No recuerdo nada de lo que pasó después. Cuando me quise dar cuenta, estaba sobre una de las cabezas del perro, con una espada en la mano. El animal tenía su aspecto original y le estaba gruñendo poco amistosamente a un Arthur estirado en el suelo con una de las patas encima del pecho. Las otras dos cabezas gruñían a ambos lados advirtiendo que al que intentase salvar a su jefe que se lo comían crudo. Yo lo único que quería era cortarle la cabeza al individuo ese. Sentía una ira asesina que nunca había sentido antes.
- No te atrevas nunca MÁS a tocarle un solo pelo - le ladré - como lo vuelvas a hacer te corto la cabeza y luego te hago sufrir mil tormentos.
Cuando volvería a pensar en esos sucesos posteriormente, me daría cuenta que estaba actuando como nunca lo habría hecho en realidad. Esa persona tan agresiva y asesina no era yo... ¿O si lo era? No lo sabría decir con certeza. Lo único que puedo decir es que sentía cada palabra que había pronunciado.
Arthur pareció extremadamente sorprendido y acto seguido sonrió.
- Esto se va a poner interesante. Nos volveremos a ver cachorrillo, procura crecer y volverte fuerte para que tu muerte sea un entretenimiento aún mayor que tu caza - y sobre estas palabras desapareció en una nube de humo.
Me calmé un poco y la espada que sostenía desapareció por la herida que tenía en la palma de la mano. Desconcertado me bajé del perro, que volvía a su estado de cachorro.
- ¡Hades! - era la voz de Elysa que me venía de lejos.
De repente, recordé que aunque el jefe hubiese desaparecido, los hombres de negro aún estaban allí. Me puse de nuevo en tensión, preparado para el ataque, pero vi que ya no quedaba nada más que una sala destrozada, los de seguridad heridos, Marie, el que nos había traído, Andrew, Elysa, el perro y yo.
- Hades, respóndeme cuando te hablo.
Tardé unos segundos en reaccionar.
- Perdona Elysa... ¿qué... qué ha pasado? Lo último que recuerdo antes de encontrarme encima del perro es ver como el tipo ese estaba a punto de matarte...
- ¿De verdad que no lo recuerdas? ¡Ha sido lo más increíble que te he visto hacer nunca! Pensaba que el tío ese me iba a matar y de repente oí un rugido y te he visto saltar encima de una de las cabeza del perro, sacar una espada de no se donde y a Cerbero saltándole encima al de las dagas...
- Un momento - la interrumpí - ¿Cerbero? ¿Le piensas llamar Cerbero? - señalé la bola de rizos que movía la cola alegremente.
- Claro, es un perro de tres cabezas, como el original. ¿Cómo quieres que le llame? Total, que Cerbero le salta encima, quitándomelo ya de paso, y le pone la pata en todo el pecho, al pobre tiene que haberle roto algunas costillas. Entonces, con tu cara más asesina, le has dicho algo. No lo he acabado de entender porque hablabas en una lengua que no había oído en mi vida.
No tuve tiempo de intentar entender que quería decir porque Andrew, Marie y el hombre de la gabardina, vinieron corriendo hacia nosotros.
- ¿Estáis bien? - nos preguntó la recepcionista.
- Si, gracias a él - dijo Elysa.
- Chaval, has subido en mi estima - ¿Andrew elogiándome? - pero la próxima vez, invoca al bicho ese antes. Nos habríamos ahorrado muchos problemas - ya decía yo. Pese a eso, sabía que me apreciaba más que a la mayoría de los hombres de este planeta.
De los ascensores y las escaleras, de repente, a bajó gente vestida de blanco que empezó a atender a los heridos por las dagas. Andrew me consoló diciendo que había alguna que otra costilla rota y heridas en malos lugares pero que nadie había muerto. Elysa interrogó a su abuela por algo que a ambos nos había intrigado, ¿de qué conocía ese individuo, que no tendría que tener más de treinta años, a su abuela, muerta en al nacer la madre de ella? La mirada asesina que le prodigó Andrew nos hizo a los dos callar. Incluso ella realizó un pequeño movimiento hacía mi de protección. Desde hacía algún tiempo que lo hacía. Al principio era para protegerse si algún baboso se la quería ligar, con mi metro noventa y tres de altura intimido al más pintado. Pero sé que es un mecanismo de defensa inconsciente que tiene a veces.
De repente, de los ascensores salió una voz de niña gritando de alegría.
- ¡¡¡¡TRISTAAAAAAAAAAAAAAAN!!!!
El hombre de la gabardina tuvo el tiempo justo de girarse antes de que se le tirase a los brazos una niña de unos cuatro años de edad. Era una chiquilla sonriente, de largo cabello negro como la noche, retenido a duras penas por un lazo rosa. Su mirada cristalina miraba a través de unos ojitos grises muy vivos. Por fin se había descubierto el nombre del hombre que nos había traído aquí. Tristan cogió a la niña en brazos y la abrazó.
- ¿Que haces aquí abajo? El perímetro no es seguro aún - la niña hizo un mohín ante esa frase.
- Quería verte....
- Además, si hay algún peligro, me la defenderías no?
La voz venía de detrás de la niña. El propietario era un hombre de unos cincuenta años aproximadamente. Con un pelo igual de negro que el de la pequeña, aunque ya empezaba a ser surcado por líneas blancas de canas, tenía unos ojos sinceros y profundos. Una barba, que le tapaba sólo la zona de la boca y la barbilla, escondía una sonrisa de viejo profesor. Era de complexión alta y fuerte, y vestía un elegante traje negro.
- Claro que si, Ezequiel, pero no tendría que correr por esta zona - y le empezó a hacer cosquillas en la barriga a la niña - Wini no tienes que venir aquí hasta que esto esté seguro. Me estoy quedando ronco de decírtelo - la niña estaba que se moría de risa.
- Creo que Winifred nunca te hará caso.
Miré a Elysa no sabiendo ni que cara poner. ¿A que padre sádico se le ocurre poner a su hija Winifred? Yo ya tenía lo mío con Hades y era un segundo nombre que puedo esconder, pero ella lo iba a pasar muy mal en la escuela.
- No es verdad papá, cuando me case con él le haré caso en todo - dijo la niña orgullosa.
- Cuando llegues a edad de casarte, igual seré un poco mayor para ti - dijo Tristan azorado.
- Papá le lleva veinte años a mamá, no me importará estar contigo.
Durante un segundo una mirada triste cruzó los ojos de Tristan. Algo en la frase de la niña había hecho que se pusiese así.
- Bueno ahora eso lo dejamos aparcado cariño - el padre de la pequeña la recogió de los brazos del joven - ahora Tristan y los demás deben ir a que les curen las heridas. ¡JOHAN!
Del grupo de médicos que estaban atendiendo a los de seguridad, se salió un chico que avanzó hacia nosotros com paso tranquilo. Era un joven de aproximadamente nuestra edad. El pelo rubio estaba peinado con gomina para que el flequillo se le levantase hacía arriba. Una cicatriz cruzaba la ceja izquierda. Sus ojos verde intenso parecían que te estuviesen analizando con rayos X. Aunque por la expresión de la cara parecía que todo lo que veía le aburría y le ponía de mal humor.
- ¿Qué quieres, Ezequiel? - entre los labios llevaba un cigarrillo.
- Que los cures.
- ¿Y porque me toca a mi el marrón?
- Porque te lo digo yo que tengo un rango superior al tuyo y si lo haces no le diré a Mathilde que estás fumando trabajando. Y encima uno sin filtro - todo eso dicho sin perder la sonrisa de la cara.
La tal Mathilde tenía que tener un poder increíble sobre el médico porque no protestó más y empezó a curarle el brazo a Marie.
- Mathilde es su novia - me aclaró Andrew en un susurro - y le saca de quicio que fume. Pero él pasa del tema y lo hace cuando no lo vigila. Tiene una pipa japonesa que le regaló el jefe que casi le provoca un infarto a la pobre chica cuando la vio y es su utensilio de fumar favorito.
- Andrew cierra el pico o te curarán los novatos - dijo Johan sin despegar la vista del brazo de la recepcionista.
Debía de ser muy bueno porque logró que el abuelo de Elysa se callase rápidamente.
- Bueno, os dejo que aquí el microbio se me está durmiendo y como su madre se entere de que ha estado correteando por allí a estas horas me mata. Buenas noches - y con estas palabras Ezequiel se fue con la pequeña ya dormida.
- Parece un hombre muy agradable - comentó Elysa.
- Lo es, pero también es extremadamente fuerte. Yo no querría cabrearlo por nada del mundo - para que Andrew dijese eso, el tal Ezequiel debía de ser alguien peligroso.
Pasó cerca de media hora y todos fuimos curados por las manos expertas de Johan, que al acabar se fue como había venido. En cuanto estuvieron curados, el abuelo de Elysa cogió a Tristan aparte y le empezó a hablar. Yo me acerqué a Elysa para ver como estaba. A excepción de un par de moretones y algún arañazo estaba bien. La herida del cuello tenía una tirita y un poco de mercromina. No había sido nada grave. Yo me miré la mano. Aún podía sentir la fuerza con la que esa espada había salido del corte. Era como si una pequeña parte de mi, muy escondida, la hubiese llamado, sabiendo que la necesitaba. Algo me decía que esa misma parte era de la que salía ese instinto asesino que habría descuartizado a Arthur. Al pensar más tranquilamente en ella, me daba mucho miedo. Había demostrado una crueldad y una fuerza que me espantaba. Pero seguía cabreado con Arthur, también. Si le hubiese hecho daño a Elysa no habría sentido el más mínimo remordimiento, aún seguía pensando que le estaba bien empleado todo lo que le pudiese pasar por haber querido hacer daño a mi amiga. No iba a permitir que le hiciesen daño nunca. ¡Ella era mía! Nadie la podía tocar y no le iba a dejar.......
Me espanté de mis propios pensamientos. Elysa era mi amiga, no una posesión. Jamás había sentido tal cólera.
- Hades, ¿estás bien? - la mirada preocupada de mi amiga me sacó de mi ensoñación.
- Claro que si - me obligué a sonreír - ¿porqué lo dices?
- Es que..... nada... te he visto muy serio - algo parecía turbarla, pero no me atrevía a preguntárselo de miedo a saber la respuesta. Andrew nos ahorró los problemas de continuar hablando.
- Bueno, parece que el jefe supremo os quiere ver. Comportaos, es un señor de cerca ciento veinte años, pero sigue igual de rápido mentalmente que cualquiera de vosotros.... ¿Estáis bien al menos?
Le aseguramos que nos encontrábamos en perfecto estado. Elysa le quiso hacer mil preguntas pero él las evadió diciendo que era extremadamente tarde, que iban a ver al jefe porque no le habían dejado otra opción, pero que después nos íbamos a ir a dormir la mona, lo quisiésemos o no. Fue entonces cuando recordé que había estado bebiendo mucho esa misma noche. La adrenalina del momento perro y del ataque me lo habían hecho olvidar, pero ahora lo recordaba perfectamente y me sentí de golpe mareado. Hablando del chucho, ¿dónde se había metido? Me giré a buscarlo y vi que nos acompañaba, dando saltirones contento, sosteniendo en la boca un trapo negro. Supuse que la manga de un pobre de los que nos atacó y que se le había acercado demasiado. Este bicho era pequeño pero matón. Cuando creciese sería un buen problema si no se le domaba bien. Esperaba sinceramente que no lo tuviese que domar yo.
Andrew nos llevó por el ascensor hasta el último piso. Era un pasillo normal de oficina, pero en la que en el fondo destacaba una enorme puerta doble de madera, ricamente tallada. No llegué a entender, en ese momento, los bajorrelieves que la decoraban. Se veían a gente combatiendo y otras delante de árboles, algunos iban en carros y otros a caballo. Parecían las imágenes que se veían en los museos por decenas, que se trajeron de Grecia, Italia u otros sitios, para decorar la casa de algún rico mercader.
- A partir de aquí no os puedo llevar más lejos. Voy a ir a buscar un sitio en este edificio donde podáis dormir, y no quiero protestas - antes de que pudiésemos decir nada, dio media vuelta y se fue.
- ¿Y ahora que hacemos? - le pregunté a Elysa.
- Es obvio, ¿no? Entramos - y sin dejarme otra opción abrió una de las puertas y entró en el despacho del "jefe" seguida del cachorrillo. Como no, yo la seguí.
viernes, 31 de enero de 2014
viernes, 17 de enero de 2014
Segundo capítulo: Un lugar tranquilo
El viaje hasta nuestro destino lo hicimos a pie, no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos en un inicio. Pensaba que había alucinado suficientemente con el perro de tres cabezas que se había encariñado con mi amiga, pero la localización del lugar al que nos llevaba aquel hombre me dejó sin habla. El Centro de los Departamos estaba en pleno centro de la ciudad, entre una multitud de edificios de oficinas. Se parecía a cualquiera de ellos, no llamaba la atención, y esa era su mayor virtud. Me imaginaba perfectamente a gente trajeada, entrando y saliendo, camiones dejando y recogiendo mercancías en cajas desde la parte de atrás. La entrada era una puerta giratoria que se abría en un hall inmenso iluminado por paneles de cristal que dejaban entrar la luz de las farolas. El suelo imitaba el mármol y una sonriente señorita estaba en el mostrador central. El edificio hacía, por lo menos treinta pisos de alto. El exterior era todo de cristal y metal, lo que le confería una apariencia a la par con cualquier otra construcción de la misma calle.
Encima de la puerta giratoria había una insignia. Se componía de dos partes. Una era el nombre de la empresa, elegantemente escrito, y la otra un símbolo. Este último era una H mayúscula, de trazos estilizados, sobre la cual reposaba, sentado, un dragón azul grisáceo. Su mirada se dirigía hacia un león negro que estaba apoyado en una de los laterales de la H, con la clara intención de querer subirse sobre la letra para poder alcanzar al dragón, pero sin conseguirlo. Al acercarme más pude observar el detalle con el que estaban hechos los dos animales. Las alas del dragón, desplegadas, eran parecidas a las de un murciélago, pero se podía observar como el artista las había querido representarlas con un toque aterciopelado. La cola, larga y serpenteante, estaba recogida delante de las patas del animal, cuyos músculos mostraban que, aunque estuviese sentado, si el león hacía el menor movimiento, alzaría el vuelo con extrema rapidez. El cuello y el vientre estaban protegidos por una serie de escamas de apariencia de acero resistente para proteger las partes más vulnerables del cuerpo. Dos cuernos de hueso coronaban la cabeza triangular girada hacía abajo. Sus ojos revelaban una mirada inteligente que parecía prever cualquier movimiento del felino. Finalmente, la crin, cuyo aspecto recordaba el movimiento de las olas en plena tormenta, le recorría la espalda hasta la cola. El león no estaba representado de manera menos detallada. De pelaje azabache, cada pelo estaba perfectamente resaltado para dar impresión de suavidad y vitalidad. Las fauces estaban abiertas y las garras salidas en un gesto de clara agresividad. Parecía como si se hubiese escapado de un escudo nobiliario persiguiendo al dragón y que ambos hubiesen quedado atrapados en el símbolo de la empresa.
- Hermes Company? Pensaba que nos llevaba a un centro de departamentos - me extrañé.
- ¿Y tu qué crees que es un edificio de oficinas? - me respondió el desconocido mirándome - Es un lugar en la que ciertos o todos los departamentos de una empresa se han instalado para poder funcionar - empezaba a odiar a ese tiparraco.
- ¿Nos vas a explicar ahora que es todo esto? Ya hemos llegado - se veía claramente que Elysa se moría de impaciencia. El perro de tres cabezas estaba a su lado moviendo la cola, con ganas de que nos moviésemos de nuevo.
- Aún estamos en la calle. Os tengo que llevar ante mi jefe, él sabrá que hacer - y sin esperar a que dijésemos nada más, se encaminó hacia la entrada.
Elysa y yo tuvimos que correr detrás de él para que no entrase sin nosotros. Estaba de un humor de perros, y nunca mejor dicho. No llegaba a entender como ella podía seguir a un hombre que no conocíamos de nada para saber algo del perro de tres cabezas. ¡Y sin pensar en nada sospechoso! Esta mujer me iba a dejar con una úlcera del tamaño de una pelota de tenis. Si no fuese porque no quería dejarla sola con alguien potencialmente peligroso, me habría vuelto a mi casa a pasar la mona tranquilamente. Pero no, no podía hacer eso porque la señorita se había emperrado en seguir a alguien, que encima le parecería guapísimo y elegantísimo. Como si la escuchase pensar.
Pasamos las puertas giratorias, con cierta dificultad por el perro, y entramos en el hall. Era incluso más impresionante de lo que parecía a primera vista. De una amplitud enorme, el suelo era de mármol auténtico y no podías asegurar de donde venía la luz pues parecía surgir de todos lados, como si estuviésemos en pleno día. A los lados había una serie de conjuntos de tres sillones que, según mi cuerpo cansado, tenían que ser comodísimos. Estaban puestos alrededor de una mesilla de café de madera noble, ribeteada de metal plateado en las esquinas. En la pared de enfrente de la entrada habían dos ascensores, puestos al lado de los ventanales, con a sus lados unas escaleras. Viendo la altura del edificio, esperaba sinceramente que no hubiese nadie en el último piso que necesitase subir y bajar a menudo porque el día que se estropeasen los ascensores iba a ser algo muy duro. El centro de atención de la sala se situaba en la recepción. Detrás de una mesa de metal había una joven de unos treinta años, de cabello negro corto, recogido con una cinta roja como Blancanieves. Tenía las facciones un poco rellenitas, pero no aparentaba que le sobrasen unos kilos. Vestía un traje de chaqueta azul oscuro y presentaba una sonrisa que parecía perenne. Pero lo más impresionante de todo era lo que había detrás de ella. Del techo surgía una columna de cristal que se hundía en el suelo. Venía del piso de arriba y continuaba en el subsuelo. Estaba repleta de agua y en ella nadaban tranquilamente una cantidad enorme de peces que, por lo que pude deducir por las pocas especies que reconocí, eran todos de agua salada. Nuestro acompañante se acercó a ella.
- Marie, ¿qué haces aún a estas horas aquí?
- Ya sabes que no tengo vida social - dijo la joven con una sonrisa un poco triste.
- Pues tienes que salir, aunque sea a tomar una copa con amigos - a esa respuesta le correspondió una risa cristalina - por cierto, ¿está mi jefe en el despacho?
- Es peor que yo. Está criando a su hija en este edificio.
- Es que es un adicto al trabajo - dijo él suspirando - Ya se lo comentaré a la madre de Wini.
- Y, ¿para qué lo quieres ver? ¿Por los dos novatos que tienes detrás?
- Si te contase...
De repente un sonido brutal se oyó detrás nuestro y vimos la puerta giratoria volar por encima nuestro para aterrizar en la columna de agua. Por increíble que parezca, el golpe no melló el cristal. Marie se apartó de su puesto segundos antes de que la puerta la aplastase. Nos giramos todos y vimos un grupo de unas veinte personas entrar en el edificio. Estaban todos vestidos igual. De traje, negro, con gafas de sol y sombrero también negro. Me pareció ver que tenían tonos de pieles diferentes. De entre los blancos y negros normales, pude también ver un hombre rojo, otro violeta y un tercero verde. Hasta ese momento había dudado de todo lo que estaba viendo, pero para que esto continuase siendo un sueño, lo que me tendrían que haber puesto en la bebida tendría que ser droga dura.
- ¡Escondeos detrás de la recepción con Marie! - nos gritó el hombre, sacando una pistola de debajo de la gabardina.
Yo, desde luego, no le iba a contradecir, y no tenía la menor intención de dejar que Elysa hiciese alguna tontería de las suyas, como por ejemplo ayudarlo. La cogí por la muñeca, levanté al perro con el otro brazo y corrí hacía lo que quedaba de la recepción. Una milésima de segundo después de escondernos empezó a haber un intercambio de disparos digno de las mejores películas de acción. Mientras tanto, Marie le estaba gritando a alguien por el teléfono una amenaza contra su persona que habría hecho temblar a Rambo.
- ¡Y avisa a Andrew! - puntualizó colgando con furia. A primera vista, era difícil imaginarse que esa joven pudiese desprender tanta agresividad, pero yo ya estaba curado de espantos con Elysa - quedaos aquí, estaréis mínimamente protegidos - nos dijo.
No sabía como íbamos a estar resguardados de unos disparos si daban la vuelta a la recepción, pero obligué a mi amiga a agazaparse más, por si las moscas. De reojo vi que la recepcionista buscaba algo entre los restos de la puerta giratoria, intentaba apartarla pero era demasiado pesada para ella.
- ¿Le ayudo? - le propuse. No era precisamente Superman, pero algo podría hacer y si lo que estaba buscando nos ayudaba a que este infierno parase, haría lo que fuese.
- Por favor, pero ven a gachas, no quiero que te maten.
Obedecí a la señorita sin rechistar. Con mi ayuda pudo sacar lo que estaba buscando. Debajo de lo que había sido su mesa, y ahora era nuestra protección, sacó un rifle del calibre "mate usted a su propio mastodonte de un disparo". Me quedé sin habla. En un momento en el que no nos acribillaban a balas, salió a descubierto y disparó. Se quedó con cara satisfecha por el resultado pero tuvo que volver a resguardarse porque una racha de balas iban a por ella. ¡Joder con Blancanieves!
Estaba preocupado por lo que le había ocurrido a quien nos había acompañado cuando lo oí gritar:
- ¡Marie! ¿Has llamado ya a seguridad?
- ¡Pues claro! - se levantó y disparo otra vez, pero una bala le rozó el brazo izquierdo, y se tuvo que esconder de nuevo - pero como no vengan pronto me van a oír - no conocía a Marie desde hacía más de diez minutos, pero esperaba por el pellejo de los de seguridad, que llegasen rápido.
Entonces se hizo oír un ruido extraño en pleno tiroteo: ¡Ding! Era uno de los ascensores que había llegado al piso bajo y se abría. Naturalmente, los atacantes no se lo pensaron dos veces y se pusieron a disparar como locos al ascensor que estaba a nuestra izquierda. Yo no sé de donde sacaban todas esas balas, tenían que haber traído maletas enteras llenas de cargadores. Por lo visto algo había pasado porque pararon de disparar durante un segundo y fue cuando, de las escaleras a nuestra derecha, se oyó una frase y una voz que este era el último lugar en el que me esperaba oírlas.
- ¡Morid cabrones! - seguido de una serie de disparos que tuvieron que dejar muchas bajas en las filas de los atacantes.
Elysa me miró con los ojos desorbitados. Ella también había reconocido la voz del recién llegado.
- No puede ser... - dijo casi sin habla.
- Menos mal. Ha llegado la caballería - Marie sonreía - ahora van a saber lo que es bueno.
No tuve tiempo, ni las ganas, de retener a mi amiga que se dirigió corriendo al borde de la columna para verificar si de verdad la persona que había dicho esas palabras era quien nosotras creíamos. Por desgracia, si.
- ¡¿Abuelo?! - gritó Elysa absolutamente incrédula.
Para incredulidad la que tenía el abuelo materno de Elysa. Si, ese señor que enseña a niñas de ocho años a dar puñetazos en la cara. ¿Qué te habías imaginado? ¿El abuelito de Heidi? Pues siento decepcionarte. Si tuviese que describirlo en pocas palabras diría que era idéntico Bruce Willis haciendo de John McClaine, en más alto. Tenía la misma mala hostia, la misma habilidad con las armas, la misma calva, y la misma mala suerte, pero eso último es otra historia. Se acercó corriendo a donde estábamos nosotros y sin venir a cuento me dio una colleja descomunal.
- ¡Aouch! - protesté - ¿A qué ha venido eso?
- ¿Se puede saber que hace ella aquí? - señaló a Elysa. Ambos intentemos protestar, pero no nos dejó
- ¡No me importa! En cuanto esto acabe te la llevas a casa inmediatamente - intentamos de nuevo protestar - ¡No quiero oiros! Marie, ¿tienes aún las pistolas de seguridad?
La interpelada estaba aún intentando asimilar que el hombre que veía fuese el abuelo de la joven que tenía a su lado. Andrew, que así se llamaba, la tuvo que volver a interpelar para que reaccionase.
- Ah, si. Si, claro que aún las tengo, pero sólo puedo disparar un arma con la escopeta.
Andrew levantó los ojos al cielo.
- No es para ti, es para ellos ¿de verdad creías que mi única nieta no sabría disparar? - a mi me da que hasta ese momento no sabía que era su nieta, pero me guardé el comentario porque ya estaba bastante cabreado conmigo - ¡Vamos! No tenemos todo el día.
Marie se activó y sacó dos pistolas semiautomáticas de donde había sacado la escopeta y nos dio una a cada una, al mismo tiempo que sacaba una caja llena de cargadores de otro estante. Definitivamente yo a esa mesa no me acercaba con malas intenciones ni borracho. Te preguntarás como es que sabíamos disparar. Por una razón que ninguno había llegado a entender, hasta ese momento, cada vez que veíamos al abuelo de Elysa, este nos llevaba al campo de tiro para enseñarnos. Cuando mis padres se enteraron, le montaron un circo de los del Cirque du Soleil, pero este hombre tenía un poder de convicción que ni un político. Así que a nuestros veintiséis años, ambos éramos expertos pistoleros.
- ¿Quieres que disparemos a gente? ¡Tu estás loco! - la verdad es que estaba muerto de miedo. No quería disparar a nadie, por mucho que me quisiesen matar ellos.
- A ver niño, nos están disparando, nos van a matar. Tenéis ambos una puntería de cojones. Me vas a hacer el favor de coger la pistolita esta y empezar a disparar a los malos. Si no te apetece darle a los humanos dispárale a los que tienen la piel de color raro.
Había querido discutir más pero de repente un hombre de piel violácea apareció de detrás del mostrador y quiso coger a Elysa por el brazo. Sin pensármelo dos veces le disparé en el hombro. Pero una segunda bala le aterrizó entre ceja y ceja.
- Buenos reflejos chaval, pero la próxima vez a la cabeza. Los mata rápido. Si no quieres que nada le pase a mi nieta más te vale mover el culo.
Quise decirle que la niña se podía defender bien solita y que la verdad, me daba más miedo la seguridad del que le quisiese hacerle algo que no la suya. Pero me di cuenta de que, en parte, Andrew tenía razón. No nos iban a dejar en paz, teníamos que responder de alguna manera. Aunque las armas de fuego siempre me habían producido cierta aprensión, como si no fuesen lo mío, empecé a disparar a todo el que se me pusiese delante. Las primeras veces que saqué la cabeza intenté ver dónde estaba el hombre que nos había traído aquí. Había tirado de lado una de las mesas y se protegía con ella de los ataques de los hombres de negro. No sabía de que tipo de madera estaban hechas, pero quería una de esas para la casa de mis padres en la que había un perro destroza-muebles que había aterrizado recientemente.
No tardamos mucho tiempo en superarlos pues la seguridad llegó poco después que Andrew. Por fin parecía que podríamos descansar, pero no íbamos a tener esa suerte. De detrás de los hombres de negro apareció un hombre haciendo algo que sólo había visto en las películas. Una veintena de cuchillos volaban a su alrededor como un torbellino de puntas afiladas que lo protegían de las balas. Incluso desde esa distancia pude ver que sonreía. De repente, los cuchillos volaron en todas direcciones. Los de seguridad se vieron apuñalados todos con una puntería sorprendente y a nosotros no hicieron saltar las armas de las manos. Yo tuve un corte que me recorría toda la palma de la mano derecha. Elysa era la única a quién no le habían quitado el arma porque justo en ese momento estaba agazapada, cogiendo un nuevo cargador de la caja. Le dije con los ojos que se quedase agachada sin moverse. Me entendió. Nos conocíamos desde hacía tanto tiempo que nos podíamos comunicar sin palabras.
De un movimiento de la mano del recién llegado, los hombres de negro pararon de disparar y se pusieron en orden. Entonces el lanzador de dagas se fue acercando a nosotros y pude verlo con más claridad. Incluso a mi me pareció realmente guapo. Tenía esa atracción animal que haría suspirar a más de una. Aparentaba unos treinta años, de pelo negro peinado con gomina y ojos oscuros que transmitían maldad, inteligencia y crueldad. Vestido con chaqueta y pantalones, su camisa roja le hacía parecer un demonio de esos de las películas que se ligan a todo lo que lleve faldas. Su sonrisa confiada hacía que le tuviese más rabia de la que nunca le había tenido a ningún hombre, y al mismo tiempo hacía que se me erizase los pelos de la nuca.
- Andrew - dijo como si riñese a un niño por centésima vez, hasta su voz era melosa - me decepcionas. Con la edad te estás haciendo descuidado.
- Cierra el pico, gilipollas - el interpelado tenía una cara de cabreo de las gordas.
- Que poco amable eres con un viejo amigo.
- Déjame recoger mi arma y te demostraré lo amable que puedo ser.
- Por favor, si no podrías acertarme ni aunque me tuvieses delante. Te estás volviendo senil.
- ¡Repite eso si tienes huevos! - Elysa saltó de donde estaba y le disparó al individuo que nos tenía a todos hasta la coronilla.
Pero la bala no le llegó a dar. Rebotó en una daga que había salido de ningún lado. El atacado puso cara extremadamente sería e hizo un pequeño movimiento con la mano. Sin previo aviso salió un hombre de detrás nuestro cogiendo a Elysa por el cogote y la llevó a donde estaba su jefe. No tuvimos tiempo de hacer nada, el tipo ese se movía increíblemente deprisa. El lanzador de cuchillos cogió a mi amiga por el cuello de la camisa.
- Eso que has hecho es peligroso, muñeca.
- ¡Suelta a mi nieta, Arthur! - Andrew estaba a punto de saltar lo que quedaba de recepción e ir a ahogar al tal Arthur con sus propias manos. Y yo detrás.
- Con que tu nieta, ¿eh? Mira que cosa más interesante - una estúpida sonrisa de suficiencia se le dibujo en la cara.
Ya habréis adivinado que Elysa no era la típica chica que se queda muerta de miedo en situaciones de peligro, y este caso no iba a ser la excepción. Hizo un movimiento veloz y le cogió una de sus dagas al individuo y se la puso al cuello.
- Ordena que tus payasos se retiren, ¡ahora! - le dijo apretando un poco más el cuchillo.
De reojo vi como Andrew había pasado de estar a punto de saltar para salvar a su nieta, a estar extremadamente preocupado, y no era por la vida de Arthur. Mi instinto me decía que esto podía acabar muy mal y no tardé en ver que tenía razón. El amenazado soltó una risotada de las de malo de película y en un movimiento le quitó la daga a Elysa, la tiró suelo y se puso encima amenazándola de la misma manera que lo había hecho ella segundos antes.
- Igual de guapa y peligrosa que tu abuela. Esto va a ser divertido - todos hicimos un movimiento hacía ella par ir a salvarla pero Arthur apretó más la daga - eh, eh quietos o le corto definitivamente el cuello.
De donde tenía apretada la daga salió una hilo de sangre demostrando que no bromeaba. Entonces lo vi todo negro.
domingo, 12 de enero de 2014
Primer capítulo: Cerbero
Aquella noche había decidido acompañar a mi amigo Hades a hacer un tour por todos los bares del centro. Tenía que olvidar a su, ahora, ex-novia, que había cortado con él inexplicablemente. Hacía ya varios días que se me deprimía en casa y había decidido llevarlo a que le tocase el aire y a que se emborrachase para poderla olvidar y pasar página. Lo bueno es que se recuperaba rápidamente de sus rupturas una vez pasado este trámite, lo malo es que sus parejas le duraban menos que a un chino un bol de arroz (o de fideos, dependiendo del chino).
- Te voy a decir una cosa - me contó más borracho que hacía tiempo - nunca voy a encontrar otra chica como ella.
- Eso espero - dije yo exasperada. Nunca había soportado a la sujeta en cuestión y esperaba no volverle a ver el careto en mi vida.
- ¡Te estoy hablando en serio! - sonaba enfadado, pero yo sabía que era contra la ex-novia, el alcohol y el mundo entero. Yo solo era la pobre a quien le había tocado aguantar su borrachera post-ruptura. Pero, ¿qué no haría una por su mejor amigo? - ella era... era....
- ¿Única?
- ¡Exacto! ... ¿Cómo sabías que quería decir eso?
- Porque me has dicho lo mismo de las últimas cuatro novias.
Hades puso cara de asco.
- Esas eran unas arpías.
- No te lo niego, y espero que esta por fin haya acabado en la misma categoría.
- Nunca te cayó bien.
- ¿Tanto se nota?
Mi amigo quiso decir algo, pero de golpe se puso verde y fue corriendo al baño. Yo me quedé en la barra suspirando. Ese idiota no paraba de sacarse novia tras novia, mientras yo llevaba en sequía desde hacía más de un año. No es que no me diese alguna que otra alegría, pero estaba un poco harta de tener que soportar las historias de amor y desamor de los demás. Sentada en la barra, con un vaso de vino en la mano, me quedé mirando por la ventana con la mirada perdida en el vacío y, rememorando viejas historias.
Hades y yo nos habíamos conocido cuando entramos los dos en tercero de primaria. Eramos los dos novatos de la clase y todo el mundo se reía de nosotros. Bueno de Hades era comprensible porque sus padres fueron unos sádicos. En realidad soy la única que le llama de esta forma. Su nombre, para el resto de la humanidad, es John, John Hades Hellson. Entenderéis ahora que la mayoría de los niños se riesen. ¿A qué padres se les puede ocurrir la brillante idea de llamar a un niño que llevará como apellido Hellson (hijo del Infierno), Hades? Bueno, pero el cachondeo no salió sólo del hecho que el pobre se llamase como se llamase, fue porque cuando era pequeño no era tan lanzado como lo es ahora. Era bastante apocado y calladito, además de un poco gordito, por lo que era una diana fácil para las burlas. Yo, al contrario, siempre he sido de carácter fuerte y me han enseñado a respetar a la gente. De pequeña tuve bastantes problemas ya que, cuando algo no me gustaba no argumentaba, me peleaba con quien hiciese falta. Culpad a mi abuelo materno que tenía en la idea de que una mujer tenía que saber dar un derechazo mejor que un hombre.
Hades y yo nos hicimos muy amigos a los pocos días de empezar las clases. No hay nada más cruel que un niño pequeño y los de mi clase podrían haber ganado un concurso. A los pocos días se habían dado cuenta que el novato era muy tímido, callado y bastante miedica. En defensa de mi amigo diré que eso era antes de conocerme, ahora ha mejorado mucho y podría darles una patada en el culo a todos esos matones. El caso es que a la semana ya lo tenían frito y el pobre tenía miedo casi de ir a clase. Una mañana, al llegar a la escuela me lo encontré llorando en una esquina. Como no me imaginaba un niño llorando, me acerqué.
- ¿Porque lloras? - le pregunté preocupada.
- Es que... es que... es que se van a reír de mi... y me van a pegar.... - me costaba entender lo que decía entre tanto lloriqueo.
- Y porque no se lo dices a la señorita? - en mi lógica infantil, los adultos siempre hacían lo correcto.
- ¡¡Ya lo he hecho!! - su cara estaba bañada en lágrimas y mocos, era lamentable - pero me ha dicho que son juegos infantiles y que no me tengo que preocupar, que pararan. Pero no paran - y volvió a ponerse a llorar. El pobre estaba aterrorizado por la idea de volver a clase y que le pegasen.
En ese momento ya estaba no sólo enfadadísima con los niños de mi clase sino también con la profesora por no hacer nada. Ella estaba allí para enseñarnos y para que hubiese concordia en la clase. No para ir a clase, decir cuatro tonterías y volver a su casa tan contenta. Cogí un pañuelo del paquete que siempre llevaba encima, y aún llevo, y se lo di.
- Toma, suénate los mocos, límpiate las lágrimas y vamos a cantarle las cuarenta a esos idiotas - el pobre me miraba con una cara de no saber que pensar de mi.
- ¿Porque me ayudas? Un niño que no sabe defenderse no tiene que tener ayuda.
- ¿Quien te ha dicho eso?
- Mi primo.
- Pues tu primo es un idiota. No todos los niños son fuertes y no todas las niñas somos princesas que queremos vestir de rosa y casarnos con un príncipe encantador. Tu te suenas los mocos ahora y vienes conmigo. ¡Y no protestes!
Continuando con su alucine conmigo se mocó, se limpió la cara y se levantó. Para evitar que se quedase atrás le cogí la mano y fuimos hacía la clase, pero los niños aún no habían llegado. Dejamos nuestras mochilas en nuestros pupitres y fuimos al patio. Allí estaban, jugando al fútbol. En un pase, a uno se le escapó la pelota y aterrizó delante mío. La cogí y me la quedé para mi. Cuando miraron hacía donde había ido la pelota se fijaron en el pobre Hades, escondido detrás de mi temblando, y se empezaron a reír de él. Con el tiempo, he visto que mi reacción no fue la mejor, pero que bien me sentí. Cogí la pelota y le di una patada con mi máxima fuerza directa a la cara del que más fuerte se reía. ¿Ya os he dicho que soy la mejor futbolista de mi familia y que masacro a mis primos en cuanto hacemos un partido amistoso? Esto les cortó la risa al instante.
- OS REIS MENOS AHORA, ¿EH? PELEAD CON ALGUIEN DE VUESTRO TAMAÑO, ¡¡GALLINAS!!
Mi intención era provocarlos y lo conseguí con matrícula. Los cuatro niños que martirizaban a mi amigo se lanzaron hacía mi. Yo los afronté lo mejor que pude, pero eran cuatro contra una y me empezaron a ganar rápidamente. Pero no por eso dejé de pegar puñetazos, patadas, estirar pelos y morder con todos mis dientes. Al ver que me podrían ganar fácilmente, Hades corrió a buscar un profesor para que parase la pelea. Cuando, por fin, consiguieron separarnos pude comprobar, con orgullo, que ellos estaban mucho peor que yo. El director llamó a mis padres y tuvieron que venir. Yo expliqué mi caso y Hades me secundó sin vacilar. Fue allí que me di cuenta que el chico era mucho más valiente de lo que demostraba. Sólo necesitaba un aliciente. En cuanto preguntaron a la profesora vieron que teníamos razón y que los niños aterrorizaban no sólo a Hades sino a otros niños. Eso les costó un consejo de disciplina y de que poco los echan fuera. Yo tuve un castigo enorme por la pelea, pero estaba muy contenta porque había ayudado a alguien. Mis padres no lo mencionaron en público, pero al llegar a casa me dijeron que estaban muy orgullosos de mi. Hades se me pegó todo el rato a partir de ese momento y al día siguiente me salió mi primer y único mote en la escuela: Hell's Angel.
- Eh, Angie, ¿se puede saber donde estás?
Me giré y vi a mi amigo en mucho mejor estado.
-Te he dicho mil veces que no me llames así - solté suspirando.
- No es culpa mía que tu segundo nombre sea Angel - dijo muerto de risa - ¿o prefieres Valentina?
Llegados a este punto sólo me faltaba decidir donde enterraba su cadáver después de haberlo torturado. Si sus padres fueron unos sádicos con su nombre, los míos no le fueron a la zaga. Mi nombre entero es Elysa Angel Von Helland. Mi nombre tiene su historia interesante, pero ahora no es el momento de explicarla. Lo que si os puedo decir es que el "Valentina" viene de mi cumpleaños. Si, mi madre no tuvo mejor idea que ponerse de parto el día de San Valentín. Cada año me vuelvo más gruñona para esa fecha. Todo son rosas y cajas de bombones, así como promesas de amor eterno. No es que no sea romántica, pero digamos que amarga a cualquiera ver como todo el mundo recibe flores el día de tu cumpleaños, que no es especial sólo para ti. Bueno, los que nacieron el 25 de diciembre me pueden entender...
Volviendo a mi salida de borrachera post-ruptura, Hades y yo entendimos que este bar estaba acabado y, al verlo ponerse el abrigo haciendo un ángulo de cuarenta y cinco grados con el suelo, decidí que él también lo estaba. Al salir a fuera una brisa fresca me hizo tener un escalofrío. La noche era fría y se podían apreciar muchísimas estrellas aunque estuviésemos en la ciudad y la luna llena a tres cuartos refulgiese con gran intensidad.
- Vamos, Rey del Inframundo, me das las llaves de tu coche y te llevo a tu casa para que duermas la mona.
Mi amigo se lo estuvo pensando un buen rato y decidió que el que yo condujera era la mejor opción. De los dos era la que menos había bebido además de la que más aguantaba el alcohol. Era una apuesta segura. Cuando me pasó las llaves, el llavero se abrió y todos sus componentes se esparcieron por la calle. Suspiré exasperada. Entendía que le tuviese cariño a ese llavero pues hacía cerca de quince años que se lo había regalado su madre, pero empezaba a ser un fastidio. Era un gancho en el que ponías todas las llaves en la parte más curva y lo bloqueabas insertando un extremo en el otro. El llavero tenía el problema de que había sido abierto tan a menudo que a poco que lo tocases se abría y su contenido salía disparado en todas direcciones. Estuvimos recogiendo y buscando llaves y decoraciones durante un buen rato. Pero nos faltaba una. Era un llaverito con forma de cabeza de Jack Sckeleton. Habíamos encontrado lo que lo ataba al llavero central pero la cabeza no. Era un recuerdo de cuando fuimos a Disneyland Paris unos años atrás. Lo buscamos por todos los lados hasta que me fijé que se había ido rodando hasta la entrada de un callejón adyacente al bar del que habíamos salido.
Cuando llegamos al callejón y recogimos el llavero oímos un gruñido que a mi, personalmente, no me gustó nada.
- Dime que no has oído lo que he oído - me dijo Hades, con una punta de miedo en la voz.
- Seguro que es algún perro que se cree que el callejón es suyo y por lo tanto estamos en su territorio que tiene que defender - dije algo esperanzada por que mi hipótesis fuese la correcta.
El gruñido volvió a oírse, pero esta vez de más cerca. De repente, de entre las sombras vimos surgir una cosa que nunca nos habríamos pensado que existiese de verdad. Supongo que habréis oído hablar del Can Cerbero, ¿no? El legendario perro de tres cabeza que guarda la entrada al Inframundo. Pues os informo, queridos lectores, que eso era EXACTAMENTE lo que teníamos delante de nuestros ojos. Un perrazo enorme, de pelaje negro como la noche, que medía alrededor de cinco metros de alto, con tres cabezas de cuyas fauces caían gotas de baba que hacían que del suelo saliese un humo que me hacía sospechar que era mejor no tocar ese líquido. Sus garras afiladas como navajas arañaban el asfalto. Los músculos se contraían, preparándose para entrar en acción. Nunca pasé tanto miedo como el que estaba sintiendo en ese momento. Detrás del perro oí algo moverse, pero estaba demasiado asustada mirando las tres cabezas como para averiguar el responsable del ruido. El Can Cerbero se nos iba acercando sin prisa pero sin pausa, gruñendo cada vez más fuerte. Por mi mente pasaban pensamientos tan locos como *voy a morir a manos de un monstruo mitológico* o frases de inteligencia suma como *¿es un mastín?* En un abrir y cerrar de ojos la bestia se tiró encima nuestro a gran velocidad. Yo estaba convencida de que iba a morir. En un gesto desesperado cogí la mano de Hades con mucha fuerza y cerré los ojos. No sé porque lo hice, supongo que quería morir sintiendo que estaba cogida a algo conocido. No lo podría explicar.
Un golpe en el pecho, el suelo duro y un gran dolor de cabeza. Eso fue lo que sentí en el momento de mi muerte. O al menos eso creía que era. Con dificultades abrí un ojo y me encontré, subido encima mío, un cachorrito de pelaje rizado negro, con cara de extrema felicidad, que movía la cola alegremente. Tengo que admitir que era una monada. De pequeño tamaño, se podía coger con en brazos tranquilamente. Tenía todo el pelaje a tirabuzones oscuros y dos ojazos marrones que se escondían entre el pelo que le sobresalía encima, pero muy expresivos. En este caso parecía muy contento de estar encima mío. A mi lado oí un quejido de dolor y vi que en mi caída había arrastrado a Hades. Rápidamente le solté la mano que aún sostenía. El pequeño soltó un ladrido y se bajó para ir a buscar una barra de hierro abandonada y traérmela. Creí entender que quería que se la lanzase. Estaba tan aturrullada que mi cerebro tardó unos segundos en procesar la información.
- ¿No estamos muertos? - preguntó mi amigo pasandose la mano por detrás de la cabeza.
- Aún no - le respondí - dime que no alucino. ¿Este perrito quiere que le lancé una barra de hierro? - como para responder a mi pregunta, el animal ladró agudamente.
- Creo que si.
- Pero, ¿dónde está el mega monstruo que había aquí hace un segundo y que nos quería devorar?
- Lo tenéis delante vuestro queriendo que le lancéis una barra de hierro.
Hades y yo nos asustamos y nos levantamos al mismo tiempo corriendo. El perro se puso delante nuestro y comenzó a gruñir. De entre las mismas sombras de las que había salido en Can Cerbero, salió un hombre. ¡Era guapísimo! Rubio, con el pelo corto, pero no rapado, lo suficiente para que puedan volar con el viento, de ojazos grises, musculoso pero fibrado, alto. Además llevaba una gabardina que le daba un plus de estilo, como un caballero inglés de principios del siglo XIX.
- ¿Cómo va a ser el mismo monstruo si el de antes medía cinco metros y tenía tres cabezas? Este es grande, pero solo tiene una - mi amigo soltó eso con un tono un poco de reproche. No le suelen gustar los hombres apuestos.
- Se transforma para disimularse entre los hombres. Cuando se siente en peligro, se defiende convirtiéndose en el bicho enorme que habéis visto- a la mención de la palabra bicho, el perro gruño.
- Creo que no le gusta que le llamen "bicho" - hice notar.
- Hemos tenido suerte, este aún es pequeño - creo que a Hades y a mi se nos quedó la misma cara de incredulidad. Si esto era pequeño, ¿qué tamaño harían los adultos? - normalmente hacen el tamaño de un edificio de cinco plantas y yo los he llegado a ver de siete. Por una razón que desconozco, este pequeñín os ha cogido cariño. No os puedo dejar aquí, tenéis que venir conmigo.
- Un momento, un momento. Tu no nos llevas a ningún lado hasta que no nos hayas explicado algunas cosas.
- ¡Elysa! Este sujeto no nos va a llevar a ningún lado aunque nos explique la Biblia en verso - Hades se enfadaba cada vez más.
- Tenéis que venir conmigo, por las buenas o por las malas. Y el cánido también se viene.
- ¿Qué le quieres hacer al cachorrito?- yo ya le había cogido mucho cariño a la bola de pelos negra, que se encogió de miedo y se fue detrás mío para protegerse
El individuo suspiró exasperado por nosotros.
- ¡No os puedo decir nada! Pero hay la posibilidad que tengáis las respuestas que buscáis viniendo conmigo.
- Si lo hacemos, ¿prometes que volveremos a las calles sanos y salvos?
- ¡Elysa! ¿Quieres parar de una vez?
- Hades, sabes que nos vamos a tener que ir con él. Algo me da que esta siendo muy educado y que la forma reglamentaria de resolver un problema como este sería mala para nuestra salud, ¿o me equivoco? - le pregunté al individuo.
- Secuestro, drogas, engaño para creer que todo ha sido un sueño y vuelta a casa. Si, estoy siendo amable.
- Pero, ¿se puede saber para quién trabaja? - Hades alucinaba con el individuo tanto como había alucinado conmigo la primera vez que nos conocimos
- Que no nos lo puede decir, ya lo has oído. Vamos con él y lo sabrás todo.
- Tu estás loca, definitivamente loca.
- Y lo peor es que me vas a acompañar - le dije sonriendo. Sabía que lo había convencido ya.
- No te voy a dejar sola con él, no me fío.
- ¿De quién? ¿De él o de mi?
- ¡De ambos!
- ¿Os habéis decidido al fin? - nos dijo con voz cansada el hombre misterioso.
- Te acompañamos si nos prometes que no nos va a pasar nada malo.
- Juro por mi honor que en esta visita nada os va a pasar nada malo - además juraba por su honor. ¿Dónde se esconden este tipo de hombres?
- Y bueno, ¿Dónde nos llevas?
- Al Centro de los Departamentos.
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