El viaje hasta nuestro destino lo hicimos a pie, no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos en un inicio. Pensaba que había alucinado suficientemente con el perro de tres cabezas que se había encariñado con mi amiga, pero la localización del lugar al que nos llevaba aquel hombre me dejó sin habla. El Centro de los Departamos estaba en pleno centro de la ciudad, entre una multitud de edificios de oficinas. Se parecía a cualquiera de ellos, no llamaba la atención, y esa era su mayor virtud. Me imaginaba perfectamente a gente trajeada, entrando y saliendo, camiones dejando y recogiendo mercancías en cajas desde la parte de atrás. La entrada era una puerta giratoria que se abría en un hall inmenso iluminado por paneles de cristal que dejaban entrar la luz de las farolas. El suelo imitaba el mármol y una sonriente señorita estaba en el mostrador central. El edificio hacía, por lo menos treinta pisos de alto. El exterior era todo de cristal y metal, lo que le confería una apariencia a la par con cualquier otra construcción de la misma calle.
Encima de la puerta giratoria había una insignia. Se componía de dos partes. Una era el nombre de la empresa, elegantemente escrito, y la otra un símbolo. Este último era una H mayúscula, de trazos estilizados, sobre la cual reposaba, sentado, un dragón azul grisáceo. Su mirada se dirigía hacia un león negro que estaba apoyado en una de los laterales de la H, con la clara intención de querer subirse sobre la letra para poder alcanzar al dragón, pero sin conseguirlo. Al acercarme más pude observar el detalle con el que estaban hechos los dos animales. Las alas del dragón, desplegadas, eran parecidas a las de un murciélago, pero se podía observar como el artista las había querido representarlas con un toque aterciopelado. La cola, larga y serpenteante, estaba recogida delante de las patas del animal, cuyos músculos mostraban que, aunque estuviese sentado, si el león hacía el menor movimiento, alzaría el vuelo con extrema rapidez. El cuello y el vientre estaban protegidos por una serie de escamas de apariencia de acero resistente para proteger las partes más vulnerables del cuerpo. Dos cuernos de hueso coronaban la cabeza triangular girada hacía abajo. Sus ojos revelaban una mirada inteligente que parecía prever cualquier movimiento del felino. Finalmente, la crin, cuyo aspecto recordaba el movimiento de las olas en plena tormenta, le recorría la espalda hasta la cola. El león no estaba representado de manera menos detallada. De pelaje azabache, cada pelo estaba perfectamente resaltado para dar impresión de suavidad y vitalidad. Las fauces estaban abiertas y las garras salidas en un gesto de clara agresividad. Parecía como si se hubiese escapado de un escudo nobiliario persiguiendo al dragón y que ambos hubiesen quedado atrapados en el símbolo de la empresa.
- Hermes Company? Pensaba que nos llevaba a un centro de departamentos - me extrañé.
- ¿Y tu qué crees que es un edificio de oficinas? - me respondió el desconocido mirándome - Es un lugar en la que ciertos o todos los departamentos de una empresa se han instalado para poder funcionar - empezaba a odiar a ese tiparraco.
- ¿Nos vas a explicar ahora que es todo esto? Ya hemos llegado - se veía claramente que Elysa se moría de impaciencia. El perro de tres cabezas estaba a su lado moviendo la cola, con ganas de que nos moviésemos de nuevo.
- Aún estamos en la calle. Os tengo que llevar ante mi jefe, él sabrá que hacer - y sin esperar a que dijésemos nada más, se encaminó hacia la entrada.
Elysa y yo tuvimos que correr detrás de él para que no entrase sin nosotros. Estaba de un humor de perros, y nunca mejor dicho. No llegaba a entender como ella podía seguir a un hombre que no conocíamos de nada para saber algo del perro de tres cabezas. ¡Y sin pensar en nada sospechoso! Esta mujer me iba a dejar con una úlcera del tamaño de una pelota de tenis. Si no fuese porque no quería dejarla sola con alguien potencialmente peligroso, me habría vuelto a mi casa a pasar la mona tranquilamente. Pero no, no podía hacer eso porque la señorita se había emperrado en seguir a alguien, que encima le parecería guapísimo y elegantísimo. Como si la escuchase pensar.
Pasamos las puertas giratorias, con cierta dificultad por el perro, y entramos en el hall. Era incluso más impresionante de lo que parecía a primera vista. De una amplitud enorme, el suelo era de mármol auténtico y no podías asegurar de donde venía la luz pues parecía surgir de todos lados, como si estuviésemos en pleno día. A los lados había una serie de conjuntos de tres sillones que, según mi cuerpo cansado, tenían que ser comodísimos. Estaban puestos alrededor de una mesilla de café de madera noble, ribeteada de metal plateado en las esquinas. En la pared de enfrente de la entrada habían dos ascensores, puestos al lado de los ventanales, con a sus lados unas escaleras. Viendo la altura del edificio, esperaba sinceramente que no hubiese nadie en el último piso que necesitase subir y bajar a menudo porque el día que se estropeasen los ascensores iba a ser algo muy duro. El centro de atención de la sala se situaba en la recepción. Detrás de una mesa de metal había una joven de unos treinta años, de cabello negro corto, recogido con una cinta roja como Blancanieves. Tenía las facciones un poco rellenitas, pero no aparentaba que le sobrasen unos kilos. Vestía un traje de chaqueta azul oscuro y presentaba una sonrisa que parecía perenne. Pero lo más impresionante de todo era lo que había detrás de ella. Del techo surgía una columna de cristal que se hundía en el suelo. Venía del piso de arriba y continuaba en el subsuelo. Estaba repleta de agua y en ella nadaban tranquilamente una cantidad enorme de peces que, por lo que pude deducir por las pocas especies que reconocí, eran todos de agua salada. Nuestro acompañante se acercó a ella.
- Marie, ¿qué haces aún a estas horas aquí?
- Ya sabes que no tengo vida social - dijo la joven con una sonrisa un poco triste.
- Pues tienes que salir, aunque sea a tomar una copa con amigos - a esa respuesta le correspondió una risa cristalina - por cierto, ¿está mi jefe en el despacho?
- Es peor que yo. Está criando a su hija en este edificio.
- Es que es un adicto al trabajo - dijo él suspirando - Ya se lo comentaré a la madre de Wini.
- Y, ¿para qué lo quieres ver? ¿Por los dos novatos que tienes detrás?
- Si te contase...
De repente un sonido brutal se oyó detrás nuestro y vimos la puerta giratoria volar por encima nuestro para aterrizar en la columna de agua. Por increíble que parezca, el golpe no melló el cristal. Marie se apartó de su puesto segundos antes de que la puerta la aplastase. Nos giramos todos y vimos un grupo de unas veinte personas entrar en el edificio. Estaban todos vestidos igual. De traje, negro, con gafas de sol y sombrero también negro. Me pareció ver que tenían tonos de pieles diferentes. De entre los blancos y negros normales, pude también ver un hombre rojo, otro violeta y un tercero verde. Hasta ese momento había dudado de todo lo que estaba viendo, pero para que esto continuase siendo un sueño, lo que me tendrían que haber puesto en la bebida tendría que ser droga dura.
- ¡Escondeos detrás de la recepción con Marie! - nos gritó el hombre, sacando una pistola de debajo de la gabardina.
Yo, desde luego, no le iba a contradecir, y no tenía la menor intención de dejar que Elysa hiciese alguna tontería de las suyas, como por ejemplo ayudarlo. La cogí por la muñeca, levanté al perro con el otro brazo y corrí hacía lo que quedaba de la recepción. Una milésima de segundo después de escondernos empezó a haber un intercambio de disparos digno de las mejores películas de acción. Mientras tanto, Marie le estaba gritando a alguien por el teléfono una amenaza contra su persona que habría hecho temblar a Rambo.
- ¡Y avisa a Andrew! - puntualizó colgando con furia. A primera vista, era difícil imaginarse que esa joven pudiese desprender tanta agresividad, pero yo ya estaba curado de espantos con Elysa - quedaos aquí, estaréis mínimamente protegidos - nos dijo.
No sabía como íbamos a estar resguardados de unos disparos si daban la vuelta a la recepción, pero obligué a mi amiga a agazaparse más, por si las moscas. De reojo vi que la recepcionista buscaba algo entre los restos de la puerta giratoria, intentaba apartarla pero era demasiado pesada para ella.
- ¿Le ayudo? - le propuse. No era precisamente Superman, pero algo podría hacer y si lo que estaba buscando nos ayudaba a que este infierno parase, haría lo que fuese.
- Por favor, pero ven a gachas, no quiero que te maten.
Obedecí a la señorita sin rechistar. Con mi ayuda pudo sacar lo que estaba buscando. Debajo de lo que había sido su mesa, y ahora era nuestra protección, sacó un rifle del calibre "mate usted a su propio mastodonte de un disparo". Me quedé sin habla. En un momento en el que no nos acribillaban a balas, salió a descubierto y disparó. Se quedó con cara satisfecha por el resultado pero tuvo que volver a resguardarse porque una racha de balas iban a por ella. ¡Joder con Blancanieves!
Estaba preocupado por lo que le había ocurrido a quien nos había acompañado cuando lo oí gritar:
- ¡Marie! ¿Has llamado ya a seguridad?
- ¡Pues claro! - se levantó y disparo otra vez, pero una bala le rozó el brazo izquierdo, y se tuvo que esconder de nuevo - pero como no vengan pronto me van a oír - no conocía a Marie desde hacía más de diez minutos, pero esperaba por el pellejo de los de seguridad, que llegasen rápido.
Entonces se hizo oír un ruido extraño en pleno tiroteo: ¡Ding! Era uno de los ascensores que había llegado al piso bajo y se abría. Naturalmente, los atacantes no se lo pensaron dos veces y se pusieron a disparar como locos al ascensor que estaba a nuestra izquierda. Yo no sé de donde sacaban todas esas balas, tenían que haber traído maletas enteras llenas de cargadores. Por lo visto algo había pasado porque pararon de disparar durante un segundo y fue cuando, de las escaleras a nuestra derecha, se oyó una frase y una voz que este era el último lugar en el que me esperaba oírlas.
- ¡Morid cabrones! - seguido de una serie de disparos que tuvieron que dejar muchas bajas en las filas de los atacantes.
Elysa me miró con los ojos desorbitados. Ella también había reconocido la voz del recién llegado.
- No puede ser... - dijo casi sin habla.
- Menos mal. Ha llegado la caballería - Marie sonreía - ahora van a saber lo que es bueno.
No tuve tiempo, ni las ganas, de retener a mi amiga que se dirigió corriendo al borde de la columna para verificar si de verdad la persona que había dicho esas palabras era quien nosotras creíamos. Por desgracia, si.
- ¡¿Abuelo?! - gritó Elysa absolutamente incrédula.
Para incredulidad la que tenía el abuelo materno de Elysa. Si, ese señor que enseña a niñas de ocho años a dar puñetazos en la cara. ¿Qué te habías imaginado? ¿El abuelito de Heidi? Pues siento decepcionarte. Si tuviese que describirlo en pocas palabras diría que era idéntico Bruce Willis haciendo de John McClaine, en más alto. Tenía la misma mala hostia, la misma habilidad con las armas, la misma calva, y la misma mala suerte, pero eso último es otra historia. Se acercó corriendo a donde estábamos nosotros y sin venir a cuento me dio una colleja descomunal.
- ¡Aouch! - protesté - ¿A qué ha venido eso?
- ¿Se puede saber que hace ella aquí? - señaló a Elysa. Ambos intentemos protestar, pero no nos dejó
- ¡No me importa! En cuanto esto acabe te la llevas a casa inmediatamente - intentamos de nuevo protestar - ¡No quiero oiros! Marie, ¿tienes aún las pistolas de seguridad?
La interpelada estaba aún intentando asimilar que el hombre que veía fuese el abuelo de la joven que tenía a su lado. Andrew, que así se llamaba, la tuvo que volver a interpelar para que reaccionase.
- Ah, si. Si, claro que aún las tengo, pero sólo puedo disparar un arma con la escopeta.
Andrew levantó los ojos al cielo.
- No es para ti, es para ellos ¿de verdad creías que mi única nieta no sabría disparar? - a mi me da que hasta ese momento no sabía que era su nieta, pero me guardé el comentario porque ya estaba bastante cabreado conmigo - ¡Vamos! No tenemos todo el día.
Marie se activó y sacó dos pistolas semiautomáticas de donde había sacado la escopeta y nos dio una a cada una, al mismo tiempo que sacaba una caja llena de cargadores de otro estante. Definitivamente yo a esa mesa no me acercaba con malas intenciones ni borracho. Te preguntarás como es que sabíamos disparar. Por una razón que ninguno había llegado a entender, hasta ese momento, cada vez que veíamos al abuelo de Elysa, este nos llevaba al campo de tiro para enseñarnos. Cuando mis padres se enteraron, le montaron un circo de los del Cirque du Soleil, pero este hombre tenía un poder de convicción que ni un político. Así que a nuestros veintiséis años, ambos éramos expertos pistoleros.
- ¿Quieres que disparemos a gente? ¡Tu estás loco! - la verdad es que estaba muerto de miedo. No quería disparar a nadie, por mucho que me quisiesen matar ellos.
- A ver niño, nos están disparando, nos van a matar. Tenéis ambos una puntería de cojones. Me vas a hacer el favor de coger la pistolita esta y empezar a disparar a los malos. Si no te apetece darle a los humanos dispárale a los que tienen la piel de color raro.
Había querido discutir más pero de repente un hombre de piel violácea apareció de detrás del mostrador y quiso coger a Elysa por el brazo. Sin pensármelo dos veces le disparé en el hombro. Pero una segunda bala le aterrizó entre ceja y ceja.
- Buenos reflejos chaval, pero la próxima vez a la cabeza. Los mata rápido. Si no quieres que nada le pase a mi nieta más te vale mover el culo.
Quise decirle que la niña se podía defender bien solita y que la verdad, me daba más miedo la seguridad del que le quisiese hacerle algo que no la suya. Pero me di cuenta de que, en parte, Andrew tenía razón. No nos iban a dejar en paz, teníamos que responder de alguna manera. Aunque las armas de fuego siempre me habían producido cierta aprensión, como si no fuesen lo mío, empecé a disparar a todo el que se me pusiese delante. Las primeras veces que saqué la cabeza intenté ver dónde estaba el hombre que nos había traído aquí. Había tirado de lado una de las mesas y se protegía con ella de los ataques de los hombres de negro. No sabía de que tipo de madera estaban hechas, pero quería una de esas para la casa de mis padres en la que había un perro destroza-muebles que había aterrizado recientemente.
No tardamos mucho tiempo en superarlos pues la seguridad llegó poco después que Andrew. Por fin parecía que podríamos descansar, pero no íbamos a tener esa suerte. De detrás de los hombres de negro apareció un hombre haciendo algo que sólo había visto en las películas. Una veintena de cuchillos volaban a su alrededor como un torbellino de puntas afiladas que lo protegían de las balas. Incluso desde esa distancia pude ver que sonreía. De repente, los cuchillos volaron en todas direcciones. Los de seguridad se vieron apuñalados todos con una puntería sorprendente y a nosotros no hicieron saltar las armas de las manos. Yo tuve un corte que me recorría toda la palma de la mano derecha. Elysa era la única a quién no le habían quitado el arma porque justo en ese momento estaba agazapada, cogiendo un nuevo cargador de la caja. Le dije con los ojos que se quedase agachada sin moverse. Me entendió. Nos conocíamos desde hacía tanto tiempo que nos podíamos comunicar sin palabras.
De un movimiento de la mano del recién llegado, los hombres de negro pararon de disparar y se pusieron en orden. Entonces el lanzador de dagas se fue acercando a nosotros y pude verlo con más claridad. Incluso a mi me pareció realmente guapo. Tenía esa atracción animal que haría suspirar a más de una. Aparentaba unos treinta años, de pelo negro peinado con gomina y ojos oscuros que transmitían maldad, inteligencia y crueldad. Vestido con chaqueta y pantalones, su camisa roja le hacía parecer un demonio de esos de las películas que se ligan a todo lo que lleve faldas. Su sonrisa confiada hacía que le tuviese más rabia de la que nunca le había tenido a ningún hombre, y al mismo tiempo hacía que se me erizase los pelos de la nuca.
- Andrew - dijo como si riñese a un niño por centésima vez, hasta su voz era melosa - me decepcionas. Con la edad te estás haciendo descuidado.
- Cierra el pico, gilipollas - el interpelado tenía una cara de cabreo de las gordas.
- Que poco amable eres con un viejo amigo.
- Déjame recoger mi arma y te demostraré lo amable que puedo ser.
- Por favor, si no podrías acertarme ni aunque me tuvieses delante. Te estás volviendo senil.
- ¡Repite eso si tienes huevos! - Elysa saltó de donde estaba y le disparó al individuo que nos tenía a todos hasta la coronilla.
Pero la bala no le llegó a dar. Rebotó en una daga que había salido de ningún lado. El atacado puso cara extremadamente sería e hizo un pequeño movimiento con la mano. Sin previo aviso salió un hombre de detrás nuestro cogiendo a Elysa por el cogote y la llevó a donde estaba su jefe. No tuvimos tiempo de hacer nada, el tipo ese se movía increíblemente deprisa. El lanzador de cuchillos cogió a mi amiga por el cuello de la camisa.
- Eso que has hecho es peligroso, muñeca.
- ¡Suelta a mi nieta, Arthur! - Andrew estaba a punto de saltar lo que quedaba de recepción e ir a ahogar al tal Arthur con sus propias manos. Y yo detrás.
- Con que tu nieta, ¿eh? Mira que cosa más interesante - una estúpida sonrisa de suficiencia se le dibujo en la cara.
Ya habréis adivinado que Elysa no era la típica chica que se queda muerta de miedo en situaciones de peligro, y este caso no iba a ser la excepción. Hizo un movimiento veloz y le cogió una de sus dagas al individuo y se la puso al cuello.
- Ordena que tus payasos se retiren, ¡ahora! - le dijo apretando un poco más el cuchillo.
De reojo vi como Andrew había pasado de estar a punto de saltar para salvar a su nieta, a estar extremadamente preocupado, y no era por la vida de Arthur. Mi instinto me decía que esto podía acabar muy mal y no tardé en ver que tenía razón. El amenazado soltó una risotada de las de malo de película y en un movimiento le quitó la daga a Elysa, la tiró suelo y se puso encima amenazándola de la misma manera que lo había hecho ella segundos antes.
- Igual de guapa y peligrosa que tu abuela. Esto va a ser divertido - todos hicimos un movimiento hacía ella par ir a salvarla pero Arthur apretó más la daga - eh, eh quietos o le corto definitivamente el cuello.
De donde tenía apretada la daga salió una hilo de sangre demostrando que no bromeaba. Entonces lo vi todo negro.
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