miércoles, 13 de mayo de 2015

Noveno Capítulo: Entrenos con espada

Cuando me quise dar cuenta, estaba de vuelta en ese sitio aterrador de la primera noche en el Centro de Departamentos. Me encontraba en la sala de audiencias de algo parecido a un palacio. Dominaban los colores oscuros. La sala era extremadamente larga y muy alta, bordeada de columnas que separaban la sala en un pasillo principal y dos deambulatorios. El suelo era en tablero de damas azul oscuro y gris más claro. A los lados se extendían una serie de ventanales ovalados en su extremo que mostraban un exterior de roca. Era de noche, o al menos la luz del sol no lucía. Me encontraba en uno de los extremos de la sala, sentado en un trono. No lo podía ver, pero notaba en su respaldo duro y alto en mi espalda. Mi cara se apoyaba en mis dedos delicadamente. Mantenía mi mis ojos fijos en un hombre, vestido como los oradores griegos, que daba una explicación extremadamente nervioso sobre un tema. Mi mirada era gélida y me sentía frustrado. Ese hombre tenía que haber hecho algo y no lo había conseguido. Estábamos sólo nosotros dos en la sala. Al cabo de un tiempo de explicaciones me harté. Di un golpe en el reposabrazos del trono, que pude observar que era negro y liso como la obsidiana, y le grité.

- ¡YA BASTA! - el hombre pareció encogerse - ¡LLEVÁIS MESES DÁNDOME EXPLICACIONES VÁCUAS! - ¿estaba encogiendo de tamaño o era yo el que crecía? - ¡ESTA SITUACIÓN NO PUEDE CONTINUAR ASÍ! ¡DEBEMOS ENCONTRAR LA BRECHA EN EL MENOR TIEMPO POSIBLE - me calmé un poco - Tienes una semana para darme resultados o será con tu cabeza con la que Cerbero practicará el detener a los vivos.

Mi mano acarició una de las tres cabezas del animal que estaba a un lado del trono. No parecí inmutarme pero no era como el perro tricéfalo que tenía Elysa en casa. Este era un animal de dimensiones ya considerables, de pelo negro y lustroso, con cola de serpiente y cabezas del mismo animal en toda la columna vertebral. Este si que era un animal terrorífico y no el cachorrillo que teníamos en casa, aunque también parecía ser joven. El bicho estaba dormido, pero cuando le acaricié la cabeza, movió la cola satisfecho por la atención.

- Ahora fuera de mi vista - la voz era igual de fría que la mirada.

El hombre desapareció envuelto en sombras. De detrás de una columna apareció otro personaje. Ni me molesté en mirarle, ya sabía quién era.

- ¿Qué quieres ahora?

- El señor Zeus le pide que venga al Olimpo, tío.

- Si es para pedirme como he avanzado, has asistido suficientemente a la escena para poder hacerle un resumen - continuaba acariciando al perro - si quiere resultados que no me de tanto la lata.

- Tío, sólo soy el mensajero. A mi me dice "dile a mi hermano que venga", no me dice la razón.

Me reí en una carcajada sin divertimento y amarga.

- ¿Y para qué más me iba a llamar el señor de los cielos? Dile que tengo un asunto que acabar y que iré en cuanto pueda.

- Pero tío, dijo que era urgente y que tenía que subir enseguida.

- ¡PUES QUE SE AGUANTE! TENGO TODO UN DOMINIO LLENO DE MUERTOS Y DEMONIOS A LOS QUE TENGO QUE CONTROLAR Y MI ÚNICA AYUDA SON UNA PANDA DE INÚTILES, HYPNOS, THANATOS Y TRES JUECES, YA BASTANTE SOBRECARGADOS LOS CINCO! - después de gritar me calmé - perdona sobrino, no tienes la culpa del padre que tienes. Dile que voy de camino.

Por primera vez miré al joven. No me podía creer que soñase con semejante gilipollas. Pelo negro, un poco largo, sonrisa de sabidillo, pero vestido como Hermes. Mi yo del suelo no parecía querer romperle la cara, como cada vez que veía al energúmeno de verdad, por lo que no tenía que odiarle como yo. El chico se removió inquieto y no tuvo que decir nada que yo ya sabía lo que quería.

- Te ha dicho que me traigas en persona, ¿verdad? - me miró con ojos suplicantes, como diciendo "lo siento mucho" - recuérdame que la próxima vez que haya una rebelión contra mi hermano, esté del lado de los que se rebelan.

- Tío - dijo Hermes, con una sonrisa - sabes que nunca vas a pelear contra él, por muy de los nervios que te ponga.

- ¿Y qué te parece Hades, señor de los Cielos? - dije ya en plan de broma.

- Que no soportarías el número de quejas que eso conlleva - se dirigió hacia la puerta y yo lo seguí, llevándome al perro conmigo - ¿el chucho también se viene?

- Intenta impedírmelo.

Nos dirigimos hacía lo que parecían los establos del palacio. Allí había una cuadriga ya montada que nos esperaba. El carro era de color negro, con ribeteados plateados. Todo en este lugar era lúgubre y oscuro, no me extrañaba que dijesen que el dios Hades tenía mal carácter, ¿a quién no le se agriaba en un lugar como este? Después de este sueño quedaba más que claro que estaba soñando con historias de la mitología griega. Nunca me habían interesado demasiado, pero parecía recordar muchos detalles de ellas.

Me quedé a cuadros cuando vi los caballos que iban a la delantera. Eran unos animales de precioso y lustroso pelaje negro, con crin y cola completamente por libre, lo que les daba un aire salvaje e indomables, pero dotados de una belleza sobrenatural. Eran hermosos y sus ojos tenían tanta expresividad que no necesitaban hablar para que se les entendiese. Se les veía a los cuatro extremadamente contentos. Sabían que iban a salir a la luz del sol y disfrutaban de ello, posiblemente tanto como su amo. Me entretuve a acariciar cada uno un momento y a decirles unas palabras. Ellos me lo agradecían con golpes de morro y caricias gentiles.

- Cada vez que veo a estos caballos me quedo igual de impresionado. ¿Sabías que en el mundo mortal tienen los ojos rojos?

- Claro. Los cree de tal forma que cuando saliesen a la Tierra impresionasen. Aquí son unos animales amables y tiernos, y por eso sus ojos son negros como la noche. Pero afuera me representan, son lo primero que se ve de mí, y los mortales me ven como un ser oscuro y tenebroso y ¿qué mejor asimilamiento de eso que unos caballos negros con ojos carmesíes como rubíes? - le dije eso arbolando una expresión fría con la cabeza del último equino en mi hombro.

- Ahora mismo no sé quién da más miedo, si el caballo con destellos ya rojos en los ojos o tu mirada, tío.

Ni le respondí. Me subí al carro y fustigué a los animales que salieron a toda velocidad hacía un agujero de luz que se había creado en la negrura absoluta que hacía las veces de cielo. Cuando salí, me encontré en un campo de flores y seguí subiendo. Los animales tiraban del carro con una expresión de felicidad absoluta. Estaba seguro que habríamos podido continuar cabalgando durante horas por ese cielo azul impresionante sin perder fuerzas en ningún momento. Pero teníamos que ir a un sitio, así que los redirigí hacía arriba. No parecía tener ninguna dificultad en manjar el transporte. Se entendía, ya que no era yo el que de verdad conducía, era un dios con siglos de experiencia. Nos fuimos acercando a las nubes, y cuando las hubimos pasado nos encontramos de nuevo en ese palacio-templo en las nubes. Posé la cuadriga en una nube, cerca del palacio central y acaricié un poco a los equinos antes de dejarlos ir para que pudiesen correr. Sabía que iban a estar allí, esperándome, cuando tuviese necesidad de volver. Sabía que los caballos eran dominio de Poseidón, pero estos eran míos y si tenía alguna queja, que viniese al Inframundo a decirme lo que pensaba. Como ningún dios se atrevía con mi reino, estaba feliz de hacer lo que yo quisiese.

Fue en ese momento que me di cuenta, que ya no estaba observando el mundo como un espectador en el interior de un personaje. Parecía saber cada pensamiento del dios, cada sensación, cada sentimiento, cada recuerdo. Era yo, pero al mismo tiempo era una persona completamente diferente. Las dos personalidades parecían converger en mi mente. Si quería, podía acceder a cada recuerdo que el dios tenía. Como cuando vio la luz el sol por primera vez y se sintió tan feliz de ayudar a su hermano pequeño a combatir contra quién le había privado de eso durante toda su vida; su frustración y enojo cuando descubrió el reino que se le había atribuido, apenas más luminoso que el vientre de su padre; el sentimiento de rechazo, que mutaba en odio, cuando veía la expresión de desagrado de toda mujer a la que se acercaba y quería tener una mínima conversación; y sobre todo, por encima de cualquier cosa, el desconcierto cuando la diosa con el mismo aspecto que Elysa no había querido huir de él, sino que se le había acercado sonriendo y habían tenido una pequeña charla amigable.

Fuimos avanzando en un palacio decorado en exceso. Comparado con la morada sobria del Inframundo, este sitio era despilfarro por doquier. Al llegar a una antesala de la sala de audiencia, nos encontramos con una curiosa escena. Allí estaban Demeter, que era increíblemente parecida a la madre de Elysa, mi amiga y un bulto de lo que parecía hiedra a su lado. La joven estaba sentada en un trono de oro, lleno de piedras preciosas, pero tenía las muñecas y los tobillos amordazados con unas cintas de oro que salían del trono. Pasé a su lado y las miré. Parecía que estuviesen esperando alguna cosa. Demeter no parecía muy contenta, y Kore tenía la expresión de quien pensaba *me da igual lo que digas, no pienso hacer lo que me has pedido hacer*. Me paré delante de ellas y exclamé.

- Vale, no puedo resistirlo, voy a caer en la tentación - para quién lo conociese, sabía que había un pequeño todo divertido en la voz - ¿Se puede saber qué hace tu hija sentada en el trono de Hera, hermana?

Demeter parecía muy enfadada con su hija única.

- Vamos querida, dile a tu tío lo que has hecho, por qué estás atrapada en este trono desde hace dos meses.

La joven, aunque maniatada, no perdía su dignidad. Siguió con la cabeza alta y la espalda erguida.

- Sé que te gusta explicarlo a ti, madre, ¿por qué te iba a privar del placer de hacerlo?

La hermana del señor de las sombras pareció a punto de estrangular a su descendencia unigénita, pero se retuvo y lo explicó todo. Por lo visto la joven había entrado en conflicto con un hijo de Poseidón. Cuando dijo eso, la mata de hiedra se movió. Tuve la horrible impresión que allí estaba encerrado el hijo del hermano menor. La muchacha hizo un movimiento con los dedos y la parte de arriba se abrió dejando paso a la cabeza de un caballo del mismo color de la tierra pero con destellos cobrizos. El dios de los infiernos de que poco se atraganta. La diosa había atrapado a Pegaso, el caballo alado. En un origen, el animal había tenido un color terroso, pero debido a las particularidades extrañas de su nacimiento, se le habían quedado esos destellos tan particulares. Por mucho que se bañase, la sangre de su madre nunca se iría de su cuerpo, sería un recuerdo permanente de cómo habían venido al mundo él y su hermano Crisaor.

- Cuando este jovencito se digne a hablarme correctamente, o mínimamente a disculparse por lo que me ha dicho, lo liberaré.

El caballo dio un relincho poco acomodante. No entendía el lenguaje de los equinos, pero esas palabras, precisamente, no necesitaban una traducción.

- Y ya nos ves hermano, estamos en esta posición desde hace dos meses. Ni uno ni otro quieren dar su brazo a torcer - la diosa de la naturaleza parecía exasperada con las acciones de los dos jóvenes - Atamos a Kore, con la permisión de Hera y Hefestos, al trono para ver si cedía, pero es más tozuda que una mula - parecía que la chica tenía una respuesta a eso, pero se la prefirió guardar para sí misma. Conociendo a la familia olímpica, ese bonito temperamento le venía por la sangre - Y Pegaso está encerrado en una mata de hiedra que mi hija abre de vez en cuando, pero lo único que obtenemos son bufidos y malos modales. Yo ya no sé qué hacer.

El dios iba a responder cuando una voz grave resonó en la sala.

- ¿Todavía estamos con estás?

Provenía de un hombre que no pude distinguir bien porque estaba en el umbral de una puerta por la que se veía como el sol se estaba poniendo. Era sólo una silueta. Pero no hacía falta verlo para saber quién era. Mi mal humor aumentó de repente. El pequeño break que me había tomando hablando con mi hermana y su hija se había acabado.

- El que nos faltaba - murmuró la joven atada al trono.

- Ten un poco más de respeto por tu padre - le reprimió su madre.

- ¡Progenitor!

La joven continuó hablando enfadada, pero no la pude escuchar. Se empezó a oír un ruido de alarma que fue subiendo de volumen poco a poco. Nadie parecía notarlo así que tuve que asumir que era mi mundo el que me llamaba para que volviese.


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Abrí un ojo. Los últimos rayos del sol entraban por mi ventana, enrojeciendo, de un color rojo sangre profundo, mi habitación. Apagué el despertador de un puñetazo. No estaba precisamente de buen humor. Me senté y miré la hora. Eran las cinco de la tarde. Un largo suspiro se escapo de entre mis labios. Esos horarios nocturnos iban a acabar conmigo. Paseé la mirada por toda la estancia. Ni un cuadro ni un poster, nada decoraba los muros de mi habitación. Eran de un blanco radiante. Un armario cubría todo un lado. Pero estaba medio vacío. Parecía esperar alguien para llenarlo, aunque ninguno de los dos parecía saber quién. La ropa se amontonaba en un lado del mueble. Era muy práctico para escoger qué ponerse, pero daba una sensación de vacío profundo. Me apoyé sobre la cama. La suavidad de las sábanas calmó mi cólera. Todo había sido escogido para que una impresión de apaciguamiento pudiese ser sentida. Gracias a eso, me pude serenar. Mis dedos jugaron con los pliegues del edredón. Unas gansa súbitas de volverme a estirar de nuevo me acometieron. En mi cama encontraba el sosiego al que no podía aspirar cuando tenía los ojos abiertos. Allí, todo era serenidad. Sin embargo, mi cuerpo parecía buscar alguna cosa que sólo encontraba cuando abrazaba mi cojín. Yo sabía, oh cuanto, lo que era, pero no se lo podía dar.

Un olor me sacó de mis pensamientos. Algo delicioso se estaba cociendo en el horno de mi casa. Las ganas de estirarme desaparecieron por completo. Salí casi corriendo por la puerta y me encontré a Elysa en la cocina. Con los años había aprendido bien cómo moverse en ella sin que le saltásemos al cuello ni mi madre ni yo: mangas remangadas, delantal, pelo recogido, y manos lavadas. Pude ver, encima de una de las encimeras, medio abierto, un pote de esos que te trae la masa de los cruasanes ya hecha y cortada. Al ver hacía dónde se dirigía mi mirada, mi amiga recogió rápidamente lo que había allí y lo guardó apropiadamente. Sabía que una de las reglas de oro de mi casa era que cuando alguien cocinaba, más le valía dejar la cocina como una patena. Me apoyé en una de las encimeras que recorrían toda la pared una esquina de mi salón/comedor/cocina. No había una pared que separase las estancias. Al entrar en la casa te encontrabas de frente la gran mesa del comedor, detrás estaban los sillones para leer, con a su lado la chimenea dónde ponía el balancín las tardes de invierno. En la entrada estaba la cocina, que ocupaba toda una esquina del salón. Tenía dos neveras que me permitían guardar alimentos a diferentes temperaturas para que no se pusiesen malos tan rápidamente. Los fogones tenían la particularidad de estar en el ángulo mismo y de tal forma que podías llegar a los cuatro sin correr el riesgo de quemarte por tener que alargar el brazo encima de uno de ellos. Eran todos de gas. La gente suele apreciar más la vitrocerámica que los braseros tradicionales, pero ciertos alimentos tenían que ser cocinados en el fuego, y eso el cristal no te lo podía dar.

Sonreí al verla en el lugar que habitualmente era el mío. Parecía raro pero al mismo tiempo muy familiar. No solía dejar a casi nadie mi sitio. Non obstante, mi amiga conseguía moverse por esos lares sin que quisiese sacarla allí a la fuerza y ponerme yo para acabar de hacer la comida.

- Espero que alguno de esos cruasanes pueda acabar en mi estómago, tengo hambre - le dije medio en broma.

- Más te vale que la tengas, porque son tu desayuno y mi merienda - ponía la mesa al mismo tiempo que me hablaba. Un pote de mantequilla seguido de los zumos, se reunieron con las mermeladas y los platos que ya estaban puestos - He pensado que ya que tenemos horarios tan distintos, al menos que comiésemos algo juntos. Y de paso me evito el estar picando toda la tarde y me aseguro de que tú desayunas.

Tenía razón en dudar de que comiese algo, solía saltarme ese momento del día por ser un vago en la cama. No pude sino reír a esa frase.

- Eres increíble, ¿por qué no te casas conmigo?

- Por mi encantada. Tráeme un anillo bonito y lo anunciamos.

- Déjame el fin de semana. Iré a casa de mi abuela paterna a buscar algo decente.

Era un tipo de bromas muy común entre nosotros. Nos habían dicho tantas veces que hacíamos buena pareja que habíamos empezado a reírnos de eso. Nos gustaba discutir tranquilamente de esa forma sin que hubiese miradas que implicasen mucho, ni sonrisitas. A ambos nos ponía muy nerviosos porque estábamos tan acostumbrados a estar juntos y relajados, que el hecho de que nos mirasen como una pareja a la que sólo le faltase un empujoncito para liarse, nos dejaba de malísimo humor. Considerábamos esa complicidad algo lo suficientemente especial cómo para no quererla romper con algo tan estúpido como un lío. La gente normal no podía ni concebirlo, pero a nosotros nos asustaba mucho el hecho de que nos separásemos. Habíamos crecido casi como hermanos y teníamos algo que muy poca gente podía tener y menos comprender. Preferíamos seguir tal cual estábamos y asegurarnos personalmente que el otro encontraba el amor y fuese feliz... y si resultaba que era un desgraciado, romperle amistosamente las dos piernas. Aunque yo, últimamente, encontraba cada día nuevas formas de tortura que dejaban las roturas de extremidades como meros aperitivos.

Comimos tranquilamente hablando de nada en especial. Nos habían caído horarios tan distintos que el encontrarnos en la misma mesa para comer nos parecía un momento ideal para hablar de nuestras cosas y ponernos la día. En mi caso, el señor Lloyd había acertado de pleno. Me habían asignado el Departamento de la Noche y mi supervisor era Livio Antonelli. Al principio estábamos los dos bastante tensos en lo que ha tener que estar juntos todo el turno se refería. Parecía que no nos gustásemos nada. Pero ahora, dos semanas después, habíamos descubierto una manera de entendernos que nos permitía liberar tensiones y apreciarnos bastante. Los primeros días fueron introductorios. Me enseñó el sitio, me presentó a algunas personas, y me indicó dónde estaba mi nuevo despacho. Después, me informó que si quería sobrevivir en ese sitio, más me valía aprender a defenderme. Quiso empezar por lo que a él se le daba mejor y yo parecía saber algo: la esgrima. Me quiso hacer todo un interrogatorio sobre dónde había aprendido y qué sabía, pero en cuanto le dije que jamás había cogido una espada antes de llegar allí no se lo creyó e insistió en hacer un pequeño combate de prueba. Recuerdo muy bien la sensación que tuvo al coger la espada de madera que me dio. Me pareció muy pesada y nada ágil, todo lo contrario de la que yo había esgrimido y que salía de mi mano. Sin previo aviso me atacó. En un principio sólo fueron golpes y caídas al suelo. Después me centré un poco más al verle una sonrisa de superioridad en la cara. Intenté recordar cómo me había sentido con la espada negra en la mano. De repente sus movimientos, que segundos antes me había parecido rapidísimos, ahora se me antojaban muy lentos. Pude parar todos sus ataques y hacerle caer al suelo más de una vez. Tanto él como yo nos quedamos atónitos de cómo lo había hecho. Intentó atacarme durante cerca de una hora, pero cada vez que veía que me iba a dominar, recordaba la risita del inicio y la sabiduría volvía a correr por mis venas. Tenía la sensación de haber crecido con una espada en la mano. Incluso la de madera se transformaba en un arma letal. A partir de ese día, Livio me tuvo en mucha mejor estima, pero las sesiones de entreno no habían hecho más que comenzar. Resultaba que el chico era el experto esgrimista de cualquier estilo que había en el Centro de Departamentos y había ido a caer en sus zarpas alguien que parecía saber sin necesidad de ser enseñado. En una semana habíamos probado la lucha con gladio (la espada de un metro de los romanos), con florín y cimitarra. No quería saber que más estilos me tenía preparados. Aunque en cada uno de ellos lo había vencido.

En lo concerniente a Elysa, pues, las apuestas se habían ido todas al garete. Nadie había acertado su lugar de destino porque nadie se había podido imaginar que pudiese acabar en dos departamentos distintos. La escena había sido bastante cómica, mirada en retrospectiva. Ni la Adivina sabía bien qué pensar. No importaba qué manipulaciones o cálculos hiciese, la respuesta siempre era la misma: mi amiga pertenecía tanto al Departamento Verde como al de la Noche. Nuestras caras, cuando nos lo anunciaron, eran de alucine. Era totalmente imposible que una persona trabajase en dos departamentos a la vez, todo el mundo estaba de acuerdo con eso, pero la mujer fue inflexible y dijo claramente que la joven tenía que ir a ambos sitios. La resolución al problema, casualmente, se le ocurrió a ella.

- ¿Por qué no hacemos como Perséfone? Seis meses en el Departamento Verde y seis en el de la Noche.

Cuando dijo eso, el corazón me dio un vuelco. No le había explicado nada sobre los sueños que había estado teniendo desde el primer día de llegar allí, no podía ser que ella los tuviese también. Tenía que ser una simple coincidencia, visto la solución que propuso, pero a mí me había dejado intranquilo. Nadie más pareció mostrar signos de extrañeza ante la propuesta, así que me guardé mis opiniones para mí mismo. El señor Ysoer aceptó la idea con una condición:

- Empezarás el entreno con el Departamento Verde y luego continuarás con el de la Noche. Creo que sería más práctico si quien te formase fuese tu mejor amigo. Su maestro ya será alguien que sabe mucho de ese lugar y podríais avanzar, ambos, mucho más que si tuvieses un profesor aparte. Tu idea en realidad es excelente. Durante el verano, al haber más luz del sol, las plantas son mucho más activas y tendrás más trabajo. Al contrario, en invierno, al haber más horas de sombra, son los monstruos de la oscuridad los que se muestran con más intensidad. Es una idea sabia, serás útil en ambos momentos.

Al principio pareció una buena idea. Después de darnos nuestros destinos, nos presentaron a nuestros maestros. Yo ya conocía a Livio, pero dimos la bienvenida a la que se encargaría de Elysa. Se llamaba Rose Naretco. A primera vista parecía la típica niña pelirroja, frágil e inocente, pero cómo su nombre, tenía más espinas escondidas de las que parecía.

- Rose está como una regadera – se quejaba mi amiga en ese instante – quiere que me aprenda la mayoría de los seres plantíferos que nos podemos encontrar de memoria. ¡Eso es imposible!

- Resumiendo – le dije devorando el cuarto cruasán – te has encontrado con alguien aún más loco por los libros que tu. Es eso, ¿no?

Su respuesta fue asesinarme con la mirada y decir que comiese y callase. Me reí y me acabé la comida como un niño bueno. Después tuve que correr para vestirme e irme al trabajo. Era muy práctico que Elysa se pasase por mi casa por la tarde, así no tenía que recoger los platos del desayuno. Esperaba sinceramente que se quedase a cenar, igual tendría surte y me haría la comida. Aunque luego tenía que darle las gracias a mi manera, alimentándola a ella también. Ya le había propuesto más de una vez trasladarse a mi piso definitivamente. No tendría que pagar el alquiler del armario de escobas en el que vivía y se pasaba más el tiempo aquí que allí. Pero ella no quería. Prefería no insistir demasiado porque sabía usar cuchillos de cocina y yo le tenía cariño a mi cuerpo, por muy escuchimizado que fuese.

Al llegar al Centro de Departamentos y en el lugar de Marie había una joven. Pelo corto, recogido con algunas pinzas, vestida discretamente, poco maquillaje. Era muy tímida, pero siempre te ayudaba en lo que te hiciese falta con eficacia y te saludaba con una sonrisa adorable. Eso se apreciaba gratamente a esas horas en la que la gente era todo menos amable. Se llamaba Halia, ni idea de dónde había salido el nombre, pero era divertido. Ella y Marie eran como el Sol y la Luna: una cálida y agradable y la otra dulce y cariñosa, una radiante y metomentodo y la otra discreta pero siempre allí si se la necesitaba, una era imposible no verla y la otra podías sentir su presencia a tu lado, una vestía con colores vivos y la otra con colores oscuros o neutros, una era una sinvergüenza total y la otra era demasiado tímida para su bienestar. Eran completamente opuestas y completamente complementarias. Marie era lo que la gente tranquila del turno de día necesitaba para alegrarse. Halia tenía la sonrisa tan dulce que, no importaba lo mal que había ido el día o las dificultades que habías tenido que afrontar, verte acogido y despedido por ella era cómo ponerte un bálsamo en tu piel quemada.

Me dirigí hacía ella y la saludé cordialmente. No tenía mucha conversación, se quedaba parada a la mínima, pero siempre intentaba ser entusiasta con cualquier tema que se le propusiese. Al final, creo que ni ella misma sabía cómo, acabábamos siempre hablando de ella. Me había explicado que, por muy raro que pareciese, esos horarios no le molestaban. Su familia vivía lejos y tenían horarios diferentes, pero gracias a su puesto conseguía hablar con su madre todos los días al acabar las dos sus jornadas, por lo que no hacía falta hacer cálculos extravagantes para conseguir conectarse. La discreción de esa chica me gustaba, era un cambio positivo comparado con las pilas eléctricas que tenía en casa y la chica que ostentaba su puesto en las horas diurnas.

Después de hablar un poco, me despedí de ella y me fui hacia los ascensores. Me encantaba la bajada. Sentía más libertad en esos minutos que en todo el resto del día. Cuando iba a trabajar, todo era posible y pacífico, al acabar el día, volvía a la normalidad de la ciudad y si tenía suerte, me esperaría algo de comer en mi casa. Desde el ascensor podía vislumbrar todo el Departamento. Parecía cómo si cada vez que bajaba pudiese ver algo más. Al principio sólo fueron las cosas evidentes, la pared gruyere, el mar de mesas, los despachos cúbicos del jefe y su secretaria. Después vi lo que se usaban para las reuniones, en dónde habíamos ido la primera vez que conocimos al hombre vestido todo de blanco. Ahora ya podía distinguir unos recintos, justo detrás del ascensor , que eran usados para guardar animales que esperasen que fuesen útiles en misiones. Recuerdo que Livio me había dicho que ese habría sido el destino de Cerbero si no hubiesen visto que el animal se había encariñado a Elysa. Lo había visitado una vez y de que poco me había pillado una depresión. El lugar estaba mal cuidado, los animales fatal tratados, a golpes, y tenían, mínimo, una estampida a la semana. Ya nadie se extrañaba ni nada, pero yo quería hacer algo por esos pobres bichos. Sólo de imaginarme a la alegre bola de rizos que se pasa el día durmiendo, panza arriba, al lado de mi amiga en ese sitio me dan todos los males. Había hablado con el señor Lloyd. Le había pedido si después del segundo entreno, podía ir a hacer con ese sitio. Él me había dicho que era mejor si lo hiciese con Elysa a mi lado, Cerbero podía ser de gran utilidad para controlar las fieras. A mi me preocupaban más las bestias de dos patas que las sobrenaturales, pero me guardé ese comentario ante el jefe.

Había quedado con Livio en otro lugar del Departamento. Eran las salas de entrenamiento. Un vasto complejo de habitaciones a las que se podía acceder mediante uno de los agujeros que había en las paredes. Aún no había podido recorrer tranquilamente el sitio, pero algo me decía que había muchas más piezas de las que uno se podía imaginar. Las salas eran diferentes según la necesidad de cada entreno. Livio me solía llevar a lugares con el de suelo de madera y las paredes vacías para que no chocásemos contra nada ni nos hiciésemos daño si uno se mostraba demasiado entusiasta con lo que hacíamos. Cuando atravesabas el agujero te encontrabas en un simple pasillo. Las paredes eran blancas y el suelo de madera. Había un veintena de puertas a ambos lados. Cada una era diferente, posiblemente dependiendo de la función que tuviesen. En los extremos de los pasillos habían salidas de emergencia que tenías que coger si querías llegar a otro piso. Una vez, todas las salas estaban ocupadas y tuvimos que cambiar. Fue entonces cuando pudo comprobar cuan alto era el edificio al que estaba conectado ese agujero. Cuando llegamos a las escaleras, justo al lado de nuestra puerta, pude ver un cartel que indicaba que nos encontrábamos en el vigésimo piso. Quise mirar más arriba para calcular cuantos pisos habían por encima nuestro. Me quedé estupefacto cuando mi vista no pudo alcanzar el último piso. Livio me dijo que ese era el lugar de entreno de TODOS los Departamentos del mundo. Le hice notar que ese era un lugar ideal para hacer un atentado y matar un gran número de agentes. Me respondió disparando a la pared. Me quedé de piedra cuando vi lo que pasaba  con una deflagración: tanto la bala como el calor emitido por el disparo eran absorbidos rápidamente por las paredes. No daba tiempo a que se sintiese nada. Mi maestro me explicó que era muy práctico en los entrenos con poderes. Las salas en las que pasaba quedaban arrasadas, pero nadie allí dentro sufría ningún daño. Me había quedado bastante impresionado, pero posiblemente fuese ese el efecto buscado. Ningún otro día nos movíamos de nuestro vigésimo sitio. Pero tampoco hacía tanto que entrenaba.

Entré en la sala 2019. Lo primero que sentí fueron los cálidos rayos del sol que acariciaron mi cuerpo. Hacía dos semanas que no lo había visto. Casi lloro en ese instante. No me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Me acordé de mi homónimo divino. Creo que podía sentir esa necesidad del astro rey más intensamente por él. No se lo reproché, todo lo contrario. Aunque fuese imposible, me habría gustado que él también pudiese sentir su tacto candente expandiéndose lentamente desde mi vientre por todo el cuerpo, como cuando te tomas una taza de chocolate caliente un día de intenso frío. No pude estar mucho tiempo disfrutando de esa sensación, sabía que Livio estaba allí, esperando a que reaccionase. Abrí los ojos y me encontré con una sala que habría hecho casi llorar de alegría a mi hermana pequeña. Estaba en algo parecido a un dojo japonés. El suelo y las paredes eran de esas alfombras de mimbre que usaban para todo… tatasa… tatima… tatami! La sala se abría en un jardín, un poco más bajo que el nivel en el que nos encontrábamos y se podía ver un sencillo jardincito con una extraña pequeña escultura de piedra. Ariadna me habría podido decir un número incalculable de detalles inútiles y anécdotas sobre todo el conjunto. Casi agradecí que no estuviese allí. Quien sí que estaba era Ryûichiro. Estaba hablando con Livio. No pensaba que me lo iba a encontrar allí. Vestía de negro, como de costumbre. Me pareció que era un chándal pero no estaba seguro. Sostenía en la mano una katana de madera. Sabía que ese tipo de espada tenían un nombre, pero se me había olvidado.

Algo me dio muy mala espina. Me acerqué a ellos y después de saludarlos, pude comprobar cómo mi instinto me había guiado correctamente.

- Buenas noches John - mi maestro me saludó con una de esas sonrisas de "te he preparado algo malo" - hoy vamos a continuar con el entreno de la esgrima. Probaremos con el kendo, ¿qué te parece?

Me guardé la opinión para mí, pero me parecía cualquier cosa menos bueno. No había visto al joven luchar, pero o mucho me equivocaba, o me iba a hacer morder el polvo en menos que cantaba un gallo. Le tuve que decir que estaría encantado de probar a ver qué tal se me daba.

- Verás - le dijo Livio al joven - aún no sé por qué, pero John ha demostrado tener un don innato para cualquier estilo de esgrima que pruebe. Me ha jurado que jamás ha tocado una espada en su vida antes de venir aquí, pero no hay forma humana de que le gane - Ryûichiro pareció impresionado, mi maestro debía de ser más bueno de lo que pensaba - Por eso te he pedido el favor. Sé que te gustan los desafíos y estoy intentando ver hasta dónde llegan sus habilidades, ¿te importaría hacer un pequeño combate de prueba contra él?

El japonés pareció pensárselo durante una milésima de segundo, luego vi como una sonrisa se dibujaba en su rostro y sus ojos rojos me parecieron de repente mucho más peligrosos de lo que tendrían que haber sido. Accedió encantado a lo que le pedían y me indicó el centro de la sala. Yo me descalcé y fui con él como borrego al matadero. Lo primero que hizo fue lanzarme el arma por los aires. Dejé mi instinto fluir y agarré la katana con la mano izquierda y luego puse la derecha debajo de esta y me puse en posición para enfrentarle: pie izquierdo un poco adelantado, rodillas flexionadas, brazos bajos pero con la espada en posición de ataque. Ryûichiro me miró extrañado, pero no dijo nada. Fue a coger otra arma y se puso en la misma posición, enfrentándose a mi.

Nos estuvimos mirando un rato, parecía que calculásemos los micro-movimientos del otro, su manera de respirar, a dónde iban sus ojos, hacía dónde se balanceaba el cuerpo, en qué pie se apoyaba más. Tenía la impresión que el combate en sí iba a durar muy poco tiempo, que este era el verdadero enfrentamiento. Entonces, en un instante, los dos atacamos al mismo tiempo. Él alzó su espada y yo la bloqueé poniendo de lado la mía. Desvié su arma de un movimiento y ataqué hacía su cabeza desde arriba, pero él dio un paso atrás y yo otro. Nos volvimos a mirar, pero está vez la cosa duró apenas un segundo. Enseguida volvimos a atacar, nuestras espadas chocaron fuertemente entre los dos. Ambos quisimos que el otro desviase su arma cómo había hecho yo antes y con el impulso tuvimos que dar un giro. Acabamos, ambos, con la katana del otro apuntándonos al cuello.

Había sido corto pero intenso. Durante un rato continuamos los dos, en la misma posición en la que habíamos acabado, hasta que Livio se hartó de esperar a que nos moviésemos e intervino.

- Creo que puedo darle el O.K. al kendo, ¿tu qué opinas?

Ryûichiro se puso recto y los dos bajamos el arma al mismo tiempo.

- Creo que tendrás que investigar más en profundidad que haciendo pequeños combates. Durante todo el encuentro tuve la sensación de que me enfrentaba a alguien que sabía más que yo de kendo, y estoy en el 5º dan – como parecía que ninguno de los dos sabía qué quería decir nos lo explicó más claro – al 5º dan se llega después de 10 años de haber llegado al primero, que se obtiene después de llegar al primer kyu, que es el cinturón negro.

Me quedé patidifuso. Nunca antes había cogido una katana en mi vida… bueno la katana de madera tenía un nombre, pero seguía sin acordarme de él. No entendía cómo era posible que alguien como yo pudiese hacer sentirse en un nivel inferior a una persona que había entrenado durante como mínimo durante quince años. Miré el arma que tenía en la mano y de repente me sentí extraño. Me di cuenta de que pesaba más de lo que tendría que haber hecho. La sostuve y me pareció extraña en mi mano, cómo si no fuese eso lo que tendría que haber sostenido. Pero me lo callé porque no habría sabido interpretar esas sensaciones raras. Mientras estaba en mis divagaciones, Livio y Ryûichiro habían continuado hablando y yo había desconectado completamente de lo que se decían. Cuando volví a prestar atención hablaban de unas visitas a algo.

- Creo que sería mejor empezar por lo que más se va a encontrar que no con lo peligroso - decía el japonés.

- Podrías tener razón - Livio parecía pensativo - Creo que me lo llevaré de excursión a la Casa Grande.

- ¿Tenéis una cerca?

- Pues claro. Además, conozco un punto de vista ideal para poder observar qué pasa allí dentro, sin que nadie te vea.

Tuve que intervenir.

- ¿A dónde me vas a llevar?

- A ver vampiros.

Durante un segundo la información no pareció poder ser procesada por mi cerebro. Tuve que pedir reverificacción para confirmar que, efectivamente, eran los tíos con colmillos afilados bebedores de sangre a los que íbamos a visitar, como si de un zoo se tratase.

- Al inicio no eran así - me explicó Ryûichiro - eran simplemente personas, que necesitaban sangre para poder alimentarse, y que preferían pasar desapercibidas. Los más ancianos siguen prefiriendo ese sistema. Pero poco a poco van desapareciendo. Muerte, sueño eterno, secamiento, mil cosas que hacen que los de más edad se vayan perdiendo en número. Los jóvenes son diferentes. Son los que te vas a encontrar con más posibilidades. A lo mucho tienen un siglo o dos de antigüedad. Ellos han sido muy influenciados por esta cultura del vampiro seductor "made in Hollywood". Creen que si son así tendrán más posibilidades de recoger víctimas. Lo peor es que razón no les falta. Al menos en Japón, hemos observado un aumento en el número de víctimas - miró a Livio para ver si confirmaba que en nuestra ciudad pasaba lo mismo.

- Aquí hemos observado lo mismo. Pero tenemos otro problema más grave. Creemos que se está empezando a formar una alta sociedad - se giró hacia mi - Antes, el más anciano del grupo dirigía la multitud de vampiros. Los administraban, los controlaban, los reducían en número se hacía falta. Ahora tenemos indicio de que la tendencia se está inversando. Los ancianos se hacen cada vez más raros, y los jóvenes cogen cada vez más el poder. En nuestra sociedad, se crea inevitablemente una élite, y estaremos en desventaja cómo la aristocracia que haya sea compuesta exclusivamente de gente de menos de dos siglos. Esos no nos tienen el más mínimo respeto, disparan a matar. Son más brutos con colmillos que gente con algo de sesera. El jefe está intentando contactar con los jefes vampiros de la zona, pero sólo estamos obteniendo negativas. Si al menos pudiésemos contactar con algún anciano, la cosa iría mejorando.

Parecían frustrados. A mi ya no me parecía tan increíble que hubiesen vampiros por allí sueltos. Me ahorré las típicas preguntas sobre el sol, el ajo y las estacas. Ya lo iría descubriendo. Lo que me parecía sorprendente es esa tendencia que parecía haber. Si los jóvenes influenciados por esa cultura moderna eran los que dirigían a los vampiros de la zona, mal íbamos. Un vampiro anciano conocería las consecuencias de actuar de una manera u otra. Además que habría aprendido de vampiros aún más antiguos que él, por lo que arrastraría una sabiduría excepcional.

- ¿Porqué no intentar entablar relaciones más con los vampiros medios que no con los altos cargos? - propuse. Los dos se giraron sorprendidos - Si la cosa está tal como creo que está, las élites aún no han asentado su fuerza, por lo que tienen que demostrar su poder y no ceder ante extranjeros, y menos gente que podría hacerles daño. Lo que hay que mirar son los ambiciosos que quieren subir y que estarían dispuestos a cualquier cosa con tal de obtener el sillón de jefe. Podría ser un trato con el Diablo, pero eso nos daría ventajas en cuanto a tratos con los vampiros locales y podríamos buscar, de manera más solapada, los arcanos durmientes.

Los dos se miraron como debatiendo tácitamente mi propuesta. Observé que no había dicho ninguna tontería. Ryûichiro dijo que propondría eso a su jefe de Departamento. No se lo había preguntado aún pero él me dijo que le había tocado el Departamento de la Noche, sección diurna porque Akari había aterrizado en el del Ying y el Yang, un lugar específico del Japón en el que estaban los exorcistas. Pensé que si tenía más preguntas, podría ir a mi enciclopedia personal japonesa: Ariadna. Livio me confirmó que la idea no era mala y que él lo discutiría con el jefe, aunque sabía de una persona que podría interesarle un acuerdo así. Su sonrisa lobuna no me hizo ninguna gracia.

Al poco nos despedimos del japonés y cada uno volvió por su lado. Al llegar a la recepción Livio me dijo que iba a intentar llamar al candidato que tenía en mente a ver si le interesaba la idea y que le esperase un segundo, que luego íbamos a ver la Casa Grande. Yo me giré y vi una pequeña vela encendida en la recepción. Me extrañé y fui a ver a Halia para preguntarle qué era eso.

- Es para Antón Densk - me señaló la foto de un hombre de unos cuarenta años, medio calvo, que sonreía tímidamente - me acaban de decir que ha muerto esta tarde. Era de la división nocturna del Departamento de Veterinaria. Un cáncer de páncreas se lo ha llevado en menos de tres meses - parecía triste, le pregunté si lo conocía personalmente - no mucho más que los demás. Un buenas noches, un qué tal el día, algún comentario suelto mientras pasaba por aquí. Pero me gusta dejar una vela encendida en memoria de los que mueren. No creo que mucha gente conociese bien a Antón. Cuando venga Marie, le preguntaré si no le importa dejar esta vela encendida todo el día. Al menos que todo el mundo tenga un pequeño pensamiento por él.

Creo que fue el discurso más largo que le había oído decir desde que la conocía. Me dio un poco de pena pero estaba contento de que alguien pensase en los que morían anónimamente en esa gran empresa. Yo había pasado por algo parecido unos años antes. Un compañero de mi sección en mi anterior trabajo había muerto repentinamente de ataque al corazón. Yo había querido hacer algo por él pero me vino una época de mucho trabajo y no pude hacer nada al instante. Cuando todo acabó quise hacer una colecta para enviar flores de condolencias a su mujer. El resultado fue poco más que penoso: había gente que ni sabía que había un hombre con ese nombre y menos que había muerto. Medio deprimido, fui a ver a su viuda y me dijo que era el único de su trabajo que había venido. Me supo muy mal por esa señora, pero descubrí que su marido me había tenido en mucha mejor estima de lo que había pensado. Hablando de pequeñas anécdotas del hombre, conseguí que la pobre mujer se animase un poco. De vez en cuando aún voy a verla para ver cómo está, aunque hacía mucho que no podía. Pensé en intentar encontrar un agujero la semana siguiente cuando Livio me llamó. Me despedí de Halia y fui a verle.

- Buenas noticias, el hombre accede a vernos y discutir de tu idea. Además que te mostrará en persona los tejemanejes de la Casa Grande. Tienes más suerte de la que creía. Vamos - y nos encaminamos hacía el parking para coger su coche e irnos hacía los bosques de fuera de la ciudad.



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Pequeña nota.

Siento el retraso que ha cogido este capítulo. Estoy aún en la universidad y estamos en época de exámenes, lo que no me deja mucho tiempo para escribir. Siempre intento tener un capítulo para cada 27 del mes, pero ahora no me puedo dedicar tanto tiempo como querría. Eso no quiere decir que lo vaya a dejar, sólo que hasta Junio me será muy difícil seguir el ritmo normal. En lugar de haber tres publicaciones (Abril, Mayo y Junio) puede que sólo hayan dos. A partir de Julio vuelvo cómo siempre.

Bueno, ya sabéis. Muchas gracias por leerme hasta aquí, cualquier comentario es bienvenido

¡¡Hasta la próxima!!

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