, había aprendido de ella sin darle nada a cambio. Por eso, yo tampoco esperaba que nos quisiese ayudar, y menos que me perdonase por lo que había hecho. Lo mínimo que podía hacer era quitar a esa Bimbo de en medio. Tenía que aprender que allí nunca iba a hacer nada, y que no tenía la fuerza necesaria para presentar batalla. Mejor que fuese ante mí, que no le iba a quitar el puesto, que no ante la jefa, que la habría dejado hecha un cromo.
- Mira bonita, que te quede claro, a mí no me insulta una muñeca hinchable de tu especie. No tienes lo que hay que tener para estar al lado de Dig. Puede que le vayas bien como entretenimiento pasajero, pero nada más. Lo que necesita es una mujer con un par de huevos, y tú no llegas ni a gallina.
Un rayo de furia se dibujó en sus ojos, quería provocarla y lo había conseguido. Esa bocaza mía iba a perderme un día.
- ¿Qué pasa, que quieres recuperarlo y ya no sabes que excusa inventar porque sabes que nadie te va a volver a aceptar aquí?
Mientras lo decía se quitó la chaqueta de cuero y se soltó el pelo. Largos mechones rubios ondulantes cayeron por su espalda. Sus ojos verdes desprendían desprecio hacía mi persona. Tenía que admitir que la mirada era bastante aceptable, pero la frase era más que lamentable. Una mujer normal le habría respondido algo como "lo que tengo en casa me satisface más que suficientemente como para ir a buscar cualquier cosa fuera" mirando lascivamente a Hades, pero eso habría sido insultante hacía Dig, que el pobre no tenía la culpa de tener un gusto pésimo en mujeres, y sobretodo a su madre, a quién yo respetaba mucho. Decidí por la respuesta que me permitiese herirla en su orgullo y no hacer daño a nadie más.
- Yo no necesito estar con el heredero al trono para afianzarme como mujer fuerte en esta banda. Lo hago con mis propias manos.
- Yo ya sé lo que haces con tus manos, y no sólo es pegar puñetazos.
- Si quieres, por un buen precio y una disculpa de rodillas, hasta te puedo dar clases.
- ¡Tú serás la que caiga de rodillas!
No había previsto el golpe, de verdad que no lo había previsto. Mientras habíamos estado hablando, habíamos estado dando vueltas como buitres observando a la presa moribunda. Esperaba que el combate fuese legal: labia contra labia, puños contra puños, la una contra la otra. Pero cuando se me abalanzó, barra de hierro en mano, pensé que me iba a matar de un golpe. Suerte había tenido que ya me había pasado una vez, aunque en esa ocasión, había visto como la chica iba a por su arma. Aquí, había aparecido de la nada. Todos se sorprendieron al verla y quisieron reaccionar para cogerla, pero ella fue más rápida. Ya se me había abalanzado encima cuando quisieron correr a pararla. Para su mala suerte, yo no era una mujer como las demás. Separé mis pies, flexioné mis rodillas y me preparé a parar el golpe justo antes de que me lo diese. Cuando abatió la barra, me hizo realmente daño en la mano al cogerla, pero tenía el arma en mi poder y a mi rival sorprendida.
- ¿Sabes como me llamaban en este club? - la acerqué usando la barra - La Princesa de Hierro. No porque fuese la pareja de Douglas o porque Reina me lo enseñase todo, sino porque otra idiota como tú me atacó de la misma manera, pero a ella le rompí el cráneo.
Le arranqué la barra de las manos y la tiré lejos. En ese momento, un hombre cogió a la chica por las muñecas y se la llevó, no sin antes disculparse educadamente con nosotros por algo que había hecho alguien del club. Hades me llamó y me preguntó tácitamente si todo estaba bien. Lo tranquilicé sonriendo pero él vio cómo movía la mano en signo de dolor. Definitivamente, ese hombre lo conocía todo sobre mí. Dig se acercó y me pidió disculpas por lo que había hecho su novia. Se pretendía que ella sabía cuales eran las normas en un combate. A mí, otra cosa me preocupaba mucho más. Nada había salido de las mangas de su chaqueta, y debajo de ella, sólo llevaba un top que dejaba muy poco espacio a la imaginación, así que, ¿de dónde había salido la barra? Se lo comenté al príncipe. Quiso quitarle hierro al asunto, como si no fuese algo importante, pero Reina no le dejó.
- ¡Douglas! Deja de defenderlo - ella no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era imponente.
Dig se tuvo que rendir. Hizo un movimiento de cabeza a Dante y este cogió a un novato de los que no conocía. Pequeño y canijo, no me había fijado en él hasta que lo habían capturado. El chico protestó e intentó defenderse pero cuando amenazaron con analizar los restos de hierro de sus manos y compararlos con los de la barra para ver si eran los mismos, lo admitió todo. A mí, esa teoría de que se pudiesen comparar así dos restos de hierro me pareció bastante improbable, pero el chico lo había admitido todo, así que no iba a decir nada. Por lo visto, era un amante de la chica y esta le había prometido un sitio prominente en el club si él le ayudaba en todo. No sabía qué les iba a pasar como castigo, y francamente, prefería no saberlo.
Después de que se llevasen al chico, Reina se me acercó y me dijo:
- Como disculpa por lo ocurrido, voy a aceptar escuchar lo que me has venido a pedir. Eso no quiere decir que acepte nada.
- Con eso ya tengo mucho más que suficiente - le dije muy contenta.
Le expliqué mi plan. Quería que le devolviesen a Hades su Harley, que para algo la había rehecho completamente y que nos ayudasen a vestir a Marie y a mí para que pareciésemos unas moteras de las duras de pelar. Reina miró a la recepcionista de arriba a abajo y levantó una ceja como diciendo "con esta me pides mucho". Pero yo se lo volví a pedir respetuosamente y aceptó el encargo.
Ni corta ni perezosa, y antes de que cambiase de opinión, cogí a Marie del brazo y la arrastré con nosotras. Me daba un poco de reparo de dejar allí solo a Hades con la única compañía de Cerbero y el vampiro que nos acompañaba, pero sabía que iban a estar bien, o al menos eso esperaba.
Reina nos llevó a su cuarto. Allí, estirado en la cama, había un hombre enorme de más de metro ochenta, rubio y musculoso. Reconocí enseguida al padre de Douglas y una sonrisa amable se me dibujó en la cara.
- He oído un buen follón allí fuera, ¿qué ha pasado?
- Que la niña le ha dado una buena paliza a la idiota de la novia de tu hijo - le dijo su mujer dándole un beso en la mejilla más cariñosamente de lo que habría querido admitir.
El padre de Dig, Kirk, estaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Aunque su apariencia externa pudiese hacer pensar que era un hombre robusto, la realidad era toda lo contrarío. Era alérgico a muchísimas cosas, entre ellas al gluten, lo que le hacía incapaz de beber la mayoría de alcoholes con base de cebada, principalmente las cervezas. Pero eso no era lo peor. Para él, lo más grave eran sus problemas cardíacos. Se habían ido desarrollando con la edad, taquicardias, insuficiencias, incluso un ataque una vez. Yo podía entenderlo bastante bien. Al nacer, había tenido serios problemas de corazón que me habían dejado secuelas como una cicatriz entre los pechos que me había incomodado mucho de pequeña, pero ahora la amaba como una parte más de mi personalidad. Eso había sido gracias a la pareja que tenía delante mío. Ahora, poco me quedaba de esos primeros meses de vida que pasé en el hospital, ligeros rastros que a veces aparecían cuando me cansaba demasiado, pero nada más.
Reina nos explicó que Kirk había tenido un pequeño problema con el corazón aquella mañana y que le había prohibido, terminantemente, levantarse de la cama. El hombre había obedecido como un buen soldadito.
- A ver quién es el valiente que desobedece a mi esposa - nos había cuchicheado - y bueno, ¿qué es lo que os trae a ti y a tu amiga a nuestra habitación?
Le sonreí y le expliqué nuestro plan.
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Mientras las chicas se cambian, continuo yo.
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Reina se había llevado a Elysa y Marie a la parte de atrás. No me preocupé ni un sólo momento. Virginia podía ser una persona muy dura, pero adoraba a mi amiga y la trataba como un miembro más de su banda. Casi con preferencia por encima de otras chicas, lo que había provocado más de un problema.
Yo me quedé con Wilhelm, Cerbero y los chicos. En cuanto se fueron, empezaron a reírse todos. Nunca había sido uno de ellos oficialmente, pero tenía la impresión de que me habían adoptado como tal. Algo como una mascota, prefería no indagar. Me pusieron una cerveza en la mano, me arrastraron a la barra del bar y me hicieron un interrogatorio completo de lo que había sido mi vida hasta ese momento. Cuando les hablé de la novia que me había dejado unos meses atrás cambiándome por otro, se me propusieron ciertos tratos digamos que poco lícitos. Después tuve que soltar la mentira. Les tuve que decir que hacía un par de semanas que salía con Elysa. Douglas me miró entre interrogativo y sorprendido. Los chicos me felicitaron y vi como algunos billetes cambiaban de manos.
- ¿Habías apostado si iba a salir con Elysa o no? - dije casi indignado.
- John - me dijo Dante, era algo más bajo que yo, pero imponía el triple y siempre me había gustado su aire sereno y su actitud recta - aquí llevamos haciendo apuestas desde que Dig nos la presentó. Yo mismo gané una contra Kirk sobre el tiempo que iba a durar con su hijo. Déjalo correr, era algo inevitable.
- Eso no importa - le interrumpió un hombre bajito y con cara de gnomo, pero era uno de los tres doctores del lugar, junto que Kirk y el propio Dante - Queremos saber cómo os liasteis.
Me negué en rotundo a dar esa información. Principalmente porque no lo habíamos discutido con mi amiga y nos podrían haber pillado. Como se dice, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Intenté desviar el tema.
- Y bueno, ¿dónde tenéis a mi otra chica?
- Esperándote - Dante sonrió y me señaló a fuera. Allí estaba mi belleza, mi Harley, mi Lisa - No hay que hacer esperar a las damas.
Salí corriendo sin escucharle. Allí estaba ella. Tenía un gran motor big-twin, la suspensión estaba oculta dentro de la transmisión, 1340cc, negra, sillones más que cómodos, tres faros, bolsas nuevas de cuero a los lados. Era pequeña pero matona. Una Harley Davidson FXST Softail. Suspiré de emoción. Deslicé mis dedos por sus curvas, subí por el depósito de gasolina hasta llegar a los mangos. Toqué un poco el freno. Iba cómo la seda. La había cuidado todo este tiempo con cariño. Estaba preciosa. Sólo pedía que le diese una vuelta. Se había acabado para siempre el moverme en transporte público. Esta y yo íbamos a recorrer todo el camino que hiciese falta, juntos. Me acordé de inmediato de los primeros momentos en los que pisé una carretera encima de ella. Nunca me olvidaré de la sensación, el ruido del motor, el movimiento deslizante sobre el asfalto, el viento que te quitaba cualquier sonido que no fuese el de la moto, la propia Lisa que ronroneaba feliz por volver a estar a galope tendido. A ella le gustaba correr y a mi me gustaba estar con ella.
- Estás a punto de llorar, das pena.
Me giré y vi a Wilhelm mirándome con los brazos cruzados. Se había quitado su eterno abrigo negro con botones plateados. Debajo vestía un traje de chaqueta, también negro, con corbata y chaleco del mismo color, así como una camisa de rayas finas verticales. Todo eso lo llevaba con la elegancia que le caracterizaba y parecía que hubiese sido hecho a medida. Lo más probable es que hubiese sido el caso. Me giré hacía él.
- Llevo más de un año queriendo recuperarla. No había podido hasta ahora por falta de coraje - hasta yo me daba cuenta de que esa era la verdad - Los chicos me han perdonado y me la han devuelto. No me pienso separar de nuevo de ella. No sé... es cómo si hubiese vuelto a recuperar una montura que hubiese criado desde potrillo hasta caballo y que la hubiese perdido por alguna razón lamentable y ahora estuviese de acuerdo en volver conmigo. Ni siquiera sé si eres capaz de entender lo que quiero decir.
Los ojos del vampiros se volvieron muy sombríos de golpe. Tenía la impresión de que había dicho algo que no tendría que haber dicho, que le había herido en un punto dónde le hacía mucho daño que le echasen limón. Y parecía que eso mismo había hecho al instante.
- Tienes razón, no sé lo que puedes sentir. Te voy a decir algo, nunca he sido alguien apegado a las cosas porque nunca he tenido nada. De pequeño era pobre y ahora todo me parece tan insustancial que no merece la pena. Así que si, has dado en el clavo. No puedo siquiera entender lo que intentas decir.
Efectivamente, mis palabras lo había herido. Tenía que disculparme lo más pronto posible. Tanto por las relaciones del Centro cómo por la propia persona.
- No debí haberlo dicho. No quería ofenderte. Te pido mis más sinceras disculpas.
Ante mis palabras, Wilhelm se quedó atónito.
- ¿Un agente del Centro que pide disculpas? Esto si que es nuevo.
Que se extrañase que un agente tuviese lo mínimo de educación para saber cuando disculparse fue lo que me pareció a mí raro. Pero no se lo dije porque desde el interior del salón/bar se empezó a oír un griterío. Era una mezcla de silbidos, improperios, y salvajadas hacía las mujeres. Ambos entendimos que las chicas habían salido de su cambio de look y nos acercamos a verlas. Tuve que acordarme de cerrar la boca. La primera que vi fue a Marie. Estaba escultural. Llevaba una camiseta negra de manga larga arrapada al cuerpo. Las mangas estaban rajadas en todo el largo para dejar ver el brazo. En el centro, llevaba una imagen de la muerte clásica: un esqueleto con un capa negra con capucha así como una guadaña en la mano. Esa imagen me pareció errónea. Algo en mí me decía que la muerte no era así, pero no estaba seguro de la sensación. Preferí ignorarla. El conjunto era completado con un pantalón negro y unos tacones de vértigo. Me dolían los tobillos sólo de mirarlos. El pelo lo llevaba tirado para atrás con una diadema muy apretada. Era una mezcla perfecta entre miembro de banda y princesa de cuento sin que desentonase ninguna parte.
Elysa era otro cantar. La mayoría de silbidos e improperios graciosos iban hacía ella. Lo único que había hecho era cambiarse la parte de arriba. Sus tejanos y sus tacones los seguía llevando (¿quién lleva tacones en una biblioteca? Yo alucinaba). Ese pequeño cambio en su vestuario había hecho toda la diferencia. Aquel día llevaba un viejo jersey blanco que tenía que datar del instituto como poco. Reina se lo había hecho quitar y poner una pieza de ropa que mi amiga jamás habría lucido en público: un corset. Pero no era uno de esos de lencería íntima, era uno que podías lucir en la calle y hacer que todo el mundo te mirase. Era blanco y marrón. La tela exterior era un brocado blanco y era acompañada por cuero, pero dentro se notaba la armadura que le daba forma. Se unía al cuerpo de una manera armoniosa. El corte era en forma de corazón para imitar la forma del pecho. El cuero salía de allí en dos bandas, una a cada lado de la abertura del corset, que se cerraba con cierres de gancho de metal. En las caderas, unas cinchas permitían el ajuste correcto para la talla. Los hombros estaban cubiertos por unas bandas de cuero bordeadas con tela blanca. Ambos lados estaban unidos por una cinta que cerraba con una hebilla. El conjunto se completaba con un collar hecho como lo que unía la parte de los hombros y un cinturón que le habría ido bien a un vaquero. Elysa estaba para que se quisiesen tirarse encima de ella. Sus curvas quedaban claras, se veían elegantes y apetitosas.
Lo único que desentonaba en el conjunto era su peinado. Llevaba una coleta alta extremadamente apretada. Pero eso se podía arreglar. Entré por una ventana abierta y esquivé a los chicos que se apiñaban a su alrededor. Mi amiga me hizo una pregunta pero no la escuché. La cogí de un brazo con mucha fuerza. A ella le dolió y protestó, pero no le hice el menor caso. En vez de eso, le cogí la goma y se la quité bruscamente. Hizo el movimiento que esperaba. Su largo pelo marrón oscuro, como la madera pulida, se puso en su lugar natural y quedó de infarto. Reina le había pintado los ojos de manera que pareciese mucho más grandes y seductores, y ahora su pelo los encuadraban tan a la perfección que habrías jurado que una pantera te miraba amenazadoramente a través ellos. Y bien podía ser el caso.
- Ahora sí que está bien - dije.
- Muchas gracias por todo Reina. Te devolveremos la ropa en cuanto acabemos lo que tenemos que hacer - dijo Elysa mirándome mal.
- No te preocupes. Si te gusta lo que llevas, pequeña, te llevaré al sitio dónde lo he comprado. Les encantarás.
El tono con el que lo había dicho no me había gustado en lo más mínimo. Eso quería decir una tarde de compras entre mujeres de la que iban a volver cansadas, con más bolsas de las que necesitaba y menos de las que querían. Las sesiones de compras eran todo un misterio, pero seguía el consejo de Kirk: "En cuestión de mujeres, tú no te metas, a menos que te lo pidan. En ese caso, ve con cuidado, es cómo cortar el cable correcto de una bomba".
Les dije a las chicas que empezábamos a tener algo de prisa. Hacía rato que la noche había caído y estábamos lejos de dónde teníamos que ir. Llegaríamos sobre la una de la mañana. Wilhelm me aseguró que llegaríamos bien. Yo no estaba tan seguro, así que prefería que la gente se fuese despidiendo.
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Ya recupero la palabra. Gracias
E
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Era la primera vez que llevaba una cosa del estilo. Tenía que reconocer que había tenido mis dudas cuando Reina lo había sacado de su armario. Pero resultó ser extremadamente cómodo. El interior era de algodón y no provocaba ningún roce ni malestar. Además, me gustaba el estilo y la decoración. Lo más probable es que aceptase la invitación de Virginia y nos fuésemos a comprar uno para mí. Pensaba quitarle el modelito, pero igual ella no me dejaba.
Hades nos metió prisa para salir de allí, así que me fui despidiendo de la gente. Dante me dijo que volviese cuando quisiese y Dig que si me aburría de mi actual pareja él estaría encantado de darme emoción. El pobre no sabía dónde trabajábamos, y casi que mejor. Reina me dio un abrazo cariñoso y me hizo prometerle que nos iríamos un día de compras, con la única condición de que me trajese a "Blancanieves". Esa debía de ser Marie. Menos mal que no sabía que era un peligro público con la recortada, la habría adorado todavía más. Cuando me despedí de Kirk, este me dijo algo que no terminé de entender.
- Me alegra de que por fin la princesa se haya convierto en reina.
No quiso explicarme lo que había querido decir. Me dijo que lo buscase yo solita, que para algo tenía cerebro. De reojo, vi como Wilhelm sonreía ante el hecho de que no lo había entendido. Cuando fui a hablar con él para que me lo explicase, me dijo:
- ¿No sabes quién era la Reina de Hierro? - negué con la cabeza - pues te vas a reír mucho cuando lo descubras - y se fue con su media sonrisa de "yo sé mucho y tu no tienes ni idea, y el saber esto me lo hace pasar aún mejor". ¡Como lo odiaba por momentos!
Nos despedimos de todos, pero antes Douglas nos paró.
- Eh, chicos, no os vayáis así. ¡Queremos verlo! - le preguntamos que el qué - Pues un beso entre vosotros dos, ¿qué va a ser? Aquí algunos no nos lo terminamos de creer, ¿sabes?
Eso era una mentira grande cómo una catedral, pero teníamos que hacer algo. Yo estaba intentando encontrar una manera de escaquearnos, pero Hades cogió la línea recta. Con un dedo, me giró la cara suavemente, me levantó el mentón para que quedase a su altura y me besó. Empezó como algo muy suave, simplemente labio contra labio. Creo que esa había sido su idea original, pero algo, muy dentro nuestro, no estuvo para nada de acuerdo en que simplemente nos rozásemos. Rodeé su cuello con ambos brazos y le besé más profundamente. Aventuré mi lengua en su boca y él me respondió acariciándome suavemente con la suya. Sus brazos me rodearon la cintura y me subieron un poco apretándome fuertemente contra él. Mi mano derecha se trasladó por su nuca hasta llegar a su cabeza y lo apreté más contra mí. No quería que ese beso acabase nunca, pero tuvo que cesar. Cuando nos separamos, me quedé muy cerca de él e, involuntariamente, di un suspiro de satisfacción. El hombre sabía besar mucho mejor de lo que jamás me habría imaginado y ese beso me había gustado mucho más de lo que tendría que haberlo hecho.
Después me acordé que nos estaban mirando y miré a Dig.
- ¿Satisfecho? - le pregunté sin despegarme aún de mi amigo.
Sin decir nada, él movió la cabeza afirmativamente. Se había quedado de piedra, como todos los de la banda que nos miraban desde el bar. Ví cómo Reina le pasaba un billete a Kirk, que arbolaba una sonrisa satisfecha en sus labios y me guiñó un ojo cuando se dio cuanta de que lo miraba. Wilhelm le tocó la espalda a mi amigo y nos dijo que ya era hora de irnos. Les dijimos adiós a todos y el vampiro se llevó a Marie y a Cerbero en el coche que nos había traído, mientras yo me subía encima de Lisa, detrás de Hades. Me puse el casco suplementario, me aferré fuertemente a él y salimos disparados.
El beso me había dejado pensativa. Muy pocas veces, de hecho sólo una cuando era una chiquilla de diecisiete años, un beso había tenido ese efecto en mí. Nadie me había dejado con esa sensación de querer más. Normalmente era un beso el que llamaba a otro, no yo misma la que lo buscaba. Había pasado de pareja en pareja sin sentir que echaba de menos al otro con desesperación. Me habían roto el corazón. Hades era testigo de las muchas veces que había llorado a idiotas que hacía ver que no me importaban. Siempre habíamos sido el testigo externo de los problemas del otro. Pero ahora, la cosa era diferente. No podía admitirle a nadie que ese beso dado como excusa para que me dejasen en paz, había creado un vacío en mi interior que no lograba entender del todo. Él y yo habíamos sido cómplices de todo desde los ocho años. Nos habíamos jurado que no nos esconderíamos nada. Y hasta ese momento, la promesa se había mantenido pero, ¿cómo iba a poder decirle a la cara que su beso me había dejado más afectada y nerviosa de lo que había hecho cualquiera, incluyendo el primero que me habían dado?
Eso era imposible. No se lo podía decir. Me lo tenía que guardar para mí. Posiblemente no era nada. Desde Douglas que sólo había tenido encuentros esporádicos. Puede que simplemente echase de menos una persona que me tratase con cariño, con ternura, o simplemente estar libremente con alguien. Pero... ¿lo había estado alguna vez? Muchas de mis parejas se habían quejado de que era demasiado cercana a Hades, que siempre que me pasaba algo, no iba a hablar con ellos sino con él. Algunos, incluso habían cortado conmigo por esa razón. Mucha gente cría que éramos pareja, o al menos que nos gustábamos mutuamente por lo cercanos que eran. Nos habíamos siempre enorgullecido de ese vínculo que nos unía que no tenía nada que ver con el amor o el sexo. Éramos simplemente los mejores amigos, nada más. Estábamos allí cuando el otro lo necesitaba y cuando no, podíamos entendernos casi sin palabras. Era un tipo de relación privilegiada que muy pocas personas tenían. Ninguno de los dos quería romperla, pero a mí me empezaba a dar miedo que toda esa gente, de la que tantísimas veces nos habíamos reído los dos, no tuviesen algo de razón. ¿Y si la explicación por la que podíamos estar tan bien es que en realidad estábamos atraídos el uno hacia el otro?
Descarté esa posibilidad al segundo. Si hubiese sido por esa razón, hubiera hecho mucho tiempo que nos hubiésemos acostado, y nunca nada semejante había pasado entre nosotros.
Intenté alejar esas ideas de mi cabeza y respiré hondo un par de veces. Íbamos siguiendo a Wilhelm sin saber realmente a dónde íbamos, y eso era más preocupante que no mis pensamientos descarriados. En un semáforo Hades se giró y me miró. Sus ojos negros como la noche me inspeccionaron. Sabía que intentaban ir a lo más profundo de mi ser. Eran capaces de eso y mucho más. Después levantó las cejas como para preguntarme si estaba bien. Con ese gesto volví a ver al amigo de toda la vida, al chiquillo regordete de ocho años que lloraba en un rincón porque se reían de él, al larguirucho que se caía porque no sabía qué hacer con sus pies, al que empezaba a tener músculo y hasta yo me turbaba con él, pero que era la misma persona que los dos anteriores. Si, lo adoraba, pero como se adora a la persona que siempre ha estado a tu lado y que es cómo tu familia, aunque no compartáis lazos de sangre. Le sonreí abiertamente y le di un golpetazo para tranquilizarlo.
- Arranca, que está verde - fue lo único que le dije, y no hacía falta más.
Poco a poco empecé a reconocer lo que nos rodeaba. Era el centro de la ciudad, pero sobre todo era la zona de los bares. Conocía esa zona mucho mejor de lo que hubiese sido correcto admitir. Enseguida nos paramos, pero antes hicimos un último giro por una callejuela enmarcada entre una discoteca y un bar de salsa. Me conocían muy bien en ambos sitios. Mi amigo sonrió ante la vista de los dos antros, pues eso eran. No era la única habitual de ese tipo de lugares.
Avanzamos un trecho más. En un momento sentí como si pasase a través de una tela de araña y entrase en otro lugar. Vi que a Hades le había pasado lo mismo porque sus manos se crisparon durante un momento. La sensación no había durado más de un segundo, pero el resultado había sido increíble. Nos encontramos ante la reunión más extraña de personas que había visto nunca. Eran un tropel de gente, todas vestidas con cuero, subidas en moto, extremadamente borrachas, con la música a todo volumen y gritando de tal manera que era imposible que no se les oyese. Por como se comportaba la gente, hacía mucho tiempo que ese tipo de reuniones se celebraban allí y yo jamás había visto ni oído nada por el estilo. Ni siquiera me había cruzado con gente parecida a la que estaba allí, y se hacían notar. No entendía cómo es que, frecuentando tanto la zona, nunca me había fijado en ellos. Luego volví a pensar en sensación de atravesar una tela de araña y pensé que igual había algo que los ocultaba a la vista de la gente normal.
Nos paramos junto al coche, pero del lado a la salida, así no nos verían hablar. Yo me quité el casco y pude observar mejor. El olor a fiesta, alcohol, cigarros y otras cosas menos lícitas me impactó enseguida. Tenía un casco que me cubría toda la cabeza por eso lo había podido evitar. El olor era casi nauseabundo. Habían luces, como de focos de diferentes colores, que iban y venían. Más le valía a uno no ser epiléptico en ese sitio, o te podía dar un ataque. Ví un grupo de gente haciendo carreras de motos. Otro con gente subida encima de sus coches bailando. En un tercer grupo estaban traficando drogas sin siquiera esconderse. Más al fondo había gente hablando, bailando, ligando y entreteniéndose de todas las maneras posibles. En un segundo estalló una pelea, que se solucionó al instante y los participantes se fueron a la zona de baile riendo. Era un lugar en el que todos los vicios de la humanidad estaban reunidos y concentrados. Yo quería huir corriendo de ese sitio, pero mi instinto me decía de no hacerlo. Le dijo a Cerbero que se quedase dentro del coche, un sitio cómo ese no era bueno para un cachorro. Bajamos las ventanillas traseras para que estuviese bien. Nadie se atrevería a acercarse con un perro allí.
- ¿Y toda esa muchedumbre está compuesta de vampiros? - por el tono de Hades, yo no era la única asqueada por el lugar.
- No - respondió Wilhelm - diría que sólo un tercio de los presentes lo es. Mucha gente es atraída por nuestro mundo. A nosotros nos va muy bien porque es el cordero que viene sólo al matadero. Escuchadme bien - nos puso en guardia - aunque no lo parezca, son las vampiresas las que dominan este sitio. Vamos a repartir los roles - una sonrisa maquiavélica se le dibujó en la cara. En cuanto los oímos, todos protestamos enérgicamente - Mirad, ¡o me hacéis caso o se os comen vivos! Marie se va a quedar conmigo. Le huelo un tipo de sangre muy raro, todos van a querer devorarla. Mejor protección que la mía no podrá tener - yo estaba convencida que quería otras otras, pero me guardé el comentario - Como ya he dicho, es una sociedad matriarcal, para entrar tendréis que haceros pasar por adeptos de los vampiros y las reglas son muy claras: los hombres sirven a las mujeres. Elysa, recupera la bestia que dejaste salir cuando te enfrentaste a aquella idiota plastificada en el bar de los moteros y no tendrás problemas. Tú John, mejor no abras la boca hasta llegar delante de la Señora de estos lugares. Actúa como la sombra de Elysa. Si seguís lo que os digo, todo saldrá bien.
Yo no las tenía todas conmigo pero acabamos aceptando su plan. Al final y al cabo él era un vampiro como los presentes y tenía que saber qué era lo correcto de hacer. O al menos eso esperaba. Salimos de detrás del coche y detecté inmediatamente las que dominaban el cotarro. Extrañamente, habían dos o tres en cada sección. Si uno prestaba atención, se veía que los grupos giraban entorno a ellas. Wilhelm nos dijo que esperásemos afuera mientras él intentaba ver si se podía pedir audiencia. No iba a ir cómo él mismo, sino como un vampiro enlace entre los representantes de la Casa Grande y la Villa (su versión citadina).
- Portaos bien e intentad pasar desapercibidos, por favor. Lo último que queremos es tener a su Señoría en contra nuestra porque la habéis insultado - y se fue.
Nos quedamos allí plantados mi amigo y yo. Él propuso separarnos para poder observar. Yo fui un poco reticente porque Wilhelm le había especificado de quedarse cerca mío.
- Me ha dicho que sea tu sombra. Las sombras no siempre estás al lado de sus objetos, pero siempre están pegados a ellos. No te preocupes, no te perderé de vista Valentina - antes de que pudiese protestar, ya se había ido.
No tuve más remedio que irme a dar una vuelta. En el exterior, no se diferenciaba mucho de las fiestas salvajes que a veces daban los "Jolly Roger" cuando habían conseguido algo bueno. Pero había diferencias fundamentales: Kirk y Reina JAMÁS habrían permitido la compra/venta de drogas en su establecimiento; las carreras de motos eran en el descampados de al lado del bar, que les pertenecía, por lo que la policía nunca podía decir nada; el ambiente era el de amigos que se lo pasaban bien, aquí se respiraba la pobreza de alma por todas partes. Una parte de mi estaba asqueada de verla y otra había querido coger una manguera de bombero y regarlos todos, aunque sólo fuese para que estuviesen limpios treinta segundos. Sin darme cuenta, un pequeño rictus de asco hacía que se me levantase la nariz viendo todo aquello. Había estado muy poco en la madriguera campestre de los vampiros, pero por muy poca-cosa que me pareciesen todos ellos, eran mucho más respetables que la manada de reses descerebradas que tenía delante mío.
Estuve andando en círculos durante un rato. Vi un par de peleas, tres carreras ganadas ilegalmente, como tiene que ser, y un mínimo cincuenta delitos en todo ese espacio. Mi padre era policía, inspector en la unidad de menores. Llega a estar aquí y después de desmayarse del infarto, habría llamado a todas las comisarías de la ciudad para embarcar a toda esta gente y llevársela detenida. Mi madre habría protestado como el Pato Donald por todo el trabajo extra que le habría hecho hacer, pero le habría vuelto a mirar con adoración por lo bien que siempre hacía las cosas. Mis padres, por mucho que me hubiesen tenido con dieciséis años, se seguían queriendo cómo dos adolescentes. Yo siempre les había envidiado esa convivialidad que tenían, pero de manera sana. Esperaba encontrar un día alguien que me quisiese de la misma forma en la que se querían ellos.
Mientras estaba en mi mundo, de repente los pelos de la nuca se me erizaron. Algo había visto mi subconsciente que no le había gustado ni un pelo y me había advertido de ello. Busqué con la mirada lo que era y lo detecté enseguida. Una rubia de esculturales pechos, lamentablemente naturales, estaba intentando ligar con Hades. Llevaba una camiseta extremadamente escotada y muy pegada al cuerpo, junto con una mini falda que casi parecía un cinturón, y estaba subida en una botas de tacón que habrían hecho perder el equilibrio a un DragQuee profesional. Mi pobre amigo hacía lo que podía por evitarla, pero estaba rodeado por ella y sus damas de compañía, seis en total: tres morenas, dos pelirrojas y otra rubia. Detecté al instante que eran todas vampiresas. Las había visto hablando en pequeño comité en la zona de baile y ligue. Vi como la rubia mayor arrinconaba a mi amigo contra la pared y se le pegaba más de lo debido. El pobre no sabía qué hacer, nos habían dicho de estarnos quietos y tranquilos, y esa no la dejaba. Pero la rubia no contaba con un problema mayor: yo.
Una parte de mí se rebeló ante aquello. Estaba enfadada. Pero no era una cólera de esas que estallan y lo rompen todo. Era una de esas frías, una mucho más peligrosas. De esas que quiebran poco a poco hasta no dejar ni un grano de polvo del adversario, que lo reducen a átomos, y si pudiesen, hasta eso destrozarían. Era una cólera que planea la destrucción de lo que te ha hecho una afrenta y la parte de mí que estaba tan encolerizada había sentido que le habían arrebatado algo que era suyo, algo que nos pertenecía, algo que nadie tenía el derecho a tocar y menos a coger. Esa vampiresa se había atrevido a ir más allá de lo permitido. Hades no quería que lo tocasen ni que se le acercasen y yo no iba a dejar que esa rubia se permitiese ningún lujo con él. Mi otro yo sólo me dijo una cosa:
- Masácrala.
No me lo tuvo que repetir dos veces. Me dirigí hacia ella a paso decidido. Por el rabillo del ojo, noté como más de una persona notaba hacia quién me dirigía y que mis intenciones no eran buenas. No sabía quién era la fulana aquella que estaba intentando camelarse a mi amigo, pero nadie me iba a impedir que le rompiese el cuello. Fui tan directa que el séquito que la rodeaba no tuvo tiempo de reaccionar. Le pegué un puñetazo de los buenos, de los que los "Jolly Roger" me habían enseñado a dar. El truco consistía en meter el pulgar dentro de los otros dedos para dar más fuerza y resistencia al golpe. Le aporreé en toda la cara y la hice volar a dos metros de distancia. Quiso levantarse y replicar, pero se encontró con mi tacón de aguja apoyado justo en su carótida.
- ¡Quietas o la desangro aquí y ahora! - el aviso iba para todo el mundo. El séquito se quedó en su sitio - Escúchame bien, porque sólo lo diré una vez - me dirigía a la rubia - ¡ÉL ES MÍO! Es MI propiedad. Nadie tiene el derecho de tocarle, hablarle, acercase o mirarle sin mi permiso. Vuelve a aproximarte, aunque sea a pedirle la hora, y te transformo en paté para perros. ¿Te ha quedado claro?
- No sabes con quién te las estás viendo - me dijo intentando moverse. A mí eso me daba igual.
- Te he preguntado - apreté más fuerte con el tacón - si te ha quedado claro.
Antes de que pudiese decir nada, y apoyando mi posición, a su lado se puso a gruñirle un perro negro con rizos que los iba perdiendo por su aspecto de mastín gigante de tres cabezas. Cerbero debía de haber escuchado que tenía problemas y había acudido en mi ayuda. Mi cara de pocos amigos y el animal debieron de convencerla, porque vi en sus ojos que claudicaba, pero no tuvo tiempo de decírmelo que apareció una mujer rodeada de personas, entre ellas Wilhelm y Marie.
- ¿Se puede saber qué está pasando aquí? - preguntó la mujer.
Era más bien bajita en tamaño, pero imponía más que cualquier otra persona en los alrededores. Tenía los ojos verdes y el pelo rubio-pelirrojo. Era regordeta, pero no te habrías atrevido a decirle nada. Sus ojos destellaban de cólera y todo me podía caer encima a mí.
- ¡Madre! - la rubia debajo de mi pie aprovechó la ocasión para salir disparada hacia ella y escudarse detrás suyo - Me ha agredido e insultado, la cosa no quedará así, ¿verdad?
Lo que me faltaba. La niñata que le quería poner un dedo encima a Hades era la hija de la mujer a la que habíamos venido a ver. No se podía tener más mala suerte. Pero en lugar de defender a su progenitura, los ojos de la mujer se giraron hacía ella y destellaron de rabia. La rubia se encogió sensiblemente, pero ninguna de las dos dijo nada en referencia a la acusación.
- Todos adentro, ya - fue su única respuesta.
El séquito de la rubia y ella la siguieron, mientras, Wilhelm llegó hasta dónde estábamos nosotros, bastante enfadado.
- ¿Que parte de quietos y callados no habéis entendido? - estaba que mordía, literalmente.
- Me has dicho que me comportase cómo cuando estaba en el club de motos y que Hades era mi sombra. Pues allí, si alguien intenta quitarte algo, lo defiendes con los dientes.
- Pues claro - dijo él - ¡Pero no atacas a la heredera al trono de los vampiros de la Villa! ¡Por todos los dioses!
No hice ni caso a las protestas del vampiro. Estaba enfadado porque habíamos comprometido su tratado con Señora, pero es que no iba a dejar que se regodease encima de mi amigo así por que sí una piltrafa rubia con el ego desmesurado.
Wilhelm seguía enfado con nosotros cuando entramos pero se le olvidó en cuanto las puertas se cerraron. A él y a todos los demás. La Señora se giró hacia su hija y le pegó una hostia que la hizo volar hasta la pared y darse otro golpe con fuerza en ella. La chica no llega a ser vampiresa y la mata. Mi golpe, en comparación, pareció una simple caricia.
- ¡¡¿¿QUIÉN TE HAS CREIDO QUE ERES PARA HABLARME DE ESA FORMA??!! - le gritó - ¡¡NO SOY UNA DE ESAS ESTÚPIDAS NIÑATAS QUE TE RODEAN Y TE DAN COBA!! SOY TU MADRE Y TU REINA, Y COMO TAL ME DEBES RESPETO ¡¡YO SOY LA QUE DECIDE QUIÉN TE TRATA BIEN Y QUIÉN MAL, Y MIENTRAS YO ESTÉ EN EL TRONO ASÍ SERÁ!! NO TIENES NINGÚN DERECHO A EXIGIR NADA Y SI NO TE GUSTA, ya sabes dónde está la puerta - la última frase la dijo en un tono más bajo y cogiéndola por la camiseta - y ahora vete a ponerte otra cosa. Vas tan destapada que das vergüenza - y la soltó con desdén.
Todos nos quedamos impresionados por la demostración de fuerza, tanto física como de carácter, de la mujer que estaba al mando de los vampiros de la Villa. Wilhelm había hecho bien en prevenirnos de que tuviésemos cuidado con lo que hacíamos. Si esa mujer trataba así a su propia hija, ¿qué nos podría hacer a nosotros si algo no le gustaba? Era bastante terrorífica, pero estaba segura que era principalmente para mostrar fuerza, para que nadie le pisase los talones. Tenía que hacerlo porque no hacía mucho que estaba en el poder y podían quererla destronar. Si se mostraba dura hasta con los de su propia sangre, los demás podríamos ir rezando que nos nos pasase nada. En cuanto a mí, en lo que a demostración de poder se refiere, prefería que el jefe lo hiciese sin herir a nadie, haciéndole saber que era fuerte, pero sin herirle tan a lo bestia. La rubia podría querer destronar a su madre utilizando esa misma fuerza bruta para quitarla del trono. La mujer tenía que ir con cuidado, porque podría traerle problemas. Pero en lo que se refiere a ese preciso momento, la rubia casi me dio pena.