No recuerdo nada de lo que pasó después. Cuando me quise dar cuenta, estaba sobre una de las cabezas del perro, con una espada en la mano. El animal tenía su aspecto original y le estaba gruñendo poco amistosamente a un Arthur estirado en el suelo con una de las patas encima del pecho. Las otras dos cabezas gruñían a ambos lados advirtiendo que al que intentase salvar a su jefe que se lo comían crudo. Yo lo único que quería era cortarle la cabeza al individuo ese. Sentía una ira asesina que nunca había sentido antes.
- No te atrevas nunca MÁS a tocarle un solo pelo - le ladré - como lo vuelvas a hacer te corto la cabeza y luego te hago sufrir mil tormentos.
Cuando volvería a pensar en esos sucesos posteriormente, me daría cuenta que estaba actuando como nunca lo habría hecho en realidad. Esa persona tan agresiva y asesina no era yo... ¿O si lo era? No lo sabría decir con certeza. Lo único que puedo decir es que sentía cada palabra que había pronunciado.
Arthur pareció extremadamente sorprendido y acto seguido sonrió.
- Esto se va a poner interesante. Nos volveremos a ver cachorrillo, procura crecer y volverte fuerte para que tu muerte sea un entretenimiento aún mayor que tu caza - y sobre estas palabras desapareció en una nube de humo.
Me calmé un poco y la espada que sostenía desapareció por la herida que tenía en la palma de la mano. Desconcertado me bajé del perro, que volvía a su estado de cachorro.
- ¡Hades! - era la voz de Elysa que me venía de lejos.
De repente, recordé que aunque el jefe hubiese desaparecido, los hombres de negro aún estaban allí. Me puse de nuevo en tensión, preparado para el ataque, pero vi que ya no quedaba nada más que una sala destrozada, los de seguridad heridos, Marie, el que nos había traído, Andrew, Elysa, el perro y yo.
- Hades, respóndeme cuando te hablo.
Tardé unos segundos en reaccionar.
- Perdona Elysa... ¿qué... qué ha pasado? Lo último que recuerdo antes de encontrarme encima del perro es ver como el tipo ese estaba a punto de matarte...
- ¿De verdad que no lo recuerdas? ¡Ha sido lo más increíble que te he visto hacer nunca! Pensaba que el tío ese me iba a matar y de repente oí un rugido y te he visto saltar encima de una de las cabeza del perro, sacar una espada de no se donde y a Cerbero saltándole encima al de las dagas...
- Un momento - la interrumpí - ¿Cerbero? ¿Le piensas llamar Cerbero? - señalé la bola de rizos que movía la cola alegremente.
- Claro, es un perro de tres cabezas, como el original. ¿Cómo quieres que le llame? Total, que Cerbero le salta encima, quitándomelo ya de paso, y le pone la pata en todo el pecho, al pobre tiene que haberle roto algunas costillas. Entonces, con tu cara más asesina, le has dicho algo. No lo he acabado de entender porque hablabas en una lengua que no había oído en mi vida.
No tuve tiempo de intentar entender que quería decir porque Andrew, Marie y el hombre de la gabardina, vinieron corriendo hacia nosotros.
- ¿Estáis bien? - nos preguntó la recepcionista.
- Si, gracias a él - dijo Elysa.
- Chaval, has subido en mi estima - ¿Andrew elogiándome? - pero la próxima vez, invoca al bicho ese antes. Nos habríamos ahorrado muchos problemas - ya decía yo. Pese a eso, sabía que me apreciaba más que a la mayoría de los hombres de este planeta.
De los ascensores y las escaleras, de repente, a bajó gente vestida de blanco que empezó a atender a los heridos por las dagas. Andrew me consoló diciendo que había alguna que otra costilla rota y heridas en malos lugares pero que nadie había muerto. Elysa interrogó a su abuela por algo que a ambos nos había intrigado, ¿de qué conocía ese individuo, que no tendría que tener más de treinta años, a su abuela, muerta en al nacer la madre de ella? La mirada asesina que le prodigó Andrew nos hizo a los dos callar. Incluso ella realizó un pequeño movimiento hacía mi de protección. Desde hacía algún tiempo que lo hacía. Al principio era para protegerse si algún baboso se la quería ligar, con mi metro noventa y tres de altura intimido al más pintado. Pero sé que es un mecanismo de defensa inconsciente que tiene a veces.
De repente, de los ascensores salió una voz de niña gritando de alegría.
- ¡¡¡¡TRISTAAAAAAAAAAAAAAAN!!!!
El hombre de la gabardina tuvo el tiempo justo de girarse antes de que se le tirase a los brazos una niña de unos cuatro años de edad. Era una chiquilla sonriente, de largo cabello negro como la noche, retenido a duras penas por un lazo rosa. Su mirada cristalina miraba a través de unos ojitos grises muy vivos. Por fin se había descubierto el nombre del hombre que nos había traído aquí. Tristan cogió a la niña en brazos y la abrazó.
- ¿Que haces aquí abajo? El perímetro no es seguro aún - la niña hizo un mohín ante esa frase.
- Quería verte....
- Además, si hay algún peligro, me la defenderías no?
La voz venía de detrás de la niña. El propietario era un hombre de unos cincuenta años aproximadamente. Con un pelo igual de negro que el de la pequeña, aunque ya empezaba a ser surcado por líneas blancas de canas, tenía unos ojos sinceros y profundos. Una barba, que le tapaba sólo la zona de la boca y la barbilla, escondía una sonrisa de viejo profesor. Era de complexión alta y fuerte, y vestía un elegante traje negro.
- Claro que si, Ezequiel, pero no tendría que correr por esta zona - y le empezó a hacer cosquillas en la barriga a la niña - Wini no tienes que venir aquí hasta que esto esté seguro. Me estoy quedando ronco de decírtelo - la niña estaba que se moría de risa.
- Creo que Winifred nunca te hará caso.
Miré a Elysa no sabiendo ni que cara poner. ¿A que padre sádico se le ocurre poner a su hija Winifred? Yo ya tenía lo mío con Hades y era un segundo nombre que puedo esconder, pero ella lo iba a pasar muy mal en la escuela.
- No es verdad papá, cuando me case con él le haré caso en todo - dijo la niña orgullosa.
- Cuando llegues a edad de casarte, igual seré un poco mayor para ti - dijo Tristan azorado.
- Papá le lleva veinte años a mamá, no me importará estar contigo.
Durante un segundo una mirada triste cruzó los ojos de Tristan. Algo en la frase de la niña había hecho que se pusiese así.
- Bueno ahora eso lo dejamos aparcado cariño - el padre de la pequeña la recogió de los brazos del joven - ahora Tristan y los demás deben ir a que les curen las heridas. ¡JOHAN!
Del grupo de médicos que estaban atendiendo a los de seguridad, se salió un chico que avanzó hacia nosotros com paso tranquilo. Era un joven de aproximadamente nuestra edad. El pelo rubio estaba peinado con gomina para que el flequillo se le levantase hacía arriba. Una cicatriz cruzaba la ceja izquierda. Sus ojos verde intenso parecían que te estuviesen analizando con rayos X. Aunque por la expresión de la cara parecía que todo lo que veía le aburría y le ponía de mal humor.
- ¿Qué quieres, Ezequiel? - entre los labios llevaba un cigarrillo.
- Que los cures.
- ¿Y porque me toca a mi el marrón?
- Porque te lo digo yo que tengo un rango superior al tuyo y si lo haces no le diré a Mathilde que estás fumando trabajando. Y encima uno sin filtro - todo eso dicho sin perder la sonrisa de la cara.
La tal Mathilde tenía que tener un poder increíble sobre el médico porque no protestó más y empezó a curarle el brazo a Marie.
- Mathilde es su novia - me aclaró Andrew en un susurro - y le saca de quicio que fume. Pero él pasa del tema y lo hace cuando no lo vigila. Tiene una pipa japonesa que le regaló el jefe que casi le provoca un infarto a la pobre chica cuando la vio y es su utensilio de fumar favorito.
- Andrew cierra el pico o te curarán los novatos - dijo Johan sin despegar la vista del brazo de la recepcionista.
Debía de ser muy bueno porque logró que el abuelo de Elysa se callase rápidamente.
- Bueno, os dejo que aquí el microbio se me está durmiendo y como su madre se entere de que ha estado correteando por allí a estas horas me mata. Buenas noches - y con estas palabras Ezequiel se fue con la pequeña ya dormida.
- Parece un hombre muy agradable - comentó Elysa.
- Lo es, pero también es extremadamente fuerte. Yo no querría cabrearlo por nada del mundo - para que Andrew dijese eso, el tal Ezequiel debía de ser alguien peligroso.
Pasó cerca de media hora y todos fuimos curados por las manos expertas de Johan, que al acabar se fue como había venido. En cuanto estuvieron curados, el abuelo de Elysa cogió a Tristan aparte y le empezó a hablar. Yo me acerqué a Elysa para ver como estaba. A excepción de un par de moretones y algún arañazo estaba bien. La herida del cuello tenía una tirita y un poco de mercromina. No había sido nada grave. Yo me miré la mano. Aún podía sentir la fuerza con la que esa espada había salido del corte. Era como si una pequeña parte de mi, muy escondida, la hubiese llamado, sabiendo que la necesitaba. Algo me decía que esa misma parte era de la que salía ese instinto asesino que habría descuartizado a Arthur. Al pensar más tranquilamente en ella, me daba mucho miedo. Había demostrado una crueldad y una fuerza que me espantaba. Pero seguía cabreado con Arthur, también. Si le hubiese hecho daño a Elysa no habría sentido el más mínimo remordimiento, aún seguía pensando que le estaba bien empleado todo lo que le pudiese pasar por haber querido hacer daño a mi amiga. No iba a permitir que le hiciesen daño nunca. ¡Ella era mía! Nadie la podía tocar y no le iba a dejar.......
Me espanté de mis propios pensamientos. Elysa era mi amiga, no una posesión. Jamás había sentido tal cólera.
- Hades, ¿estás bien? - la mirada preocupada de mi amiga me sacó de mi ensoñación.
- Claro que si - me obligué a sonreír - ¿porqué lo dices?
- Es que..... nada... te he visto muy serio - algo parecía turbarla, pero no me atrevía a preguntárselo de miedo a saber la respuesta. Andrew nos ahorró los problemas de continuar hablando.
- Bueno, parece que el jefe supremo os quiere ver. Comportaos, es un señor de cerca ciento veinte años, pero sigue igual de rápido mentalmente que cualquiera de vosotros.... ¿Estáis bien al menos?
Le aseguramos que nos encontrábamos en perfecto estado. Elysa le quiso hacer mil preguntas pero él las evadió diciendo que era extremadamente tarde, que iban a ver al jefe porque no le habían dejado otra opción, pero que después nos íbamos a ir a dormir la mona, lo quisiésemos o no. Fue entonces cuando recordé que había estado bebiendo mucho esa misma noche. La adrenalina del momento perro y del ataque me lo habían hecho olvidar, pero ahora lo recordaba perfectamente y me sentí de golpe mareado. Hablando del chucho, ¿dónde se había metido? Me giré a buscarlo y vi que nos acompañaba, dando saltirones contento, sosteniendo en la boca un trapo negro. Supuse que la manga de un pobre de los que nos atacó y que se le había acercado demasiado. Este bicho era pequeño pero matón. Cuando creciese sería un buen problema si no se le domaba bien. Esperaba sinceramente que no lo tuviese que domar yo.
Andrew nos llevó por el ascensor hasta el último piso. Era un pasillo normal de oficina, pero en la que en el fondo destacaba una enorme puerta doble de madera, ricamente tallada. No llegué a entender, en ese momento, los bajorrelieves que la decoraban. Se veían a gente combatiendo y otras delante de árboles, algunos iban en carros y otros a caballo. Parecían las imágenes que se veían en los museos por decenas, que se trajeron de Grecia, Italia u otros sitios, para decorar la casa de algún rico mercader.
- A partir de aquí no os puedo llevar más lejos. Voy a ir a buscar un sitio en este edificio donde podáis dormir, y no quiero protestas - antes de que pudiésemos decir nada, dio media vuelta y se fue.
- ¿Y ahora que hacemos? - le pregunté a Elysa.
- Es obvio, ¿no? Entramos - y sin dejarme otra opción abrió una de las puertas y entró en el despacho del "jefe" seguida del cachorrillo. Como no, yo la seguí.
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